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Terrorismo financiero y crimen organizado

Fuentes: La Jornada

Las crisis del capitalismo no brotan de la nada. Desde la primera gran crisis, cuando el bulbo de tulipán holandés saltó de 200 florines a seis mil por unidad (1634), quedó claro que el saqueo planificado es la «función social» del capitalismo. De ahí, su odio al pensamiento crítico que lo impugna. Las crisis son […]

Las crisis del capitalismo no brotan de la nada. Desde la primera gran crisis, cuando el bulbo de tulipán holandés saltó de 200 florines a seis mil por unidad (1634), quedó claro que el saqueo planificado es la «función social» del capitalismo. De ahí, su odio al pensamiento crítico que lo impugna. Las crisis son el gran negocio del gran capital. Sin crisis no hay capitalismo.

«Mano invisible del mercado». Adam Smith, padrino de la economía clásica liberal, jamás usó esta expresión. La inventaron los economistas de Chicago. Por esto, la crisis actual devino en autoprofecía cumplida y tramada en la pitagórica Wall Street, reciclado oráculo de Delfos donde «todo es número». Y la nube de pedos de la «filosofía posmoderna» contribuyó a este desastre.

Derivada de la voz krino (juzgar, distinguir), los antiguos griegos empleaban la palabra «crisis» para indicar «combate», «lucha», «esfuerzo». La palabra «crítica» viene de «crisis», y equivale a «cambio» o «mudanza». Por extensión, «… situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese». O bien: «… momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes».

«Crisis» es sinónimo de «carestía y escasez». Y en la clínica médica denota «neurosis». Neurosis: «conjunto de enfermedades cuyos síntomas indican un trastorno del sistema nervioso, sin que el examen anatómico descubra lesiones en dicho sistema».

A eso iba. ¿No que podíamos dormir tranquilos porque el peso estaba «sano y fuerte»? Pero hace un mes, cuando el dólar se cotizó por debajo de los diez pesos, me dije: ¡hay que comprar! Comparemos esta especulación casera, con la «sabiduría» de los gánsters de Lehman Brothers, que habrían retirado 400 mil millones de dólares en activos para enviarlos a bancos de Israel, antes de que su matriz de Nueva York se declarara en quiebra (Bajo la Lupa, La Jornada, 12/10/08).

¿Quiénes recogieron con pala dólares a 10 pesos para revenderlos a 14 y más? Alguien les avisó. ¿El gordo o el flaco que conducen la economía «nacional»? Que un grupo de empresas «desataron la especulación para agenciarse utilidades». ¡Avaricia! ¡Insensibilidad! ¡Codicia! ¡Especulación! ¡Ausencia de ética y moral! Los gatos del sistema se indignan. ¿Qué esperaban?

«Cien millones de pobres más», según Robert Zoellick. El presidente del Banco Mundial observó que la crisis fue causada… por «el hombre». Bueno. Con un millón más que se dediquen al narcotráfico, las acciones de las empresas de «seguridad» subirán como levadura. Y los palafreneros de la OEA, Naciones Unidas y jefes de «seguridad» de América Latina, han tenido la osadía de manifestar que el «crimen organizado mata más que la pobreza y el sida». Hijos de puta.

Quizá tenga razón Sarah Palin, primera flautista de Alaska: Bin Laden es el culpable del desmadre financiero. Sin embargo, es posible que el crimen organizado haya convenido en advertir a los ilusos seguidores de Obama, quién manda en el global market. ¿O creían que la banda del innombrable y Dick Cheney se retiraría así nomás, sin dejar un recuerdo más brutal que la misteriosa caída de las Torres Gemelas?

Ninguna de estas observaciones interesan a quienes exigen la devolución de su dinero en contante y sonante. Es comprensible. Pero ellos aceptaron las reglas del crimen organizado: compraron papeles a ropavejeros expertos en las artes del timo financiero y formados en centros de «excelencia académica» donde aprendieron que «el dinero produce dinero».

Mi abuelo materno levantó durante 40 años una fábrica de bolsas de arpillera. Cuando sus hijos propusieron venderla, les dijo: «no entiendo la economía moderna… ¿no es el trabajo lo que produce el dinero?» El abuelo murió, los hijos vendieron, pusieron el dinero «a trabajar» y acabaron en la miseria. La hiperinflación programada los devoró.

En cambio, los trabajadores a destajo y los asalariados no pueden elegir. Por ley, el crimen organizado arroja sus fondos de retiro al casino del crimen organizado, eufemísticamente llamado «mercado». ¿Desaparece el dinero con las crisis? No, no desaparece. El dinero se lo chupa la plutocracia que vive en el vértice más estrecho de la pirámide social, librando batallas antropófagas.

No obstante, el capitalismo siempre encuentra una salida. ¿Qué tal un ataque nuclear de la «comunidad internacional» en algún «oscuro lugar del mundo» (Bush dixit) para «estabilizar» el imperio? Hitler decidió ir a la guerra cuando el kilo de pan costaba una carretilla llena de marcos devaluados, y Roosevelt cuando fracasó el New Deal. Sólo se salvó la ex Unión Soviética y no viene a cuento recordar a qué costo humano, económico, ideológico y político.

Cuidado con creer que los yanquis, negociantes tenaces, serán buenos perdedores en las movedizas arenas del capitalismo globalizado. Así es que lo peor está por venir, y lo mejor en el porvenir. Pero hay que ponerse las pilas: 1) apagar el televisor; 2) separar la paja del trigo; 3) ponerle punto final al terrorismo financiero, única y auténtica causa del crimen organizado.