Ya nada nos puede sorprender. Hablábamos en una última nota de cómo la Iglesia Católica, aquí en Alemania, está privatizando iglesias. Se convierten en supermercados. Ahora, se conocen bien los detalles de cómo, poco a poco se van privatizando los ejércitos. Sí, tal cual. El libro con el sesudo informe no es de alguien que […]
Ya nada nos puede sorprender. Hablábamos en una última nota de cómo la Iglesia Católica, aquí en Alemania, está privatizando iglesias. Se convierten en supermercados. Ahora, se conocen bien los detalles de cómo, poco a poco se van privatizando los ejércitos. Sí, tal cual. El libro con el sesudo informe no es de alguien que busca nuevas sensaciones sino de Herbert Wulf, quien es consejero del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP). Su libro se llama Internacionalización y privatización de la guerra y la paz.
Si un tema así lo hubiera inventado un novelista es muy posible que lo hubieran internado por loco. Pero no, es un libro meticuloso y con pruebas irreprochables. Sí, pronto tendremos guerras privadas como, por ejemplo, la Volkswagen contra la General Motors. Pero no nos dejemos llevar por la imaginación. Vayamos a los datos concretos.
Cuando en 1996 se iniciaba un nuevo drama con los refugiados de Ruanda, las Naciones Unidas comenzó a estudiar diversos planes para encargar una misión de paz a empresas privadas, ya que ningún país quería enviar tropas propias. Se ofreció de inmediato la empresa Executives Outcomes, de Africa del Sur, a mandar sus propios soldados privados. Estos soldados tienen experiencia porque son veteranos de los encuentros del apar-theid. La empresa respondió a la ONU que en seis semanas podía disponer de un contingente de 1500 soldados con su propia logística, es decir, armas, municiones, víveres, uniformes, etc. Lo cual costaría 600.000 dólares diarios. Es decir, más barato de lo que salen los contingentes oficiales mandados por los ejércitos de diferentes países en las llamadas Misión de Paz.
Pero, el titular de Naciones Unidas, Kofi Annan, rechazó el ofrecimiento con una frase redonda: «La humanidad no está dispuesta a privatizar la paz». Aunque, el autor Herbert Wulf, señala, «sí está dispuesta a privatizar la guerra». Porque Estados Unidos lo está haciendo, en los Balcanes, en Afganistán y en Irak. El autor calcula que el pasado año estuvieron actuando en la guerra de Irak entre 15.000 y 20.000 empleados de firmas privadas especializadas en materia militar. Es decir un contingente que es mayor que las tropas que han enviado los países aliados de Estados Unidos. Esas firmas privadas se encargan de educar militarmente a los soldados para las acciones bélicas, para la reparación de armas, para reunir informaciones -y esto tal vez es lo más importante- acerca del enemigo y de los aliados, para el interrogatorio de los prisioneros de guerra, o para llevar comida y ropa limpia a los soldados del frente.
Y el funcionario de Naciones Unidas escribe algo para pensar: «Como hongos están surgiendo empresas militares y de seguridad que ofrecen resolver problemas militares, no sólo en Estados Unidos sino también en Europa». ¿Quiénes forman tales empresas de negocios? Por lo general, militares retirados o que piden la baja porque en esas empresas ganan mucho mejores sueldos. Son muy cotizados aquellos militares que han actuado en guerras o conflictos anteriores. Es decir que poseen un «know-how» de gran utilidad en las empresas que se dedican al negocio de la guerra. Uno de los negocios que más ganancias está dando.
Las empresas que han tenido como fundadores a generales de ejército con gran experiencia son las preferidas. Y ellas ya están comprando a las empresas medianas y pequeñas. Casi siempre esas grandes empresas militares pertenecen a las firmas fabricantes de armas. Estas empresas bélicas privadas han tenido un «enorme crecimiento en los últimos años», según el estudio citado. Pero este crecimiento se debe primordialmente a que los Estados tratan de reducir su personal, reducir su burocracia. Les sale más barato ahorrar personal y gastos propios y contratar, en su reemplazo, los servicios privados. Dice el profesor Herbert Wulf: «Se ha iniciado un estrecho contacto entre internacionalización y privatización de la guerra y la paz». Y aquí un párrafo textual que vale la pena reproducir: «Con la privatización de la guerra y de la seguridad se han iniciado dos clases de formas: una, la privatización de la violencia de abajo con las actividades de muchos actores privados que invisten el prototipo del Warlord. Y dos, la privatización de actividades militares a través de outsources a firmas, es decir una planificada privatización desde arriba». Y se pregunta el investigador: «¿Esta nueva forma de atender la guerra y las misiones llamadas ‘de paz’ lleva a una forma nueva totalmente inesperada de impedir las acciones guerreras o, por lo contrario, el interés de ganancia de las firmas privadas no lleva acaso a calentar posibles conflictos?»
