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Thomas Piketty y las desigualdades socio-económicas

Fuentes: Rebelión

El profesor Thomas Piketty, en su libro «El Capital en el siglo XXI»[1], ha abierto, y de una manera excepcional, el camino para una mejor comprensión de las grandes desigualdades socio-económicas. Pero, a fin de completar el cuadro de análisis, me permito sugerir dos cosas. Primero, es indispensable que nuestro proyector ilumine la actividad socio-económica […]

El profesor Thomas Piketty, en su libro «El Capital en el siglo XXI»[1], ha abierto, y de una manera excepcional, el camino para una mejor comprensión de las grandes desigualdades socio-económicas. Pero, a fin de completar el cuadro de análisis, me permito sugerir dos cosas. Primero, es indispensable que nuestro proyector ilumine la actividad socio-económica del hombre y su grupo social, desde sus orígenes. Segundo, en base a la información estadística que dispone sobre los últimos 300 años de nuestra historia, es necesario mostrar el porcentaje del ingreso nacional y del capital en manos del 50% de la población «de abajo». ¿Por qué?

Comencemos por el comienzo. El profesor Piketty pertenece a una generación de economistas que ha sido formado en la economía neoclásica y con un elevado, y casi exclusivo, componente matemático. Y como él mismo lo dice en su libro, pertenece a una generación que no está contaminada por la influencia marxista. Incluso, a sus 18 años le toca vivir, con un cierto grado de afección, la caída del muro de Berlín.

Algo más, su doctorado en economía le permite ejercer su primera experiencia profesional. Ella se realiza, en tanto que docente, en una universidad americana. De esta forma, vive en primera mano las ventajas del «sueño americano», el país de las mil oportunidades para quienes se proponen, como lo puntualiza él mismo en su libro. Una experiencia que, al mismo tiempo, le permite constatar que sus colegas economistas están tan imbuidos en las fórmulas matemáticas que se han alejado completamente de la realidad circundante.

Como él lo señala, los tres años pasados en Estados Unidos como profesor universitario le sirven, sobre todo, para rumiar lo que será su futuro trabajo profesional dentro de un ambiente multidisciplinario: el estudio de las grandes desigualdades socio-económicas que tiene que ver no solamente con las matemáticas sino también, y esencialmente, con la historia, la política, las guerras, la participación del gobierno, y de los movimientos sociales.

Es en Estados Unidos que diseña su modelo de interpretación de las desigualdades socio-económicas. Y para una mejor comprensión de la problemática se propone recolectar la información estadística de los últimos 300 años de los 20 países que mejor han desarrollado la economía de mercado. Después de un trabajo de 15 años, los resultados son alentadores.

Basándose en la voluminosa información estadística, que se ha convertido en el WTID (World Top Income Datebase) disponible gratuitamente en la nube, y en un nuevo marco conceptual diseñado por él mismo, nos proporciona nuevas luces sobre lo que está sucediendo al inicio de este siglo XXI, como en el caso de los Estados Unidos: la creciente concentración de los ingresos como ya sucedió a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Un 10% de la población posee el 50% del total de ingresos. O el caso de Francia, que actualmente está volviendo de una manera acelerada a lo que alcanzó entre los años 1870-1910: capitales privados concentrados en poquísimas manos que superaban en más de 7 veces al ingreso nacional anual. El 1% de la población posee el 50% del capital total del país.

El resultado histórico es una curva en U, tanto para el corrido de la relación capital/ingresos como para la concentración de los ingresos en una ínfima franja de la población, cuya explicación requiere tomar en consideración hechos políticos, militares y sociales. Con ello hace un deslinde claro con su formación inicial que le proponía una explicación únicamente en términos de una economía de mercado asocial, ahistórica y apolítica.

