La covid-19 tendrá muchas secuelas en nuestras vidas y en la economía, pero posiblemente sea una de ellas la que va a marcar especialmente nuestro futuro: el crecimiento de la deuda.
Si de 2008 a 2019 la deuda global aumentó en 87 billones de dólares, de 168 billones a 226 billones, es fácil intuir la aceleración que va a tener como consecuencia de una pandemia que obliga a realizar muchos más gastos extraordinarios. Tantos, que incluso los más férreos partidarios de recortarlos reclaman que se realicen cuantos sean necesarios y asumen que hay que olvidarse de la estabilidad presupuestaria.
Ante el endeudamiento extraordinario se puede caer en diferentes tentaciones que darían lugar a problemas mucho peores de los que estamos viviendo.
La primera es creer que las economías pueden seguir teniendo a la deuda como motor de la actividad económica por tiempo indefinido. Es un error fatal: si el crecimiento de la economía depende del crecimiento de la deuda se deduce fácilmente que para que crezca la economía debe crecer … ¡el crecimiento de la deuda! Es decir, que para que no se detenga el crecimiento de la economía debe producirse una aceleración constante de la deuda, algo materialmente imposible.
La segunda tentación es pensar que el crecimiento cuantitativo de la deuda no es lo que realmente importa, sino que hay que prestar atención a la proporción que la deuda representa sobre el PIB. De ahí se deduciría que mientras que se logre que crezca suficientemente el PIB se podrá gobernar la deuda sin problemas. Se trata de otro error importante por varias razones. En primer lugar, porque eso puede ser cierto en valores agregados, pero no cuando se baja a la concreción del endeudamiento. La deuda total no se distribuye homogéneamente entre todos los sujetos económicos, de modo que un determinado porcentaje de deuda sobre el PIB que puede parecernos soportable es en realidad letal para muchas empresas y hogares. En segundo lugar, porque el crecimiento continuado del PIB para sostener la deuda ni es posible permanentemente, como dije antes, ni deseable. En las condiciones en que hoy día se produce y consume, más actividad económica es una amenaza para el medio ambiente que a la postre bloquea no sólo a la propia actividad económica sino a la vida en el planeta. Y, finalmente, porque el porcentaje de deuda sobre el PIB no es por sí mismo indicador de la sostenibilidad de la deuda. Algunas economías, como la japonesa, pueden salir adelante con porcentajes de deuda muy elevados y otras, como la propia española, pueden tener muchas más dificultades a pesar de tenerlo bastante más bajo: el mayor o menor daño de la deuda depende de que haya más o menos pública o privada, de quiénes sean los acreedores o de la estructura de generación de ingresos de cada economía, entre otras razones.
La tercera tentación es creer que la única deuda que genera problemas y a la que hay que hacer frente es la pública. Es otro error grave porque la deuda de los gobiernos incluso puede ser la solución cuando la economía se paraliza, mientras que la deuda privada y especialmente la de las empresas termina frenando la inversión y la creación de actividad económica. De hecho, mientras que en estos momentos la primera es de obligada generación para sacar adelante a las economías, la que están acumulando las empresas en todo el mundo se va a convertir en la principal causa de problemas en los próximos tiempos.
La cuarta tentación consiste en creer que, para frenar el crecimiento de la deuda, y especialmente de la pública, lo que hay que hacer es recortar gastos. Al pensar esto se olvida que el gasto es el motor de la economía y que, cuando se reduce, lo que ocurre es que las economías se frenan, de modo que resulta más difícil disponer de ingresos para pagar la deuda, lo que obliga a endeudarse más todavía, lo que hace que aumente sin cesar. Es la paradoja que encierran las erróneas políticas de austeridad que se aplicaron en Europa para hacer frente a la crisis de 2008 y la que ha dado lugar a que haya millones de empresas zombis (sin beneficios suficientes para pagar su deuda) en la economía mundial.
La quinta tentación es creer, aunque sea sin decirlo, que lo mejor o lo único que se puede hacer frente a la deuda es permitir que la inflación, la subida de precios, «se la coma». Es un error porque así es cierto que se reduce la deuda, pero a costa de otros problemas colaterales, de eficiencia y de equidad, posiblemente peores.
La última tentación es considerar que la deuda es el resultado de que los sujetos económicos viven por encima de sus posibilidades cuando la realidad es otra: la deuda es el negocio de la banca, un negocio que pueden hacer crecer ad infinitum porque el dinero que prestan lo sacan de la nada. El modo de vida que lleva a recurrir constantemente al crédito es el impuesto por la publicidad, la cultura y las políticas de escasez artificial que promueven la banca y los grandes poderes financieros para ampliar su negocio.