Esta es la pregunta que tienen que hacerse los gobiernos responsables. Y tienen que empezar, por lo menos, a regular este método de privatizar lo militar. Esto es fundamental porque en el actual desarrollo del capitalismo todo esto de la influencia de lo privado no es un fenómeno de corto plazo ni una especie de moda. No, está cada vez más metido en la vida política y militar. Porque ya numerosas empresas participan en conflictos sociales internos de países o en conflictos internacionales. Léase, por ejemplo, Irak. La manera realmente moral de resolver este problema es, por supuesto, la prohibición lisa y llana de empresas privadas en materia militar. Pero, claro, en esto tendrían que unirse los países, porque la prohibición debería ser internacional. Lo nacional sería peligroso, significaría desarmarse ante quien trabaja abiertamente con lo privado.
En una palabra: la guerra ha pasado al mercado. Un mercado con mucho futuro para esas empresas especializadas y con generales y coroneles en sus directorios.
Así como se inmoralizó el deporte, por ejemplo el fútbol, donde cada jugador lleva en su camiseta bien grande el nombre de la empresa que más paga, muy pronto -y la ironía es verdaderamente triste- los soldados van a llevar en la gorra o la chaquetilla el nombre de la empresa que le da las balas, el uniforme o la comida a lo McDonald’s.
Cuando uno repasa los negociados en la venta y compra de armas que han sucedido en la historia ve cómo los militares inventaron los «problemas fronterizos» para favorecer grandes compras de armas de las fábricas de los países centrales: aquellas Remington de Julio Argentino Roca, o los mausers y los cañones Krupp, de Ricchieri o últimamente el gran negociado del tiempo de Menem en la venta de armas, la voladura de Río Tercero, de todo lo cual nunca se condena a los culpables. Esos negociados, decimos, ¿qué pasarán a ser cuando todo se privatice?, ¿quién va a dar las concesiones?, ¿los militares mismos o los políticos de las llamadas mayorías?
Asusta la falta de moral. La pólvora ya estalla en todos lados: en el ferrocarril que lleva a los trabajadores a su empleo, en los subterráneos, en los ómnibus, en los hoteles de turistas, y los ejércitos siguen matando en los países donde hay petróleo.
Todo esto cuando los diarios publicaron el informe oficial de la Cepal (Comisión Económica para América latina) que dice que 222 millones de «latinos» -así llama el diario alemán Frankfurter Rundschau a los americanos al sur- no reciben suficiente comida y no reciben ningún servicio médico. Es decir, el 42,9 por ciento de la población total, 15 millones más que en el año dos mil. A pesar que en la Cumbre del Milenio las naciones integrantes de la ONU habían prometido que en el 2015 se iba a reducir en la mitad del mundo la extrema pobreza.
Pero se fabrican y se compran armas y «se privatiza» la absurda violencia de las armas. Más, en el «buen año 2004» hubo un crecimiento promedio del 4,2 por ciento, en América latina. Con el cual casi ninguno de los Estados con hambre alcanzó las metas programadas en aquella célebre Conferencia del Milenio. Países como Bolivia, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Surinam empobrecieron aún más.
¿Y en el mundo de la privatización? Bastan estos renglones del diario conservador alemán General Anzeiger, de Bonn. Repetimos: conservador. Habla de la zonas de Pasewalk, del Este alemán, lo que era antes el país comunista: «Con el 21,9 por ciento de desocupación, la región está en plena crisis. Cada tercer adulto está sin trabajo». Y agrega: «Antes, cuando la República Democrática Alemana (la comunista) garantizaba el trabajo pleno para todos, había empleos suficientes. Daba ocupación para todos en la agricultura, en la industria de la carne, en la producción de la industria de la harina, en los ferrocarriles estatales…»
Claro, la única pregunta que cabe es: bien, señores, ¿pero qué pasó? ¿Para eso la «globalización», la «privatización»?
Los argentinos tenemos ventaja en eso: fuimos los campeones de la represión y luego de la privatización. Lo primero ayudó luego a lo segundo. Somos buenos alumnos.