Llama la atención la descalificación superficial que se realiza a algunos de los planteamientos y escenarios que construye el científico social mexicano-alemán Heinz Dieterich sobre el proceso político latinoamericano, y sobre el venezolano en particular. Más allá de diferencias y matices, de desencuentros y distanciamientos con tesis, ideas o planteamientos de Dieterich, éste ha venido […]
Llama la atención la descalificación superficial que se realiza a algunos de los planteamientos y escenarios que construye el científico social mexicano-alemán Heinz Dieterich sobre el proceso político latinoamericano, y sobre el venezolano en particular. Más allá de diferencias y matices, de desencuentros y distanciamientos con tesis, ideas o planteamientos de Dieterich, éste ha venido advirtiendo en sus análisis situacionales y de coyuntura, algunas de los riesgos, amenazas y obstáculos que configuran una auténtica encrucijada crítica para la revolución bolivariana.
Dieterich ha estado analizando la contraofensiva oligárquica-imperial contra los gobiernos desarrollistas latinoamericanos desde el año 2007 hasta la actualidad. Así mismo, diversos intelectuales reconocidos por su compromiso con una política socialista, como el argentino Claudio Katz, han analizado en profundidad los dilemas que afrontan los gobiernos nacionalistas radicales de Sudamérica. Katz ha afirmado sin ambigüedades como el antecedente de Salvador Allende recuerda que las fuerzas de la derecha, de la reacción o de la restauración demo-liberal, siempre tienen en su carpeta, en sus «hoja de ruta, el escenario de un golpe, el inducir desestabilización y crear condiciones para la crisis políticas, avalando intervenciones extranjeras e incluso magnicidios.
Honduras es el mejor ejemplo de un plan de «democracia escarmentada». Al atreverse a invocar un proceso popular constituyente, bajo parámetros electorales, de inmediato el pentagonismo y sus tentáculos políticos hemisféricos intervinieron, apoyando y avalando el golpe militar, bajo la tesis de la «sucesión constitucional forzada». Son las fuerzas del capital las que aún mantienen el dominio de las economías en Latinoamérica y el Caribe, incluidas Venezuela, Bolivia y Ecuador. Katz plantea: si no se avanza en la construcción del poder popular y la democracia socialista, reaparece el fantasma de la contra-revolución como sucedió en la experiencia chilena.
La revolución mexicana iniciada en 1910 ilustró cómo puede gestarse nuevas fracciones de clase capitalistas desde la cúspide del estado (¿Dijo usted franquicia boliburguesa?). La repetición de este precedente, para Katz, es el principal peligro que afrontan los nuevos gobiernos nacionalistas, populares y radicales. Contrastando experiencias históricas, plantea Katz que el nacionalismo militar no puede desenvolver por sí mismo un proceso de emancipación. Que la iniciativa y el poder popular son imprescindibles.
La experiencia de la Unidad Popular chilena demuestra que es posible que fuerzas aparentemente democráticas (radicales, socialcristianas o liberales) se inclinen a apoyar en momentos cruciales una alternativa que ahogue con sangre, si es preciso, cualquier ensayo de transformación socialista, democrática y revolucionaria. El Pentágono, el Departamento de Estado, la Casa Blanca y sus socios oligárquicos locales han recurrido repetidamente a la ferocidad fascista, para doblegar a los gobiernos que afectan los intereses del Imperio. También la experiencia de Indonesia en los años 60 muestra como la intervención imperial es capaz de avalar un genocidio, bajo el pretexto de luchar contra el avance del «comunismo».
Suharto y Pinochet concentran un modelo clásico de contrarrevolución fascista que la derecha siempre tiene en su agenda para contener cualquier avance de las fuerzas de izquierda revolucionaria en la periferia del sistema capitalista. Como han dicho los análisis clásicos, la ferocidad de la contra-revolución depende de la profundidad de las demandas populares, de sus prácticas y de las políticas de los gobiernos progresistas.
