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18 minutos de todo y nada

Ted

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Corre el reloj. Una especie de «stand up«, que no promete humor, se encarama en el territorio del saber para desafiar la capacidad de síntesis escénica en los expositores elegidos. Tic tac, tic tac. TED presupone habilidades discursivas equilibristas para ideas centristas que a nadie molesten. Hay que ser breve, interesante y entretenido (en lo […]

Corre el reloj. Una especie de «stand up«, que no promete humor, se encarama en el territorio del saber para desafiar la capacidad de síntesis escénica en los expositores elegidos. Tic tac, tic tac. TED presupone habilidades discursivas equilibristas para ideas centristas que a nadie molesten. Hay que ser breve, interesante y entretenido (en lo posible) blandiendo argumentos de estirpe diversa pero siempre con tono de saber creíble basado en la pasión, la simpatía o la capacidad vendedora del monologuista en turno. El aplausómetro resuelve todo. La sociedad del espectáculo dueña del conocimiento mercantilizado.

Es un torneo en el que parece que con «ideas» se arregla todo. El público queda complacido con un desfile de expositores que se las ingenia para robar un pedacito de memoria en sus audiencias y para regurgitar miguitas de aprecio en el pico de sus egos. Hacer todo para la cámara. Aplausos. El conocimiento es otra cosa. Ya que es imposible (en más de un sentido) ver todos los «episodios» de TED, en el «reality show» de la inteligencia teatralizada, unos cuantos «botones de muestra» elegidos azarosamente alcanzan y sobran para entender la estructura oculta de un relato al que nada le importa del saber la praxis. Aunque lo parezca. Son cosas del idealismo televisado. Dicen en TED: «We believe passionately in the power of ideas to change attitudes, lives and, ultimately, the world [1]

No se trata, aquí, de denostar las habilidades didácticas, ni mercadológicas, de quienes creen que tienen algo que aportar a un público que busca entretenerse con las «ideas». No se trata de restar valor a la simpatía, ni al ingenio discursivo de quienes, con casi sólo su capacidad narrativa, echan a andar el reloj del espectáculo y se sienten satisfechos de salir en la tele de TED. No se trata de reducir a «crítica personal» lo que es, en el fondo, un aparato mercantil que uniforma, es decir, mete en un formato (el formato de la vidriera mercantil) algunas experiencias del pensamiento. Los formatos del «Show Business» nos invaden. He ahí el problema.

Digámoslo en menos de 18 minutos: El mundo no cambiará sólo con «buenas ideas». Tampoco con «buenos propósitos» ni con «buenos muchachos». Eso es palabrería ilusionista para entretener esperanzas cándidas. El mundo cambiará cuando cambien las relaciones de producción y aceleremos el final definitivo de sociedades divididas en clases, final de sociedades injustas y sociedades alienadas. Para eso hay que terminar con el capitalismo y no son las ideas que TED pone en escena las que más trabajan para concretar, objetivamente, la práctica que supera al capitalismo definitivamente. ¿El público tiene derecho a objetar? A veces parece todo lo contrario.

¿Por qué exigirle a TED que asuma una tarea para la que no fue creado? Para no confundirnos es necesario desterrar ilusionismos. Si TED quiere «cambiar el mundo» no será comportándose como circo de pensamientos con pistas de minutos escasos. Así no logará frenar a la industria bélica que gobierna al planeta ni al capitalismo que la amamanta. Así no logrará detener a las maquinarias depredadoras de los ecosistemas que lucran impunemente con la riqueza natural que pertenece a los seres humanos todos. Así no se frenará la etapa más demencial y monstruosa de explotación humana que aniquila a la clase trabajadora en cuerpo y alma. Así no TED.

Cuando se sabe que, con cierto método, no se puede cambiar al mundo entonces lo mejor sería cambiarlo. El método de hacer show de ideas, por «chispeantes» o provocadoras que sean, ha demostrado su inutilidad a la hora de la verdad. Ha demostrado, incluso, en el peor de los casos, todo lo contrario, es decir, servilismo a un modo de fabricar engaños en que con palabrería se insufla esperanzas que conducen directamente el abismo de la demagogia. Ya lo hemos padecido enormemente. Peor es cuando, con apariencia de «buena voluntad» juvenil y muy creativa, lo que se hace, a sabiendas o no, es inventar aparadores de ideas para alimentar la anemia intelectual de la burguesía. Peor es cuando se disfraza de «buena onda» el oficio servil de arrimar carne intelectual fresa a las jaurías del capitalismo que, en su infinita degradación, son cada más ignorantes. Caro que uno no puede exigirle a TED lo que no nos promete.

Es posible, y necesario, que un cierto rigor exija a los monologuistas de TED mínimos de calidad y pruebas fehacientes sobre lo que afirman en sus exposiciones. Es deseable que no reine el «look» ni el «maquetineo» a la hora de aprobar a un participante. Es deseable que, al menos, se exija disciplina lógica en la argumentación (ya que de exponer ideas se trata) y sin opacar lo «creativo», no se toleren sofismas a destajo acomodados a la oportunidad de una retórica de anecdotario y a la urgencia televisiva de ser simpático -a fuerza- por imperios del «raiting» y el «timing«. Salvemos a las excepciones, siempre.

La movida TED gana terrenos en muchos países, hay participantes que aguardan en listas de espera durante meses y los hay que no logran ser incluidos. El éxito de TED indica que han sabido entender, a su modo, la «sed de ideas» que la humanidad experimenta, en medio de la crisis de dirección revolucionaria que nos aqueja. Eso indica que han hecho de una necesidad social una interpretación y un uso comercial que aun bajo la consigna «TED is owned by a nonprofit, nonpartisan foundation» debería mostrar sus «libros contables» si, al fin y al cabo, lo que importa son las ideas.

Por cierto que ese método de asignar 18 minutos a la exposición de una idea, tiene ancestros en las estrategias de vendedores, y de algunas iglesias, para lograr vender algo, o convencernos, en el tiempo más corto y con el mejor rendimiento comercial. A taza de 18 minutos por venta, una jornada de 8 horas laborales, redunda en, al menos, 20 operaciones que multiplicadas por el número de vendedores disponibles, y por cada mes, da una fuerza de mercado a la que le urgen argumentos, palabrería, vocabularios y silogismos de consumo y para el consumismo. ¿Habrá pensado o hablado alguien de TED sobre eso?

Notas

[1] http://www.ted.com/about/our-organization

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.