Prefiero hablar con las viejas señoras que cuentan chismes domésticos; luego con los locos; en último lugar, con la gente sensata. Sören Kierkegaard (1837) Muertes lejanas, sección política internacional, en Iraq y Afganistán, Líbano y Ciudad Juárez, Gaza y Colombia; ahogados, azules o tornasolados -mañana serán arqueología submarina- en las playa del estrecho Mediterráneo y […]
Prefiero hablar con las viejas señoras que cuentan chismes domésticos;
luego con los locos; en último lugar, con la gente sensata.
Sören Kierkegaard (1837)
Muertes lejanas, sección política internacional, en Iraq y Afganistán, Líbano y Ciudad Juárez, Gaza y Colombia; ahogados, azules o tornasolados -mañana serán arqueología submarina- en las playa del estrecho Mediterráneo y bajo los blanquecinos invernaderos del mar de plástico de Almería; muertes diarias en las fronteras -sociedad, subsección de sucesos-, a palos por ser mujer y escapar de la tiranía, por okupa, rojo, deficiente o delincuente; muertes cotidianas en los hospitales privados y en los del régimen general, en las cárceles; muertos en vida, prejubilados y jubilados, parados y población activa, consumistas, cursillistas, drogadictos, ladrones y traficantes, aficionados a las actividades al aire «libre», cicloturistas, alienados, votantes; la sociedad occidental atraviesa una época llena -plena- de ausencias; extraviados de penosa enfermedad degenerativa y de aburrimiento (una muerte nada dulce), muertos de cinismo y desencanto (una muerte consciente, lenta y triste), sonrientes cadáveres -por no llorar- que andan y trabajan, vegetan, resisten las humillaciones y sortean -a costa de la imposible dignidad- los obstáculos, las miradas lascivas de sus jefes (ellas) y las insultantes palabras (ellas y ellos) de los mismos jefes; patrones con rostro de cera y nada, manos húmedas, sucias, sangrientas de historia oral, deberían acabar empalados, guillotinados, fusilados, ahorcados, electrocutados, pisoteados o desmembrados por sus propios caballos siguiendo un viejo rito; la armonía de los cementerios ha sido sustituida por la algarabía y las rebajas/ofertas/promociones de los centros de concentración comercial, un número (imaginario) tatuado en el antebrazo, con el tiempo se vuelve verdoso, un espacio donde centenares de seres muertos, arrastrando carros oscilantes, ruidosos ataúdes de metal, pagan con tarjetas de crédito, tarjetas de identidad y plástico duro, plástico almeriense, un gran negocio para el fabricante, que protege y ata con la misma fuerza -bajo el mismo sofocante calor- que las cadenas de antaño, Germinal, de siempre, La Taberna, de hoy; hierros, alambradas de pinchos, cristales rotos -un Guantánamo en cada casa de vecinos, en cada familia feliz con hijos y amantes- e hilos dorados que nos sujetan con vigor a la salud y a la vida (para seguir penando con una piedra de molino al hombro) y disimular, mirar hacia otro lado, de soslayo, para que no nos vean; El País -instrumento de la formación del gusto nacional- lanza la guía de salud -«para mejorar tu bienestar y el de toda tu la familia», se dirigen a cada uno de nosotros- de la Clínica Mayo, en inglés, Mayo Clinic, el emporio médico-mercantil situado en Rochester, Minessota, EE.UU., una ciudad, have a nice day, rodeada de bosques, fonendoscopios, enfermos (millonarios) y enfermeras; los muertos, con expresión de entierro sin ágape, vagan por el metro y el autobús, enganchados a la explotación cotidiana, a un best-seller, a las letras bancarias que vencen y convencen; nos vendemos, amortajados, vestidos de domingo y ensoñaciones; somos lo que valemos, fuerza de trabajo, cuerpos erguidos y capacitados, dispuestos y marciales para el sufrimiento; nos miran los dientes sin decirlo, zombies de George A. Romero, metáfora del desarrollo del capitalismo; morimos por la boca, por hablar a deshora, cuando no conviene, y por callar; siempre muertos, todos muertos; la vida en marcha está en otro sitio, en otras tierras -quizá calientes, en aguas tropicales, es posible que tampoco esté allí, nunca se sabe a ciencia cierta-, en otra forma de