De igual modo, la información estadística de los últimos 300 años, así como su nuevo marco conceptual, le permite demostrar que el optimismo desplegado por el premio nobel en economía, Simon Kusnetz, no se ajusta a los hechos. Es decir, no es cierto que la sola interacción de las fuerzas del crecimiento, de la oferta y de la demanda, de la competencia y del progreso tecnológico nos conduzca a reducir la brecha de la desigualdad socio-económica en forma permanente, para por fin desembocar en una gran armonía entre las clases sociales.

Sin embargo, hay algo que escapa al análisis del profesor Thomas Piketty. La misma información estadística nos lo está sugiriendo. Pero para poder observarlo con toda claridad es necesario presentar el corrido de la actividad socio-económica desde los orígenes de la Humanidad. Es necesario, igualmente, presentar la evolución de los procesos de trabajo desde los orígenes de la Humanidad. ¿Para qué serviría este trabajo adicional?

Sucede que la información estadística recolectada por el profesor Piketty y otros, nos muestra con toda claridad que, incluso en la gran caída de los ingresos del 10% más rico de la población de Estados Unidos en los años 1945-1975, nunca llega a estar por debajo del 33% del total de los ingresos anuales. O que después de la destrucción masiva de capitales durante las dos grandes guerras mundiales, tanto en Alemania como en Francia e Inglaterra, el capital privado nunca estuvo por debajo de 2 a 3 veces el monto de ingreso nacional anual.

En cambio, la proporción de ingresos y/o de capital con relación al total nacional del 50% de la población «de abajo» es irrisoria. Si al igual que el decil superior presentamos el decil inferior o, más aún, el centil inferior, apreciaremos que su porcentaje en ingresos y/o capital, con relación a los montos totales a nivel país, es cercano al cero por ciento. Y esto, en una forma constante durante los 300 años observados. Tomemos el caso, por ejemplo, de las poblaciones maya e inka luego de la invasión española. Hasta hoy, y desde hace cinco siglos, los ingresos y/o capital de las poblaciones campesina e indígena, con relación a los montos totales a nivel país, se ha mantenido a casi el cero por ciento, y no se recuperan más. ¿Cuál es la causa de este fenómeno?

La explicación no se puede encontrar dentro de la información estadística de los últimos tres siglos. Es necesario navegar hacia el fondo de la Historia. Lastimosamente, para dicho tramo no se dispone de información estadística. Pero, en cambio, si contamos, aunque por cierto todavía en forma limitada, estudios antropológicos, arqueológicos y étnicos de grupos sociales que poblaron la Tierra en aquellos tiempos. Y estos estudios nos sugieren que nuestros antepasados practicaron por miles y miles de años un modelo de desarrollo socio-económico diferente al que muestra la información estadística de los últimos 300 años en Europa y América del Norte.

En la actividad socio-económica de los primeros homo sapiens que poblaron la Tierra, el «capital» tomaba la forma de centros de alimentación (agua, peces, frutas, plantas, animales, etc) a su libre disposición. Luego, se crearon las herramientas de trabajo con las cuales incrementaron su productividad, sin que tengan aún el sello de «propiedad privada». Y cuando los homo sapiens crean la tierra cultivable como la base de la agricultura y ganadería, ella fue primeramente de uso colectivo, tal como se practicó en las civilizaciones maya e inka, entre otros.

Es sobre la característica de propiedad colectiva del elemento esencial de la actividad económica que el resultado de la recolección o producción volvía a todos los integrantes de la colectividad en términos más o menos igualitarios. Es decir, no existían las grandes y descomunales desigualdades, tanto en «capital» como en «ingresos», como existe en nuestros días. Y esto, al mismo tiempo, nos permite entender que una cosa es diferencia y otra, muy distinta, desigualdad. Las diferencias siempre han existido, como es el caso del sexo, de los dedos de la mano, de los conocimientos y habilidades del ser humano. Pero, la desigualdad nace en un cierto momento de nuestra historia humana, y bajo ciertas condiciones especiales.

