Esto no se veía en Francia desde mayo de 1968: decenas de estudiantes corriendo por el bohemio Barrio Latino, en el centro de París, siendo perseguidos por tiras con toletes y gases lacrimógenos. Gritos de pánico llenaron las calles del tradicionalmente ameno y fiestero barrio que rodea el edificio histórico de La Sorbona. Sillas y […]
Esto no se veía en Francia desde mayo de 1968: decenas de estudiantes corriendo por el bohemio Barrio Latino, en el centro de París, siendo perseguidos por tiras con toletes y gases lacrimógenos. Gritos de pánico llenaron las calles del tradicionalmente ameno y fiestero barrio que rodea el edificio histórico de La Sorbona. Sillas y pupitres quedaron tirados a media calle, mojándose bajo la lluvia constante y suave de marzo, como muestra inservible de la resistencia estudiantil. Los hechos se precipitaron y el gobierno no quiso que se le saliera de las manos, como pasó hace unos meses con los disturbios en los alrededores de la capital gala. Actuaron, a partir de una solicitud de la rectoría de la universidad, con presteza, eficacia y algo de brutalidad.
Todo comenzó hace unas semanas, cuando el gobierno derechista de Chirac, con el Primer Ministro Dominique de Villepin como vocero, anunció una flamante nueva ley de contratación: el Contrato de Primer Empleo (CPE). La idea es sencilla y está de moda. Es, en esencia, un ensayo más en la afamada «flexibilización laboral» que los grandes capitales exigen constantemente, ya que alegan que los derechos laborales les impiden crear nuevos empleos. Claro, tienen razón: contratar a alguien tiene muchos gastos adicionales y, horror, uno no puede simplemente correr a la gente cuando ya no la necesita. En particular en Francia, donde los sindicatos son poderosos y sí velan por los derechos de los trabajadores.
En el metro ha empezado a aparecer una viñeta de propaganda, financiada por los sindicatos, que da su opinión sobre el CPE. Se titula «Tres pasos para obtener trabajo». El primero es un dibujo de un trabajador besándole la mano a un empresario. El segundo es el mismo trabajador besándole los pies al empleador. El tercero es el trabajador besándole el culo a su jefe. Eso resume bastante bien la sensación que hay en torno a este proyecto de ley que ha sido aprobado por los parlamentarios. Más específicamente, el CPE plantea que los menores de 26 años serán contratados por un «periodo de prueba» de dos años. En este tiempo, el empleador podrá despedir al trabajador sin justificación alguna y sin pagarle indemnización. Villepin asegura que esa fórmula animará a las empresas a la contratación de jóvenes, pero no ha convencido demasiado: su popularidad ha sufrido un fuerte golpe. Además, motivó la marcha más grande que ha visto Francia en mucho tiempo. Cerca de un millón de personas, entre trabajadores y estudiantes, protestaron el martes de esta semana contra la ley. Eso no significa que no se vean marchas en París. Hace sólo unos días, miles marcharon contra la discriminación y pocos días antes lo hicieron por la liberación de Ingrid Betancourt, a los cuatro años de su secuestro en Colombia por parte de las FARC.
Pero ninguna fue tan grande y tan cargada de consignas, gritos y furia. Y con algo de razón: de por sí es difícil para los jóvenes encontrar empleo en este país (entre los menores de 30 años, el desempleo está por arriba del 22%), y les aterroriza pensar que ahora los empleos a los que tendrán acceso serán inestables y sujetos al estado de ánimo de sus jefes. Un error y estás fuera, sin explicaciones. «Es empleo para esclavos», gritaba una estudiante en la manifestación, con su rostro enrojecido. «Si el CPE se mantiene, significa el fin de la seguridad de empleo para los jóvenes y el fin de los empleos para el futuro», aseguró.
Total, el miércoles en la tarde los alumnos tomaron La Sorbona e impidieron la entrada de otros estudiantes y profesores. La poderosa Unión Nacional de Estudiantes Franceses, informó que 38 centros educativos de todo el país entrarán en un estado de paro hasta que el primer ministro flexibilice su postura. Cientos de miles de estudiantes universitarios serán afectados por la huelga. Con la violenta expulsión de ayer, podremos esperar una respuesta similar por parte de los estudiantes, que probablemente se unificarán tras el ataque. La efervescencia social se siente en las calles de París; tras la quema de autos, tras la violencia racial, tras la discriminación y la falta de empleo, se va gestando una enorme movilización; se va gestando un sueño, a veces errático, a veces confundido, a veces sinsentido, pero un sueño de rebelión. Como en el 68, surge un deseo de no dejarse más. De demostrar la valía de cada uno. Estos sueños, con frecuencia, no llevan a nada. Pero cada tanto, en algunos lugares, se logran cambios que impactan por generaciones. Hoy, las consecuencias son impredecibles.
Sí, Francia está deprimida, pero empieza a enojarse. Y empieza a soñar.