organizar las relaciones humanas y laborales; la vida es un instante de lucidez que desapareció -nadie recuerda cuándo ni cómo, a lo mejor sólo existió en la imaginación trashumante y colectiva- junto con las ideas -en la actualidad, ocurrencias- que impulsaban la transformación social, teorías y proyectos de cambio social, en la actualidad «Cambio Social» es una asignatura (créditos, sic) de las facultades de sociología, la disciplina del capitalismo, la que ayuda a detectar y corregir cualquier movimiento -tendencia- en el cuerpo social contrario a los principios de las multinacionales, la sociología como logos del capitalismo, parecida a la industria de los tranquilizantes y psicofármacos, vendidos en los países desarrollados, en Europa se devoran; en África –El jardinero fiel, John Le Carré- todavía no han llegado, allí venden poca cosa, casi nada, no hace falta, mueren sin pausa, en ocasiones se ayuda con el empujón de una borracha infantería local adiestrada por mercenarios, compañías de seguridad, y cuando dejan de respirar no se entierran, para qué, allí desaparecen de variadas causas generando ingresos, ONG´s, capital circulante, fijo y variable, stock-options para los gestores, también están muertos en vida aunque no lo sepan, quizá sí, y sufren, espero y deseo, muertos fijos y variables, de infarto, beneficios y Ferrari, de caviar y cocaína, muertos errantes, viajeros del futuro imperfecto con terno gris marengo, ya no fuman, creen que vivirán más, ingenuos, comen verduras manipuladas y adelgazan, pescado a la plancha y adelgazan, pescados fabricados que jamás conocieron el mar (nunca fueron peces, salvo de piscina) y no compran nada a plazos, a treinta, sesenta y noventa sin recargo -tienen fajos, casi resmas, de papel moneda, dinero de la especulación inmobiliaria y otras maniobras-, «mañana se fía», ingieren también hojas de hierba, no, eso no, eso eran unos ripios, creo, de algún poeta, gusta a los jóvenes, será por la hierba, parecida a la afición por Baudelaire, el maudit de la perversión, la absenta y la rebeldía; en cada periódico afloran mil causas pero los jóvenes desaparecen -la mayoría se esconde, cómplices, culpables-, están en otras batallas, cada hora, minuto, segundo, pierden energía, resignados a su infortunio y silencio, espeso y duro silencio, soñando un mundo perdido o por venir, un territorio de vivos y estaciones esperanza, de carne y piel y caricias y ternura y dulces besos y miradas apasionadas y saliva fresca y alegría y, sin embargo, cada año transcurrido van construyendo poco a poco, a golpe de decepción y desencanto y pedradas y ETT´s y explotación, su cartografía privada, pensamientos formulados, concebidos, en la cálida intimidad de sus habitaciones, viven rodeados de escombros pero ya no piensan en la revolución, no imaginan que sea posible vivir de otra manera, y se conforman con mil euros brutos (el que llegue) hasta el día del juicio, ya llegó, lo contó Quevedo en un Sueño y salían neoconservadores, antes se llamaban de otra forma; vidas segadas o truncadas -arboledas perdidas, heraldos negros- presididas por los despojos del postfordismo, del teletrabajo, de la precariedad laboral, psicológica; crece el desamparo y las frustrantes relaciones sentimentales vía Internet -a cualquier cosa se llama relación en el sistema universal de dominación- y aumentan las agencias matrimoniales y el sexo rápido y la imparable aceleración sin sexo y las prostitutas en los periódicos, sin foto o con discretas imágenes, sección de contactos, para evitar tocarnos y reconocernos, otra manera de ignorarnos a distancia, de lejos, inventando una fantasía -casi todas iguales- que justifique la naturaleza de la existencia -lo que queda de ella- al tiempo que los restos del espejismo, el sueño de la razón -dormir es otra forma de estar muerto, por eso duermen tanto los depresivos- se escapan cada mañana, al despertarse a las cinco, seis, siete, ocho, a las nueve pasadas sólo los notarios con notaría y jamones en la despensa y algunos registradores de provincias, tres yernos perfectos, mantenidos, y Rodríguez