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“Por una noche se olvidó / Que cada uno es cada cual.
Hoy el noble y el villano, / El prohombre y el gusano
Bailan y se dan la mano / Sin importarles la facha. (…)
El sol nos dice que llegó el final / Vuelve el pobre a su pobreza,
Vuelve el rico a su riqueza / Y el señor cura a sus misas.”
¿Por qué comenzar este escrito con esta cita de Joan Manuel Serrat? Porque el Mundial de Fútbol es una clara representación de este poema del catalán: una “fiesta” donde se pone entre paréntesis la marcha del mundo para colocar a la prácticamente totalidad de la humanidad en una suerte de hipnosis colectiva. Pero el mundo no se detiene.
Alguien dijo: “Con el Mundial nos tratan de adormecer”. Corrijamos: no es con el Mundial, con ese circo de un mes de duración que esta vez se realizó en Qatar. ¡Ya estamos adormecidos! El campeonato de la FIFA es solo la guinda en el pastel de un muy bien aceitado mecanismo de control ideológico-cultural con el que el sistema capitalista global “adormece” día a día a la gente. Fuera de la alegría de algunos y las caras largas de otros, el lunes siguiente a la gran final todo sigue igual. Difícilmente se apruebe en algún país, como herencia del campeonato recién terminado, una nueva política de difusión masiva del fútbol, o como consecuencia colateral de esta fiebre que se vivió se desarrolle una nueva actitud hacia el deporte en general. ¿Habrá más deportistas luego de este Mundial, menos jóvenes consumidores de drogas o, en todo caso (como efecto no precisamente deseable), no habrá más gente desesperada que verá el fútbol como una forma –individual, por cierto– de “salvarse” al poder fichar como profesional? ¿Cambió en algo la situación de Medio Oriente luego de este mes? ¿Estamos mejor después de esta “fiesta descomunal, inolvidable, llena de alegría y felicidad”, como promocionaban sus organizadores? Las 20,000 personas diarias que mueren por hambre o por causas directamente ligadas a la desnutrición en todo nuestro planeta, o los 25,000 dólares por segundo que se gastan en armamentos, las 3,000 personas que diariamente marchan desesperadas del empobrecido Sur hacia la opulencia del Norte, la casi mitad de población mundial que sobrevive con dos dólares diarios, los alrededor de 800 millones de adultos analfabetas que existen, de los cuales dos terceras partes son mujeres, y el blancocentrismo infame que recorre el mundo (aunque muchos de los jugadores de las potencias europeas sean latinoamericanos o de origen africano), no terminaron. ¡Ni van a terminar mientras continúe el capitalismo!
En todo caso, estas “fiestas” –repetidas casi a diario, en menor escala que lo de Qatar, con la interminable cantidad de partidos, ligas y campeonatos que se disputan en prácticamente la totalidad del mundo– son las que mantienen “tranquilas” (¿adormecidas?) a las poblaciones, para que no protesten. O no protesten demasiado (en Perú, durante la copa mundial, las protestas no se detuvieron, con 26 muertes a manos de la policía, y los más de 50 frentes de combate activos –el de Ucrania es uno más– tampoco se detuvieron. ¿Por qué se iban a detener?). “Fútbol: pasión de multitudes”, se ha dicho. O, como expresó el griego Nikos Bogiopoulos: “Fútbol: una religión sin infieles”. Si un pensador decimonónico pudo decir que “la religión es el opio del pueblo”, hoy ese lenitivo, ese bálsamo para olvidar la crudeza de la vida, es el fútbol profesional llevado a este sitial de honor por la empresa capitalista. Más allá de que el deporte sea atractivo –y, por cierto, lo es– esta locura que desata es algo manipulado, bien pensado. Recordemos que “Nuestra ignorancia fue planificada por una gran sabiduría” (Scalabrini Ortiz). Ahora que pasó ya la euforia inmediata de todo el show magistralmente montado, con cabeza fría, pueden hacerse algunas observaciones:
El Campeonato Mundial de Fútbol de la FIFA, realizado cada cuatro años (se habló de hacerlo cada dos, incluso) es el evento deportivo más grande. Su masificación evidencia lo que hoy día es la masificación global de la humanidad: todo el mundo, al unísono, hace lo mismo (¿piensa lo mismo?, ¿consume lo mismo?, ¿se alegra o se entristece con lo mismo?). Los medios masivos de comunicación (televisión, redes sociales, radio, prensa escrita que aún sobrevive) son su columna vertebral. La final de Qatar fue vista por 3,500 millones de personas, el evento televisivo más observado en la historia.