Actualmente se ensayan golpes preventivos para desplazar a gobiernos reformistas antes de que se radicalicen, sin la intención de reimplantar dictaduras clásicas de mediano plazo. Se busca así una restauración conservadora bajo un aparente respeto del marco constitucional. El ensayo hondureño es una prueba crucial para el imperialismo norteamericano con el fin de calibrar las respuestas de los gobiernos y pueblos del continente latinoamericano, y para determinar las condiciones que permiten sostener a un generalato reaccionario como factor de estabilidad política e institucional. A través de diversas fachadas constitucionales, ejercen variaciones más abiertas o veladas de terrorismo de estado (Colombia-Uribe) o de represión salvaje.
Pero Katz apunta a un asunto medular: ¿Cuáles son las debilidades y los obstáculos que interponen las propias fuerzas sociales y políticas revolucionarias para gestionar la viabilidad de un tránsito hacia el socialismo? Los errores de los actores, movimientos y fuerzas del propio campo revolucionario son parte del tablero estratégico. Llegar al gobierno a través del voto no equivale a ejercer el poder social. El manejo de la gestión administrativa del estado no otorga el control ni de los resortes de la economía ni de otros recursos estratégicos de poder que detentan los capitalistas. Es conocido que uno de los aspectos trágicos del Gobierno de Allende fue su confianza excesiva sobre el compromiso constitucional de los sectores militares. Chávez rememora este precedente y recurre a su propia experiencia en el ejército para afirmar que «la revolución bolivariana es pacífica, pero no desarmada».
Sin embargo, en la próxima reunión del Consejo de Seguridad de UNASUR, quedara patentemente explícito hasta que punto giro hacia la izquierda por procesos electorales, puede contener las estrategias del pentágono sobre América Latina y el Caribe. Y cada día más se viene afinando la estrategia pentagonista sobre las fuerzas armadas del continente latinoamericano. Al control capilar de las Fuerzas Armadas le sigue el control capital de la dirección de los aparatos judiciales y de los tribunales constitucionales, así como de los espacios de poder parlamentarios. En este triángulo institucional se fraguó el golpe cívico-militar en Honduras, monitoreado desde el Pentágono.
Por tanto, sin la edificación de un vasto movimiento del poder popular extra-parlamentario, el tránsito hacia el reformas democratizadoras, para no hablar ni si-quiera del socialismo democrático, permanece bloqueado en la práctica, y cualquier ensayo unilateral por una vía exclusivamente parlamentaria, genera leyes sin fuerza popular efectiva. Desmovilizar el poder popular y radicalizar la retórica de una agenda legislativa, son movimientos erráticos si no se llenan de fuerza popular, de multitud, pues ningún socialismo se construye por decreto, o colocando a la legalidad emergente por delante de la acumulación de fuerzas reales del pueblo.
Eso constituye una ceguera parlamentarista de cualquier «revolución desde arriba». Parlamento sin movimiento popular extra-parlamentario, sin una autentica acumulación de fuerzas, sin un proceso de ascenso revolucionario, se convierte en un boomerang que retroalimenta, de manera positiva, un clima de reflujo revolucionario. Y esto es lo que esta ocurriendo precisamente en Venezuela, así la dirigencia revolucionario no lo quiera ver o analizar. En Venezuela hay estancamiento político del poder popular, y cualquier avance desde esta condición es una decisión temeraria. Pero hay otros problemas.
Si se sigue ocultando que existe una «Boliburguesía», es decir sectores que han aprovechado el boom petrolero de los últimos años para enriquecerse, no podrá entenderse la encrucijada crítica de la revolución bolivariana: sus actores, movimientos y fuerzas. No es posible compatibilizar, en medio de un estridente discurso de radicalización revolucionaria de Chávez, el estancamiento de los programas sociales y de políticas redistributivas con las superganancias de banqueros que lucran con la intermediación de títulos públicos, con contratistas que obtienen jugosas licitaciones, con importadores que aprovechan la fiebre de consumo ostentoso, con empresarios que no invierten pero especulan, generando un círculo vicioso de baja oferta y alta inflación. No es posible hablar de socialismo en medio de prebendas, privilegios y meteóricos patrimonios de altos funcionarios del Esta-do. Y esa acumulación voraz ha generado sus propias fracciones de clase, sus grupos económicos y sus personeros políticos. Y se presentan como «rojo, rojitos».
