Buena cosa es reanudar el año, tras el parón estival, con filosofía. Pero no con esa filosofía mediáticamente promocionada como tisana para aliviar el malestar social generado por el capitalismo, sino con filosofía de verdad, la que siembra interrogantes en pos de la lucidez, y busca para cada individuo el cabal cumplimiento de la condición […]
Buena cosa es reanudar el año, tras el parón estival, con filosofía. Pero no con esa filosofía mediáticamente promocionada como tisana para aliviar el malestar social generado por el capitalismo, sino con filosofía de verdad, la que siembra interrogantes en pos de la lucidez, y busca para cada individuo el cabal cumplimiento de la condición humana en su exigencia de saber.
A la tarea de dignificar el discurso filosófico y liberarlo de tantos usurpadores como hoy le amenazan contribuyen diversos libros publicados recientemente. El primero, Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen (Madrid, Espasa, 2008), escrito por el filósofo barcelonés Víctor Gómez Pin, constituye una excelente aperitivo, una ambiciosa y exigente introducción al asunto, que no será del gusto, sin embargo, de quienes confundan una ‘introducción’ con las simplificaciones de un manual. Su subtítulo, interrogaciones que a todos conciernen, aparte de ofrecer en fórmula condensada una primera justificación para acercarnos a sus páginas, enuncia uno de las ideas fundamentales del libro: la filosofía más que la historia de un conjunto de doctrinas o un sistema de pensamiento, es una forma de vida, en la cual el ser humano se juega su propia condición de ser racional. De ahí, la apuesta ético-política que contiene el libro: «todo orden social sustentado en el repudio de la filosofía, o en reducirla a la práctica de una elite, es intrínsecamente ilegítimo, mutilador de la condición humana». Si esto nos convence y convenimos con el autor en que «recuperar la disposición filosófica es obviamente tanto más urgente cuanto más alejado se halla uno de ella», no hay duda de que la situación actual (una sociedad que la ignora o la confunde con un sustitutivo del prozac y unas instituciones, ¡aun las educativas!, que la obstruyen) exige adentrarse en este libro sin demora. Su lectura, sorteados ciertos inconvenientes de su peculiar estilo expresivo, no ha de defraudar.
Un buen ejemplo de este tipo de filosofía reivindicada por Gómez Pin, de esta filosofía entendida «como praxis militante y radical frente a los enemigos de la exigencia de dignificación que conlleva» es la practicada por Ernst Tugendhat, acaso uno de los filósofos hoy vivos más importantes en lengua alemana. Dos libros con su firma han aparecido en el 2008 en castellano. En el titulado Antropología en vez de metafísica (Barcelona, Gedisa, 2008), el filósofo que fue aventajado discípulo critico de Heidegger, reúne diversas de sus últimas conferencias de carácter claramente filosófico, donde prosigue -ampliando o a veces rectificando o matizando- las reflexiones desarrolladas en su anterior libro Egocentricidad y mística (Barcelona, Gedisa, 2004). Entre otros asuntos, estos textos, que no ocultan su origen oral, se ocupan del libre albedrío, la honestidad intelectual, la religión y la muerte. En el otro libro, Un judío en Alemania (Barcelona, Gedisa, 2008), se reúnen conferencias y artículos sobre distintos asuntos públicos controvertidos en los que Tugendhat ha intervenido entre 1978 y 1991: la guerra y la paz, los fenómenos migratorios, el racismo y la xenofobia o el conflicto arabo-israelí. En la edición castellana también se ha incluido al final del volumen una breve entrevista y el discurso de recepción del Premio Meister Eckhart que ganó en el año 2005. No resisto la tentación de reproducir uno de los primeros párrafos de este texto, especialmente pertinente ahora que estamos a punto de entrar en el décimo aniversario de la Caída del Muro y son previsibles un sinfín de festejos y celebraciones: «ha caído el telón de acero, pero en su lugar se han erigido nuevos muros, tan bien fundamentados en su superficie como lo estaba el Muro que separaba esta ciudad, de modo tal que los poderosos, en lugar de anular las injusticias que han creado, intentan protegerse de las reacciones que estas suscitan. Me refiero, de un lado, a los muros que han sido construidos en las ciudades españolas situadas en Marruecos, Ceuta y Melilla, y que son los representantes visibles del cinturón policial que toda Europa ha levantado a su alrededor contra el mundo pobre, y, del otro, a los muros que han sido construidos en Palestina […] En ambos casos se trata de medidas que sólo son indispensables si no se está dispuesto a acabar con la injusticia de base»».