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Tragedia y farsa

Fuentes: La Jornada

El mundo con frecuencia evoca la descripción que Marx hiciera de Napoléon III como copia grotesca de Napoleón I. La historia se repite una vez como tragedia y luego como farsa, dijo. Desde ayer Nicolas Sarkozy, de visita en Brasil, además de insistir en que la crisis internacional actual no puede resolverse sin India, China […]

El mundo con frecuencia evoca la descripción que Marx hiciera de Napoléon III como copia grotesca de Napoleón I. La historia se repite una vez como tragedia y luego como farsa, dijo. Desde ayer Nicolas Sarkozy, de visita en Brasil, además de insistir en que la crisis internacional actual no puede resolverse sin India, China y el propio Brasil, ha defendido nuevamente su consigna de «refundación del capitalismo»; ahora ha aclarado que el problema no es el sistema, sino la importancia dada al especulador sobre el emprendedor.

El tremendo concepto de Sarkozy redujo sensiblemente su contenido posible (y ¿el calentamiento global?, ¿el subdesarrollo?, ¿la desigualdad multidimensional de la sociedad mundial?, ¿el agua?, ¿las nuevas fuentes de energía?, ¿la discriminación planetaria también multidimensional?, ¿los horrores del imperio?, ¿el efecto de las nuevas tecnologías?, ¿la inoperancia de la ONU?); el etcétera es prolongado, no obstante lo cual el tema de Sarkozy es relevantísimo, y a pesar de ello la tragedia puede terminar en farsa.

Sarkozy está descubriendo a Keynes -mientras el capitalismo exista Keynes será mil veces descubierto-, quien consagró una parte significativa de su entonces novísima teoría a «la eutanasia del rentista». No está mal lo que propone el presidente francés, pero ya veremos el alcance de su propuesta, y cuántos poderosos del mundo estarán de su lado.

Estudiando el capitalismo de su tiempo, Keynes llegó a advertir que la tasa de interés debería tender a cero. Y, por supuesto, Keynes, quien puso las bases del Estado de bienestar, no era ningún furibundo izquierdista. Él escribió las siguientes palabras, frente al repudio que recibió porque estuvo en contra de las sanciones de guerra que le fueron impuestas a Alemania -Keynes fue echado de la administración pública por años-: «si tengo que defender intereses parciales defenderé los míos; cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo local, mi patriotismo personal estarán con mis fines. Puedo estar influido por lo que opino que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada».

De ese lado quiere situarse Sarkozy, pero ello no implica participar de la mentalidad financiera, sobre todo cuando está libre de operar y robar cuanto le venga en gana, como ha ocurrido desde el momento en que fueron eliminados los mínimos controles a que estaban sujetos banqueros, financieros, corredores de bolsa, un ejército de parásitos sociales que ganan millones con dinero ajeno.

«La eutanasia del rentista» es la fórmula que propuso Keynes en los años 30 para plantear la necesidad de que el capital financiero especulativo estuviera permanentemente subordinado al capital productivo. Esto es exactamente lo que no ocurrió en el capitalismo mundial durante al menos las últimas tres décadas.

La «eutanasia» keynesiana se concretó con las reformas al capitalismo mundial después de la crisis de 1929, y terminó de formularse con las reformas establecidas luego de la Segunda Guerra Mundial, entre las cuales se incluye el control público efectivo de los movimientos de capitales y la paridad de las monedas a través de los acuerdos de Bretton Woods, y el estricto mantenimiento de la separación de la banca de inversión de la de depósito. La desregulación de los 90 trajo consigo la «resurrección», el protagonismo y el robo en despoblado del rentista (ahí tenemos ahora al financiero más famoso de nuestros días, el ladrón estadunidense Bernard Madoff). El desmantelamiento de los mecanismos de regulación que limitaban las posibilidades de acción del capital financiero, controlaban la actividad de los bancos e impedían la creación de numerosos «instrumentos» con los cuales se produjo una explosión de la «titularización» de las deudas, trajo consigo un gigantesco aporte al derrumbe que está en proceso.

No es extraño que el grito más extendido sea el restablecimiento de fuertes regulaciones a las operaciones financieras, y por lo pronto ya la Reserva Federal llevó a casi cero la tasa de interés interbancaria.

En 1931 Keynes publicó su Essays in Persuasion, recopilación de artículos escritos entre 1919 y 1931. Uno era un manifiesto electoral que escribió en mayo de 1929 (cinco meses antes de aquel 24 de octubre del mismo año en que se inició la gran crisis con el derrumbe de la bolsa en Wall Street). El manifiesto tenía el propósito de asesorar al candidato liberal Lloyd George: se trataba de un programa de obras públicas, con un costo de 100 millones de libras esterlinas, que daría empleo a 500 mil personas; para el mainstream económico del momento, por supuesto, resultó ser un despropósito absurdo: la mayoría de los «teóricos» económicos e ideólogos políticos opinaban que en un periodo de grave recesión industrial lo correcto era disminuir el déficit fiscal mediante la reducción del gasto público y no aumentarlo mediante el crecimiento del gasto público. Hoy por hoy todos los hijos putativos de Friedman -el de Chicago- se volvieron súbitamente keynesianos en Estados Unidos y en Europa: al fondo la tasa de interés, una regulación que asegure la operación del sistema, faraónicas obras de infraestructura.

En México, después de proponer un presupuesto de cierta tendencia expansiva, ya hemos sacado las tijeras de su funda y nos proponemos recortar. Carstens sí es consistente a muerte.