Katz ha dicho que la expansión de las nacionalizaciones que caracteriza al proceso bolivariano -no sólo en el área petrolera, sino también en telefonía, electricidad o agua- así como la anulación de la autonomía del Banco Central podrían llegar a ser funcionales a este proceso de reorganización de la acumulación de fracciones capitalistas. Cómo se demostró en la era del PRI mexicano, las estatizaciones pueden ser orientadas al servicio de clanes poderosos. Cuándo un gobierno, apoyado por las masas, refuerza a nuevos grupos empresariales, deja de expresar los intereses de los movimientos sociales y populares. Simplemente con-valida una variante del capitalismo, que el científico social argentino Atilio Boron ha analizado crudamente en su trabajo: «Duro de matar: el mito del desarrollo capitalista nacional en la actual coyuntura política latinoamericana (http://www.ejournal.unam.mx/pde/pde…)
En un esquema que refuerza el rentismo, el patrimonialismo y las prebendas, los ingresos por exportación de hidrocarburos tendería a financiar la acumulación y no una profunda reforma agraria, los aumentos de salarios reales o las me-joras en las condiciones sociales. Los proyectos de capitalismo de estado están a la orden del día, y puede arrastrar a una verdadera oleada de frustración popular. Sin claridad alguna sobre la reinvención de un proyecto socialista, democrático y revolucionario, la presión dominante es un nuevo ensayo de capitalismo regulado, maquillado por un costoso aparato propagandístico de «socialismo bolivariano del siglo XXI». Esto genera descontento, desconcierto y desencanto (las 3D de la derrota). Pero la realidad termina revelándose en los altos costos de la canasta alimentaria, en el deterioro de servicios de salud y educación, en la inseguridad, en los problemas de vivienda y subempleo para los sectores populares. No hay maquillaje posible ni cuerpo que lo resista. Hay que analizar la cruda realidad del estancamiento y el reflujo revolucionario en Venezuela.
Katz ha apuntado, desde hace ya varios años, que los proyectos de capitalismo de estado actual nutren la tendencia neo-desarrollista, que emergió en Amé-rica Latina como resultado de la crisis neoliberal. Este giro es propiciado por los sectores de la burguesía que han tomado distancia de la ortodoxia monetarista, luego de un período de fuerte concurrencia extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida de la competitividad internacional. Manteniendo aceitados vínculos con el capital financiero, promueven cursos más industrialistas para favorecer el desarrollo de las nuevas transnacionales «Multilatinas» (como Slim, Odebrecht, Techint). Estas compañías lucraron con las privatizaciones, pero ahora priorizan los negocios industriales y jerarquizan el mercado regional. Algunos teóricos de izquierda aprueban el rumbo neo-desarrollista, presentándolo como un paso intermedio al socialismo. Pero olvidan que la estabilización de ese curso bloqueará cualquier evolución anticapitalista. El etapismo implícito genera una extraña mezcla de capitalismo de estado aliado a nuevos grupos económicos de poder. Una historia nada novedosa que rememora al Carlos Andrés Pérez de la Gran Venezuela, pero ahora bajo una retórica neo-socialista. Este cuadro dista mucho de los discursos del Presidente Chávez. Pero, ¿hasta que punto se distancia de aspectos de la realidad nacional?
El problema crucial es que en la actual coyuntura de los años 2009-2010 parecen articularse de manera extremadamente complicada variables críticas de orden nacional e internacional para las experiencias neo-desarrollistas o nacionalistas populares en América Latina. La ilusión-Obama encubre una reorganización imperial-pentagonista que comienza a sorprender a quienes presumen que los gobiernos demócratas son benevolentes con las reformas radicales en América Latina. Ha llegado la hora de bajarse de las nubes.
