Hollywood anda revolucionado estos días. Actores y directores se reparten a un lado y otro de la campaña electoral. Los documentales políticos y mediáticos están haciendo su agosto. Michael Moore invita a George Bush al estreno de su película en Crawford, a pocos kilómetros del rancho tejano del presidente ver abajo. Y estudios como la […]
Hollywood anda revolucionado estos días. Actores y directores se reparten a un lado y otro de la campaña electoral. Los documentales políticos y mediáticos están haciendo su agosto. Michael Moore invita a George Bush al estreno de su película en Crawford, a pocos kilómetros del rancho tejano del presidente ver abajo. Y estudios como la Paramount, magos del oportunismo, aprovechan el momento para poner en circulación sus grandes producciones.
Así llega hoy a los cines estadounidenses The Manchurian candidate, arropado por el clima preelectoral más caliente de los últimos años, por un incombustible precedente –el clásico de la guerra fría protagonizado por Frank Sinatra–, por un argumento político en el muchos juegan a encontrar paralelismos con la actualidad –los turbios negocios de Halliburton, el papel de Hillary Clinton…– y por un jugoso equipo: Denzel Washington, Meryl Streep, el director Jonathan Demme y la productora Tina Sinatra, principal impulsora de esta nueva adaptación que ha perseguido desde 1991, cuando se le ocurrió lanzar un moderno Manchurian candidate. Idea que su padre, dueño de los derechos del filme original, encontró «inteligente y con audiencia segura».
Los guionistas volvieron a adaptar la novela de Richard Condon, que esta vez comienza en Kuwait y no en la guerra de Corea. Y eligieron una nueva amenaza para sustituir a los comunistas chinos: la corporación Manchurian Global, cuya diabólica conspiración ha sido vista ya como un reflejo de las irregularidades de Halliburton, antigua empresa del vicepresidente Dick Cheney.
FICCIÓN «NO PARTIDISTA»
«Hollywood busca hoy villanos que no le creen problemas con grupos raciales o étnicos», subrayan los críticos a la hora de enjuiciar la película. Para eso, lo mejor son las grandes empresas y esta historia –estrenada en época de posguerra, miedos, terrorismo y contratos de reconstrucción– da mucho juego, aunque los ejecutivos de Paramount se empeñen en vender The Manchurian candidate como una película de ficción, «no partidista», y hayan descartado la idea de proyectarla en la Convención Demócrata de Boston para evitar susceptibilidades.
Aun así, el momento es perfecto, con ese nuevo enemigo en forma de malvada multinacional. «Estoy obsesionado con ese complejo entramado militar-industrial que describe la prensa desde hace un par de años», afirma Demme, que reconoce las claves reales que maneja en la película, como los chips implantados en el cerebro y la «crítica al proceso político y a las fuerzas que intentan socavarlo».
«Pretendíamos provocar y sabíamos que este telón de fondo nos ayudaría», augura Tina Sinatra, mientras Denzel Washington prefiere hablar de la moraleja –«ganan los espíritus, las almas, los corazones»– y reconoce no haber visto la película original para que no influyera en su actuación. Meryl Streep, por su parte, está convencida de que «hay gente en ambos partidos Demócrata y Republicano comprometidos con los intereses de grandes compañías. Así funciona ahora este país». La actriz niega cualquier parecido entre su personaje y Hillary Clinton, y asegura que se ha inspirado más bien en mujeres como Margaret Thatcher o la consejera presidencial Karen Hughes.
Streep es lo mejor de la película, con su papel de la senadora Eleanor Shaw. Esta mujer controla la carrera de su hijo, Raymond Shaw (interpretado por Liev Schreiber), joven héroe de la guerra del Golfo y aspirante a vicepresidente en plena campaña. Jon Voight es el senador Thomas Jordan, rival de Shaw, y Kimberly Elise hace de Rosie, fiel aliada de Denzel Washington. Este último es el mayor Bennett Marco, encargado de desenmascarar el complot político, los lavados de cerebros, el control de la mente, los asesinatos, las pesadillas y el poder de las multinacionales.