Si se asume la “transformación” como condición del ser y el hacer en comunidad, aparecen urgencias teórico-prácticas que no admiten reduccionismos lineales ni oportunismos lenguaraces.
En la idea de “transformación” es inadmisible el quietismo. Implica tránsito, movimiento, dinámica, acción para abandonar una forma y de dirigirse a otra. En rigor, la “transformación” no espera decisiones de coyuntura ni conveniencias discursivas, en rigor la “transformación” ocurre como característica esencial de la vida y aunque muchos se desgañiten en negarlo, nada permanece en tiempo y forma intocable. Y siendo, la “transformación”, inevitable lo urgente es saber hacia dónde y con qué velocidades ocurre. Dicho sea, al margen de los determinismos.
Toda “transformación” es desigual y combinada. Arrastra de lo anterior fragmentos y fisuras, irregularidades y heridas, virtudes y cualidades… que se proyectan hacia estadios con forma distinta, unas veces enfáticamente cambiada o superadora, a veces tenue o incipiente, a veces novedosa y otras veces previsible. “Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”. Y todos esos procesos se realizan, en lo objetivo y lo subjetivo, sobre el escenario del tiempo que impregna también, de manera desigual y combinada, al todo y a las partes del proceso incesante -e infinito- de las “transformaciones”. Y es por eso apasionante dirimir cómo, dónde y cuándo tenemos incidencia en la “transformación”, general o particular, de los procesos de “transformación”. Con qué marcos filosóficos y ejes teórico-metodológicos.
Ninguna “transformación” es autónoma. Sus motores requieren de mezclas con combustibles que van fabricándose en la dinámica de las necesidades y de las contrariedades, o contradicciones. Toda transformación es producto de interacciones múltiples en grados diversos y bajo presiones con gradaciones simultáneas. La transformación es lo más distinto al simplismo. Por eso es tan desafiante y por eso su asunción como referente del hacer social es desafiante. Pero es imprescindible formarse conciencia de ello. No se trata sólo de contemplar al mundo, además hay que ayudarlo a transformarse (paráfrasis). ¿Hacia dónde?
Así visto, la “transformación” además debe construir consensos. Es imposible consolidarla unilateralmente, con una sola fuerza, ni con una voluntad aislada, ni con una ocurrencia individual o por decreto. O no será “transformación”. Incluso lo particular sólo es transformable por obra de lo general, de las fuerzas aledañas e interactivas, de los tiempos y de las necesidades que son siempre irreductibles al aislamiento. Y si todo esto fuese así, la “transformación” que se induce como un plan político habría que definirse con las propias leyes del colectivo que la impulsa y con las de su naturaleza dialéctica. Indisociables e indispensables. Hay que ir al fondo.
En horas cruciales, cuando un proyecto político concita voluntades y fuerzas suficientes, es posible imprimir a las transiciones una forma, más o menos, distinta que en ningún caso “cae del cielo”. Lo más transparente es declarar, explicar e informar las fuentes históricas del proceso y las fuerzas que han de contrastarse con el objetivo de la “transformación” porque es imprescindible cotejar, críticamente, qué tan real es lo cambiado respecto de lo cambiable. O todo será demagogia de falacias. Como hemos visto insufriblemente. Una “transformación” dispuesta a tocar paradigmas debe asegurarse de no ser travestismo, es decir, sólo cambio de ropajes en formas intocables. Y es de rigor ético explicar qué paradigmas serán transformados, de qué manera y en qué plazos cortos, medios y largos. Y siempre es examen tectónico el plan de “transformación” del paradigma económico que rige para una comunidad porque de él dependerán, mayormente, los medios, los modos y las relaciones de producción de la dicha “transformación”. Si ese paradigma no está en los planes “transformadores”, difícilmente cambiarán otros paradigmas, aunque se modifiquen en algo.
Poner en común, (comunicar, construir comunidad de sentido y praxis, para una “transformación” secuenciada y permanente) obliga a someter los métodos y sus tesis, a las propias leyes de la transformación para no quedar petrificadas las herramientas ante una materia que se moviliza en tiempo real. Eso ha sido catastrófico en otras experiencias que, incluso con “buena voluntad”, no entendieron que a la hora de exigir “transformaciones, deben exigirlas para sí mismos. O el juego se traiciona.
Y también hay que “transformar” la comunicación de las transformaciones”. Eludir el facilismo con que se anuncian “transformaciones”, “cambios”, “transiciones” para ser capaces de eludir o denunciar la dificultad y la morosidad que impide cumplir con las “transformaciones”, si es que han de cumplirse. Algunos, premeditadamente disfrazan la “transformación” y la dejan en promesas y buenos propósitos.
Y así, y todo, la inclusión del concepto “transformación” en los discursos o en los planes, produce interés genuino en quienes, cansados del quietismo y de los paisajes inamovibles, anhelan verificar en lo personal tanto como en lo social, modificaciones de usos o costumbres que probadamente quedaron rezagadas en la dinámica de la historia. Y ese interés suele convertirse en arma de doble filo o fuente de insatisfacciones o desmoralizaciones. Prometer “transformaciones exige precisar su calidad y su cantidad. Su profundidad y su progresividad. O será nada, o será peor, con todo lo que implica.
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