Esta frase la pronunció el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el pasado 7 de julio, en una reunión con los dirigentes de todos los partidos del arco parlamentario ruso. Según el presidente Putin, “Rusia aún no ha comenzado a mostrar de lo que es capaz en la operación militar especial en Ucrania… Todos deberían saber que, en general, todavía no hemos comenzado nada”. Alguno –o muchos- dirán que es una fanfarronada, pero, en un pasado artículo, nos preguntábamos por que Rusia, poseyendo el volumen de efectivos y armamentos que tiene, mantenía una guerra light, de mínimos, en Ucrania. Porque, aunque la propaganda atlantista exagere hasta el ridículo el despliegue militar ruso, este despliegue es mínimo en el conjunto de su poder militar. Tan mínimo, que ni los satélites-espía de EEUU han podido captar concentraciones de soldados, blindados o armamento rusos. Como dijera el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, “El potencial militar de Rusia es tan grande que ahora sólo se está utilizando una pequeña parte”.
Las fotos de la columna que se acercó a Kiev podían engañar a los legos, pero no a nadie con un poco de entendederas. Salvo un loco o un ignorante de la cosa militar podía pensar que una columna de dos centenares de blindados y 40.000 soldados (dando por ciertas las cifras, que son de la OTAN) era suficiente para asaltar una ciudad de cuatro millones de habitantes. Aquello habría sido, posiblemente, una maniobra de distracción, para paralizar tropas en Kiev, mientras Rusia movía las suyas en el Donbás. A favor de esta idea –no nuestra, sino de sesudos analistas militares- está el hecho de que, si hay un ejército en el mundo que sepa de operaciones militares masivas y asalto de grandes urbes, ese es el ejército ruso, heredero –no lo olviden- del Ejército Rojo, aquel que destrozó el poder militar nazi y tomo por asalto Berlín, en mayo de 1945.
Asaltar ciudades es costoso, difícil y sangriento, como lo supieron los soldados soviéticos cuando tomaban las ciudades alemanas. Infinitamente peor fue para los alemanes. “El 2 de abril la artillería soviética comenzó una descarga destinada a debilitar las defensas del enemigo en el centro de Konigsberg… El teniente superior de artillería Inozemtsev menciona en la entrada de su diario dedicada al 4 de abril sesenta proyectiles procedentes de su batería que habían reducido cierta construcción fortificada a ‘un montón de piedras’”, recoge Antony Beevor en su excelente libro Berlín. En otra parte del mismo relata: “En total, había unas noventa piezas de artillería, incluidos obuses de 152 y 203 milímetros y lanzadores de cohetes Katiusha, disparando sin tregua al Reichstag”. Noventa piezas de artillería para un único edificio. Sabiendo estos ‘detalles’, carecía de total lógica militar atacar Kiev sin que el asalto fuera precedido por bombardeos masivos, que redujeran a polvo la ciudad. Que Rusia no lo hiciera es muestra de que, en Moscú, no se quiere la destrucción de Ucrania. Aquí, los únicos que la están provocando militan en el bando atlantista, con su cínica política de extender la guerra “hasta el último ucraniano”. Inmoralidad en extracto.
Si uno piensa que Rusia, además de poseer unos 47.000 tanques y vehículos blindados, dispone de 14.252 piezas de artillería, debe creer las palabras del presidente Putin, de que Rusia, en Ucrania, no ha empezado nada realmente serio. El uso masivo de artillería y blindados fue demoledoramente efectivo en la II Guerra Mundial contra el ejército nazi, que estaba infinitamente mejor armado, entrenado y motivado que lo que queda del ejercito ucraniano. Que, pese a su abrumadora superioridad, Rusia mantenga unos niveles bajos de recursos militares debería ser motivo de meditación, no de jolgorio.
Bajemos ahora al presente, a este mes de julio de 2022 y a las razones que pudieron mover al presidente Putin a convocar a todos los líderes de los partidos parlamentarios para hablar de Ucrania. En las circunstancias actuales, se habrá tratado de todo, menos de una reunión social. En esas mismas circunstancias, puede que la reunión haya sido para informarles del fin de una etapa en la ‘operación especial’ en Ucrania y del inicio de otra, quizás más contundente y masiva. Una nueva etapa en la que Rusia podría decidir “comenzar algo serio”, que acelere la operación y, de esa forma, fuerce una negociación para poner fin –por ahora- a la guerra en las condiciones que desea Moscú.
