Cuentan que, hace ya muchos años, Jesucristo le aseguró a Pedro: «sobre esta piedra edificaré mi iglesia». Ignoro de qué tamaño era aquella piedra porque los historiadores nunca han querido entrar en semejantes detalles, pero su lugar lo ocupa ahora el majestuoso Vaticano, con su impresionante Plaza de San Pedro incluida. Recientemente, en Costa de […]
Cuentan que, hace ya muchos años, Jesucristo le aseguró a Pedro: «sobre esta piedra edificaré mi iglesia».
Ignoro de qué tamaño era aquella piedra porque los historiadores nunca han querido entrar en semejantes detalles, pero su lugar lo ocupa ahora el majestuoso Vaticano, con su impresionante Plaza de San Pedro incluida.
Recientemente, en Costa de Marfil, un dadivoso presidente llamado Félix Houphouët-Boigny, pagó de su «bolsillo» nacional alrededor de 300 millones de dólares para hacer posible sobre otra «piedra», en este caso africana, la Basílica de Nuestra Señora de la Paz, réplica exacta de la vaticana y con capacidad para acoger a 18 mil personas.
Con el cambio de siglo comenzó a construirse en Guadalajara, México, un templo llamado a ser el mayor del mundo y capaz de albergar a 75 mil personas en las diez hectáreas que mide la «piedra».
Son sólo algunas de las «piedras» que la Iglesia ha construido para honrar su memoria
Cuentan que, hace ya muchos años, el Mercado le aseguró a Jesucristo: «sobre este pesebre edificaré la Navidad».
Tampoco sé de qué tamaño era aquel pesebre, pero si quiere una réplica exacta, árbol y belén incluidos, con su correspondiente banda sonora, luces intermitentes, reyes magos, turrones, champañas, pavo asado, merluza, lotería y regalos para dar y tomar, pase cuanto antes por el Corte Inglés de su preferencia o encargue su compra por Internet.
Extraño destino el de un niño ilegal, inmigrante desprovisto de papeles, el más pobre entre los indigentes, amenazado de muerte por un Estado que nunca le perdonó su propuesta de paz y de justicia.
Tal vez a ello se deba que sea el único que nunca vuelve a casa por Navidad y a quien tampoco van a encontrar en esos fastuosos templos erigidos en su nombre. El sigue entretenido en los bateyes, en los cinturones de miseria que circundan sus templos y sus fiestas, allá donde nunca está su «iglesia» y en donde puede seguir siendo divino.
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