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Sonidos en un túnel

Fuentes: Rebelión

Me ha impresionado un relato que no conocía de Friedrich Dürrenmatt titulado «El Túnel»: trata de «un joven de veinticuatro años» -especifica el autor-. Dependía aún de sus padres y cursaba unos estudios en una universidad situada a dos horas de trayecto de su casa… Un domingo de verano, coge el tren de siempre que, […]

Me ha impresionado un relato que no conocía de Friedrich Dürrenmatt titulado «El Túnel»: trata de «un joven de veinticuatro años» -especifica el autor-. Dependía aún de sus padres y cursaba unos estudios en una universidad situada a dos horas de trayecto de su casa… Un domingo de verano, coge el tren de siempre que, antes de llegar a su destino, tendrá que atravesar el pequeño túnel; pero aquel día el paso por el túnel se prolongó indefinidamente. El joven pensó que enseguida volvería todo a la normalidad, sin embargo pasaba el tiempo y los demás pasajeros dormían, hablaban, reían y al parecer no se daban cuenta de lo que estaba sucediendo (¿os suena de algo?). Tampoco el jefe del tren que, incrédulo pero atemorizado, acompañó al joven a la locomotora.

Aquí me permito una licencia literaria para recordar el verano que Jack London pasó en los suburbios londinenses desde donde cuenta «la multitud de indigentes era más que notable. Pobres gentes que habían pasado la noche entera bajo la lluvia ¡cuán increíble era su miseria! Viejos, jóvenes, hombres que aún podían ser válidos para la sociedad. Vi a varios enjambres de muchachos que apenas acababan de dejar su niñez atrás. Vi a varios dormitar de pie, apoyados contra una pared; otros se tumbaban donde podían, en los escalones, en posturas que forzosamente había de romperles el cuerpo aún más que lo muy roto que lo tenían» (¿os suena de algo?).

Volvamos al joven de veinticuatro años que para llegar a la locomotora, tiene que pasar por una terrible corriente que le empujaba dándole la sensación de estar volando «por un universo de piedra a la velocidad de una cometa».

Retrocedamos ahora a un artículo aparecido en Nueva York en 1903, en el The Independent :

«Los albergues para desempleados no tienen espacio suficiente para cobijar a los hambrientos que ya forman multitud y que durante el día y la noche acuden a sus puertas para pedir comida y asilo. Todas las instituciones han agotado sus reservas tratando de obtener alimentos para los famélicos residentes de los sótanos y las buhardillas, de las callejas y callejones.» (¿os suena de algo?)

De nuevo en el túnel: la cabina estaba vacía. El maquinista había saltado del tren que corría vertiginosamente. El velocímetro marcaba cada vez mayor velocidad y se deslizaba hacia el abismo. El joven preguntó: «¿usted también va a saltar?». «Yo soy el jefe del tren -respondió el otro-, además siempre he vivido sin esperanza». «¿Sin esperanza?», -repitió el joven (…). No sospechábamos que nada hubiera cambiado cuando en realidad el pozo ya nos acogía en sus entrañas. La velocidad del tren era mayor minuto a minuto y el jefe del tren gritó en medio del estruendo de las paredes del túnel que salían vertiginosamente a su encuentro: «¿qué podemos hacer?». El joven de veinticuatro años respondió con una serenidad fantasmal: «Nada». (y ahora os pregunto con mayor insistencia: ¿os suena de algo?).

Vivimos momentos de grandes dificultades pero no podemos dejar que nos arrollen. No hay túnel del que no se pueda salir y «el joven de veinticuatro años» no debió desistir de la esperanza. Si alguien me hiciera a mi la misma pregunta, contestaría que nos queda mucho por hacer: poner toda nuestra voluntad en querer hacer, y resistir y luchar con sentido, con orden, con estrategias para no facilitar la criminalización que esperan y desean, para no dejarnos caer en esa nada en que nos han metido. Tenemos derecho al pan, al trabajo, a la dignidad y a la palabra. Luchamos por la supervivencia y la libertad. No lo olvidemos nunca. Vamos a vencer, amigos, porque el pueblo siempre gana.

Me gustaría escribir con la autoridad y la perfección de Dickens, pero no es así. Me limito a transcribir el último párrafo de «Historia de dos ciudades»:

«Esto que hago es mejor, infinitamente mejor que cuanto he hecho en toda mi vida. Y la paz que ahora me espera es una paz mayor. Muchísimo mayor que toda la paz que me ha sido dada a conocer hasta hoy». (Espero que pronto nos suene de algo).

El mismo Dickens, en páginas anteriores a esta cita, dice «que le contó esta historia a ese niño, con voz trémula y entrecortada por la emoción».

Dickens no me gana en emoción. ¡Si pudierais escuchar mi voz…!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.