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Torturar sale gratis

Fuentes: Rebelión

Cuando el cuerpo se convierte en carne. Carne humana. Mera carne. Carne torturada.

Jean Améry, escritor austriaco antifascista, dio con sus huesos en un campo de concentración nazi. Y supo de la tortura en propia carne. Y escribió sobre ella y el suicidio. Y levantó la mano contra sí mismo y dijo adiós a la vida en 1978. Las secuelas del horror hicieron mella en su ser torturado.

Dejó para la posteridad varios libros y sentencias terminantes. “Solo en la tortura la transformación del cuerpo en carne se hace completa”. Parece ser que la posteridad no ha escuchado su mensaje. Según algunas estadísticas realizadas a escala mundial, una de cada tres personas entrevistadas justifica la tortura. Sobran las palabras.

Países que torturan

Según datos recogidos por Amnistía Internacional todavía se registran denuncias por torturas o violencias asimiladas en más de 140 países. La lista incluye nombres de pedigrí o tronío “democrático” tales como EE. UU., Australia, Japón y España, donde existen alertas y sospechas de malos tratos dados a migrantes en situación irregular dentro de los denominados CIE, Centros de Internamiento de Extranjeros. Otros países en los que se han reportado casos o sospechas de prácticas ilegales de tortura son: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EUA), Marruecos, Myanmar, Túnez, Siria, Irak, Polonia, India, China, Corea del Norte, Afganistán, Filipinas, Egipto, Camerún, Zambia, Mauritania, México, Brasil, Lituania, Rumanía… e Israel.

Escuchemos de nuevo a Améry hablar acerca de la tortura: “Indefenso frente a la violencia, gritando de dolor, sin esperanza de ayuda, incapaz de cualquier resistencia, la persona torturada es solo cuerpo y nada más.” Carne humillada, esto es, carne torturada.

Se dice fácil y pronto. Y enseguida se olvida. A pesar de que la tortura está prohibida por el derecho internacional, se continúa tolerando la tortura y se practica de modo sistemático pero extraoficial. El dato es escalofriante a la par que elocuente: aún hay 2.700 millones de personas en el mundo que avalan la tortura. Además de los torturadores profesionales, igualmente han contribuido a esta práctica alevosa, médicos, enfermeros y psicólogos. A día de hoy el intelectual de referencia para justificar la legalización de la justicia (en algunos supuestos, según él, de necesidad extrema e imperiosa) es el abogado penalista judío con nacionalidad estadounidense, Alan Dershowitz, exprofesor de Harvard, afiliado al Partido Demócrata y recientemente acusado de mantener relaciones sexuales con una chica menor de edad.

La tortura recuerda al rayo (mórbido, en este caso) que no cesa de Miguel Hernández. Torturó Grecia, la cuna mítica de la democracia y la filosofía. Torturó la imperial Roma. Torturó Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, Pinochet, Videla… y desde 2001, cuando Guantánamo en Cuba se convirtió en prisión militar de alta seguridad para albergar presuntos terroristas, también torturaron a escondidas y hasta la fecha los presidentes de EE. UU. Bush padre, Obama, Trump y Biden.

La responsabilidad de la tortura es de los gobiernos que la permiten y de la ciudadanía que permanece ciega y sorda a las denuncias públicas sobre ella. Aunque el sistema necesita esbirros dispuestos a torturar con sus propios brazos, la responsabilidad de estos monstruos con las manos manchadas en sangre es de orden secundario, si bien hay casos espeluznantes de torturadores conocidos y señalados por sus víctimas que han vivido a cuerpo de rey hasta su muerte. Un ejemplo de ello es el policía franquista de mote Billy el Niño, condecorado en tiempos de democracia por los servicios prestados al fascismo. En el fondo esta situación es lógica: el Estado capitalista no puede apretar en exceso judicialmente a sus soldados armados (militares y policías) porque siempre necesitarán de su concurso las élites para administrar violencia si los de abajo se muestran rebeldes y ponen en solfa el orden establecido. Siempre hay que ser tolerantes y comprensivos con las “hazañas bélicas” de la muchachada policial y militar. No hay ejército o policía en el mundo que no se sobrepase en sus funciones legales tantas veces como sea preciso: el límite de lo permitido siempre es laxo. Sin ir más lejos, la ley mordaza en España así lo demuestra. Es una norma no escrita para la policía que primero es pegar o disparar y luego si acaso preguntar. EE. UU. es paradigma universal de este proceder.