Zapatero, él se levantará antes para jugar al baloncesto, eso lo inventó un cura anglosajón visto que por sus tierras llovía mucho; hoy nos alzamos del suelo, arrugados campesinos de Saramago -cuando era Saramago- y también abrimos los ojos a las medias y los cuartos, con la radio incrustada en el cerebro, algunas católicas o neocatólicas, nacional-católicas, españolísimas y la ducha, dicen, huele a primavera, a frescor salvaje, a compresa con alas, a sensación de libertad, aunque estemos en noviembre y llueva y haga frío y la calefacción cueste demasiado dinero y el niño no quiera vestirse para ir al colegio y la niña no quiera vestirse para ir al colegio y sigue haciendo frío, el calor se escapa por las ventanas que nunca cierran bien, luego viene el café y los cereales -al modo de los bóvidos- que es bueno, insisten, para el intestino, a la mierda con el intestino, con el grueso y el delgado, café con coñac, carajillos, en el bar, con porras y churros y quedan lamparones de grasa en el mono, llevamos el mono grabado, impreso; nos levantamos renegando; algunos no se despiertan nunca, para qué, saben que están por estar, por la estadística y el PIB y no se esfuerzan en engañar a nadie, no tienen nada que hacer, ni razón para levantarse, no tienen que encender el ordenador para trabajar y no van por la vida como una maleta, con ruedas, con prisa de teléfono portátil, llamado móvil (mobile) como si se moviera solo o impulsado por una energía, el lenguaje -trescientas palabras- es otra forma de infantilización y por eso reina, quizá desde el congelador, aquel conocido filonazi, Walt Disney, también extinto, será mentira: «La armonía de nuestra mediocridad actual acaba haciéndome creer en los paraísos al revés. La ramplonería se nos ha metido de tal manera en las venas, que cuanto más banales, burdos e idiotas somos, más nos admiramos mutuamente», anotó Miguel Torga en 1953 (Diarios 1932-1987, Alfaguara), otro difunto y portugués, dos veces difunto; la apariencia ha convertido lo real-material en una falsedad más, ya no existe la realidad, los idealistas, sin saberlo, han triunfado; la antigua observación de Torga se ha extendido, se hace presente inmediato, la penetrante mirada de la mercadotecnia crea el entorno, aparentar es mentir, del mismo modo que las armaduras y la frígida heráldica de ayer son los masters de hoy, masters del universo financiero, la costosa agenda para aquellos que no tienen linaje y tienen que comprarlo, algunos no necesitan pasar penalidades, aunque no sepan inglés -aquí nadie sabe inglés salvo el sector servicios, cuatro palabras- siempre ha sido así, una minoría y el resto a purgar, deberíamos empalarlos también; el ordenador se empeña en escribir «diverso» en lugar de «universo», corrige a su antojo y tendrá razón, la máquina inventa el lenguaje alterando los significados (algo parecido, más complejo, se cuenta en la novela El homóvil de Jesús López Pacheco), como si la falsa diversidad -tan ensalzada en estos tiempos de homogenización- fuera algo diferente a un grueso catálogo de IKEA con sus lámparas y sus sillones, Bienvenidos a la república independiente de tu casa, república independiente aquí, será una ironía, Spain is different, el coto vedado donde procrean a su antojo los Borbones náuticos y la supuesta intimidad del hogar es un aterrador refugio y los niños corren, son niños aunque estén casi muertos y el marido -siempre hay un marido ejerciendo de tal- bebe cerveza viendo las repeticiones de las repeticiones de las repeticiones de las repeticiones de los goles del domingo, de todos los domingos, de todos los goles, aunque sea jueves o martes, y la comida se abrasa en el microondas, y luego toca la plancha y prepara la ropa para mañana, corre, corre, que empieza la serie, esa que tanto te gusta y tu vas y pones cara de que te gusta, cara de nada, todos muertos; «la luna es la conciencia de la tierra» escribió Kierkegaard, anticipándose al surrealismo, hubiera podido ser también Rimbaud, entre viaje y viaje; sedados, anestesiados, vilipendiados, humillados, somos colecciones de muertos, de materia