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¿Spielberg pro-palestino?

Fuentes: Rebelión

I Munich, dirigida por Steven Spielberg, no ganó el Oscar a la mejor película cosa que no pareció importar mucho al Midas de Hollywood, quien lucía bastante despreocupado durante la entrega de los premios de la Academia. Tras ver la película uno puede entender el por qué de su actitud. Munich, a pesar de tocar […]

I

Munich, dirigida por Steven Spielberg, no ganó el Oscar a la mejor película cosa que no pareció importar mucho al Midas de Hollywood, quien lucía bastante despreocupado durante la entrega de los premios de la Academia. Tras ver la película uno puede entender el por qué de su actitud. Munich, a pesar de tocar el tema del terrorismo no lo hace desde un punto de vista que le pueda ser útil a la administración Bush, en su ofensiva bélica antislámica. En otras palabras podría considerarse que esta película no es, desde el punto de vista de la ideología que impera en la Casablanca, políticamente correcta, aunque tampoco lo es Brokeback Mountain que pone en evidencia el trasfondo homosexual del mundo Marlboro, paradigma del american way of life, la cultura for export por excelencia de EEUU, uno de los iconos predilectos de la poderosa industria cultural norteamericana, punta de lanza de la penetración imperialista en todo el globo, pues funciona como aparato de reproducción de la ideología y los valores imperiales. El director de origen asiático Ang Lee, al poner a dos recios vaqueros tiernamente enamorados, desestabiliza uno de los símbolos más poderosos y tradicionales de la imagen que Estados Unidos nos ha vendido durante muchos años y por lo tanto habría sido un escándalo que hubiera ganado el Oscar. Finalmente se lo dieron a Crash, una película que pone el dedo en la llaga de problemas que afectan a más personas que la orientación sexual: el racismo y la xenofobia en la sociedad estadounidense. Parece ser que a no es posible tapar el sol con un dedo y el cine estadounidense, incluso el comercial, abarca temáticas que hasta hace poco estaban ausentes. Esta cinta se orienta a mostrar la situación de grupos humanos que hasta ahora no habían sido tomados en cuenta, quedando relegados a una condición marginal: iraníes, centroamericanos, camboyanos, por ejemplo. Es ya notable que se admita, entre otras cosas, que en EEUU existe tráfico de personas, en otras palabras que se comercia con seres humanos como en los tiempos de la esclavitud que aunque haya sido abolida y tal decisión haya motivado una guerra de secesión en el siglo XIX, parece que las estructuras mentales que la favorece o propician, así como la discriminación étnica, aún permanecen muy incrustadas en la forma de pensar del estadounidense promedio.

II

Munich, en principio parece una película más del plan spielbergiano de hacer la historia del pueblo judío que se ha propuesto -al parecer- como plan de su obra durante los próximos años. Ya hizo una parte en La lista de Schindler, donde plantea el tema de la Shoah (el holocausto) y de los lager o campos de concentración, que ciertamente existieron aunque algunos revisionistas pretendan negarlos o minimizar el horror de la tragedia que llevo a cabo el delirante Hitler y quienes lo acompañaron en su locura. La lista…, sin embargo, peca de panfletaria, manipuladora y chantajista emocional, especialmente por el final.

No he leído la novela en que se basa la película pero sé que es de George Jonas y se titula Venganza y de esto se trata Munich: en las Olimpiadas de 1972 que se celebraron en la ­­-en ese entonces- República Federal de Alemania, un comando árabe del grupo Septiembre Negro (así llamado en recuerdo a una matanza de palestinos perpetrada por el ejército israelí), secuestra al equipo deportivo hebreo, lo saca de la residencia y, cuando fracasan las negociaciones para su liberación, lo lleva a un aeropuerto donde todos, terroristas y secuestrados mueren.
Cuestionada por los familiares de los fallecidos haberse negado a negociar con los secuestradores, la primera ministra israelí Golda Meir decide compensar su falla política con un plan de venganza destinado a demostrar al mundo que quien se metiera con Israel la iba a pasar muy mal en lo sucesivo. Para ello encarga a Avner, un agente de Mossad, hijo de un héroe militar, que comande un grupo táctico que se ocupará de descubrir y matar a todos los que organizaron el secuestro de los atletas. Para llevar a cabo su propósito, Avner es dado de baja en el Mossad, a partir de ese momento estará bajos las órdenes directas de Ephraim, y tendrá que dejar a su esposa embarazada de 7 meses para dedicarse a recorrer medio mundo tras la pista de los árabes.

