Algunos medios de comunicación nos contaban la noticia. Un ex presidiario portugués de 61 años, Artur Baptista da Silva, nada más salir de la cárcel tras cumplir condena por falsificar cheques y documentos, decidió reinsertarse en la sociedad convirtiéndose en todo un economista, incluso, como experto de Naciones Unidas. Eso era, al menos, lo que […]
Algunos medios de comunicación nos contaban la noticia. Un ex presidiario portugués de 61 años, Artur Baptista da Silva, nada más salir de la cárcel tras cumplir condena por falsificar cheques y documentos, decidió reinsertarse en la sociedad convirtiéndose en todo un economista, incluso, como experto de Naciones Unidas. Eso era, al menos, lo que Baptista aseguraba.
Su innata capacidad para hablar mierda, rápidamente le abrió las puertas de periódicos y canales de televisión en los que exhibir su depurada oratoria, así como de ilustres academias en las que pronunciar solemnes conferencias, cena incluida.
Armado de las imprescindibles tarjetas de presentación, de un informe económico que encontrara en Internet e hiciera suyo, y avalado por un inexistente doctorado en Economía Social de la desaparecida Milton Wisconsin University, cerrada hace 30 años, Baptista frecuentaba toda clase de tertulias y espacios de opinión en los medios portugueses, llegando a ser portada del semanario Expresso con motivo de una entrevista a doble página en relación a la crisis europea.
En la cárcel, quienes fueran sus compañeros, cuando lo veían en televisión disertando sobre las políticas económicas de austeridad que ahogaban al país, lamentaban no haber sabido aprovechar mejor tan ilustre compañía. Y así fue hasta que, descubierto el fraude, Baptista optó por abandonar su prometedora carrera y desaparecer.
Obviamente, cometió tres errores imperdonables. El primero, no haber contribuido a hundir ninguna economía; el segundo, no haber pretendido sacar mayor provecho de sus títulos, asesorías y labia que la cena cada vez que impartía una charla en alguna reputada academia o foro; y el tercero, más grave todavía, no haber hecho valer su trayectoria para incoporarse como consejero asesor a Telefónica.
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