Introducción En Brasil, llamamos «casuísmo» (decisión de ocasión) cuando un conjunto de reglas es decidido o alterado conforme a la conveniencia del gobierno de turno al frente del Poder Ejecutivo. A lo largo del año 2013, en especial después de las jornadas de protesta de mayo, junio y julio, la llamada crisis de representación alcanzó […]
Introducción
En Brasil, llamamos «casuísmo» (decisión de ocasión) cuando un conjunto de reglas es decidido o alterado conforme a la conveniencia del gobierno de turno al frente del Poder Ejecutivo. A lo largo del año 2013, en especial después de las jornadas de protesta de mayo, junio y julio, la llamada crisis de representación alcanzó niveles límites. La mayor parte de los brasileños no cree en los partidos políticos y menos aún en los políticos profesionales. Como una posible respuesta a las protestas populares, la presidenta Dilma Rousseff (PT, aliada al mayor partido oligarca, aunque no el más reaccionario, el PMDB) llegó a meditar la posibilidad de una Constituyente Exclusiva para debatir la Reforma Política. Poco menos de 2 meses antes, el relator de la propuesta de Reforma Política, el diputado federal Henrique Fontana (PT del estado del Río Grande del Sur), fue abandonado hasta por sus correligionarios, además de haber sido hostilizado en la amplia base del gobierno (con mayoría en el Congreso Nacional). No salió reforma y menos aún Constituyente Exclusiva, sólo algunos rasgos de reforma electoral que, si vinieran al caso, serán más prejudiciales que la situación actual.
Hice esta introducción para que los lectores de habla castellana y países hermanos latino-americanos puedan entender la situación narrada abajo. El «casuísmo» organiza la disputa política en el Brasil, siendo que de la disidencia del lulismo (seguidores de la política, de cierta forma asociados al carisma del ex-presidente Lula) puede salir la candidatura de «oposición». En el pleito de 2010, la tercera colocada, intentando marcar un discurso de tipo tercera posición, fue la política del Acre (estado de la Amazonía), Marina Silva. Ella recibió cerca de 20 millones de votos postulando por el fragmentado y poco orgánico Partido Verde (PV). Después de esta experiencia intentó crear un nuevo partido, la Red de Sustentabilidad. En el Brasil, el Tribunal Superior Electoral exige un número mínimo de firmas, siendo estas constatadas por notarios electorales (secciones legales). Se organizó así una especie de decisión casuística contra Marina, por tener ella oportunidades reales de victoria en las urnas en octubre de 2014. Cuando el nombre de Red de Sustentabilidad fue negado Marina tenía pocos días para escoger otra sigla, y el sábado 05 de octubre fue al Partido Socialista Brasileño (PSB, en verdad un partido nada socialista que está en el campo de una ex-izquierda moderada y aliada al gobierno federal), partido éste que se abre del gobierno y va a arriesgar sus oportunidades con un candidato propio. Quién la habría invitado fue el favorito del PSB para disputar la presidencia. Veamos la crítica a esta maniobra política.
La maniobra política
La ex-senadora por el PT y ex-ministra del Medio Ambiente de Lula, la acreana Marina Silva (natural del estado del Acre, en la Amazonía Occidental), decide aceptar la invitación de la dirección nacional del Partido Socialista Brasileño (PSB) y se afilia. Sumadas las intenciones de voto suyas y las de Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco (del PSB); se observa una real amenaza para la reelección de la presidenta Dilma Rousseff (PT). Más allá del análisis electoral como carrera de caballos y juegos de oportunidades, la filiación de la creadora de la abortada Red de Sustentabilidad refleja la misma crisis de representación política tan contestada en las calles brasileñas en las jornadas de protestas, cuyo ápice fue en junio.
Cualquier teoría democrática que incluya la organización de ciudadanos en torno a un conjunto de ideas, verá el concepto de experiencia política acompañado por el sentido de pertenencia. Imagino la reacción de un militante de base, miembro de directorio municipal de un partido, al ver todas sus instancias internas vaciadas o atropelladas, a partir de una maniobra electoral de la dirección estadual o nacional. Cuando una líder política de la envergadura de Marina es invitada a participar de un partido, trayendo consigo un enorme volumen de votos, nadie en su sana conciencia espera que la ex-compañera de lucha de Chico Mendes (mártir de los pueblos de la floresta, asesinado en diciembre de 1988) irá pacientemente a construir su trayectoria dentro de la nueva agremiación para, en un par de años, comenzar a disputar cargos electivos.
El proceso es justamente el contrario. Políticos profesionales valorizados ven suyos los pases disputados por ejecutivos nacionales así como por empresarios, y pelean por contratos como cracks de fútbol. Si evaluáramos su trayectoria anterior cuando aún lideraba pueblos de la floresta en la Amazonía Legal, la hoy política hizo lo inverso a cuando era sindicalista y defensora del medio ambiente. En la década del ’80, la construcción partidaria surgió del movimiento popular y de este salían los proyectos de poder. Tres décadas después intenta levantar un partido ya con opción electoral, sin la densidad social necesaria que la diferencie del pragmatismo político.
Es posible que la maniobra lleve a Marina y Eduardo Campos, o viceversa, a Planalto (palacio presidencial). En justicia la filiación realizada no es ninguna novedad, siendo empleada en la última década por casi todos. La ex-ministra demuestra ser una operadora política de primer orden, con oportunidades reales de ganar en las urnas el Poder Ejecutivo. A la vez, materializa con esta jugada lo peor de la política brasileña, reforzando la misma crisis de representación radicalmente criticada en el país.
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