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Sueño

Fuentes: Rebelión

Soñé que llegaba a una oficina pública cualquiera y habían externalizado la gestión de los clips. Una fórmula megayupi servía para calcular con exactitud cuántos clips requería de media un auxiliar administrativo, a una productividad del ocho por ciento elevada al cuadrado de Pi. El derroche de clips resultaba insostenible, así que para atajar el […]

Soñé que llegaba a una oficina pública cualquiera y habían externalizado la gestión de los clips. Una fórmula megayupi

servía para calcular con exactitud cuántos clips requería de media un auxiliar administrativo, a una productividad del ocho por ciento elevada al cuadrado de Pi. El derroche de clips resultaba insostenible, así que para atajar el despilfarro el departamento de disfunción pública había contratado a una empresa privada un sistema de software super-eficaz por sólo treinta millones de euros. Un cartel fluorescente anunciaba las medidas de ahorro. Para fotocopiar un documento, tecleé un código de nueve dígitos, porque en aras de la optimización de los recursos no fungibles, se permitía el acceso a la máquina sólo cuando una empresa privada, dirigida por la amiga del primo de un consejero, activaba por unos módicos 11 euros cada apertura del depósito de papel DINA4.

Soñé que a la entrada del trabajo tenía que poner el dedo en un aparato instalado por una empresa privada que casi siempre fallaba, porque «cualquier pielecita, sudor, mota o resto de gel» impedían su lectura digital. Soñé que un guardia de seguridad privado me abría la puerta; soñé que subía al segundo piso y allí se afanaba una limpiadora de una empresa privada a la que cada tres meses subrogaba otra empresa cambiándole vestuario y logotipo. Soñé que me robaban mi tiempo, ya que la operación sumatoria no había sido incorporada al sistema informático para el fomento del presentismo, de modo que se restaban los minutos de menos pero no se me contaban los minutos de más. Soñé que flexibilizaban el horario laboral hasta tal punto que se podía elegir entre las 8 y las 8,10 para entrar al trabajo. Soñé que estando enferma, mis datos personales se enviaban por fax a una empresa cibernética que a su vez los enviaba a otra para que fueran colgados confidencialmente en una red centralizada al acceso de cualquiera.

Como los baños de la primera planta seguían sin generar beneficios se había optado por su privatización, encargándose ahora de su gestión una multinacional de servicios, batiburrillos y contratos basura, que surtía de informáticos, servicios de hemodiálisis, radiólogos a domicilio, profesores volantes o gestores de water públicos. A los lados de las ventanas se reduplicaban los operarios de la empresa Relon , encargados de bajar y subir persianas a medida que el sol iniciaba su ascenso, adaptando la gradación lumínica a las necesidades departamentales mucho más eficientemente que si lo hicieran funcionarios, ya que éstos en un elevado porcentaje pasaban sus mañanas en la playa, según un estudio nunca visto pero que todos citaban, elaborado por una consultora; la misma que recomendaba la externalización de servicios públicos, la misma que había resultado adjudicataria de algunos de los servicios privatizados.

Soñé que por realizar las notificaciones postales de las que antes se encargaban empleados públicos, ahora una empresa privada cobraba nueve euros por cada una. Soñé que después del PICAP venía el SEFCA, después el RICDA, y quizás luego el MODCA, porque aquellos aplicativos informáticos eficientísimos, contratados por diez millones de euros a la empresa de la amiga de la hija del concejal, habían quedado desfasados casi al instante, siendo reemplazados por otros aún más eficientísimos, contratados a la nuera del asesor…Y entonces me desperté.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.