La idea de deporte amateur, en el sistema capitalista, ha quedado absoluta e irremediablemente desechada. El fútbol, como todos los deportes, nacido como pasatiempo atractivo, pasó a ser 1) un mega-negocio fabuloso y 2) un poderosísimo instrumento de control social manejado por poderes globales. “El espíritu amateur que se pusiera en marcha con la reedición moderna de los Juegos Olímpicos de la mano del Barón Pierre de Coubertin en 1896 en Atenas, ya no existe. El deporte, por cierto, no nació como actividad profesional; distintas sociedades, a su modo, lo han cultivado a través de la historia, siempre como culto a la destreza corporal. La profesionalización y su transformación en gran negocio a escala planetaria es algo que solo el capitalismo moderno pudo generar”, declaró hace unos años un funcionario del Comité Olímpico Internacional. Por supuesto, eso le valió su expulsión. El recién finalizado Mundial de Qatar movió cantidades impresionantes de dinero. Solo para graficarlo: la selección ganadora se llevó 52 millones de euros en premios. Mucho más, por supuesto, ganaron la FIFA y la monarquía qatarí organizadora.
Qatar, con la tercera mayor reserva mundial de gas natural y gran productor de petróleo, es en estos momentos el país con la renta per cápita más alta del planeta y su índice de desarrollo humano –medido por Naciones Unidas– es el segundo más alto del mundo árabe, por detrás de Emiratos Árabes Unidos. Según estimaciones del Banco Mundial, su economía es reconocida como de “altos ingresos”. Su monarquía gobernante, virtual dueña del país, está empeñada en desarrollar un proyecto (Qatar National Vision 2030) que busca convertir al pequeño emirato en “una sociedad avanzada capaz de sostener su desarrollo y proveer un alto estándar de vida para su pueblo”, superando así a Arabia Saudita. Para impulsar ese proyecto la casa real no escatima esfuerzos; así, a través de Qatar Investment Authority (QIA), un fondo soberano de inversión cuyo director ejecutivo es el emir Tamim bin Hamad Al Zani (con tres mujeres y trece hijos, propietario de uno de los yates más lujosos del mundo valorado en 500 millones de dólares) y un estimado empresarial de 450 mil millones de dólares en activos, intenta incidir crecientemente en el mundo occidental a través de ingentes inyecciones de dinero, “limpiando” la imagen del país como violador de derechos humanos. En esa lógica, por medio de Qatar Sports Investment (QSI), subsidiaria del mencionado fondo nacional qatarí, el emirato adquirió el equipo francés Paris Saint-Germain (PSG), y a sus estrellas rutilantes: Messi, Neymar y Mbappé, siendo su presidente Nasser al Khelaifi, miembro de la familia real qatarí. La organización del recién finalizado Mundial se inscribe en el marco de ese proyecto de modernización y crecimiento económico.
Los mundiales de fútbol constituyen, cada vez más, un hecho político. Dado que allí se juega mucho dinero, y más aún, dada su capacidad de funcionar como distractor universal –culminando lo que el deporte profesionalizado hace día a día con la población– los intereses en juego para organizarlo son tremendos. Por ejemplo, Estados Unidos, sin mayor tradición futbolística, ya organizó uno (1994), y el próximo vuelve a hacerse en su territorio, compartido con México y Canadá. “Poderoso caballero es don Dinero”, como decía Francisco de Quevedo. En esa perspectiva, la monarquía qatarí –tremendamente rica y poderosa– en base a sobornos está tratando de ganar posiciones en el mercado capitalista global. De hecho, busca incidir en el Parlamento Europeo. De ahí los recientes hechos de corrupción detectados en la Eurocámara donde su vicepresidenta, la griega Eva Kaili, junto a otros dos eurodiputados: el belga Marc Tarabella y el italiano Andrea Cozzolino, recibieron fuertes sumas de dinero para lavar la imagen del emirato, histórico violador de derechos humanos. “Catar es pionera en derechos laborales”, expresó Kaili, agregando que “la Copa del Mundo es una prueba, en realidad, de cómo la diplomacia deportiva puede lograr una transformación histórica”. Como puede verse, la corrupción no está solo en los “salvajes” países del Tercer Mundo sino también en la “culta y refinada” Europa, el “jardín florido”, según otra autoridad de Bruselas, que marcaría el rumbo en medio de la peligrosa “jungla” que anida en el Sur global.