El comando que le toca dirigir consta de cuatro hombres, la verdad, no muy bien preparados para esta tarea. Uno de ellos, que tenía que construir bombas; en realidad sólo sabía desarmarlas. Sin embargo se dan a la tarea con más ahínco que experiencia y, mal que bien, van dejando tras de sí árabes muertos. Avner es un joven idealista, nacido en Israel aunque de origen alemán. Un «yerke», curiosa expresión que emplean los judíos para su propia gente que viene de afuera, y que roza la xenofobia al establecer una primera discriminación entre los que nacen allí y los que vienen del exterior.

Avner contacta en París a Louis, un extraño personaje representante de un colectivo de mercenarios que le pasa información veraz acerca de dónde hallar a los árabes que desean asesinar. Poco a poco se va dando cuenta de que son seres humanos como él y los suyos: un doctor palestino padre de una bella niña que estudia piano a la que está a punto de matar por error; un poeta traductor de Las mil y una noches. Sin embargo el objetivo final es Salameh, el propio «fundamentalista» que fue el autor intelectual de Munich. Éste es el inalcanzable, el inatrapable y Louis no lo ayuda aunque al final admite que el problema es que la CIA lo protege y le da dinero a cambo de que no mate a diplomáticos estadounidenses (ojo: no olvidar que es una película de Spielberg).

El abnegado Avner va perdiendo en el camino a sus propios chicos debido a su propia inexperiencia, hasta que al final sólo queda uno. Y se va dando cuenta de que se está quedando solo, de que hasta mamá Israel no lo reconoce. En efecto, en una escena donde está haciendo el amor con su esposa, ella le dice que su madre es Israel (Avner fue abandonado en un kibutz, granja estatal colectiva, por su madre biológica mientras su padre estaba preso). En uno de sus viajes a Israel, un general lo abraza y lo felicita por su trabajo y le recuerda que no habrá medallas, que Golda Meir «no lo conoce», aunque fue ella quien le encargó la misión personalmente. En otra escena,  también en Israel, su madre biológica lo felicita por su trabajo y cuando Avner le dice si quiere que le cuente lo que ha hecho, ella prefiere no saberlo.
Avner empieza a estar asqueado de ese trabajo que tanto le alaban. Ha perdido a sus hombres, empieza ser un fantasma con varias identidades, a sufrir de paranoia hasta el punto de dormir en el closet por temor a que le pongan una bomba en la cama, en el teléfono o en la TV. Las pesadillas lo asedian. Cuando finalmente se reencuentra con su esposa en Brooklyn y conoce a su pequeña hija, se da cuenta de que lo siguen sus propios paisanos del Mossad, el servicio secreto israelí al que lo obligaron a renunciar.