Veamos. En la reunión con los parlamentarios, Putin afirmo lo siguiente: “No nos negamos a las negociaciones de paz, pero los que se niegan deben saber que cuanto más lejos más difícil será para ellos negociar con nosotros”. “Hoy escuchamos que nos quieren derrotar en el campo de batalla. Bueno, ¿qué puedo decir? Que lo intenten”, desafió Putin. Haciendo una versión en román paladino, Putin sostuvo, uno, que la OTAN no quiere negociar con Rusia, pues su apuesta es ‘derrotar’ a Rusia en el campo militar. Dos, que, en esa situación, Rusia seguirá tomando territorio ucraniano y, cuanto más territorio conquiste, mas difícil será para la OTAN alcanzar un acuerdo con Rusia. Tres, que si la OTAN quiere derrotar a Rusia, que lo intente. En otras palabras, que Rusia acepta el reto y que decidirá según determinen sus intereses. ¿A alguien se le ha ocurrido pensar que el reto a Rusia pueda ser la condena a muerte de Ucrania?
Dato importante es que Putin celebró una reunión en privado con el secretario del Partido Comunista de Rusia, Guenadi Ziuganov, de largo el más organizado y numeroso del país, después del partido Rusia Unida del propio presidente. A pesar de todos los pesares, el PCR es el segundo partido del país y eso pesa. El hecho de la reunión es, cuando menos, curioso, dada la poca simpatía que profesa Putin a los comunistas. Por eso mismo, que se hayan reunido en privado es revelador, pues, pensando mal (o bien), podría ser indicativo de que Putin –quizás- habría solicitado a Ziuganov el apoyo del PCR para cohesionar Rusia en caso de pasar a una fase bélica más dura en Ucrania. Otro dato a anotar: se ha anunciado una reunión urgente de la Duma para el 15 de julio.
Estos movimientos políticos internos encajarían en la idea de un salto cuantitativo y cualitativo en la guerra en Ucrania. Si uno asume que la estrategia EEUU/OTAN es financiar de cuantas formas sea posible una guerra de desgaste que agote a Rusia, la respuesta lógica de Rusia seria responder con un cambio radical de estrategia, pasando de la guerra de mínimos a una guerra de máximos, que abrevie de forma contundente el conflicto y se traduzca en una derrota sin paliativos del régimen de Kiev. Seguir el juego del atlantismo y dejar que se prolongue la guerra no es bueno para Rusia. Mucho menos lo es para Ucrania, convertida en un muñeco de baratillo por la EEUU/OTAN.
De este estrado pasamos a otro. La estrategia EEUU/OTAN ha convertido un conflicto que pudo prevenirse y, luego, uno que pudo detenerse, en una guerra casi existencial para Rusia y –inmensamente más- para Ucrania. Puede que no estemos lejos del punto en que Rusia considere que la existencia de una Ucrania independiente –al menos en su forma actual- es incompatible con las exigencias de seguridad de Rusia, mas después del ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN. Puede ser casualidad, o no serlo, pero los principales informativos rusos –Ria Novosti e Izvestia- han publicado artículos rememorativos/conmemorativos de la Batalla de Kursk, la mayor de la II Guerra Mundial, así como de la reconquista de Odesa por el Ejército Rojo. En la Batalla de Kursk se enfrentaron 2.700 tanques y cañones de asalto alemanes contra 4.900 tanques y cañones autopropulsados soviéticos. El 12 de julio de 1943, se dio la mayor batalla de tanques en la historia, decisiva para inclinar la balanza del lado soviético. En Kursk se enfrentaron 1.9 millones de soldados soviéticos contra 900 mil alemanes. A partir de la victoria en Kursk, la maquinaria soviética fue una apisonadora hasta alcanzar Berlín.
No son pocas las voces, civiles y militares, en Rusia, que consideran que, llegados al punto en que ha llegado la EEUU/OTAN en Ucrania, es imposible concluir la operación militar sin garantizar la absoluta inocuidad de Ucrania ante Rusia. Las posiciones, como es natural, varían. Desde la desaparición total de Ucrania -la extrema-, a la conquista de todas las regiones costeras, incluyendo Odesa, para dejar a Ucrania sin costa y con la mitad del territorio que posee actualmente (generosamente donado por Lenin y Stalin).
Lo que queremos significar, en definitiva, es que, con la conquista del Donbás, se abre un nuevo panorama militar, geopolítico y estratégico. Pocos lo saben, pero, entre las ciudades de Slavyansk y Kramatorsk -que caerán en breve tiempo- y Lisichansk -ya en manos rusas- y el rio Dniéper, se encuentra una vasta estepa. Allí hay pequeños pueblos, pero no hay arboledas ni bosques. Es una región dedicada a la producción de cereales, que, en términos militares, no ofrece sitios para esconderse. La artillería y la aviación rusas destruirían, como si fuera tiro al blanco, a los cuerpos de ejército que se aventuren en la estepa. Por eso, en Rusia, llaman al citado trío de ciudades “la última frontera”.