inerte, variada y multiforme, «haga su colección de muertos», podría venderse en los quioscos de periódicos, con la prensa del domingo, «se venden reliquias y órganos de muerto ilustre, razón aquí», así vendieron el muro de Berlín, a trozos -así ha construido la iglesia católica, la insaciable cristiandad, su bestiario y santoral-, una amplia galería, envoltorios transparentes, que incluyera la tibia izquierda del viejo Timonel, un parietal de Hitler, gafas de Bill Gates, la popular y decadente melena de Verónica Lake o el pene erecto, intrigante y fiero, de Rasputín, no, eso es pieza de museo, lo contó un periódico hace poco -lo llaman información- y lo cederán -en usufructo, why not?– a un norteamericano para decorar su piscina, de perchero, o a un jeque saudí, amigo de la familia Bush, embadurnado de oro, para lo mismo; comerciaron con un muro lleno de pintadas, graffitis, y, sin contarlo, levantan empalizadas en el desierto del Sáhara y de Texas; el capitalismo vende todo, es su fuerza y determinación, incluso lo que no se puede, a priori, enajenar; privatizarán el aire y pagaremos por respirar -algunos muertos todavía respiramos por molestar-, está al caer, pronto, primero fueron los alimentos básicos y el agua, la propiedad es un robo, el cuerpo es un robo, el espíritu es un invento parecido a la subjetividad, recuerdo las diatribas de Larra -con un chaleco amarillo de seda, quizá fuera Wilde, o los dos, poco importa-, el periodista mejor pagado de su época cuenta Rafael Reig en Manual de literatura para caníbales (Debate, 2006), el indiscutible canon literario de izquierdas y no esos ampulosos recetarios -píldoras recubiertas del chocolate blanco de la autosatisfacción- de Harold Bloom, un señor engreído que se parece a Churchill, premio Nobel de literatura en 1953, y sin venir a cuento -quizá sí- aparece, aquí, junto a Mariano José -sin duda, un auténtico nombre de muerto-, aquel Rafael Cansinos Assens, escritor sin lectores, traductor de mil lenguas -pasadas por el francés- pariente de Margarita Carmen Cansino (en algún lance perdió la «s»), alias Rita Hayworth, Gilda, los falangistas tiraban pintura a los carteles (y Glenn Ford, sin enterarse, en su mansión o cementerio marino) cuando estrenaron la película, sería por el vestido, y eso que era en blanco y negro, pero esto ya se ha contado mucho y bien; alegres muchachos de Falange, guapos y limpios, estos pistoleros de Falange siempre acaban apareciendo en cuanto se escarba un poco por las tierras de España, en esto se parecen a la mayoría de empleados de PRISA que siempre lucen bien vestidos y aseados -será por efecto del colegio del Pilar y sus ramificaciones-, por esto y por ser hijos del franquismo, tardofranquismo, neofranquismo, algunos no mueren del todo, son «no-muertos», Nosferatu, vampiros, se reproducen, cambian de aspecto y siguen, perviven, los mismos perros y sus collares de perlas, de billetes, de cheques al portador, papel moneda, capital fijo y de nuevo, como antes, circulante, todo circula y se repite, transformándose, es la guerra eterna de Heráclito; pese a la modernidad del ipod y otros sorprendentes aparatos, las nuevas tecnologías de la comunicación, quedan potros de tortura y capuchas de nazareno -vivimos en el mejor de los mundos posibles, la democracia de mercado, la sociedad abierta, un inteligente diagnóstico, uno más, de Karl Popper- y mueren por docenas niños sin niñez, en la imaginaria ecografía tendrían cara de muerto, casi mejor, así se les acorta el sufrimiento y no se les hinchará la tripa, mejor en el limbo de los justos (un estado, supongo, anterior a estar muerto, el lugar de los «premuertos») que encerrados en el trágico paraíso terrenal de Paracuellos de Carlos Giménez, al cuidado del Auxilio Social -ahora tendrá otro nombre, más tecnocrático- y la sopa, agua caliente, rábanos, aceite de ricino, mirando una fotografía del brazo incorrupto de santa Teresa o de Franco, el africano, nuestro Escipión, también africano, viva España y los españoles, todos muertos, su bandera y su himno: viva España y Marina D´Or, ciudad de vacaciones.