Para las y los que, consistentemente, llaman «oposición golpista» a una oposición de derecha extrema que sigue abonando, con insaciable voluntad de poder y sin ningún miramiento, un golpe de Estado. «Ser comunista hoy» es el título de un nuevo artículo de José Ignacio Torreblanca que sigue siendo, por supuesto, Jefe de Opinión de […]
Para las y los que, consistentemente, llaman «oposición golpista» a una oposición de derecha extrema que sigue abonando, con insaciable voluntad de poder y sin ningún miramiento, un golpe de Estado.
«Ser comunista hoy» es el título de un nuevo artículo de José Ignacio Torreblanca que sigue siendo, por supuesto, Jefe de Opinión de El País y profesor de Ciencias Políticas o similar s e la UNED. Son cuatro párrafos. El primero:
«Era una votación sencilla. Tuvo lugar en el Parlamento Europeo el pasado 27 de abril, justo después de que la Corte Suprema venezolana decretara la suspensión de la Asamblea Nacional. Se trataba de instar a la Corte y al Gobierno venezolano a, en cumplimiento de su propia Constitución, retirar dicha resolución, liberar a los presos políticos y poner fin a la represión y violencia contra la oposición».
Lo de «votación sencilla» es una consideración más que discutible del autor y no es nada usual que el Parlamento europeo apruebe resoluciones sobre la política interna de países latinoamericanos o de otros países del mundo. Salvo error por mi parte, ninguna resolución ha sido aprobada en el citado Parlamento sobre lo sucedido en estos últimos años en Honduras o en Brasil por ejemplo. «Presos políticos» remite a individuos golpistas o progolpistas como Leopoldo López y «poner fin a la represión y violencia contra la oposición» refiere a las actuaciones de las fuerzas gubernamentales contra una «oposición», sin ningún límite conocido, abonada por la derecha extrema venezolana y las prolongaciones imperiales, una «oposición» que no se anda con muchos miramientos (como se ha denunciado una y mil veces) y que intenta hacer creer, con éxito parcial, que los verdugos son víctimas. Nada nuevo bajo el sol del realismo político sucio. De hecho, el propio diario en el que colabora Torreblanca informaba el mismo día, jueves 3 de mayo, de lo siguiente: «Los manifestantes respondieron lanzando piedras y cócteles molotov a los militares de la Guardia Nacional y policías que se encontraban en el lugar apoyados por carros blindados». Es decir, pacífica, lo que se dice pacífica, esta oposición progolpista está lejos de serlo. ¿No les recuerda en su hacer e incluso en su decir a la estrategia que siguió la «oposición» chilena al gobierno socialista de Salvador Allende? ¿No es de nuevo la eterna repetición de la misma historia antidemocrática y antipopular?
Segundo párrafo: «Sólo un 6% de los eurodiputados presentes ese día (35) votaron en contra de la resolución, frente a los 450 (77%) que lo hicieron a favor (100 se abstuvieron, un 17%). ¿Quiénes destacan entre ese selecto grupo de personas que encontraron razones políticas o morales de orden superior para no condenar un asalto a la democracia tan burdo que hasta el propio Maduro, instado por su fiscal general, se vio obligado a retirar?».
No he comprobado los datos; los doy por buenos. ¿Razones políticas o morales de orden superior? ¡Qué orden superior ni qué historias! Se trataba simplemente, como es evidente, de no apoyar una resolución que favorecía a una oposición de derecha extrema y con marcada tendencia golpista como demostrara en 2002. ¿No recuerda lo sucedido José Ignacio Torreblanca? ¿No ve nada raro en las actuaciones de «esa oposición» no pacífica?
