“En el fondo, la revolución se ha producido en todas partes, aunque de ninguna forma como se esperaba. En todas partes lo que ha sido liberado lo ha sido para pasar a la circulación pura, para ponerse en órbita. Con cierta perspectiva, podemos decir que la culminación ineluctable de toda liberación es fomentar y alimentar las redes. Las cosas liberadas están entregadas a la conmutación incesante y, por consiguiente, a la indeterminación creciente y al principio de incertidumbre. Nada (ni siquiera Dios) desaparece ya por su final o por su muerte, sino por su proliferación, contaminación, saturación y transparencia, extenuación y exterminación, por una epidemia de simulación”. (Baudrillard J .1993. La ilusión del fin. Barcelona, Anagrama, p. 9.)
Inaugura de tal manera el concepto de lo “transpolítico” el sociólogo Baudrillard, que al ser resignificado por la filósofa Nuria Sánchez Madrid, lo podemos observar en su completa dimensión.
“¿Para qué discursos políticos?, sí sabemos con anterioridad que la orgía virtual los invalidaría acto seguido…El poder quiere escenificar su propia muerte para recuperar algún brillo de existencia y legitimidad (Baudrillard, Cultura y simulacro.). Con ese fin emplea la publicidad para crear acontecimientos, impregnándolo todo de falsos referentes, habilitando un último brillo de realidad sobre el que fundamentar, a su vez, un último destello de poder, mientras que cuando la amenaza política fue históricamente real el poder desintegró oposiciones reales produciendo signos homogéneos y equivalente…la era de la transpolítica lo es de la anomalía, de la aberración sin consecuencias, que tiene lugar en un campo aleatorio, meramente estadístico y carente del aspecto trágico de lo anormal, pues se trata de la aparición pura y simple de algo tan externo al sistema como privado de incidencia crítica sobre él”. (Nuria Sánchez Madrid. “El deber de juzgar”. Perspectivas del pensamiento contemporáneo. Madrid, Editorial Síntesis, p. 259).
La irrupción del drama de la pandemia se impone al individuo desde la noción colectiva y general, de un sistema único, que reaccionó de una sola forma y manera; restricciones sanitarias y distanciamiento social (con grados de confinamientos militarizados) a la espera de una vuelta a la “normalidad” o una nueva, en donde ni los deseos, ni las aspiraciones de ese “individuo” o sujeto sean diferentes o diversas, a las que lo definían o nos definían, como tal, antes de la pandemia. Es decir, nada nuevo, de lo previamente existente será contemplado, como posibilidad o soporte para la reconstrucción de los tiempos que sobrevendrán. A lo sumo, la presente pausa, epojé o paréntesis, es solamente a los fines de acelerar la marcha de la conceptualización de cómo nos hubieron de definir como individuos.
“Esta moral individualista de nuevo cuño, que tutela la constitución de una subjetividad dictada y esculpida a golpes mediáticos, generadores de sentimientos carentes de diferencia específica. El presunto caos organizador de la edad posmoralista se presenta, pues, con el rostro de una moral sentimental-mediática, en la que la emoción prevalece sobre la ley, así como el corazón sobre el deber” (Ibíd, p. 236).
Sí no hacemos uso de nuestra posibilidad de razonar, a los efectos de dejar de ser determinados por el instrumento en que nos hemos convertido, al otro lado o a través del después, de la pospandemia, lo que definimos como “transpandemia”, nos tendrá reservado un destino en donde impávidos observaremos tras una pantalla, lo que han resuelto hacer con el tiempo que nos queda en esta experiencia, que para tal entonces dejará de ser nuestra o digna de llamarse vida.