En algún momento de historia de la Humanidad se cambió el modelo de desarrollo socio-económico. Y en el caso preciso de las culturas maya e inka sucedió con la invasión española, cuyas gentes se apropiaron la totalidad de las tierras cultivables. De esta forma, el «capital» pasó a ser propiedad de un reducidísimo número de personas. Y con ello se cambió radicalmente también el tipo de repartición del resultado de la actividad económica. Hechos que, incluso la información estadística ahora disponible, no puede mostrarlo. Pero en un análisis de desigualdades socio-económicas con intención de proyección, deben ser tomados en consideración.

De igual modo, a partir de la información estadística de los últimos 300 años, aunque comprende un período mucho más largo que el presentado por el profesor Kusnetz, difícilmente podemos visualizar la instalación de la relación de dominación en la actividad socio-económica. Esta relación de dominación que consagró el pasaje de una propiedad colectiva hacia una propiedad individual. Es decir, el pasaje de una repartición más o menos igualitaria del resultado de la actividad económica hacia otra, de repartición individualista, en donde es un reducidísimo número de personas que se apropia, en general, de más del 60% tanto de los ingresos como del capital, como lo muestra claramente el profesor Piketty.

Con el método de análisis presentado por el profesor Piketty no se puede observar tampoco el hecho de que casi la totalidad del valor agregado por los pueblos del mundo se concentre en poquísimas manos de personas que se encuentran en los «países más desarrollados». Y es que la economía de mercado en repartición individualista, tal como existe con toda su crudeza desde hace tres siglos aproximadamente, crea un mecanismo de succión ascendente del valor agregado. Un mecanismo no visible al ojo humano, indoloro e incoloro.

Este mecanismo, al servicio precisamente de esta minoría de la población que tiene el control del capital y de la repartición de ingresos, utiliza los mil y uno elementos de una economía de intercambios en base a precios expresados en unidades monetarias para cumplir su cometido. Es el caso, por ejemplo, de la deslocalización de empresas, en donde trabajadores del Sur ante la misma máquina e igual productividad perciben un salario muy inferior al de sus colegas instalados en un país del Norte. O el caso de las fronteras nacionales que sirven, entre otras cosas, para establecer salarios diferenciados ante una misma actividad económica.

De igual modo, el corrido histórico presentado con información estadística limita visualizar las diferentes formas de «capital» que los grupos sociales han utilizado en la evolución de la actividad económica. Comienzan con el centro de alimentación como el elemento fundamental de su primera forma de trabajar, para enseguida servirse de las herramientas de trabajo. Luego, el elemento fundamental del proceso de trabajo evoluciona hacia la tierra cultivable, para posteriormente ser remplazado por la máquina dentro de una economía de intercambios. Ahora, es otra la expresión fenomenal de «capital» que está animando una nueva forma de trabajar: los conocimientos y competencias del trabajador.

Es decir, la evolución de los procesos de trabajo está indicando, y sobre todo a los países del Sur, que para recuperar el atraso milenario en las formas de producir y/o elaborar bienes y servicios, se debe apostar de inmediato por la economía inmaterial. Y esto no se puede alcanzar con un impuesto progresivo al capital y/o a los ingresos.

A decir verdad, algunos de estos puntos, y otros, son sugeridos entre líneas por el profesor Thomas Piketty. Pero no los aborda en forma frontal como lo hace con relación a la concentración y acumulación del capital o de los ingresos, motivo por el cual su propuesta de un impuesto progresivo al capital y a los ingresos resulta bastante insuficiente como solución a las grandes desigualdades socio-económicas.

De igual modo, un impuesto a la herencia de bienes de capital, por más elevado que este sea, como el que se aplicó en Estados Unidos entre las dos guerras mundiales, sin venir acompañado de un cambio de modelo en el tipo de repartición del resultado de la actividad económica, estaría simplemente creando un embalse cuyas aguas pronto retomarían su curso, como viene sucediendo en Estados Unidos y Europa, según la información estadística que el profesor Piketty presenta en su libro.

Nota:

[1] PIKETTY Thomas, [2014] Capital in the Twenty-First Century, The Belknap Press of Harvard University Press, London

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.