La economía existe como instrumento para gestionar la escasez. Si no hubiera escasez material o simbólica, la economía no tendría razón de ser, cada cual tomaría lo que quisiera y no entraría en colisión con la necesidad de los demás. Pero la existencia de escasez, sea real, imaginaria o inducida, lleva a la necesaria gestión […]
La economía existe como instrumento para gestionar la escasez. Si no hubiera escasez material o simbólica, la economía no tendría razón de ser, cada cual tomaría lo que quisiera y no entraría en colisión con la necesidad de los demás. Pero la existencia de escasez, sea real, imaginaria o inducida, lleva a la necesaria gestión de la misma. Esta gestión ha sido llevada a cabo por la parte de la sociedad, estamento o clase social, que pretende apropiarse de una mayor parte de la escasez material o simbólica. Durante los largos milenios de los primeros imperios, la escasez tenía dos causas, una la real: no había cómo producir suficiente; otra la política, una parte de la sociedad, la élite, acumula una proporción mayor y mantiene al resto en la indigencia relativa o absoluta. La llegada de la Edad Media va a cambiar la configuración de esta política de la escasez. El cristianismo se aviene mal con la injusticia e intenta colmar la distancia entre los grupos sociales. Esto configurará una estructura social de caridad que intenta distribuir parte de lo que las élites se apropian entre los que han sido sumidos en la indigencia. Es decir, la escasez inducida por la élite es remediada en parte mediante un sistema caritativo gestionado por la Iglesia que permite mantener a raya el conflicto social producido por el acaparamiento material de la nobleza y el alto clero.
El sistema de caridad medieval, gestionado por la Iglesia, va a sufrir una modificación con la llegada del capitalismo. Para el nuevo modelo social, los hombres son solo mercancía: un instrumento a utilizar en la reproducción del capital. Por tanto, los pobres no son hermanos en desgracia, como la caridad cristiana anunciaba, sino un lastre, de un lado, y una necesidad, de otro. Eran un lastre porque son bocas que alimentar y cuerpos que mantener y eso se tiene que hacer detrayendo recursos de otras bocas productivas; pero son una necesidad porque su existencia justifica las malas condiciones productivas que permiten un aumento de la tasa de ganancia. Como dice el mismo Malthus, un trabajador que tuviera asegurado el alimento no estaría dispuesto a hacer lo que le pida el patrón. La existencia de indigentes es necesaria para la reproducción ampliada del capital. Sin el miedo a morir, los seres humanos tienden a mantener unas ciertas cotas de dignidad incompatibles con el espíritu del capitalismo.
El el siglo XVI, las poor laws venían a integrar la anticuada caridad cristiana en el nuevo modelo social del capitalismo. La Iglesia, por medio de las parroquias, seguía efectuando la gestión, resituándose en el nuevo modelo social imperante para no perder su posición de dominio. La Iglesia sería y es el medio de mantener los niveles de indigencia en límites asumibles socialmente y que eviten el levantamiento popular. Estas leyes que rigen el destino de los pobres tienen la intención de evitar la sensación entre los trabajadores de que pueden llegar a vivir sin trabajar. El trabajo, medida de la escalvitud en el capitalismo, es sagrado, pues es el modo como se reproduce el capital. Para conseguir que el trabajo sea muy productivo se necesita espolear al obrero mediante el miedo a la miseria. Si los pobres, sin trabajar, pudieran vivir, digamos de la caridad, entonces no se esforzarían y habría una pérdida de productividad social. Las poor laws se encargaron de determinar bajo qué condiciones, nunca mejores que las de los pobres que sí trabajaban, serían alimentados y mantenidos los indigentes. La reforma de estas leyes en 1834 creo las mal llamadas workhouse, verdaderos lugares de esclavitud donde paraban vagabundos, delincuentes sociales y huérfanos, y donde se les daba alojamiento y comida, no sin los convenientes castigos, a cambio de trabajo no remunerado en condiciones deplorables incluso para la época: jornadas de trabajo de más de 16 horas en condiciones inhumanas. Todo para que los trabajadores temieran perder el trabajo y aceptaran cualquier condición que el patrón ofreciera. Esto, según los teóricos, Smith, Malthus y Ricardo, entre otros, aumenta la productividad, disminuye la vagancia y crea las condiciones para la existencia de riqueza social. Lo que no cuentan es que esta riqueza es acaparada por su clase social y lo hace a costa de la indigencia, escasez inducida, del resto de la sociedad.
El gobierno español acaba de aprobar la prolongación del indigno plan PREPARA que ideara el anterior gobierno, pero lo hace con el sesgo ideológico que le caracteriza. Este nuevo plan, al igual que las new poor laws de 1834, goza de un contenido moralizante que lo diferencia del anterior. Si el gobierno de Zapatero lo hizo como un medio para contener el malestar social, este lo hace para incentivar la búsqueda de empleo. Se entiende que un no trabajador se desincentiva en la búsqueda de empleo, es decir, no estaría dispuesto a aceptar cualquier empleo a cualquier precio moral, sin puede sobrevivir. Por tanto, nos dicen con calculado cinismo, este nuevo plan va dirigido a quien realmente lo necesita. No nos dicen, de ahí su sesgo ideológico, que quien realmente necesita este nuevo plan es el nuevo modelo social que se está imponiendo. Para aumentar la productividad es necesario destruir las condiciones sociales de las personas empleables, les llaman. Por eso, estas medidas no van contra los parados actuales, sino contra los empleados actuales y parados futuros. Se les manda un mensaje claro: olvidaos de poder vivir sin trabajar, cualquier trabajo será mejor que el paro. Lo primero es mantener al mínimo las condiciciones de los que nada tienen, para incentivar la búsqueda de empleo de los parados; después se precariza el desempleo, convirtiendo un derecho en una dádiva estatal; por último se modifican las condiciones de los empleados, aumentando la tasa de ganancia absoluta del capital mediante la deflación interna de las condiciones sociales, justo lo que nos piden los países centrales del euro.
Los pobres, ayer y hoy, son el problema radical de cualquier sistema social injusto. En un mundo justo no hay pobres, pues todo se considera común en caso de necesidad y nadie toma más de aquello que necesita. Los pobres son el indicio de la injusticia. En la Edad Media eran el subproducto necesario de la abundancia relativa de la élite, pero en el capitalismo son el elemento sustancial, su esencia misma. Sin pobres, sin indigentes, serían imposible mantener un sistema de productividad exponencial y lucro incesante. Los pobres son los verdaderos sustentadores del sistema, en el momento en el que se nieguen a su indigna situación, en el momento en el que cobren conciencia de su situación, el sistema cae por su misma base. Esto mismo es lo que quieren evitar los poderes fácticos del capitalismo: su conciencia. Manteniendo a raya sus cuerpos y disciplinando sus mentes, panem et circenses, la gran masa de pobres que produce el sistema, es mantenido en un nivel presocial que le impide ser el sujeto histórico de su propia liberación. Lo único que un pobre puede hacer que sea digno, de verdad digno, no es pedir ayuda, es tomar lo que necesita.
Fuente: http://bernardoperezandreo.blogspot.com.es/2012/08/the-new-poor-laws-2012.html