La evolución política, no sólo es un fenómeno complejo en fases de relativo equilibrio dinámico, sino que puede tornarse extremadamente turbulenta, caótica y hasta catastrófica en situaciones de inestabilidad y crisis. En estas condiciones, las decisiones y la praxis política son determinantes. Sin analizar la correlación de poder entre las fuerzas imperial-oligárquicas latinoamericanas, los gobiernos desarrollistas y los nacionalistas populares de izquierda, no se entenderá el carácter de la encrucijada crítica para toda la región.
Dieterich pronostica que el epicentro del conflicto por la hegemonía latino-americana será Venezuela, con frentes secundarios en Centroamérica (El Salvador, Honduras y Nicaragua), y que la posibilidad de que el Bolivarianismo venezolano se debilite seriamente, incluso con probabilidad de perder espacios de poder en el año 2010, es muy real.
No hay que subestimar sus observaciones pues tienen cierto fundamento. Descalificar a Dieterich, a Katz, o a Boron es una estupidez y demuestra ceguera estratégica. Pero Dieterich también se ha equivocado. Dijo, por ejemplo que el gol-pe militar en Honduras no tenía mayores perspectivas de consolidarse. Y sin embargo, allí aparece la maniobra Pentagonista y del Departamento de Estado, de darle un oxigeno electoral, que coloca en un dilema a las fuerzas populares hondureñas. Dieterich se equivoca y el desenlace más probable no es que las fuerzas golpistas corran el destino del golpe separatista de Bolivia, sino que logren organizar un fraudulento proceso electoral. Por tal razón, hasta ahora la tendencia es que EE.UU. controla la situación política, así como los posibles escenarios de crisis en Honduras.
Pero lo que no está claro aún es si Dieterich se equivoca sobre los futuribles de Venezuela. Dieterich habla de creciente disfuncionalidad del modelo de gobierno con tres déficit estructurales: el económico, el político y el discursivo. Para Dieterich, el problema principal en lo económico es la inflación que hará crisis antes de las elecciones del 2010. Sin embargo, este es uno de los aspectos del problema, si no se observa el subempleo, la caída del ingreso real, el deterioro de las Misiones, y la más terrible de las convergencias en el plano ideológico: el des-contento, el desencanto y el desconcierto (las 3 D de la derrota).
En opinión de Dieterich, Venezuela experimenta una política económica desintegrada, con ensayos populistas («comunas») que tienen tanto que ver con el «Socialismo del Siglo XXI», como los animal spirits de Keynes con los dogmas racionalistas de los neoclásicos. Malos pronósticos para Venezuela, según Dieterich. Un modo de caracterización que no podría ser compartido por el Ministerio del Poder Popular para las Comunas. Aquí Dieterich muestra cierto desprecio por la experiencia popular de base. Esto es comprensible, si se parte de la premisa de que Dieterich cree saber cómo es el modelo del socialismo del siglo XXI, pues el ha sido un activo participante de su invención. Se trata en parte de defender su «narrativa de marca», pero el asunto de los modelos de socialismo es mucho más diverso y complejo que una solución a la carta.
Así mismo, Dieterich ha analizado la declaración del vocero del Departamento de Estado, P.J. Crowley, de que la lección del golpe militar para Manuel Zelaya es que debe alejarse del «liderazgo actual en Venezuela», y que «los países de la región» deben seguir un gobierno modelo y un líder modelo» que no sea Chávez. También ha analizado la revelación del fiscal militar del ejército hondureño, Coronel Herberth Bayardo Inestroza, de que la decisión del coup d´etat se tomó por la integración de Honduras al eje bolivariano, y el abierto apoyo de Washington a los putschistas, con ayuda de la Unión Europea, manifiestan la decidida voluntad del establishment estadounidense, de re-establecer las reglas monroeistas de dominación en su «patio trasero». El Imperio quiere acabar con el interregno bolivariano durante el 2009-12, «enterrando» la presidencia de Hugo Chávez.
