Si estáis leyendo estas líneas quiere decir que como consecuencia del escape radioactivo de Garoña he muerto. Mi muerte no fue inmediata sino que un cáncer me carcomió por dentro hasta consumirme del todo, después de estar expuesto a una nube radioactiva. Al igual que yo miles y miles de vizcaino -sin desmerecer a los […]
Si estáis leyendo estas líneas quiere decir que como consecuencia del escape radioactivo de Garoña he muerto. Mi muerte no fue inmediata sino que un cáncer me carcomió por dentro hasta consumirme del todo, después de estar expuesto a una nube radioactiva. Al igual que yo miles y miles de vizcaino -sin desmerecer a los miles de muertos de Gipuzkoa y Araba- han sufrido el mismo destino».
Algunos me pueden tachar de alarmista, pero ¿y si así sucediera? Teniendo en cuenta la vejez de esa central nuclear, los continuos parones que se producen -por cierto, cada vez con mayor frecuencia-, no hacen sino presagiar lo peor.
Nos dirán una y otra vez desde nuestras instituciones, tanto públicas como privadas, que las medidas de seguridad son óptimas, que si queremos no sólo mantener el nivel de consumismo sino aumentarlo debemos fomentar el uso de la energía nuclear, etcétera.
Pero ¿no estábamos a favor de las energías renovables? ¿O eran tan solo palabras lanzadas al viento? ¿No íbamos a cambiar de mentalidad para erradicar el consumo por el consumo? Las medidas de seguridad pueden ser efectivas, hasta que dejan de serlo, pero ¿quién asumirá, de suceder lo peor, la responsabilidad por los miles de muertos, y los miles de enfermos por efecto de la radioactividad? ¿Quién tendrá el valor de ir a ver a sus familias y decirles «no, verá, es que ha habido un fallo técnico, a pesar que desde hace tiempo venían avisándonos que algo así podía suceder, aun así hicimos caso omiso, ya sabe, por los beneficios económicos de unos pocos»? No soy Rappel pero la respuesta es bien sencilla: nadie. Porque es en ese instante cuando aparece la verdadera esencia del político español, la cobardía para asumir las consecuencias de sus actos.
También quiero advertir a aquellos que piensan «a mí no me va a suceder nada», para exhortarles cuán equivocados están, pues da igual si vives en Neguri que si lo haces en Otxandio, la radioactividad es muy demócrata porque no tiene miramientos ni hace distinciones de clases sociales. Mata a todos por igual.
Eso si, quiero plantear que en mi testamento instaría a mis familiares (a los que sobrevivan) a que den a conocer a los culpables de mi muerte, porque tienen nombres y apellidos. Para que los denuncien tanto en el Parlamento Europeo (ya que denunciarlo en las instituciones estatales, no sé que me da, que resultaría un tanto baldío -tal vez mi escasa fe en la justicia española se deba a que sospecho vive supeditada a los intereses políticos-), así como en todo juzgado pertinente: desde el Gobierno de Madrid (dirigentes del PSOE), la oposición (al PP, que curiosamente apoya al Gobierno en este caso), a las autoridades locales -tanto al Gobierno Vasco, Diputación, ayuntamientos-, por no haber defendido a ultranza al ciudadano, que era lo que prometieron cuando aceptaron sus cargos. También a los que forman la mesa de decisión sobre Garoña de la CSN, y a los directivos y accionistas tanto de Endesa e Iberdrola como de los bancos que las sustentan. Quiero que se den a conocer nombres y apellidos de todos ellos, porque quiero saber quiénes son y quiero que se juzgue a los que han puesto precio a mi vida, a la de mi familia y a la de miles de personas.
Todavía recuerdo que nuestros dirigentes desde el Gobierno Vasco nos decían que ellos siempre han estado en contra de la central nuclear de Garoña y a favor de su cierre. ¡Qué fácil es hacer ese tipo de declaraciones cuando sabes de antemano que la última decisión se toma desde el Gobierno de Madrid! A eso en mi pueblo se le denomina engañar, reírse de la posible desgracia de los demás y ser un ilusionista, un mago en lanzar cortinas de humo. Yo no he pedido a nadie que juegue con mi vida pero ustedes, sin ni siquiera consultarlo, lo hacen.
Al final, como es costumbre, se plegarán nuestros dirigentes a los intereses de la iniciativa privada. Es decir, harán como en tantas otras ocasiones de mamporreros de Endesa e Iberdrola (entre otras multinacionales).
Curioso que en este caso coincidan todos los grandes partidos, unos de izquierdas y cuyo lema es el de ser progresistas, otros de la derecha más reaccionaria e incluso nacionalistas, ya que siempre han defendido al gran empresario a ultranza.
Al final, como vivimos en una sociedad con un cada vez menor poder de respuesta ante quienes nos pisotean día a día (más que bancos hoy son multinacionales), ante los bombardeos masivos de unos medios de comunicación al servicio de estas multinacionales, ante unos gobiernos plegados a las demandas de estas entidades -mientras se hacen de oro con nuestra desgracia, además consiguen beneficios extraordinarios a costa muchas veces del erario publico (recordemos su pasado de usureros)-. Entre tanto, las mayoría de las personas trata de sobrevivir a duras penas, viéndose obligadas a pagar cada vez mayores intereses e hipotecados de por vida, haciendo malabarismos para mantener a sus familias. En definitiva, estamos atrapados sin posibilidad de respuesta. Y ahora, nos venden esta ilusión: es imprescindible la energía nuclear si queremos mantener nuestra sociedad del consumo. ¿Pero cuánto vale para ustedes una vida humana?