Según militares de Donetsk, “La última frontera donde puede resistir [el ejercito ucraniano] es Slavyansk y Kramatorsk. Luego terminan las zonas urbanizadas y boscosas y comienza la estepa. Allí, las formaciones ucranianas no tienen nada que oponer a las fuerzas aliadas”. Tomadas Kramatorsk y Slavyansk, llegar al Dniéper será fácil. El verano es tiempo idóneo para los blindados. Después de Kursk, el Ejército Rojo avanzo sobre la tierra seca casi al galope hacia Alemania, si los tanques galoparan.
Otro punto a reseñar es la creciente dificultad del gobierno de Kiev para encontrar reclutas y detener las deserciones. El altísimo número de muertos y heridos –reconocido por el propio gobierno- ha provocado una espantada notable, que es previsible se acentúe cuando la guerra pase de las ciudades a las estepas. Antony Beevor –que, como buen británico, es un ferviente antirruso-, se refirió, en una reciente entrevista, a “La cantidad de deserciones en Ucrania” y al hecho de “que no estén repatriando los cuerpos, los están enterrando o quemando para ocultar el número de bajas, lo que demuestra un asombroso desprecio hacia sus propios militares”. Pero eso es nada en comparación con las declaraciones del ministro de Defensa ucranio al diario The Wall Street Journal, el 10 de julio pasado. Según dicho diario, el ministro “enfatizó que la alta tasa de deserción a lo largo de su extensa línea de frente ha hecho que la demanda de suministros adicionales” de armas occidentales sea “más urgente”. Si esto lo afirma el propio ministro de Defensa muy, muy mal deben andar las cosas para Kiev.
Terminemos volviendo a la afirmación de Putin, de que “cuanto más lejos [lleguemos], más difícil será para ellos negociar con nosotros”. Es un nuevo aviso. Putin ha dicho, para quien quiera entender –que en este gallinero son pocos- que Rusia seguirá adelante y que, cuanto más tiempo pase, más territorios pasarán a manos rusas. En esa tesitura, ¿qué se negociará con Moscú? ¿Que devuelva los territorios a cambio de paz? Eso ni siquiera será considerado por Rusia, pues será casi imposible que devuelva territorios ganados a sangre y fuego. De este propósito da cuenta que Rusia está estableciendo la administración rusa, introduciendo el rublo, restableciendo las vías de comunicación y entregando pasaportes rusos en los territorios conquistados. Las tropas rusas están, ya, a 380 kilómetros de Transnitria y a 200 kilómetros de Odesa. Al final, la irracional política de EEUU en Ucrania podría estar condenando a este país a desaparecer o, en el mejor de los casos, a perder grandes pedazos de territorio y sus costas en el mar Negro. Sumergidos en su burbuja, los líderes del gallinero podrían haberle dado a Rusia las razones que necesitaba para alcanzar sus mayores objetivos en Ucrania.
Rusia está ganando. Su economía ha demostrado ser más robusta de lo que ningún economista occidental habría creído, mientras las economías europeas se hunden en una crisis sin perspectiva de mejorar, sino al revés. El afán de aislar a Rusia ha provocado que China e India se vuelquen en apoyar a su aliado y la batería de sanciones ha tenido el efecto de aterrar a todo el mundo. Ahora se sabe, con certeza total, que ningún dinero, fondo, inversión, inmueble, está a salvo en las instituciones atlantistas. Hay que sacarlos de allí, aunque esta tocata y fuga se dará paulatinamente. La UE se ha disparado al pie.
Sobre el éxito de las sanciones, este dato: el 16 de junio pasado, el ministro de Industria y Comercio ruso, Denis Manturov, anunció que las aerolíneas rusas recibirán más de mil aviones en los próximos años, para cubrir las necesidades de su aviación civil. Manturov especificó que, en lo inmediato, se producirán 142 aviones SSJ-New con componentes rusos, 270 aviones MS-21, 70 aviones Il-114-300 y Tu-214, y 12 aviones Il-96-300. Putin volverá a dar las gracias a la EEUU/OTAN por el favor. Recuerden que las sanciones de 2014 llevaron a Rusia a ser la primera potencia agroalimentaria del mundo. Las de ahora la están convirtiendo en una superpotencia en aviación civil.
Putin, hace una semana, mandó descansar a las tropas que vencieron en el oblast de Lugansk, para volver al combate, repuestas y reorganizadas. Al final, si nadie negocia, puede que quede una Ucrania del tamaño de Hungría, con capital en Leópolis. No sería mala idea que vaya el personal acostumbrándose a las nuevas realidades. Otra cuestión: presumimos que lo que se llegue a acordar –si acaso se llega a algo- será provisional. De Ucrania pasaremos al escenario esencial, que es Asia-Pacifico. Si EEUU pierde la contienda con China y Rusia, ¡ay, gallinitos! ¿Quién vendrá a defenderlos?
*Autor de “De Ucrania al Mar de la China”, Akal, mayo de 2022
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