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Tiza Palestina

Fuentes: http://marwandtahbub.blogspot.com/

«Tiza Palestina» es el título que el poeta Mahmud Darwish eligió para su primer libro de prosa, una prosa, como veremos en «el exilio escalonado» no deje de ser poesía. Nuestra Tiza Palestina, igual que la de Mahmud Darwish no opta por la separación ficticia entre poesía y prosa, tendrá piezas escogidas de ambas partes y no será exclusiva de palestinos, sino incluirá a no palestinos que por su sensibilidad y solidaridad expresaron la dimensión universal del dolor palestino. Traducido por Marwan Tahbub


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El Exilio Escalonado.

Introducción: En «El Exilio Escalonado» Mahmud Darwish describe su vuelta, desde su exilio, a su patria y su entrada en la Franja de Gaza en 1999. Su lectura nos guarda varias sorpresas, entre ellas, y sin quererlo, desmitifica la imagen machacona que recientemente, se nos bombardeó sobre el dolor de los colonos israelíes que tuvieron que abandonar, recientemente, la tierra palestina en la Franja de Gaza. Con seis años de antelación, Darwish nos la describe cuando narra las reacciones de un colono israelí, un colono de los pioneros, de estos que colonizaron en 1948, la parte de Palestina que ahora es Israel. Pone en evidencia como la colonización de los territorios ocupados en 1967 no es más que la continuidad del pecado original; la ocupación y colonización de Palestina, para borrarla del espacio y del tiempo, de la historia y de la geografía y dejar su lugar para Israel. En «El Exilio Escalonada» se mezclan y se entrecruzan los caminos de la victima y el victimario, el «uno» y el «otro», la imagen y su contra imagen reflejados en el espejo del drama que desde hace un siglo viven en la tierra Palestina/Israel, tanto colonizador como colonizado.

Este artículo de Mahmud Darwish fue escrito en 1999, traducido en 2001 por Marwan Tahbub y publicado el mismo año en la Revista Omeya, publicación española especializada en cuestiones árabes.
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» No había terminado el camino para que diga, figurativamente, que el viaje se inició. Puede que el fin del camino me conduzca al inicio de otro camino. Así la dualidad de partir y volver queda abierta a lo desconocido.

Tenía seis años de edad cuando partí hacia lo desconocido. Cuando triunfó un moderno ejercito sobra una infancia que no recibía del lado occidental más que el olor salado del mar, el ocaso dorado del sol sobre los campos de trigo y maíz. Las espadas no se habían transformado en arados más que en los testimonios de los profetas. Y se rompieron nuestros arados defendiendo la inmemorial relación entre sencillos campesinos y la única tierra que conocieron y en la cual nacieron, frente a la guerra de unos forasteros armados con aviones y tanques y que la fuerzo dio legalidad al mito de su nostalgia de la «Tierra de Promisión». El mito se alimentaba de la «fuerza» y la fuerza necesitaba un «mito».

Desde el principio la lucha por el pasado y los símbolos acompañaban la lucha por la tierra. Y desde el principio la imagen de David se armaba con los escudos de Goliat y la imagen de Goliat era la que recurría a la honda de David.

Pero el niño de seis años no necesitaba de un historiador, para que conozca el camino de los destinos desconocidos abiertos por ésta infinita noche que se alarga desde un pueblo colgado en una colina de Galilea hasta un norte iluminado por una beduina luna colgado sobre las montañas. Todo un pueblo se le arrancaba de su pan horneado, se la arrancaba de su presente reciente para meterlo en un pasado venidero. Allí en el sur de El Líbano, se levantaron tiendas provisionales para acogernos. Desde este instante cambiarán nuestros nombres. Desde este instante seremos una solo cosa sin ninguna diferenciación. Desde este instante se nos sellará con un solo sello; Refugiados.

  • Padre, ¿Qué son los refugiados?
  • Nada, nada. No vas a entender.
  • Abuelo, ¿Qué son los refugiados? Quiero entender
  • Que dejes de ser niño desde ahora ya.

