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No al pago de la deuda externa

Todos los recursos para la salud de los ecuatorianos

Fuentes: Rebelión

La angustia colectiva nos lleva a aceptar un debate que, por centrarse en la urgencia, omite los problemas estructurales.

La vida antes que la deuda

No se puede explicar la crisis de la economía mundial sin entender el capitalismo; tampoco se puede explicar la pandemia del coronavirus sin entender el modelo médico comercial que rige las políticas de salud en todo el planeta. Asumir la salud desde una visión empresarial y utilitaria no tiene más consecuencias, a la corta o a la larga, que catástrofes sanitarias como la que hoy estamos viviendo. Durante el último siglo la medicina pasó de ser una vocación a convertirse en un negocio. El impresionante desarrollo científico y tecnológico que ha experimentado este sector está centrado en las necesidades del capital antes que en los derechos de la gente. Se invierte más en publicidad farmacéutica que en el desarrollo y producción de medicamentos para las enfermedades que afectan a los pobres y marginados. Este segmento del mercado no genera rentabilidad.

Ya en 1980, Arnold Relman denunciaba, en una de las revistas científicas más importantes de medicina, la creación de un complejo médico-industrial parecido al complejo industrial-militar, una industria gigantesca que ha conseguido un enorme poder económico y político. Planteó su preocupación por el conflicto entre los intereses públicos y privados en áreas cruciales. El complejo militar y el complejo médico tienen el poder de controlar a la sociedad si sirven a la ganancia. Trump habla en términos de guerra, y desde la guerra no se considera el cuidado. La guerra es antagónica al cuidado y la protección de la gente.

A la aparición y propagación del coronavirus hay que analizarla desde tres enfoques. Por un lado, el desaforado modelo de producción capitalista, que no tiene el más mínimo reparo por los impactos ambientales y sanitarios que produce. Por otro lado, el desmantelamiento de los sistemas de salud públicos, colectivos, comunitarios y ancestrales, como parte de los procesos de privatización aplicados en las últimas décadas. Y, por último, la implantación de un modelo de salud basado en lógicas curativas que privilegian los servicios y la utilización de recursos tecnológicos en desmedro de la capacidad de las personas, las familias y las comunidades para cuidar su propia salud. En la práctica, la promoción y la prevención han quedado relegadas a un segundo plano.

Por eso hoy la respuesta general a la pandemia del coronavirus parte de una irresponsable lógica de los hechos consumados. Una patología prevenible y evitable desde una práctica comunitaria es combatida con toda la parafernalia del complejo médico-industrial que, en el fondo, no hace más que reforzar los negocios de las corporaciones médicas productoras de insumos, equipos y medicamentos. El mismo sistema crea el antídoto para su propio veneno. De este modo, la angustia colectiva nos lleva a aceptar un debate que, por centrarse en la urgencia, omite los problemas estructurales.

Con justa razón, el personal médico ecuatoriano demanda recursos para cumplir sus labores, pero sin advertir que dicha demanda favorece los espurios intereses de los empresarios de la salud y, muy probablemente, de los funcionarios corruptos que están detrás de las compras millonarias de mascarillas, guantes, mandiles, respiradores mecánicos, etc. Por mirar el árbol no se mira el bosque: las demandas de la emergencia no pueden hacernos perder de vista que la depredación ambiental y social seguirá provocando a futuro pandemias tanto o más graves que la actual. Pero las élites mundiales omiten referirse precisamente a este factor: el coronavirus es otro efecto de la violenta ruptura de los equilibrios que ocurre sistemáticamente en todos los ámbitos de la vida.

Desde el discurso oficial se quiere imponer la versión del enemigo al que hay que destruir. Como si se tratara de una guerra, se justifica la aplicación de medidas militares y el uso de gastos extraordinarios frente a una amenaza etérea, imprevisible y desconocida. Nadie dice que, a lo largo de la evolución, todas las especies hemos aprendido a convivir con y adaptarnos a microorganismos que nos ayudan a incrementar nuestra capacidad inmunológica. En ese equilibro integral, los seres humanos pudimos experimentar una serie de avances particulares que hoy nos ubican donde estamos. No obstante, también hemos sido responsables de provocar hechos (guerras, invasiones, contaminación, hacinamiento, explotación) cuyos impactos se han revertido en contra nuestra y en perjuicio de la naturaleza. En ese sentido, la catástrofe económica y sanitaria que hoy padecemos a nivel global debe llevarnos a reflexionar sobre los límites de un modelo productivo y un modelo de salud que nos están arrastrando al colapso civilizatorio. Por ejemplo, podemos respaldar propuestas sobre el aporte de economía campesino-indígena, en medio de la pandemia, para atender la canasta alimentaria; en lugar de seguir dependiendo de los monopolios transnacionales y locales. La respuesta, entonces, está en cómo ejercemos el cuidado de nosotros, los nuestros y la Pachamama, más que en los análisis económicos desesperanzadores que la epidemia de miedo nos repite.

Las verdaderas pandemias son el capitalismo devastador y el miedo.

Comisión de Vivencia Fe y Política. COVIFEP. / Montecristi Vive/ Movimiento revolucionario de los Trabajadores/ Comuna/