Es la hora de los que resistieron el neoliberalismo en las últimas décadas, muchas veces predicando en el desierto. Son políticos, expertos y activistas sociales que quieren aprovechar la crisis financiera para sepultar definitivamente ese modelo, junto con toda forma de especulación. «Hay que ser radical, proponer cambios estructurales» en el sistema financiero internacional, porque […]
Es la hora de los que resistieron el neoliberalismo en las últimas décadas, muchas veces predicando en el desierto. Son políticos, expertos y activistas sociales que quieren aprovechar la crisis financiera para sepultar definitivamente ese modelo, junto con toda forma de especulación.
«Hay que ser radical, proponer cambios estructurales» en el sistema financiero internacional, porque «una crisis tan grave es el mejor momento de reclamarlos», dijo a IPS el economista francés Bruno Jetin, profesor de la Universidad Paris Norte.
Los bancos deben ser todos nacionalizados, pero no basta estatizarlos, sino también «democratizarlos, someterlos al control social», porque hay muchos bancos público, como el Banco do Brasil, que «operan como si fueran privados», añadió Jetin, también miembro del comité científico de la Asociación por una Tasa a las Transacciones Financieras y de Ayuda a los Ciudadanos (ATTAC).
Está en marcha una «disputa ideológica entre escuelas de pensamiento económico», que va más allá de las medidas operacionales para contener daños de la crisis, observó Rogerio Sobreira, profesor de la Fundación Getulio Vargas, un centro de investigación y enseñanza de administración pública de Río de Janeiro.
La oposición entre mayor presencia del Estado y el libre mercado es un debate central. En la crisis aguda todos apoyaron la fuerte intervención estatal en los más variados países, incluso estatizando bancos, pero se trató de «una acción de emergencia, del Estado salvador», cuya permanencia será cuestionada por los liberales mas adelante, según Sobreira.
Algunas contradicciones intragobiernos, especialmente entre bancos centrales y ministerios de Economía, tienden a acentuarse. En Brasil, la prevalencia de la autoridad monetaria sufrió un golpe ante la necesidad de medidas de emergencia para evitar una mayor desaceleración económica.
El Grupo de los 20 (G-20 financiero, que reúne ministros de finanzas y presidentes de Bancos Centrales), reunido la semana pasada en São Paulo, apoyó medidas anticíclicas, como el incremento del gasto público y la reducción de las tasas de interés, ante la ola recesiva desatada por las quiebras en el mercado financiero estadounidense.
Las discrepancias del ministro brasileño de Hacienda, Guido Mántega, con la política conservadora del Banco Central, de altos intereses y cambio flotante sin restricciones, ya eran conocidas.
Pero la crisis y las recomendaciones del G-20 fortalecieron las posiciones de Mántega, quien presidió la reunión del grupo, y, como su vocero, destacó la necesidad de acciones antirecesivas.
El presidente del Banco Central, Henrique Meirelles, trató de relativizar tales orientaciones, subrayando las preocupaciones con la inflación también manifestadas en el comunicado final del G-20 y las particularidades de cada país.
El pánico seguido de recesión en países ricos y sus repercusiones en el mundo en desarrollo generan desempleo en rápida expansión, que seguramente provocará reacciones sindicales y del movimiento social en general. Aunque las asociaciones de trabajadores debilitadas en las últimas décadas difícilmente podrán conducir protestas que tenderán a brotes violentos.
Y movimientos sociales activos, en una crisis profunda, son determinantes para que el sueño de un sistema financiero dirigido hacia las necesidades sociales, como lo son los bancos cooperativos, se haga realidad, según Jetin, radical al punto de considerar que, como en el pasado, la economía, incluso la capitalista, «puede funcionar sin mercado financiero».
Jetin y Sobreira participaron el jueves y este viernes de un taller de economistas y expertos del llamado Tercer Sector para discutir formas de ayudar a la sociedad civil a desarrollar estrategias para influir en una eventual reforma del sistema financiero, buscando reducir su «déficit democrático», según el coordinador del grupo, Fernando Cardim, profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro.
El grupo internacional de discusión, reuniendo académicos y activistas, en un proyecto del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicas (Ibase), empezó en 2006 por discutir los acuerdos de Basilea, con normas para el mercado financiero, pero la actual crisis obliga a ampliar sus objetivos.
Escéptico respecto de cambios en el sistema financiero y monetario del mundo, que no sean los «cosméticos», otro economista del proyecto, Marcos Cintra, profesor de la brasileña Universidad de Campinas, considera que el mundo está en una «trampa», cuyo desarme no parece posible.
Si Estados Unidos reduce su déficit en cuentas corrientes con el exterior, de casi siete por ciento del producto bruto interno, habría «una depresión brutal» en el mundo, advirtió.
Por lo tanto la «máquina estadounidense tiene que seguir funcionando», con el resto del mundo, China adelante, financiando su déficit. Es la «asimetría funcional», definió.
La arquitectura financiera mundial seguirá siendo la misma, quizás con mayor regulación y otros detalles, porque «sólo una guerra», que tampoco parece posible, podría llevar a cambios estructurales en el sistema, puesto que Estados Unidos sigue con una hegemonía que le concede un «poder de veto a cualquier modificación», afirmó Cintra a IPS.
Los contratos de derivados en el mundo sumaban 596 billones de dólares al final de 2007, según el Banco Internacional de Pagos (BIS), recordó Cintra al destacar la dimensión de la globalización financiera de que todo el mundo depende. Es más de 10 veces el producto mundial, y la actual crisis representó la pérdida de «apenas» algunas decenas de billones.
Su colega de Universidad, Daniela Prates, en un artículo presentado al taller señaló que la crisis actual se distingue de las anteriores por tener su epicentro en Estados Unidos, pero comprueba igual la vulnerabilidad de los países periféricos, y destruyó «la ilusión de que se habían despegado» de cualquier crisis surgida en países centrales, como la actual.
Ante esa realidad, su propuesta, de objetivos limitados, como evitar las violentas oscilaciones cambiarias que sufrieron en los últimos meses, principalmente países como Brasil, Corea del Sur, México y Sudáfrica, es el «control de capitales», con algunas restricciones a inversiones especulativas de corto plazo.
Es una medida adoptada por muchos estados, incluso con gobiernos conservadores, pero rechazados en los países mencionados. Es otro tema que pone el Banco Central de Brasil en la defensiva, ante los daños que sufre la economía de este país, con una moneda que perdió más de 30 por ciento de su valor en relación al dólar en los dos últimos meses