Dejé de ser niño en unos instantes. Desde que empecé a diferenciar entre la realidad y la imaginación, a diferenciar mi realidad de ahora y la que era hace pocas horas. ¿Acaso el tiempo puede romperse como el cristal?. Dejé la infancia desde que tuve conciencia de que los campo de refugiados en El Líbano son la realidad y que Palestina se hizo utopía. Abandoné la infancia desde que padecí la flauta de la nostalgia. En la medida en que la luna crecía sobra las ramas de los árboles, se hacían presentes en mi preguntas misteriosas para mi raciocinio: Una casa cuadrada, en la mitad de su patio se erguía una alta morera. Un caballo tenso. Una torre de palomas. Una pozo de agua. Al lado de la cerca de la casa un panal que me hería la dulzura de su miel. Dos senderos enyerbados que se extendían; uno hacia la escuela y el otro hacia la iglesia y una excesiva continuidad en mi lenguaje.

  • Abuelo. ¿Será larga ésta situación?
  • Es un corto viaje y luego volveremos.

No conocía el término «Exilio» hasta que se enriqueció mi vocabulario. La palabra «Retorno» era nuestro seco pan lingüístico. Retornar al lugar. Retornar al tiempo. Retornar de lo provisional a lo constante. Retornar de una casucha de latón a una casa de piedra. Así Palestina se hizo totalmente distinta a lo que «No era Palestina». Se hizo el «paraíso perdido por el momento …».

Cuando volvimos infiltrándonos a través de la frontera, no encontramos ninguna huella de nuestro mundo. Las palas mecánicas israelíes había reconfigurado el lugar con la insinuación de que nuestra existencia era parte de unas ruinas románicas, que no se nos permitía visitar. Así el pequeño niño que retornaba al «Paraíso Perdido» no encontró más que las sólidas herramientas de la «ausencia» y un camino abierto a las puertas del infierno.

No necesitaba quien me esceribiera la historia. Yo era «el presente ausente». Pero la directora israelí de cine, Simón Biton, se fue, cincuenta años después, a tomar imágenes de mi primer pozo de agua, de las primeras aguas de mi lenguaje y para enfrentarse con la resistencia de los nuevos habitantes del lugar y registra el siguiente dialogo;

  • El poeta nació aquí.
  • Yo también. Cuando llegó mi padre aquí no encontró más que ruinas. Nos dejaron unas tiendas y algunas casitas. He pasado veinte años construyendo una casa para mí. ¡Y quieres que se la dé!.
  • Lo que quiero es tomar las imágenes de éstas ruinas. Las ruinas de lo que ha quedado de su casa. Tiene la edad de tu padre, ¿No te da vergüenza?.
  • No seas inocente. Lo que quieren es su derecho al retorno.
  • ¿Tienes miedo que lo consigan?.
  • ¿Y que te expulsen como hemos hecho nosotros con ellos?.
  • Yo no expulsé a nadie. Nos bajaron de los camiones y nos dijeron: Aquí tienen que arreglarse. Pero ¿Quién es este Darwish?.
  • Él escribe sobre las tunas. Sobre los árboles de aquí y sobre el pozo de agua.
  • ¿Cuál pozo? Hay ocho pozos. ¿Qué edad tenía?
  • Seis años.
  • Sobre la iglesia ¿escribe sobre la iglesia? Había una iglesia aquí, la destruyeron pero conservaron la escuela para acoger a las vacas lecheras y los terneros.
  • ¿Es decir, que habéis convertido la escuela en un establo?
  • ¿Y porqué no?
  • Es cierto ¿Porqué no? Ellos tenían un caballo. También había árboles frutales.
  • Claro. Cuando éramos niños nos alimentábamos con sus frutas; Higos, moras y otras tantas variedades. Éstos frutales eran toda mi infancia.
  • Y la infancia de él.

 

No era desierto entonces. Tampoco estaba deshabitada. Un niño nace en la cuna de otro niño. Toma la leche del otro. Come los higos y las moras del otro. Vive su vida en lugar del otro. Tiene miedo del retorno del otro. Carece del sentimiento de culpa ya que el crimen fue obra de otras manos, fue obra del destino. ¿Habrá cabido en el mismo lugar una vida en común?. ¿Pueden, dos sueños, moverse libremente, bajo el mismo cielo?. ¿O acaso, el primer niño, tendrá que crecer y vivir lejos y solo, sin patria y sin exilio, sin ser de aquí ni de allá?.