También Dieterich ha alertado sobre la militarización del planeta por Washington muestra que el imperialismo sí sabe diferenciar entre el poder real y los poderes fantasiosos. Las enormes bases militares permanentes en Irak y Afganistán, para dominar el Medio Oriente y Asia Central, tienen su equivalente funcional latinoamericano en Centroamérica y Colombia. Venezuela queda prácticamente cercada. Para Dieterich, se trata de la misma silenciosa preparación logística ofensiva para dar el jaque mate que llevó a cabo el criminal Ronald Reagan para destruir a la Revolución Sandinista. Es decir, las bases o CSL en Colombia confirman nuevas jugadas en el tablero estratégico regional. ¿Estarán mirando los actores el mismo tablero? Hay que tomar en serio en este punto a Dieterich.
También ha alertado acerca de la ceguera de la alta dirección revolucionaria del Bolivarianismo. Dice: «Ningún servicio de inteligencia, ningún Ministerio de Relaciones Exteriores, ningún centro de investigación académico estaba al tanto. En diez años de Bolivarianismo no se ha creado ni un solo Centro de Investigación en América Latina capaz de detectar la penetración enemiga, para abortarla, pese a que el dinero abunda. ¿Cómo se pretende, con esta ceguera estratégica y táctica, defenderse de la potencia más poderosa del mundo?»
Hay cegueras mutuas. Ni el gobierno bolivariano acierta ni Dieterich tampoco. Lo cierto es que no hay simetría de información entre el imperio, sus planes de cerco y aniquilamiento y las capacidades de la alta dirección estratégica de la revolución bolivariana. Pero hay muchos flancos débiles, frentes de batalla innecesarios y campos minados no detectados. Tal vez, la experticia de un tanquista, como Chávez, debe buscar apoyo en otras habilidades, experticias y competencias no sólo de otros roles o ramas militares, sino del propio mundo popular y de los trabajadores intelectuales. Sin organizaciones, equipos y múltiples contribuciones críticas será difícil atender una coyuntura compleja, conflictiva y cargada de incertidumbres. Pues la variable fundamental, incluso de una hipótesis de guerra de resistencia, sigue siendo la articulación de una multitud popular organizada y movilizada, dirigida desde un frente único revolucionario que sea capaz de no perder la batalla moral y material.
Dieterich enumera las amenazas a la revolución bolivariana: deterioro de la posición presidencial internacional; avance militar uribista yanqui; inflación incontrolable y política económica disfuncional; bloque opositor electoral con alrededor del 40% de la población; poderosos medios de manipulación de la derecha; agota-miento del discurso bolivariano, ético y del Socialismo del Siglo XXI, y una retórica de amenazas a la cual no siguen acciones (Globovisión); alejamiento de los intelectuales y cuadros críticos; todo esto genera condiciones idóneas para facciones opositoras dentro de las Fuerzas Armadas. ¿Cómo transformar estas amenazas en oportunidades?
Si se sigue perdiendo la oportunidad abierta por la real asunción de las llamadas tres R: revisión, rectificación y reimpulso, agregándole desde mi modesto punto de vista, una cuarta R: la renovación del proyecto socialista y del discurso de la revolución democrática, será muy difícil superar la parálisis estratégica de la dirección política del PSUV y de cuadros de la alta dirección del Estado, incluido un Chávez que luce perdiendo reflejos para sintonizarse con las demandas, aspiraciones y luchas populares cotidianas.
Incluso Dieterich sobrestima las capacidades y recursos de los campos que se enfrentaran en septiembre en la próxima reunión de UNASUR. No hay dos ejércitos, el imperial-colonialista y el patriótico-libertador, pues en realidad no hay ningún ejército patriótico-liberador efectivo en América Latina, y esto lo sabe con precisión Washington. El pentágono se encarga precisamente del análisis de la correlación del poder militar en el mundo, y cuando lean a Dieterich, soltarán alguna que otra carcajada.
