Mientras no existan evidencias de vida en otros planetas, será necesario garantizar las condiciones de existencia en este. Para eso es fundamental tener en cuenta dos ideas: i) Que nadie vive solo y los hombres solamente pueden sobrevivir en sociedad, y ii) Que para poder verdaderamente vivir en sociedad es obligatoria la existencia de armonía […]
Mientras no existan evidencias de vida en otros planetas, será necesario garantizar las condiciones de existencia en este. Para eso es fundamental tener en cuenta dos ideas: i) Que nadie vive solo y los hombres solamente pueden sobrevivir en sociedad, y ii) Que para poder verdaderamente vivir en sociedad es obligatoria la existencia de armonía entre sus integrantes. Por lo tanto, mientras vigore el estado de calamidad impuesto por el actual sistema, en el cual más de veinte mil niños mueren diariamente a causa de la pobreza y unas pocas centenas de magnates controlan el 80% de las riquezas globales, a los seres humanos les tocará un inmenso trabajo para arreglar el mundo.
Hay que creer en esa utopía. Creer que hasta hoy, los cien mil años de la aventura humana conforman la pre-Historia de la Humanidad. Creer que la Historia como tal aun estaría para nacer, caracterizada por nuevos seres y sus nuevas relaciones con los demás. Relaciones solidarias, fraternas y efectivamente humanas. Hay que creer en un tiempo futuro en el cuál no se destruirán pueblos y culturas para robar petróleo, diamantes, oro, agua y demás recursos naturales. Ni se gastarán centenas de miles de millones de dólares para asaltar países, para propagar el consumo de drogas, para fomentar el individualismo, la vanidad y el consumismo, para entorpecer a la gente, deprimirla y distanciarla de sus semejantes.
Ahora resta saber si habrá tiempo y fuerzas suficientes para frenar el actual proceso de decadencia. El sistema capitalista ultra-liberal se asemeja a un tren en alta velocidad rumbo al abismo. Hay que pararlo, detener su movimiento, frenarlo. Será enormemente difícil pararlo. Y después habrá que arreglarlo, ponerlo en condiciones de marchar de vuelta, todo de vuelta, en una dirección distinta. Por fin, habrá que empujarlo. Empujarlo bastante y con todas las fuerzas. Las dificultades serán crecientes. A lo largo de todo el camino, esquivándose de los obstáculos y las trampas, lo más importante será rescatar los más nobles valores humanos: el amor y la solidaridad.
La fuerza viene del Sur
Hace cuarenta y tantos años, al tomar conocimiento del asesinato de Ernesto Guevara, Silvio Rodríguez alertó que «La era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir». Hoy día, afortunadamente, en América Latina, en los demás países subdesarrollados e incluso en los países hegemónicos, son cada vez más los que han ganado conciencia y luchan para transformar la realidad. Los pobres de la tierra, las mayorías, están se levantando. Hay que creer en esa utopía. La responsabilidad de eso está depositada en el Sur, en la fuerza, energía y creatividad de los países explotados. Como expresó el presidente Evo Morales, «Los pueblos del Tercer Mundo son la reserva moral del planeta para salvar la especie humana».
En América Latina se ha verificado, simultáneamente, cómo es posible detener el tren y cómo es complicado hacerlo. En algunos lugares, hay vagones en que se ha trabajado mejor. Hay unos en que no hubo avances después de casi quince años de gobiernos denominados «progresistas» o «de izquierdas». Y desgraciadamente hay otros vagones que se han descarrillado. Sin embargo, lo más importante es que algunos países representan hoy un ejemplo para los que creen en la posibilidad de avanzar en la construcción de un nuevo mundo.
La coyuntura en Nuestra América es muy interesante en la mitad de la segunda década del siglo XXI. Es evidente que en líneas generales hubo un giro en la región, una inversión de ruta con relación a la lógica privatista de los noventa. En los últimos quince años, líderes populares, nacionalistas, desarrollistas, socialistas o «progresistas» de distintos matices han llegado al poder: Hugo Chávez (en 1999); Lula, en Brasil, y Néstor Kirchner, en Argentina (en 2003); Tabaré Vázquez, en Uruguay (2005); Evo Morales, en Bolivia (2006); Rafael Correa, en Ecuador, y Daniel Ortega, en Nicaragua (ambos en 2007); y Fernando Lugo, en Paraguay (2008). Algunos fueron reelectos (Chávez, Lula, Evo y Correa), otros garantizaron la victoria de sus sucesores (Cristina, Dilma, Pepe Mujica y Nicolás Maduro). El nuevo escenario llevó al presidente Correa a afirmar que «América Latina no vive una época de cambios, sino un cambio de época».
¿Qué significa ese giro?