El actual fútbol profesional es una fábrica de ilusiones, muy perversas todas ellas. Y más aún: el Campeonato Mundial. Se promueve la idea que cualquiera, saliendo de la pobreza, puede llegar a “hacerse rico”. Ahí está el caso de Diego Maradona, que proviniendo de una villa miseria llegó a ser un millonario. O Lionel Messi, que ahora cuenta con una fortuna de 800 millones de dólares (recuérdese la fortuna del fondo de inversión qatarí, varios millones de veces mayor). El mensaje sería que “quien quiere, con esfuerzo, lo logra”. Ahí está también el caso de Giannis Antetokounmpo, basquetbolista de origen nigeriano, nacido y criado en suburbios de Atenas, Grecia, venido de la pobreza, hoy estrella de la NBA estadounidense, por cierto también, un millonario. Repulsiva mentira ilusoria: si alguien se “hace rico”, es uno entre millones. Engañoso mensaje ideológico que puede cautivar a más de alguien. Valga comentar aquí, siempre en esa lógica, la increíble acción del príncipe de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, quien premió con un Rolls-Royce Phantom (de medio millón de dólares) a cada jugador de su selección, por haber vencido en el primer partido a la selección argentina. Locuras ideológicas que encubren la verdadera sustancia de las cosas. Igual que la idea de “igualdad” que crea un campeonato donde todos (ricos y pobres, hombres y mujeres, y todos los etcéteras que se deseen) apoyan por igual al equipo nacional. Ahí está el presidente Emmanuel Macron gritando los goles de su escuadra, al igual que cualquier aficionado francés, o luego consolando al derrotado Mbappé, como lo haría también cualquier francés, incluso blanco y de ojos azules (aunque el referido futbolista tenga raíces de una de sus ex colonias). Pareciera así que se borran las diferencias socioeconómicas: “todos somos iguales”, todos somos franceses, o canadienses, o nigerianos, o pakistaníes…. Ilusión bien manejada por los poderes: el sentimiento patrio iguala (supuestamente) a todos. Pero luego de la pasajera euforia, retorna la normalidad. Y cobra así sentido el verso de Serrat: “Vuelve el pobre a su pobreza, Vuelve el rico a su riqueza / Y el señor cura a sus misas.”
Las lacras de la sociedad capitalista se presentifican en este escaparate mundial que es el fútbol profesional, y más aún, en la principal copa de todas, el Mundial de la FIFA. El racismo aflora, el eurocentrismo sigue presente. Dijo sarcásticamente el argelino-francés Karim Benzema: “Si ganamos, somos franceses; si perdemos, nos quitan la ciudadanía”. Nicolas Sarkozy hizo su campaña proselitista en 2007 afirmando que “Volverse francés significa adherirse a una forma de civilización, a valores y costumbres”. ¿Cuáles?, habría que preguntar: ¿la explotación del Tercer Mundo? La hiper-comercialización del deporte rey, como cualquier negocio, solo busca ganancias. “El capital no tiene patria” se dijo; si para mantener su tasa de ganancia el fútbol debe hacer un poquito a un lado el visceral racismo de la cultura europea (“Las razas superiores tienen el derecho porque también tienen un deber: el de civilizar a las razas inferiores”, manifestó en su momento un ministro francés, Jules Ferry), lo hace. ¿Hipocresía acomodaticia? Así se permitió incluir en sus equipos población de origen africano. En el Mundial anterior, en Rusia 2018, la escuadra gala tenía 9 jugadores nacidos en África, es decir, en TOM (territoires d’outre mer –territorios de ultra mar, infame eufemismo por decir “colonias”–). Y para esta copa mundial de Qatar, de los 26 jugadores seleccionados por el director técnico Didier Deschamps, 14 tenían raíces africanas. Algo similar ocurre en todos los países europeos que en su momento fueron potencias coloniales: Inglaterra, Alemania, Bélgica, Holanda. ¿Tendría razón lo dicho por Benzema? A propósito de todo esto circuló estos días un meme en redes sociales donde se veía a Hitler –promotor de la esquizofrénica y repulsiva idea de “raza superior”– llorando al ver la composición de los actuales gladiadores de este renovado circo romano. Si son buenos jugadores de fútbol, que ingresen en la Unión Europea; si no, que se hundan con sus pateras en el mar. ¿Y el amor cristiano?
El patriarcado tampoco deja de estar presente en esta muestra en pequeño de la sociedad global que es el Campeonato Mundial. Si se trata de las mujeres qataríes –país musulmán con estrictas posiciones misóginas– las mujeres están totalmente bajo el tutelaje masculino, y deben vestir siguiendo estrictas normas impuestas por la moral patriarcal (túnica negra, llamada abaya, y la cabeza cubierta con una shayla). Las extranjeras, según indican las autoridades, “No deben utilizar escotes muy pronunciados ni camisas con los hombros descubiertos. Además, no pueden usar vestidos cortos (arriba de la rodilla) ni pantalones rotos o rasgados”. Pero la modelo alemano-croata Ivana Knoll (apodada “La novia del Mundial”) rompió las reglas, luciendo atrevidos atuendos. Eso le valió sextuplicar sus seguidores en Instagram, de 570 mil a 3,2 millones, así como su expulsión de un estadio. La pregunta es: ¿machismo del fundamentalismo musulmán misógino o del consumismo capitalista occidental que transforma el cuerpo femenino en un objeto cargado de silicona? Por otro lado, no debe olvidarse lo expresado por el boletín electrónico “Americanas”, donde puede leerse que “Varios estudios señalan que existe un aumento de la violencia en los hogares después de los partidos de fútbol a manos de los novios, los maridos o las parejas sentimentales. La emoción, la frustración y el enojo por la derrota se convierten en la excusa para agredir a las mujeres cuando pierde un equipo.” Nada permite pensar que eso no haya sucedido con este Mundial.
