La mayoría de los seres humanos, en cualquier rincón del mundo, ha pasado a lo largo de su vida por momentos sumamente complejos y delicados en los que las posibilidades de salir airoso no eran tantas como las de fracasar y, no obstante, de un modo u otro logró sortear los peligros y sobreponerse a […]
La mayoría de los seres humanos, en cualquier rincón del mundo, ha pasado a lo largo de su vida por momentos sumamente complejos y delicados en los que las posibilidades de salir airoso no eran tantas como las de fracasar y, no obstante, de un modo u otro logró sortear los peligros y sobreponerse a las peores calamidades.
Por más que una persona se sienta acorralada, abandonada por su familia, sin amigos que acudan en su auxilio, sin perro que le ladre, siempre hay un resquicio, casi imperceptible, por el que pueda esa persona sobreponerse a tan dramáticas circunstancias y encontrar una salida.
Sin embargo, hay un ser en el mundo irremisiblemente condenado al fracaso. Un ser para el que ni siquiera Dios tiene respuesta. Un ser atrapado en una diabólica trampa mortal que, no importa lo que pase, cuántos ángeles acudan en su auxilio, cuántas vírgenes lo amparen, carece de la mínima posibilidad de sobrevivir a su terrible desgracia. Un ser para el que ni el Papa ni la Iglesia tiene, ya que no respuesta, al menos un consuelo que alivie su terrible agonía. Un pobre infeliz que no va a poder escapar a su triste destino.
El hijo de Carlos Menem está perdido.
Leía en estos días que Carlos Menem reconsidera presentarse candidato a la presidencia y que, en el caso de que se frustrara esa posibilidad, entonces «dedicará su tiempo y sus afanes a su hijo».
Y ahí ha quedado el hijo, callado y solo en su patética desgracia, sabiendo que si tiene la suerte de quedarse sin padre porque éste gane las elecciones, como quiera está condenado a padecerlo como presidente, y que si la fortuna lo libera a él y al resto de los argentinos del presidente Menem, inevitablemente él tendrá entonces que soportar a Menem como padre.
Y encima con el perverso agregado de la Boloco, de la que todavía se ignora si estaría en calidad de primera dama o de primera madre.
El hijo de Carlos Menem no sabe qué es peor. No sabe si el alivio de la orfandad equilibraría tan patética presidencia, o si la enhorabuena de no tenerlo de presidente compensaría su constante presencia en la casa, sus tangos en el baño mientras se recorta las patillas y agrega vaselina a su cabeza, sus asados en el jardín, sus pelotazos por el pasillo, recibiendo periodistas y querellas, traficando armas e influencias.
El hijo de Menem sabe que está perdido, que como cantara Zitarrosa «la pena y la que no es pena, todo es pena para mí, ayer penaba por verte y hoy peno porque te vi» o aquella otra clásica que decía: «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero».
Pero así es la cosa, o candela o candela. ¡Pobre muchacho! ¡Sólo Argentina ha tenido mejor suerte que él!