Doce adolescentes, de 13 a 15 años, fueron cruelmente asesinados el 7 de abril en las aulas de clase de una escuela de Realengo, Rio de Janeiro. Otros tantos resultaron heridos. El criminal, de 23 años, disparó a su propia cabeza la bala nº 66 de sus dos revólveres. Nunca había sucedido en el Brasil […]
Doce adolescentes, de 13 a 15 años, fueron cruelmente asesinados el 7 de abril en las aulas de clase de una escuela de Realengo, Rio de Janeiro. Otros tantos resultaron heridos. El criminal, de 23 años, disparó a su propia cabeza la bala nº 66 de sus dos revólveres.
Nunca había sucedido en el Brasil una masacre como ésta. Son frecuentes en los Estados Unidos. Y ocupan los titulares de los medios en busca de audiencia. En cada telediario reaparecen las fotos de los niños, las declaraciones de parientes y amigos, los sueños que tenían…
En Antígona, de Sófocles (496-405 a.C.), la mujer que da nombre a la obra de teatro se rebela contra el Estado que le prohíbe sepultar a su hermano. Hoy día las pesquisas de los medios dejan los cuerpos insepultos. Las familias de los niños sacrificados, ayer en el anonimato, ahora ocupan los titulares y son blanco de los flashes. Es la muerte como éxito de público.
¿Es el asesino el único culpable? ¿Todo proviene de un ‘monstruo’ movido por trastornos mentales? ¿La sociedad que engendra ese tipo de persona no tiene ninguna responsabilidad?
Un gesto brutal como el del muchacho que mató a quemarropa a once niñas y un niño no es fruto de generación espontánea. Hay toda una secuencia de problemas familiares, humillaciones escolares y discriminaciones sociales e indiferencia de los adultos ante un niño con notorias señales de desajustes.
Cuando los padres tienen más tiempo para dedicarse a Internet y los negocios que a los hijos; adolescentes que ingieren bebidas alcohólicas mezcladas con energéticas; alumnos que amenazan a los profesores; niños que se niegan a ceder su puesto en el autobús a los mayores… la señal roja se enciende y debería sonar la alarma.
¿Qué se va a esperar de una sociedad que exalta la criminalidad, a los mafiosos, la violencia, a través de películas y programas de televisión, y que casi nunca valora a quien lucha por la paz, a quien es solidario con los pobres, a quien trabaja anónimamente en favelas para, a través del teatro y de la música, salvar niños en situaciones de riesgo?
Hace años que acompaño el trabajo del Grupo Tear de danza, que reúne a jóvenes de clase baja de la zona norte de Rio de Janeiro. Aunque sus espectáculos son de calidad, sé bien las inmensas dificultades para encontrar patrocinadores, divulgación, espacio en los medios para avisar de sus presentaciones.
Es triste y preocupante ver que se pierde el talento de un joven bailarín porque, apremiado por la necesidad, tiene que volver a su trabajo de albañil, o la bailarina convertida en vendedora ambulante.
¿Cómo evitar nuevas masacres semejantes a la de Realengo? Casi dos tercios de los electores brasileños aprobaron, en el plebiscito del 2005, el comercio de armas. Las tiendas venden armas de juguete adaptadas a los niños. Los videojuegos enseñan cómo hacerse un asesino virtual.
En el Brasil hay 14 millones de armas en manos de civiles, la mitad de ellas ilegales, como las dos que llevaba el asesino de los alumnos de la escuela Tasso da Silveira.
Según el diputado Marcelo Freixo (PSOL), en el estado de Rio de Janeiro existen 805.000 armas en manos de civiles, 581.000 de las cuales son ilegales, muchas de ellas en manos de bandidos. «El ciudadano que compra un arma para tenerla en casa, pensando en protegerse, acaba armando a los criminales», afirmó el comisario Anderson Bichara, de la Delegación de Represión del Tráfico Ilícito de Armas.
¿Cómo se va a poner un ‘basta ya’ a la violencia si el Instituto Nobel de Noruega concedió el premio de la Paz a guerreristas como Henry Kissinger, Benachem Begin, Shimon Peres y Barak Obama?
¿Es monstruo solamente quien entra armado en una escuela, en un supermercado, en un cine, y mata a mansalva? ¿Cómo calificar la decisión del gobierno de los EE.UU., después de vencer en la guerra a Alemania y Japón, de arrojar la bomba atómica sobre la pacífica población de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945 (resultando 140.000 muertos) y tres días después otra bomba atómica sobre la población de Nagassaki (con 80.000 muertos)?
Hitler y Stalin también pueden ser calificados como ‘monstruos’ y sus crímenes son sobradamente conocidos. ¿Pero no se da una cierta domesticación de nuestras conciencias y sensibilidades cuando somos conniventes, aunque sea por inacción u omisión, ante la masacre de los pueblos iraquí, afgano y libio?
La paz no llegará nunca como resultado del equilibrio de fuerzas. Hace siglos que el profeta Isaías nos alertó: la paz sólo florecerá como fruto de la justicia.
¿Pero quién tiene oídos para oír?
Al gobierno de Dilma, con razón, no le agradó el informe del Departamento de Estado estadounidense sobre los derechos humanos en el Brasil, divulgado la semana pasada. El palacio de Itamaraty envió una nota de protesta. Es poco. Sólo cabría una respuesta del mismo tenor: que el Brasil emitiera un informe sobre los derechos humanos en los Estados Unidos.
(Traducción de J.L.Burguet)
Fuente: http://alainet.org/active/45924
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