Ese cambio significa en primer lugar que hay que acelerar las transformaciones. Hay que profundizarlas hasta que el costo de frenarlas o revertirlas sea muy alto. La gente no sabe ni quiere saber lo que es el «neoliberalismo» o el «Consenso». Las personas no saben quién es Washington. Es decir, el pueblo votó contra el desempleo, el hambre, el colapso de la educación y la salud, contra la corrupción sistémica, las privatizaciones, la desnacionalización. Por eso, los nuevos proyectos tienen que mostrar resultados y realizar sus promesas. Para ello serán necesarios trabajo, tiempo y recursos financieros. Llegar al gobierno no es llegar al poder. Es crucial tener voluntad, plata y mucha organización política para enfrentar internamente a los grupos conservadores y externamente al interés transnacional sobre nuestras economías y sociedades.
¿Las victorias electorales de partidos políticos y movimientos sociales de «izquierdas» han sido capaces de gestionar efectivamente la herencia neoliberal? ¿Han podido transformar para mejor la compleja realidad de esos países? En la mayoría de nuestros países, se puede decir que sí. Sin embargo, la difícil derrocada de un gobierno subordinado al Fondo Monetario y al Banco Mundial en los años noventa puede ser considerada la parte más fácil de esa tarea. Ahora, obligatoriamente, habría que hacerse el trabajo mucho más arduo: construir sobre los escombros, rápido, algo nuevo y necesariamente mejor que lo anterior.
Por ese motivo, una de las medidas más importantes es exponer para la población la complejidad del problema generado por décadas de dependencia, abandono y sumisión dirigidos por los intereses extranjeros y las elites internas. Habrá que explicarse la dimensión de los obstáculos: el verdadero drama de las cuentas públicas, las deudas externa e interna ilegítimas, el déficit de servicios públicos de calidad; las consecuencias sobre diez generaciones de seres humanos trágicamente abandonados en la exclusión y extraviados de los sistemas de salud y educación.
Desde los años 2000 se hizo clara la gran dificultad de los nuevos gobiernos trascender el laberinto del subdesarrollo y destrabar los mecanismos de la dependencia. Son visibles las diferencias de matices y colores entre cada experiencia, casi todas potencializadas por el mercado interno y/o la demanda china de productos primarios. Es posible decir que en Venezuela, Bolivia y Ecuador, ocurre un proceso mucho más radicalizado, incluso con la perspectiva de avance hacia un socialismo latinoamericano. Argentina afirma claramente un proyecto de nacional-desarrollismo, que busca la construcción de un capitalismo nacional. Brasil implantó políticas públicas -reconocidas en todo el planeta- de mejora de la calidad de vida de decenas de millones de personas aunque sin enfrentar el problema central, que es el creciente control extranjero o de monopolios privados nacionales sobre la agricultura, la industria, la banca, la prensa y los servicios que antes eran públicos.
Una situación similar, con acciones todavía más tímidas en el campo económico, vive Uruguay -que en la práctica tiene mucho menos condiciones de reaccionar solo. El proceso en Paraguay fue interrumpido por un golpe de Estado parlamentario express, cuando en dos días 76 senadores decidieron derrocar al presidente elegido por más de 765 mil electores. Perú, que aparentaba encaminarse hacia un proceso de cambios positivos con la elección de Ollanta Humala en 2011, parece perderse en un alineamiento con Colombia y Chile, que mantienen su agenda de subordinación a la política americana para la región, conspirando contra el Mercosur e improvisando una alianza del Pacífico. Un breve comentario acerca de México y la mayoría de Centroamérica: de la forma que avanzan, caminan a pasos largos para volverse antes que tarde en provincias estadunidenses.
¿Una época de reflujos?
Interpreto que el camino para nuestros países es la integración sudamericana y eso depende esencialmente de un liderazgo solidario por parte de Brasil. Desastrosamente, desde que el presidente Lula se fue -llevando al chanciller Celso Amorim y al embajador Samuel Pinheiro Guimaraes- el país claramente dejó de cumplir ese rol. La postura brasileña es por lo menos de doble cara en los cuatro ejes de la integración económica: la infraestructura, las finanzas, el comercio y la producción.
La retirada de Lula y el fallecimiento de Kirchner ya habían significado un atasco aparentemente temporal en el avance del proceso. En muchos países «progresistas» hubo demasiada tardanza en la ampliación de la presencia del Estado frente a los grandes conglomerados privados y en el incremento de los mecanismos de participación popular para la definición y el seguimiento de políticas públicas.
Ese retraso de algunos gobiernos, que contradictoriamente generaron una gran desmovilización de los movimientos sociales de izquierdas, también permitió una rearticulación de las élites conservadoras. La desaparición física de Chávez, hace un año, abrió cauce para otras dos preocupantes tendencias: el reflujo de algunas iniciativas integradoras y una nueva ofensiva del poder americano sobre la región, por medio de sus aliados internos. En ese sentido, las expectativas del Cono Sur parecen estar depositadas en los ejemplos de los procesos desarrollados en Ecuador, Bolivia y Venezuela.
Luciano Wexell Severo. Profesor de Economía, Integración y Desarrollo en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA) y editor del boletín «La Espada».
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