Esa estúpida frase, anticuada y machista, de “el deporte hace caballeros”, es un mito. En todo caso, la confrontación de selecciones nacionales exalta un desbocado nacionalismo chauvinista. El “internacionalismo proletario” (la Tierra es la patria de la humanidad), parte del ideario socialista, parece que debe seguir esperando, pues en los marcos de la competitividad capitalista ello no es posible. En todo caso, hoy por hoy se alienta un patrioterismo ramplón que sirve solo para disimular las verdaderas diferencias de las sociedades (¿qué pasó con la lucha de clases luego del último penal convertido por Argentina?). El Mundial de Fútbol exacerba ese barato sentimiento nacionalista al máximo. De esa cuenta, vale observar las desafortunadas declaraciones de Kylian Mbappé (“En Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”), de las que luego debió retractarse. Muy buena parte de las plantillas europeas la conforman jugadores latinoamericanos, quienes compiten en un mismo mercado y ligas estructuradas europeas, con otros jugadores europeos nacidos o nacionalizados europeos, con diferentes descendencias y con jugadores de otros continentes y nacionalidades. Estas declaraciones sirvieron para caldear ánimos y defender (¿defender?) la patria. Seguramente por eso, para la gran final disputada en el Lusail Stadium, buena parte de la población mundial iba por Argentina y luego festejó con algarabía su triunfo como propio. Países sin mayor tradición futbolera (Bangladesh, Haití, India, Pakistán, Israel), así como connotadas figuras del espectáculo (Ricardo Arjona, Julia Roberts, Maluma, Catherine Zeta-Jones, Carlos Vives, Thalía, Ricky Martin, Bad Bunny), o incluso el presidente ruso Vladimir Putin, celebraron el triunfo del equipo latinoamericano. Eso puede interpretarse como la identificación con el más débil y neocolonizado (como país en términos económicos y geopolíticos subordinado en el orden mundial) luchando contra una potencia mundial neocolonial: el Sur “subdesarrollado y famélico” venció al Norte “desarrollado y próspero”. Sin dudas, hay ahí un sabor a revancha histórica, al menos en la esfera deportiva.
También puede interpretarse como el multitudinario efecto hipnótico de un ícono, tal como es la figura de Lionel Messi, un nuevo “dios espartano terrenal”. Parece que los humanos necesitamos esas figuras heroicas, señeras, icónicas, extraordinarias y reivindicativas en y de algo, pues siempre aparece alguna, aunque con diferencia de proyectos, pero marcando del mismo modo un camino: John Lennon, Maradona, el Che Guevara. El papa Francisco, argentino y también amante del fútbol, pidió “celebrar desde la humildad”. Lo dijo porque, seguramente, sabe de ese odio acumulado que hay en las grandes mayorías, y que puede expresarse en esa válvula de escape (“lenitivo” habíamos dicho, mecanismo de escape, calmante, ¿distractor?) que significa un triunfo de la propia selección nacional. Tan es así que en Francia, ante la derrota, fue quemada una bandera argentina y se colocó la camiseta de Messi como alfombra en la entrada de algún bar parisino, en tanto que en Argentina los festejos se convirtieron en un carnaval loco: cinco millones de personas inundaron las calles de Buenos Aires, fuera de control en muchos casos, con 3 muertos, más de 30 heridos, choques con la policía, jugadores de la albiceleste que debieron ser evacuados en helicóptero ante la tragedia que despuntaba, y un sarcástico muñeco de Mbappé en manos del portero Dibu Martínez que hablaba no desde la humildad sino desde la venganza. “¡La concha de tu madre, somos campeones del mundo!”, gritó un exultante Messi al terminar la final. ¿Por qué esa algarabía transformada en furia festiva de millones de argentinos? Seguramente porque allí se presentifica la bronca acumulada de una sociedad que ve cómo su empobrecimiento se profundiza día a día, sin salida (décima economía mundial unas décadas atrás, lugar número 30 ahora, y sigue la caída en picada). ¿Por qué esa monumental energía se pone en la adoración de esta nueva deidad que es Messi, o en el grito enloquecido al ganar un trofeo y no en la protesta social? Porque el sistema sabe lo que hace (recordar la cita de Scalabrini Ortiz). El capitalismo encuentra en este moderno coliseo romano una válvula de descompresión fabulosa (además de un buen negocio). Por eso, tal como van las cosas hoy, hay fútbol profesional y Mundiales para rato; o, más y más circo y menos y menos pan…
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