Lo que existe efectivamente es la posibilidad de acumular fuerzas de resistencia nacional-popular para confrontar la tendencia de recuperación de la gobernabilidad imperial sobre América Latina, saliendo de la narcosis electoral en la visión de los pueblos del continente. Hay que ir más allá de ganar elecciones. Los gobiernos de centro-izquierda no quieren pleitos con Washington, y siguen la sen-da del capitalismo regulado. Los nacionalismos populares antiimperialistas no controlan efectivamente la totalidad de sus fuerzas armadas, y saben que no son orgánicamente antiimperialistas. Solo la organización de fuerzas nacional-populares puede equilibrar las correlaciones de fuerzas.
Si nadie prende las alarmas a tiempo, si se mantiene el entumecimiento de la estrategia revolucionaria innovadora, lo que habrá es un nueva ciclo de resistencia popular, similar a las luchas contra el neoliberalismo, o contra las dictaduras de seguridad nacional, desde una posición de desventaja estratégica inicial, pero que puede favorecer un nuevo ascenso revolucionario. Si no es así, la estrategia tentacular del pentágono de apoderará de los espacios de poder claves para contener la llamada «marea rosa» en América Latina.
Finalmente, llama poderosamente la atención lo planteado por Dieterich, una suerte de «solución Suharto» para Venezuela, que no aparece en el foco de percepción de la alta dirección estratégica de la revolución. Sobre la confección de largas listas, por parte de NSA, la CIA y el Pentágono, con decenas de miles de bolivarianos que aparecen como objetivos si regresa al poder la oposición hay absoluto silencio. Habrá que recordarle a muchos dirigentes bolivarianos cómo Su-harto en Indonesia dio un golpe de Estado con el apoyo de la CIA, seguido de una represión que asesinó entre medio millón y un millón de militantes comunistas, en lo que se convirtió en uno de los más grandes genocidios del siglo XX.
Un genocidio invisible para las estructuras mediáticas imperiales, por cierto, que lo revisten de una suerte de aura civilizadora. También las fuerzas de izquierda, lideradas por el maoista PC indonesio (PKI), consideraban al Estado como «semiburgués y semiproletario», y se alineará totalmente detrás del nacionalismo burgués de Sukarno, a quien incluyó en sus estatutos partidarios como fuente de enseñanzas, a la par con el ‘marxismo-leninismo’ (o lo que Mao entendía por tal). Una política de colaboración de clases, de acuerdo con la cual se debía «supeditar los intereses de clase a los intereses nacionales» implicaba para el PKI distraer al campesinado que se levantaba contra los terratenientes; implicaba llamar a «elevar la eficiencia y la productividad» de los mismos obreros que ocupaban las empresas nacionalizadas. La llamada etapa de liberación nacional se convirtió en el anzuelo, que impidió ejercitar la revolución ininterrumpida. El ala derecha del gobernante Partido Nacional veía con pavor el crecimiento de la influencia revolucionaria, ciertamente. Y un fallido golpe «progresista» contra el Ejército y el ala derecha del Partido Nacional (Suharto), generó una respuesta antiinsurgente. Las fuerzas arma-das activan una feroz oleada anticomunista que azotará Indonesia.
La tragedia de Indonesia es que la confección de las listas de los blancos a ser aniquilados había utilizado como fuente, a los propios registros de militantes del propio Partido Comunista de Indonesia. Unas misteriosas manos habían puesto a la disposición del Imperio, una vasta «lista de blancos a ser neutralizados». Lo mismo ocurrió en el Chile de Allende, en la U.P. Colombiana, y en casi la totalidad de organizaciones revolucionarias de izquierda del mundo que fueron diezmadas por las llamadas dictaduras de seguridad nacional. La ilusión-Obama impide ver el monstruo-Pentágono. Por tanto, no es momento para ilusionismos, la realidad esta allí y se llama el Imperio. Un extraño «principio de realidad» pretende imponerse al mundo entero, y se llama «sumisión a Washington».
Fuente: http://tercerainformacion.es/spip.php?article10216