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Soy Cuba, el mamut siberiano

Fuentes: La Jornada

Problemas de distribución impidieron una salida correcta del documental Soy Cuba, el mamut siberiano, de Vicente Ferraz, durante el 26 Foro de la Cineteca, en septiembre pasado, el cual se exhibió sólo en el circuito universitario. En espera de su impredecible salida comercial y de su limitada difusión en video (Macondo), la película se presenta […]

Problemas de distribución impidieron una salida correcta del documental Soy Cuba, el mamut siberiano, de Vicente Ferraz, durante el 26 Foro de la Cineteca, en septiembre pasado, el cual se exhibió sólo en el circuito universitario. En espera de su impredecible salida comercial y de su limitada difusión en video (Macondo), la película se presenta esta semana en la Cineteca Nacional. Importa señalar estas nuevas proyecciones por el valor indiscutible del documental brasileño, crónica de un rescate casi arqueológico de otra película Soy Cuba (1964), del soviético Mikhael Kalatazov, primera y única coproducción soviético-cubana, olvidada durante tres décadas. El rescate fue obra de los cineastas Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, quienes a mediados de los años 90 promovieron la salida en video de lo que consideraron una obra maestra del cine soviético de la década de 1960. Súbitamente, el prestigio de estos directores consiguió dar nueva vida a Soy Cuba, película que un crítico estadunidense llamó entonces un extraño «mamut siberiano», y que fue rechazada en su momento por la prensa fílmica rusa y cubana, por los funcionarios involucrados en la coproducción, e inclusive por los propios participantes, quienes no reconocieron en el resultado final el primer propósito didáctico y propagandístico de la cinta.

El documental de Kalatazov, realizador también de la premiada Cuando pasan las cigüeñas (1957), incomodó a la burocracia soviética por las imágenes «frívolas» de la elite burguesa cubana en tiempos de Batista, y a la burocracia tropical por el esteticismo y rebuscamiento formal de la fotografía de Serguei Urusevsky. Los públicos de ambos países mostraron también su desconcierto por una película que, en su opinión, difícilmente podía ser la crónica esperada del acontecimiento del momento: el triunfo de la revolución cubana y la respuesta antimperialista ante la fallida incursión estadunidense en Bahía de Cochinos. Soy Cuba mostraba en cuatro propuestas narrativas otras tantas parábolas con personajes del pueblo inmersos en la gran revuelta. Sorprendían el alarde técnico, la búsqueda formal, la inversión económica en el rodaje que había durado ya no las 12 semanas programadas, sino dos años, modificando presupuestos y echando mano de miles de extras en una producción descomunal, apenas justificable. La poetización de la épica rebelde molestaba a cuadros dirigentes empantanados en las retóricas del realismo socialista. Entre las secuencias memorables figura el cortejo fúnebre a un revolucionario con una toma que captura verticalmente las faenas de una fábrica de puros antes de retomar, en picada, el pretexto original, multitudinario; o la zambullida de la cámara en una alberca para registrar de nuevo la actividad de los personajes a orillas de la misma ­secuencia que años después retomaría Paul Thomas Anderson en Boogie nights (2000).

El documentalista brasileño interroga a los participantes de la empresa, productores, guionista, actores cubanos, y da fe de la perplejidad de todos ante la recuperación impensable del documento durante tanto tiempo desdeñado. Entre el estreno de la cinta, que casi pasó desapercibido en Moscú y La Habana, y la tardía promoción internacional de la «obra maestra», tuvo que darse otro evento histórico decisivo: la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, colapso de la utopía comunista y crisis de una retórica y una concepción estética varadas en el anacronismo. Un entrevistado cubano resume la evidencia: «Los gobiernos serán olvidados, las obras maestras permanecerán». Y lo que finalmente muestra este mamut siberiano rescatado del olvido es la intensa aventura artística, producto de la complicidad de un director y su fotógrafo, que interpreta de modo poético y apasionado el acontecimiento que deslumbra. Poco después vendrán en el cine latinoamericano muestras de barroquismo no muy alejadas de esta primera «alucinación proletaria»: las películas de Glauber Rocha (Tierra en trance, 1967; Antonio das Mortes, 1969), y secuencias de la propia Lucía (1968), del cubano Humberto Solás. El estreno del documental de Vicente Ferraz debería propiciar una nueva valoración con estreno y difusión en video en México de Soy Cuba, de Mikhail Kalatazov, notable muestra de heterodoxia fílmica.

Se exhibe esta semana en la sala 4 de la Cineteca Nacional.