Tercer punto, el que muestra la verdadera finalidad de la nota:
«Según el registro, una extraña mezcla. Votaron en contra los filonazis griegos Synadinos, Epitideios y Fountoulis, de Amanecer Dorado, a los que se sumaron Ciocca, Fontana y Salvini, de la derechista Lega Nord italiana, y Voigt, del partido nacional-democrático alemán (es decir, lo peor de lo peor). Como también lo hicieron los 20 eurodiputados del grupo Izquierda Unida Europea más directamente vinculados con partidos comunistas. Entre ellos, Marina Albiol, Javier Couso, Paloma López Bermejo y Lidia Senra, de Izquierda Unida y afines; Papadakis y Zarianopoulos del Partido Comunista Griego; Ferreira, Lopes y Viegas, del portugués; Chountis, Kouloglou, Kuneva y Papadimoulis de Syriza, y Le Hyaric del Front Gauche de Mélenchon (16 miembros de ese grupo, entre ellos los cuatro eurodiputados de Podemos, se abstuvieron).»
No queda claro a qué grupo se refiere al final de este punto , pero, más allá de esa imprecisión, lo esperado: se mezcla lo que no puede y no debe ser unido y no se informa de las razones antagónicas para justificar su voto de unos y otros. ¿Que tendrán que ver las razones de Amanecer Dorado y las de la Izquierda Unida europea? Por lo demás, a favor de la resolución se unieron como un solo hombre gentes impresentables del Partido Popular europeo y eurodiputados no mucho más presentables del grupo llamado o mal llamado socialista socialdemócrata.
Sea como fuere, ¿recuerden ustedes algún artículo en el que se citen, con apellidos e incluso con nombres, de 21 eurodiputados ¡Veintiuno!? Retengamos lo de «más vinculados a con partidos comunista» porque es el rovell de l’ou, la esencia del escrito.
El cuarto párrafo, la puntilla final: «Alberto Garzón, líder de IU, recorre España estos días explicando qué es ser comunista hoy. Reconoce que el principal error del comunismo fue abandonar «la raíz republicana, que permite la defensa de la libertad de expresión, los sistemas pluripartidistas y la democracia procedimental». Justo el mismo error que está cometiendo en Venezuela, otra vez el mismo error, siempre el mismo error. Menos una vez: cuando el PCE de Carrillo aceptó esas tres cosas, una posición (eurocomunista) que critica por «moderada» y que desprecia porque «solo nos ha traído males». ¿En qué quedamos? ¡Qué empanada más grande».
Lo de la «empanada más grande», nada gentil ni cortés por parte del autor, una expresión muy de hombres, tal vez sea autorreferente porque, como es obvio, el olvido de la tradición republicana al que alude Alberto Garzón está relacionado con la pérdida de identidad republicana del PCE que, en algunos momentos de su historia reciente, se extravió en una defensa numantina y sin matices de la monarquía parlamentaria. El miedo, razonable, a volver atrás explica su actitud.
Nada que ver con lo que está sucediendo en Venezuela. Nada. Las tres cosas a las que alude y que aceptó Santiago Carrillo, el que fuera secretario general del PCE, son también señas de identidad del actual partido comunista, de los partidos comunistas en general, de IU, de Unidos Podemos y de cualquier fuerza de izquierda digna de ese nombre, siempre y cuando consideremos la libertad de expresión, los sistemas pluripartidistas y la democracia procedimental (que no es contradictoria con otras consideraciones democráticas complementarias ) en serio, no como meros adornos publicitarios como sucede en la mayoría de ocasiones.
El asunto del eurocomunimo tiene poco que ver con lo discutido: el eurocomunismo, que critica Garzón con buenas razones y conocimiento del tema , fue una estrategia fallida (y acaso incomprensible) de avance hacia el socialismo de algunos partidos comunistas europeos (también del japonés y de algunos partidos latinoamericanos) en los años setenta. Mucho ha llovido desde entonces.
En síntesis: de empanada mental garzoniana, nada; de inconsistencia, nada de nada, y de oposición democrática venezolana, menos aún. Eso sí, de oportunismo desinformado anticomunista, un montón de montones como diría seguramente Zenón de Elea sin precisar estrictamente la noción de montón.
Nota.
1) http://elpais.com/elpais/2017/05/03/opinion/1493831125_281490.html
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