Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
París.- Amantes del turbo-neoliberalismo, alegraos. Y llevad vuestras botellas de Moet a un asiento de primera fila cercano al ring; no habrá este verano un combate más sucio de todos contra todos que los rounds de apertura que oponen a dos gigantes occidentales. Olvidad el «pivoteo» del Pentágono hacia Asia sin abandonar el Medio Oriente; nada es comparables a este viaje a las entrañas del turbo-capitalismo, digno de un neo-Balzac.
Hablamos de un nuevo Santo Grial, un trato de libre mercado entre EE.UU. y la Unión Europea; la llegada de un gigantesco mercado interno transatlántico (25% de las exportaciones globales, 31% de las importaciones globales, 57% de las inversiones extranjeras), en el cual los bienes y servicios (pero no la gente) circularán «libremente», lo que en teoría sacará a Europa de su actual «mieditis».
El problema es que para llegar a ese mundo feliz presidido por el «Dios Mercado», Europa tendrá que renunciar a algunas de sus complejas normas jurídicas, ecológicas, culturales y sanitarias.
En ese kafkiano/orwelliano paraíso burocrático también conocido como Bruselas, hordas de anónimos clones de los hombres con bombines de los cuadros de Magritte se quejan abiertamente de esta «aventura»; existe un consenso creciente de que Europa tiene poco que ganar y todo que perder en el asunto, en contraste con los ridiculizados enemigos de la integración europea, así como los fanáticos de una Europa «pro estadounidense» y «ultraliberal».
Y de nuevo el peligro amarillo
La cosa se pone cada vez más curiosa cuando se observa que la mayor parte de las naciones europeas realmente desean un acuerdo de libre mercado desde hace bastante tiempo, a diferencia de EE.UU., mucho más proteccionista. A estas alturas, por lo menos oficialmente, ni una sola nación de la UE se opone al acuerdo. Y la razón extraoficial es que nadie puede permitirse que lo califiquen de enemigo de EE.UU.
La Comisión Europea (CE) estima que el crecimiento del Producto Iinterno Bruto de la UE, en conjunto, aumentará un 0,5%, lo que no es exactamente un objetivo chino. Los estadounidenses, por otra parte, están mucho más excitados; el Senado de EE.UU. estima que sin aranceles las exportaciones de EE.UU. a Europa aumentarán casi un 20%.
El meollo del asunto al cerrar el acuerdo será la armonización de las reglas a las que se culpa de bloquear la cacareada circulación de bienes totalmente libre. «Armonizar» significa diluir las reglas europeas. Y ese es el problema: Washington no quiere solamente un acuerdo transatlántico. La cuenta regresiva final es crear una inalterable libre competencia global que posteriormente se impondrá por doquier; el código para abrir totalmente el mercado chino, sin ninguna restricción en absoluto, a las corporaciones occidentales.
El Fondo Marshall Alemán de EE.UU. va directamente al grano; el capitalismo occidental debe seguir siendo la norma universal, contra la «amenaza» del capitalismo chino dirigido por el Estado. La ironía de que el capitalismo chino ha sido -y seguirá siendo- el salvador de la crisis masiva y continua del capitalismo occidental, queda reducida a cenizas.
También se supone que el trato entre Estados Unidos y la Unión Europea será la guinda de un pastel de acuerdos que ya han sido cerrados por EE.UU. con naciones individuales en Asia. No cabe ninguna duda de qué lado es el más fuerte. El Presidente de EE.UU. Barack Obama ya lleva a cabo relaciones públicas de alto riesgo, declarando en toda ocasión posible que Europa ha tenido problemas para encontrar una receta para el crecimiento. Y EE.UU. puede contar con elementos de quinta columna como el Comisionado Europeo de Comercio, Karel De Gucht, para quien los franceses -que defienden numerosas excepciones- ya están aislados.
Que no quepa la menor duda: Washington apostará todo, al estilo de Iron Man 3, como la destrucción de las normas europeas sanitarias y fitosanitarias y la «liberalización» de los alimentos, todo lo genéticamente modificado desde la carne realzada con hormonas al pollo con cloro. Las molestas reglas establecidas por los hombres anónimos de Bruselas se ridiculizan rutinariamente en Washington como «no científicas», a diferencia de las inexistentes reglas estadounidenses.
El definitivo hombre del bombín
Los ciudadanos europeos sorprendidos, recién comienzan a comprender que la UE propuso el acuerdo a EE.UU., no al revés. Unión Europea, en este caso, quiere decir Comisión Europea. Y ese es el punto importante; todo tiene que ver con la ambición de un individuo (un portugués) contra el orgullo de todo un país (Francia).
Combinado con el hecho de que la negociación recibió la luz verde personal de Obama, y con la interferencia a todos los niveles del Congreso de EE.UU., el resultado final es que para los estadounidenses «todo está sobre la mesa», término clave que significa «queremos todo y no estamos dispuestos a ceder en nada».
Francia -apoyada ya por los ministros de cultura de 12 naciones- quiere que la industria audiovisual se excluya de las negociaciones en nombre de la apreciada «excepción cultural». Es uno de los pocos países del mundo -China es completamente distinta- que no está totalmente inundado de productos de Hollywood.
Si no fuera así, París vetará todo. Incluso aunque extraoficialmente los funcionarios franceses admiten que no tienen poder para vetar nada; el mundo empresarial francés también desea fervorosamente el acuerdo.
Sin embargo París luchará por todo, desde la «excepción cultural» a las más cruciales normas sanitarias/ecológicas. Italia se sumará en muchos frentes; ya existe una revuelta abierta en la sublime Italia artesanal con respecto a un futuro frío y sombrío en el que la gente de todo el mundo consumirá queso parmesano, jamón de Parma y vinos Brunello «Made in USA».
En un frente diferente, es seguro que Washington no abrirá los mercados estadounidenses a los servicios financieros o al transporte marítimo europeo. Solo es un ejemplo de cuánto puede perder Europa mientras prácticamente no tiene nada que ganar.
Para terminar, todo tiene que ver con la ambición ciega de un funcionario de carrera europeo sorprendentemente mediocre, el jefe portugués de la Comisión Europea Jose Manuel Barroso, quien espera obtener un mandato para negociar en nombre de todos los Estados miembros el 14 de junio. Y espera que las negociaciones terminen antes de que termine su mandato en noviembre de 2014.
Algunos diplomáticos de la UE claramente furiosos confirmaron extraoficialmente a Asia Times Online que Barroso montó esta formidable operación prácticamente por solo esperando una hermosa recompensa futura de sus amos, ¿de Bruselas? Olvidadlo. De Washington. Barroso quiere convertirse en secretario general de las Naciones Unidas o de la OTAN. Ninguno de esos puestos se puede conseguir sin la luz verde de Washington.
Eso explicaría que el jefe de gabinete de Barroso haya sido nombrado embajador de la UE en Washington, cabildeando furiosamente a los estadounidenses junto al embajador de Portugal en EE.UU. y el embajador de Portugal en la UE.
No hay nada imposible respecto al vencedor de esta monstruosa lucha de todos contra todos. Los Estados miembros de la UE pueden votar contra sus propios intereses; pero otra cosa muy diferente sería una abrumadora erupción de cólera de los ya asediados ciudadanos europeos. Esta nueva saga del turbo-capitalismo occidental tiene todos los elementos para ser, bueno, bastante revolucionaria.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su libro más reciente es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto: [email protected]
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/World/WOR-01-170513.html
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