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Cronopiando

Terroristas propios y ajenos

Fuentes: Rebelión

Nadie lo manifestó mejor que el presidente estadounidense Roosvelt cuando cuestionado por algunos periodistas por el apoyo que su gobierno daba a Somoza en Nicaragua, respondió: «Sí, Somoza es un hijo de puta…pero es nuestro hijo de puta». Ni siquiera Martín Villa cuando siendo ministro del Interior era cuestionado por crímenes de Estado, pudo ser […]

Nadie lo manifestó mejor que el presidente estadounidense Roosvelt cuando cuestionado por algunos periodistas por el apoyo que su gobierno daba a Somoza en Nicaragua, respondió: «Sí, Somoza es un hijo de puta…pero es nuestro hijo de puta».

Ni siquiera Martín Villa cuando siendo ministro del Interior era cuestionado por crímenes de Estado, pudo ser tan preciso como el presidente estadounidense cuando argumentó: «Lo nuestro son errores, lo de ellos (ETA) crímenes».

También habló de «trágico error» el gobierno francés cuando no tuvo más remedio que aceptar su implicación en el atentado terrorista que provocó la voladura del barco ecologista de Greenpeace en el que murió un miembro de esa organización.

Secuestrar un avión y desviarlo de su ruta, o hacerlo estallar en pleno vuelo, es un acto terrorista, a no ser que los responsables sean anticastristas, en cuyo caso hay que sustituir su calificación por la de «disidentes», darles asilo y hasta condecorarlos.

Una bomba que estalle en un hotel de Madrid es un acto salvaje y terrorista. La misma bomba que estalle en un hotel de La Habana es un «incidente».

Una bomba que estalle en una calle es un acto terrorista. Un avión que lance quinientas bombas sobre todas las calles, plazas y edificios de una ciudad protagoniza una acción de guerra y, como se sabe, una acción de guerra se ha convertido en una misión de paz.

Y es que tan indispensable es saber diferenciar a los terroristas nuestros de los terroristas de los otros, como distinguir las propias víctimas de las ajenas.

Los terroristas ajenos ponen bombas. Los nuestros colocan artefactos.

Los terroristas ajenos trafican con armas. Los nuestros comercian.

A los terroristas ajenos se les publica siempre la cronología de sus atentados. Para los nuestros siempre el último atentado es también el primero.

Nuestras víctimas siempre dejan viudas que los lloren, huérfanos que los extrañen, además de parientes, amigos y vecinos que los recuerden como compendio de todas las virtudes; extraordinarios esposos, padres y ciudadanos. Las víctimas ajenas sólo dejaron cómplices.

Nuestras víctimas aparecen en primera página. Las víctimas ajenas apenas si ocupan un cintillo discreto en alguna página perdida, cuando aparecen.

Cuando el atentado ajeno no provoca víctimas se significa que cerca había una escuela o una parada de bus y se especula con las funestas consecuencias que habría tenido el atentado de haberse producido cinco minutos antes o después.

Cuando el atentado es nuestro y no ocasiona víctimas, se subraya lo benigno del estallido y se sugiere su caracter disuasorio.

Los terroristas ajenos lo son, incluso, antes de que lo sean. Los terroristas nuestros o no lo serán nunca, o lo serán 15 ó 20 años después de que se entierren sus víctimas, cuando se desclasifiquen los documentos secretos que protegieron su impunidad.

Los terroristas ajenos conforman bandas terroristas. Los terroristas propios son alegados, supuestos o presuntos activistas.

Los terroristas ajenos visten mal, no se peinan ni lavan, tampoco hacen la cama ni creen en Dios, son intolerantes, no ceden el asiento en el bus a las ancianas, y además suelen tener que ver con el narcotráfico, la prostitución y cualquier otra lacra social. Los terroristas nuestros siempre cuentan en sus biografías con algún pasado hecho que justifique o explique su actual proceder.

Los terroristas nuestros pueden ser excusados por la justeza de sus objetivos políticos. Los terroristas ajenos matan por matar.

Con los terroristas nuestros se puede y se debe dialogar, concertar, pactar e, incluso, ceder a sus pretensiones.

Con los terroristas ajenos no hay posibilidad alguna de diálogo porque tienen sus manos manchadas de sangre.

Nuestras víctimas pueden y deben ser atendidas por el Estado y reconfortadas por la sociedad. Para las víctimas ajenas no hay asociación posible, ni reconocimiento alguno.

Los terroristas ajenos siempre serán terroristas y ni siquiera con el paso del tiempo podrán rectificar y reinsertarse.

Los terroristas nuestros, cuando se rehabilitan, pueden llegar a convertirse en ministros, presidentes y hasta recibir un Nobel de la Paz, como Teddy Roosvelt, M.Begín o Kissinger, por citar tres casos.

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