Mi abuelo murió oprimido asomándose a su vida vivida por otros. Asomándose a su tierra que regó con las lagrimas de su piel para heredarla a sus hijos. Murió por el aroma de Geografía rota en las ruinas del tiempo. Murió porque el derecho del retorno de la acera de una calle a la otra no se puede conseguir más que después del paso de dos mil años, suficientes para que el mito se ajuste a la modernidad. Mientras yo buscaré «La Hermandad de los Pueblos» en un dialogo infinito a través de la puerta de mi celda con un carcelero que no deja de convencerse de que yo soy ausente.

  • ¿A quién vigilas entonces?
  • A mi inquietud
  • ¿Qué es lo que te inquieta Señor?
  • Un fantasma que me persigue. Cada vez que le venzo se hace más visible su aparición. Quizás sea así debido a que es la huella de la víctima en la tierra
  • Pero tú eres el fuerte, el poderoso. Eres el carcelero. ¿Porqué le disputas a la víctima su papel?
  • Para justificar mis hechos. Para tener la razón siempre. Para que alcance la divinidad y para salvarme del llamado del arrepentimiento.
  • ¿Y porqué me encarcelas aquí? ¿Crees que soy fantasma?
  • No exactamente. Pero tú recuerdas siempre el nombre del fantasma.

 

Quizás la poesía es el guardián de los nombres, por su constante inclinación a llamar con su nombre a los elementos y las cosas primarias, en un juego, que no tiene la apariencia de la inocencia para quien rodea su propia existencia, con la apropiación absoluta del lugar y su memoria, con la apropiación de la Historia y de la Metafísica juntos. Quizá la poesía no mienta, pero tampoco dice la verdad igual que el sueño. Pero la experiencia reincidente de la cárcel iluminó mi conciencia sobre la estética de la poesía, su utilidad y su eficiencia. No. La poesía no era un juego inocente en la medida en que probaba la existencia de un ser que no debería existir.

Pero el exilio crece de nuevo como lo hace la hierba silvestre bajo la sombra del olivo. Pero el pájaro es el único que puede otorgar al lejano cielo su punto de relación con una tierra que se le privó de su cielo.

Muchas geografías no tienen esta pluralidad estética característica de nuestra tierra al verse incapaz de lograr la separación necesaria entre la realidad y el mito. Aquí cada piedra cuenta y cada árbol registra la lucha entre el tiempo y el lugar. En la medida en que aumenta el peso de esta estética, aumenta mi sentido de la ligereza del extraño. Yo soy presente, ausente y prisionero. Soy medio ciudadano, y un completo refugiado desposeído. Camino por las calles de Haifa, sobre las faldas del Carmelo repartido entre el mar y la tierra con la fuerte sed de ampliar la extensión de la tierra con toda la libertad que no encuentro más que en una poesía que me lleva a la celda de la cárcel. Durante diez años no se me permitía abandonar Haifa. Cuando se extendió el circulo de la ocupación israelí en la guerra de 1967 se encogió el circulo de mi residencia: No se me permitía dejar mi alojamiento desde la puesta del sol hasta su amanecer, y tenía que presentarme al puesto de policía a las cuatro de cada tarde. Mi noche particular, mi noche intima, dejó de pertenecerme: Los hombres de la policía tenían el derecho de tocar mi puerta a la hora que quieran para comprobar que estoy en mi alojamiento.

No estaba presente. Se me obligaba a volver a mi exilio escalonado escalonadamente desde el momento en que los limites de la patria se confundían con los del exilio en la neblina de los significados. Intuía que el lenguaje podía dibujar lo que se había roto y que podía unificar lo que se había dispersado. Posiblemente mi «aquí» poético transformado de un horizonte en una cadena, necesitaba ampliar la razón de lo lejano.