Si de verdad se desea acabar con la losa y la esclavitud que genera la deuda hay que entender que ésta se incrementa sin cesar en nuestro tiempo por cuatro razones principales.
La primera causa de crecimiento constante de la deuda es la desigualdad. Mientras que la renta se viene concentrando cada día más en un grupo social muy reducido de población y de empresas, la mayoría de la gente y de las pequeñas y medianas empresas o de los trabajadores autónomos viven en condiciones cada vez más precarias, con ingresos que apenas si llegan a cubrir sus gastos o necesidades, y mucho más cuando la economía se deteriora por cualquier circunstancia, como ahora con la pandemia. No hay manera de disminuir la deuda que no pase por frenar la concentración de la renta y reducir la desigualdad.
La segunda causa que hace que la deuda y los problemas que plantea aumenten sin cesar es la caída en la tasa de rentabilidad del capital productivo que es paralelo al aumento en de la que corresponde al capital financiero. No se puede reducir la deuda sin desincentivar y penalizar la ganancia que produce la especulación financiera e incentivar y proteger a la que genera la actividad económica productiva y ambientalmente sostenible.
La tercera causa que está haciendo que la deuda aumente son los intereses y, en general, los gastos asociados al crédito. Si sólo se considera el tipo de interés oficial o de referencia que fijan los bancos centrales podría creerse que esta factura es muy baja para los hogares y las empresas, pero basta con comprobar el tipo efectivo que se aplica a los préstamos que reciben para comprobar lo que realmente representan los intereses (las operaciones de crédito habituales de la banca española se realizan con tipos efectivos de alrededor del 5% a poco que pasen de un año y las operación aplazadas con tarjeta de crédito puede tener un TAE superior al 50% a pesar de que todas ellas se financian con un dinero que los bancos crean sin coste alguno). Y un coste financiero singular que supone una carga a veces insoportable (especialmente para los Estados) es el que impone la especulación financiera aumentando, muchas veces alentando riesgos que ellos mismos crean, las primas de riesgo o la volatilidad de los productos financieros con que se renegocian sin parar los títulos de la deuda. No se podrá reducir la deuda mientras se mantenga el poder de mercado de los bancos que les permite imponer costes financieros desorbitados y se frene la especulación.
La cuarta razón que explica que la deuda crezca sin parar ya lo he mencionado: es el negocio de los grupos más poderosos del planeta, no sólo económica sino políticamente. Dicho de otro modo, no será posible reducirla sin limitar el poder político de estos grupos. Y como éste proviene del privilegio que les supone poder crear dinero de la nada, sólo se podrá evitar que sigan dominando el mundo a través de la deuda si se acaba con el sistema de reserva fraccionaria que es como se llama técnicamente ese modo de actuar de la banca.
Todo lo que acabo de señalar creo que lleva a una conclusión elemental: puesto que la deuda ha crecido tanto porque se ha convertido en el motor principal de nuestras economías y es el negocio más rentable de quienes tienen la capacidad de tomar las decisiones que guían las políticas económicas, no hay posibilidad real de reducirla sin paralizar la vida económica y provocando, por tanto, un colapso de las economías. Es la paradoja de nuestro tiempo. No se puede arreglar un problema en el motor de un vehículo sin detenerlo. Así que, o dejamos que nuestras economías de deuda sigan avanzando a toda velocidad hacia el precipicio o se toman decisiones de otro tipo, políticas, que son las que siempre se han utilizado para resolver las crisis de deuda cuando éstas han alcanzado puntos de no retorno, como nos ocurre ahora.
No cabe otra posibilidad que poner los relojes a cero o, al menos, en una hora que permita que las economías respiren. No hay otra forma de enfrentarse a la situación a la que hemos llegado que no sea la de diseñar una amortización estratégica de la deuda global mediante reestructuraciones y quitas bien organizadas. Reestructurar las deudas no es algo nuevo en la historia económica. Países que ahora son tan reacios a ellos, como Alemania, no podría haber llegado a donde han llegado en su historia reciente sin condonaciones, modificaciones y quitas diversas de su deuda. Los bancos centrales no pueden seguir poniendo dinero sin límite para salvar a los bancos de los impagos de deuda que su propia codicia y privilegios producen cuando podrían permitir fácilmente que las economías abordaran en óptimas condiciones su reconstrucción y desarrollo para hacer frente a los grandes problemas que tenemos por delante.
Ahora mismo, la negociación a escala internacional de un plan para la eliminación de la deuda como principal problema de las economías puede parecer una utopía. En poco tiempo, será una necesidad acuciante y los banqueros y grandes financieros tendrán que pasar por el aro. Ya han ganado lo suficiente y las economías, las empresas que crean riqueza y empleo y las personas, ya han sufrido bastante e innecesariamente.
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’