Hace un par de años un grupo inversor neozelandés con respaldo chino del que no se sabía apenas nada logró convencer a la SEC, la oficina estadounidense que regula la bolsa norteamericana, de que su OPA sobre las acciones de Exxon por el impresionante valor total de 450.000 millones de dólares iba en serio. Aunque […]
Hace un par de años un grupo inversor neozelandés con respaldo chino del que no se sabía apenas nada logró convencer a la SEC, la oficina estadounidense que regula la bolsa norteamericana, de que su OPA sobre las acciones de Exxon por el impresionante valor total de 450.000 millones de dólares iba en serio.
Aunque sin llegar a esas cantidades, hoy día contemplamos anonadados que en España se hacen continuas y astronómicas ofertas por nuestras grandes empresas. Endesa, Iberia, Sogecable, Bankinter, Aldeasa, Cortefiel, Repsol YPF… por citar solo algunas más conocidas, han estado o están en primera plana por ese motivo.
La causa directa que la provoca es, sin embargo, bastante evidente. Las políticas neoliberales aplicadas en los últimos años (de control salarial, de liberalización de los mercados, de rebajas impositivas, etc.) han permitido que los beneficios empresariales aumenten prácticamente sin cesar.
En 2005 y 2006 se lograron records en España y en toda Europa. El resultado neto de las empresas no financieras españolas experimentó un crecimiento del 26,2% durante el pasado año y el beneficio acumulado por solo las cinco de mayor volumen de ganancias fue más o menos equivalente al presupuesto anual de la Junta de Andalucía.
La previsión que hacía el BBVA para 2007 era de un crecimiento de los beneficios del 10% para EEUU, del 12% en Europa y del 15% en el caso de Japón. Y las 600 mayores empresas europeas se repartirán en 2007 más de 281.000 millones de euros en dividendos, estando previsto que ganen 650.000 millones.
Tanto es así que incluso el comisario europeo Joaquín Almunia afirmó recientemente que la evolución de los beneficios empresariales en detrimento de los salarios es «no sostenible» y amenazante para el modelo social europeo.
Pues bien, cuando las empresas están ganando esas fortunas tan inmensas y disponen de tanta liquidez es natural que se haya desbocado la fiebre compradora y la búsqueda compulsiva de destinos rentables para los recursos acumulados, y eso es lo que trae consigo la «borrachera de opas» (Cinco Días, 18-03-2006) que contemplamos casi día a día.
Pero lo más relevante de este fenómeno no es su causa, aunque sea de tanta trascendencia social desde el punto de vista de la distribución de la renta y la riqueza, sino sus efectos sobre la economía y la sociedad.
Las magníficas consecuencias de una Opa para los propietarios son evidentes, pues se benefician de las artificiales subidas que se producen sobre las acciones cuando se llevan a cabo. Pero ¿qué se está ganando, además de eso, con las Opas, qué efecto tienen sobre la actividad económica, sobre el empleo o sobre la satisfacción de los consumidores? Y, sobre todo, qué modelo económico nos depara para el futuro la concentración de capitales tan inmensa que llevan consigo.
Es sorpredente que cuando en los medios de comunicación se habla de las Opas se ofrezcan todo tipo de explicaciones sobre cotizaciones, sobre las ofertas y contra ofertas y, sin embargo, que ese tipo de cuestiones prácticamente ni se mencionen, a pesar de que tienen respuestas verdaderamente fáciles de encontrar.
Estas operaciones suelen tener básicamente dos grandes motivos. Por un lado, especular adquiriendo activos para su posterior venta en condiciones más ventajosas.
Hay que tener en cuenta que detrás de estas operaciones suelen estar los bancos y los multimillonarios fondos de inversión que, en realidad, no están interesados en la actividad productiva que llevan a cabo las empresas cuyas acciones desean adquirir, sino en las ganancias que obtienen cuando las compran y venden continuamente, o cuando financian las compras que otros realizan.
Estos inversores no buscan la rentabilidad productiva, sino la ganancia contable que resulta de alterar las cotizaciones y el valor de las acciones gracias a estas mismas operaciones. Y, cuando adquieren finalmente el control de una empresa, tampoco buscarán su éxito en el mercado real como proveedoras de bienes o servicios, sino el incremento de su valor en bolsa que, precisamente por la incidencia de las continuas operaciones especulativas, es cada vez más ficticio por estar disociado del valor derivado de su actividad productiva.
Desde este punto de vista, el empleo, la calidad del servicio que preste o la contribución que la empresa haga al tejido productivo en el que se inserta es algo que no tiene mayor importancia, salvo en la medida en que pueda generar disturbio a la cotización de las acciones con las que, sobre todo, se quiere especular.
Otro caso es el de las Opas dirigidas a lograr el control de empresas competidoras para lograr así mayor presencia y poder en el mercado. Esta estrategia, tan vieja como los mercados, también implica pérdidas de empleo y disminución en la provisión del bien o servicio que se ofrece, puesto que suele ocurrir que, al aumentar la concentración, la empresa se desprenda de los segmentos de actividad menos rentables, disminuyendo así su empleo y producción (la teoría económica elemental indica que a menos competencia y más monopolio, se da precio más elevado y menos cantidad ofertada).
Salvo casos verdaderamente excepcionales, las Opas que se vienen produciendo en los últimos tiempos significan, por tanto, una pérdida neta de competencia y bienestar (además de otras pérdidas de caracter no estrictamente económico como las que tienen que ver con la soberanía o la independencia nacional cuando la provisión de bienes o servicios básicos queda en manos de intereses extranjeros).
Eso es algo muy evidente, por mucho que se quiera presentar a las Opas que se vienen realizando como orientadas a lograr más competencia y un mejor servicio a los conusmidores. Por eso es sorprendente el cinismo con que se ha querido justificar, por ejemplo, la Opa de E.on sobre Endesa diciendo que aumentaba la competencia o su defensa en aras de la libertad que guía al mercado interior europeo, cuando es un principio elemental que esa libertad deriva en todo caso de la máxima competencia y no de la concentración que objetivamente implicaba esa Opa?
Precisamente, este tipo de operaciones está demostrando al mismo tiempo que las proclamas desregulatorias y liberalizadoras que se hacen frente a los estados son verdaderamente falsas, puesto que es justamente a su poder coercitivo al que se recurre para forzarlas o asegurarlas. La mucho más que evidente intervención de los gobiernos en el diseño de esas estratregias, y las llamadas explícitas que hacen los interesados para que las apoyen lo demuestran claramente.
Hace unos años, el Informe sobre el Desarrollo Humano de las Naciones Unidas acuñó el término de supermillonarios para referirse a las poco menos de 300 personas más ricas del mundo. Lo que está ocurriendo con las Opas es que, en una escala inmediatamente inferior, los super ricos del planeta disponen de recursos inmensos pero, desentidos como están de los problemas reales de los pueblos, no se dedican nada más que a jugar al Monopoly entre ellos.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y colaborador habitual de Rebelíon. Su página web: www.juantorreslopez.com