Y aunque parezca mentira, hay también intelectuales ilustres que defienden la legalización de la tortura en casos, según defienden, de extrema e imperiosa necesidad. El más mediático y ruidoso a favor de la tortura es el abogado judío con nacionalidad estadounidense Alan Dershowitz.

Dershowitz es abogado penalista y fue profesor de Harvard, pertenece al ¡Partido Demócrata! y este mismo año ha sido acusado de mantener relaciones sexuales con una chica menor de edad.

Rebatiendo todas las teorías vertidas por Dershowitz es más que recomendable echar un vistazo detenido al libro del filósofo británico Bob Brecher, Tortura: hay una bomba a punto de estallar. Brecher es profesor en la Universidad de Brighton.

Rabiosa actualidad: Israel tortura 

Ya van 40.000 personas asesinadas en Palestina por el sionismo israelí. EE. UU., la Unión Europea y China (a Beijing ya hay que pedirle responsabilidades políticas y morales como gran potencia que es) dicen poco o nada al respecto. Nadie se moja en contra del genocidio de Israel en Gaza y Cisjordania. Es más, las manifestaciones individuales o colectivas a favor de Palestina son prohibidas y reprimidas en las democracias occidentales al grito falso de no al antisemitismo, olvidando de forma interesada que el Israel judío no tiene la exclusiva de pueblo semita, según obra en la Biblia tan citada y distorsionada por los ultraortodoxos hebreos.

Siguiendo el Génesis, los hijos de Noé y Nuraita fueron tres, Sem (de los que derivan los pueblos semitas árabes, hebreos, acadios, arameos, fenicios, malteses…), Cam (camitas se extiende a etnias del África negra) y Jafet (el resto, o sea, los que no son semitas ni camitas). Por arte de magia, sobre todo desde los pogromos nazis, los judíos se consideran a sí mismos en rigurosa exclusiva como los únicos semitas del universo. Podría decirse que los nazis persiguiendo judíos son tan antisemitas (esta gastada palabra es un arma de guerra ideológica formidable) como los judíos exterminando palestinos. Tan semitas son los pueblos y lenguas de los hebreos como de las sufridas y heroicas gentes palestinas.

Y ahora salta a los medios de comunicación internacionales una sensacional noticia que pasará sin pena ni gloria por las mentes adormecidas de la masa consumista occidental y de las periferias adosadas a la globalidad del mundo. En casi todos los centros penitenciarios de Israel se tortura con saña a reclusos palestinos, la inmensa mayoría retenidos arbitrariamente y no acusados de nada. Lo dice la ONG israelí B´Tselem. Todos los datos apuntan a que el 95 por ciento de hombres palestinos que han pasado por cárceles de Israel han sufrido en sus carnes torturas de distinto tipo e intensidad.

Torturar. Obtener confesiones de validez más que cuestionable. Humillar psicológicamente. Destruir físicamente. Meter miedo y someter políticamente al resto de la población. En definitiva, ejercer poder violento y transformar en carne desechable todo vestigio de oposición, rebeldía o libertad de expresión de los adversarios o enemigos (figurados, presuntos o creados a propósito).

La tortura asesina el diálogo y mata la solidaridad social. Parafraseando al militar prusiano Von Clausewitz en su archifamoso aserto de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, podríamos decir que “la tortura es el ejercicio de la democracia con otros métodos”. De este modo, la mala conciencia puede resistir mucho mejor los incómodos embates de la ética.

La realidad es tozuda: la tortura sigue viva en el mundo con presidentes democráticos en sus palacios, torturadores viviendo con sueldo y pensiones estatales, vecinos y vecinas justificando la tortura en el piso de al lado y personas anónimas transformadas en carne en grutas policiales y mazmorras militares cercadas por el silencio atronador de la impunidad absoluta.

Lo urgente es saber que Israel asesina y tortura palestinas y palestinos. ¿Qué hacer?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.