Pero la distancia entre el exilio externo y el exilio interno no era visible siempre. Era una distancia configurada en la medida en que ésta tierra tiene un significado menor que su espacio. En el exilio exterior me di cuenta todo lo cerca que estaba de una lejanía contraria. Cuantas veces allá era aquí. Nada queda como particular de tanto transformarlo en universal. Nada queda como universal de tanto tocar lo particular. Probablemente se alargará el viaje sobre más de un camino que se carga encima de los hombros. Entrará en crisis una identidad prohibida que se niega a ser resumida en: emigración y retorno. Y no sabemos quien de nosotros es el emigrado; nosotros o la patria. La patria está en nosotros con la topografía de su panorama natural. Su imagen evoluciona con el significado de su contrario. Todo se interpretará con su contrario. Crecerá mucho del narciso herido en la tierra provisional y marginada. El lenguaje ocupará el lugar de la realidad. La poesía buscará su mitología en el conjunto de la experiencia humana. El exilio se transformará en literatura o formará parte de la literatura universal de los errantes, y lo será no para que se enfríe el fuego de la tragedia particular, sino para que pueda ingresar en la historia general de la humanidad. Pero los israelíes perseguirán esta alternativa y dirán que ellos son los exiliados. Que ellos son los exiliados que se retornaron. Que los palestinos no son exiliados en la medida en que retornaron a vivir en su ámbito árabe. La víctima se le privará, de nuevo, de su propio nombre. Y en la medida en que la víctima particular tenga el derecho a crear su propia víctima y el exiliado particular tendrá el derecho a crear su propio exiliado.

Tendré la oportunidad, después de un cuarto de siglo, de ver parte de mi patria; Gaza, que no había conocido antes más que en la poesía del difunto Muàin Bseiso que la transformó en su paraíso particular. El camino hacia ella, atravesando el desierto del Sinaí es tétrico jalonado con un cactus aquí o allá, alguna palmera sudorosa y un tanque calcinado dejado para el recuerdo. Pero mis sentimientos estaban ordenados con una racionalidad fría algunas veces y otras veces, presa de las dudas de quien conoce la diferencia entre el camino y la meta. Se multiplicaron, repentinamente, las palmeras en Al-Àrish. Ya me estoy acercando a lo desconocido y deseaba que se alarga éste momento de espera. Pero el poder de la conciencia sobre el corazón se ha ido aflojando gradualmente. Continuemos el viaje antes que llegue el atardecer, decía. Espera me contestó mi amigo el Ministro de Cultura, «la patria está al alcance de la mano. La patria es lo que sientes ahora, es ésta tensión, ésta inquietud. Respondí: «Quizás sea éste atardecer donde el sueño se prepara para ser mas realista».

Ahora no sueño con nada. Desde aquí empieza la Nueva Palestina: Desde éste puesto militar israelí, un jeep también militar, la bandera y un soldado preguntado a nuestro acompañante con un flojo árabe ¿a quien llevas? Y le responde «llevo a un ministro y a un poeta». Evito mirar las cámaras de los fotógrafos que buscan la alegría de los que retornan al paraíso. Me hieren las luces de las colonias, los puestos militares israelíes de control a los dos lados del camino. Lo primero que me sorprendió fue la forma geográfica rota y la deformación del Mapa. Pero la sorpresa tiene su respuesta preparada, «Jericó y Gaza primero», estamos en el inicio del camino, en el principio de esperanza. No pude llegar a Jericó para que pueda llegar a Galilea mi patria personal cuando lo intenté hace dos años y antes de la muerte de Emil Habibi. Él me dijo entonces que mi vuelta tiene condiciones israelíes que se avergonzaba de transmitírmelas. Él no sabía que iba a morir dos años después y que su muerte me brindará la triste oportunidad de la alegría del retorno a Galilea. Me dieron un permiso de tres días para participar en el entierro de Emil Habibi y visitar la casa de mi Madre. Y me abrasó el deseo de volver, de aquí salí y aquí vuelvo. Viví como una persona puede volver a nacer de nuevo: El lugar era mi alkasida.

No me faltaba nada para realizar mi erótica muerte en la cima de éste nacimiento. Pero al privarme de completar el circulo, era consciente que la separación de la realidad del mito necesitaba más pasado, y que la liberación de la realidad de sus mitos necesitaba más futuro. Y el presente no era más que una visita que al terminarla, el visitante tiene que volver a su difícil equilibrio entre un exilio inevitable y una patria inevitable. Ninguna de las dos puede ser definida por la otra y ninguna puede ser definida por su contraria. En toda patria hay un exilio y en todo exilio hay un trozo de poesía.

No he vuelto todavía. No ha terminado el camino para que pueda decir que el viaje empezó».

Mahmud Darwish mayo 1999