Ephraim se reúne con él en Nueva York para tratar de convencerlo de que regrese a Israel con su familia. Le recuerda que es un «don nadie» pero que allá estará más seguro. Avner lo invita a cenar, atendiendo el precepto judío de dar de comer a los de la misma sangre donde quiera que se encuentren. Pero Ephraim rechaza la invitación, tal vez por motivos de seguridad pero lo cierto es que demuestra que el alma judía está herida de muerte. La venganza le ha helado el corazón.
III
Dos escenas claves en esta película son una en Atenas cuando el comando de Avner llega a una casa recomendada por Louis como segura y están durmiendo y en eso llegan otras personas y se trata de un grupo de luchadores palestinos. Los judíos se hacen pasar por miembros de varios grupos combatientes -IRA, ETA, Baader-Meinhof- de tal manera que terminan todos pernoctando juntos. Avner y Alí, líder del grupo palestino, hablan en la quietud de la noche. Alí le dice que no estará tranquilo hasta tener una nación palestina y que por esa causa es capaz de dar su vida. Le dice también que aunque pasen cien años luchando, lo seguirán haciendo porque para ellos lo más importante es el hogar. «Los judíos esperaron mucho para tener su hogar», agrega. Avner, entonces, se da cuenta de que la causa palestina es enteramente igual a la judía: la lucha secular por tener su propia tierra, su propia nación, su propio hogar.
Otra escena clave de de la película es la conversación de Avner con el juguetero, el desarmador de bombas que más tarde muere al detonar accidentalmente uno de sus propios artefactos, quien le expresa dudas sobre la validez de la misión y su temor de que la sangre derramada se vuelva contra ellos. Es lo que, en efecto, sucede al final. «Estamos perdiendo nuestra alma», le dice el juguetero, quien no ha sido formado para la venganza, sino para la compasión.
IV
Munich cuestiona, en primer lugar, la mitología del Mossad como uno de los servicios de inteligencia más eficientes del planeta. Por el contrario, en la película aparece como la cuna de la improvisación y lo peor de todo, es que no reconoce sus pifias. Avner queda como un héroe (anónimo, eso sí) pero en todo momento ha estado desprotegido: nadie ha seguido sus pasos y si lo han hecho ha sido para vigilarlo. Destruyeron su vida convirtiéndolo en un fantasma sin identidad, obligado a huir por todo el planeta con su familia para evitar que lo asesine un mercenario a sueldo de cualquier organización terrorista o servicio secreto. Es lo mismo, según la película.

Munich cuestiona la actual política del gobierno israelí. Si bien es cierto que Estados Unidos se halla empeñado en una de las campañas más costosas de su historia para convencer a toda la aldea global de que el principal enemigo es el terrorismo y no el imperialismo, Munich no se inscribe en esta oleada propagandística, aunque uno, a simple vista pudiera pensarlo al preguntarse por qué Spielberg escogió hechos ocurridos hace más de 30 años.

La justificación es lo que ahora pasa en Palestina: la radicalización de la posiciones es una verdad indiscutible. El gobierno de Sharon, empeñado contra toda sensatez en llevar adelante una política de apartheid, como la aplicada por el gobierno racista de Sudáfrica y que Mandela y su gente derrotaron gloriosamente, que tiene en la edificación de un muro separador de las naciones su manifestación más ostentosa, se topa ahora con la realidad de un gobierno palestino controlado por el Hamas, producto de elecciones libres. Son patéticas las declaraciones israelíes de que no van negociar con un gobierno controlado por una facción terrorista. Pero resulta que la victoria del Hamas es evidencia de la voluntad popular. Si bien es cierto que el Hamas ha recurrido en el pasado a acciones violentas, también es cierto que el estado israelí está fundado sobre la sangre de miles que murieron en acciones terroristas de grupos clandestinos judíos. Este movimiento responde a una necesidad profunda del pueblo palestino cual es tener por fin una nación, un estado y un hogar que los israelíes les niegan sistemáticamente como si fueran animales o seres que no merecen tener lo que todo pueblo, entendido como comunidad cultural históricamente determinada, merece: un hogar sobre la tierra que hace miles de años ocupan y que no en balde se llama Palestina.
Munich es una película sorprendente porque Spielberg, después de demostrarnos que el Holocausto existió, ahora nos convence de que la política israelí de desconocimiento de los derechos palestinos es no sólo criminal sino suicida. Con esta cinta Spielberg no sólo demuestra su madurez como cineasta, sino su angustia como judío y a la vez se erige como una voz. sensata y reflexiva para que se produzca un cambio en la política israelí hacia sus vecinos históricos. Nos recuerda un poco a la aseveración de Ghandi: si aplicamos la ley del ojo por ojo, al final todos nos quedaremos ciegos.

      Eloi Yagüe Jarque, escritor y periodista venezolano