Cuando se ignora un problema suelen tenerse dos: Aquel que no se ha resuelto, simplemente, porque se desconoce su existencia, y esa torpe pasión por la ignorancia que, sea de la mano de la arrogancia o de la costumbre, ni siquiera permite suponer un problema. Los medios de comunicación dominicanos han hecho progresos en relación […]
Cuando se ignora un problema suelen tenerse dos: Aquel que no se ha resuelto, simplemente, porque se desconoce su existencia, y esa torpe pasión por la ignorancia que, sea de la mano de la arrogancia o de la costumbre, ni siquiera permite suponer un problema.
Los medios de comunicación dominicanos han hecho progresos en relación a la manera en que tratan la violencia machista, unos más que otros, pero junto a este reconocimiento que, dados los antecedentes, tampoco es como para entusiasmarse, cabe la exigencia de demandar mucho más cuidado, sensibilidad y conciencia a la hora de referirse a esa violencia. Y acaso, a no quedarse en el superficial enunciado de la misma, dando por asumida la violencia machista cuando, con más frecuencia de la deseada, sus propias crónicas y titulares ponen en evidencia sus prejuicios, su ignorancia y lo mucho que pesa la costumbre.
Hoy, 30 de enero, el periódico El Nacional de Santo Domingo titulaba en su primera página: «Hombre se quema junto a novia negaba reconciliarse». Cualquiera que haya aprendido castellano, tras leer este titular, lo único que puede deducir es que un hombre se ha prendido fuego al lado de su novia, como una estúpida forma de expresarle su enfermizo amor, y que para dejar constancia del dantesco espectáculo que se proponía, tuvo la precaución de invitar a la amada para que ocupara un palco y no fuera a perderse el menor detalle de su infinita torpeza. Cualquiera supone que la presencia de la novia junto al hombre que pretendía reconciliarse con ella prendiéndose fuego, era a título de testigo, de un testigo sin cargos. Cualquiera entiende que estamos hablando de un suicidio. Y eso es exactamente lo que refiere el titular, el suicidio de un pobre enajenado que en un rito sadomasoquista invita a su novia a presenciar su muerte.
Pero no se trata de un suicidio, sino de un crimen, y tampoco es la noticia que un hombre se ha quemado al lado de una mujer, sino que un hombre ha abrasado viva a una mujer perdiendo, también él, la vida.
Ya en la crónica se desvela el misterio y así sabemos que el hombre se presentó en la casa de los padres de quien fuera su novia, casa en la que residía la mujer, y tras rociarla con gasolina le prendió fuego y se abrazó a ella, a una novia, a la que el titular del periódico sigue confiriendo ese rasgo, casi parentesco, cuando ya no existía ninguna relación entre el asesino y su víctima; a una mujer cuya subordinada existencia ni siquiera mereció el protagonismo en el titular de su propio asesinato; a una mujer, simple testigo, del crimen de un hombre, de otro feminicidio más.