Intentaría un cine brutal, primitivo en sus personajes, un cine para rodar en la Serranía de Cuenca, en Castilla, en los Monegros, en los pueblos de Guadalajara, Teruel… allí donde el hombre y la tierra se identifican formando un todo. Seguramente sería un cine no conformista —aquí estaría lo aragonés—directo, sencillo de forma y muy real. Real en la valoración de las pequeñas superficies: la piel, el tejido, la tierra, las gotas de sudor… El amor hacia todo lo que forma el microcosmos que rodea al hombre (1) (Carlos Saura)
Desde Heráclito hasta von Clausewitz o Kissinger, ‘la guerra es el origen de todo’, si por todo se entiende el orden o el sistema que el dominador del mundo controla por el poder y los ejércitos. Estamos en guerra. Guerra fría para los que la hacen; guerra caliente para los que la sufren. Coexistencia pacífica para los que fabrican las armas; existencia sangrienta para quienes son obligados a comprarlas y usarlas (Enrique Dussel)
Con la violencia olvidamos quiénes somos (MARY Mccarthy)
La paz no se puede conseguir a través de la violencia, solo puede ser conseguida a través de la comprensión (Ralph Waldo Emerson)
Cuando me muera, por favor, no me recordéis. Pues no, me importa un pepino… una vez que muera qué más da. A mí lo que me interesa es que me recuerden mientras vivo. Pero, cuando ya esté muerto… (2) (Carlos Saura)
Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, se inicia un tributo a la vida y obra de Carlos Saura (1932-2023) con La caza (1965), filme entre drama, Road Movie y western paella escrito al alimón por él y A. Fons. Se narra la historia de cuatro personajes que van a Toledo, a ‘la caza de conejos’: según iba a titularse, pero, por la carga sexual, le cayó la censura franquista. Se trata de tres viejos, Paco, José y Luis y un joven, Enrique, que se van de campo, aunque en realidad se trata de un botín/fardo mayor: sus recuerdos vivos de la Guerra Civil, el traslado del ayer al presente, la crisis que atraviesan. En fin, se trata de seres que nunca se conforman con lo que tienen y van a cazar, así el objetivo último se tuerza al cabo en ese que uno de ellos llama ‘un buen lugar para matar’. La caza es a su modo (otro) western, neo-realista, no ‘neorrealista’, heredero del corto El pequeño río Manzanares y Cuenca y (no) por último, minimalista, estilo Persona, de Bergman, Mouchette, de Bresson, Bajo la ley, de Jarmusch, o Reservoir Dogs, de Tarantino.
Se llaman minimalistas por transcurrir en un solo espacio, con pocos actores, producción pequeña, pocos diálogos/colores y movimientos de cámara, exiguo presupuesto. El de La caza, luego de que doce productoras no aprobaron el proyecto, involucró al futbolista y productor de cine Elías Querejeta, quien aportó la mitad y la otra el padre de Saura. Tras debutar con Los golfos (1959), la censura le prohíbe hacer al menos dos guiones: La boda, que luego se convierte en Peppermint frappé (1967); y ante el lío para abordar temas contemporáneos, Saura y Mario Camus (Los santos inocentes) asumieron un tema histórico. Luego del rechazo por varios productores de un filme sobre el bandolerismo andaluz a inicios del siglo XIX, José L. Dibildos llevó al cine la historia de José M. Hinojosa ‘El Tempranillo’ (1800-1832). (3) En La caza el desierto en que ocurre la acción es una metáfora de España, el país al que Franco, Primo de Rivera y su Falange lo volvieron eso, por la GC y sus secuelas.
España viene de Hispania o tierra de conejos: conejos puede asociarse a españoles, los que Franco cazó por millones, como se ve en Los santos inocentes. (4) En oct/2013, los líderes de la asociación Jueces para la democracia criticó al Ejecutivo, por incumplir la Ley de Memoria Histórica y recordaron que España, con más de 114.000 personas durante la Guerra Civil es ‘el segundo país del mundo, tras Camboya, con mayor número de […] víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido…’ ‘No podemos compartir […] el discurso de que la recuperación de la memoria […] suponga reabrir heridas. Resulta inadmisible que un Estado democrático siga negando a […] la sociedad el derecho a conocer el pasado y la necesidad de establecer un plan de administración […] financiado públicamente que permita […] la localización y la sepultura digna de todas aquellas personas […] asesinadas con ocasión del golpe militar de 1936 y la posterior represión franquista’, dice el comunicado. (5)
Ver El silencio de otros (2018), de A. Carracedo y Robert Bahar, producido por Almodóvar. Entonces en La caza Paco dice: ‘Vamos a pasar un día estupendo y cazaremos’. ¿Aparte de conejos y hurones para cazar conejos, qué cazarán? Eso es otra cosa, compleja, así se intuya de entrada: los mismos cazadores se cazarán. José discute con Luis: cuando bebe otro coñac, aquél se disgusta y le dice ‘quédese, que ya vendrán’. José tiene líos con Maribel. Para Luis nadie se conforma con lo que tiene. Carmen alimenta al cerdo. Enrique, se fija en ella. Luis casi cae de la burra. ‘Mal empiezas, ¿dónde creías estar?’, le dice José. Paco maneja brusco: fue camionero. Después de la GC, que no terminó cuando se cree, sino a la muerte del sátrapa. El sitio donde están, cerca al río, es desértico, calor agobiante y lleno de cuevas, nota Enrique. Las cuevas de la guerra, montones murieron allí y sólo quedan los hoyos: ‘un buen lugar para matar’, dice Luis, lector de ciencia ficción. Mal trato de José a Luis, como de amo a esclavo.
En 1973 se estrenó The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. De sus temas se extrapolan contenidos que casan con la historia de Paco y José en La caza, lo que hago pensando en el cumpleaños de Carolina, novia de mi hijo Santiago, y evocando a Valentina, nuestra otra hija: ellos y yo bailábamos desnudos la música del grupo de art/rock. Paco y José se disputan la corona filo/monetaria y son víctimas de alienación. En Money, Waters hace énfasis en dicha alienación por el dinero, que vía capitalismo lo hace vector de los nexos sociales, genera una vida marcada por inquietud, apatía y vacío e impide a los seres apreciar la belleza. El dinero iguala por arriba, nunca por abajo; por eso, la cultura pierde cada día su valor. Adorar el dinero implica refundir el inmoral capitalismo, que enriquece y reparte utilidades al que no debe. (6) El capitalismo reparte sus beneficios entre las corporaciones, la inequidad se incrementa y la precarización/aporofobia se convierte en norma y en forma natural de vida.
En Brain Damage, del dinero se pasa al trastorno por depresión, ansiedad y frustración, efecto de la envidia generalizada. La sociedad de (hiper)consumo/mercado, crea una forma de ser con la economía como eje de vida, así sea de muerte. El desamparo/desarraigo se siente cuando lo esencial son las cosas, no las personas: la cuenta de beneficios para el capitalismo. Porque, dice Tristán Varenna, ‘esos beneficios serán los que diferencien a los consumidores de otros no tan hábiles en el arte de rentabilizar su vida: si no consumes, no te diferencias, y si no te diferencias, no eres nadie’. (7) Y esa es la meta que en La caza persiguen Paco y José, quienes se sienten nadie y no dejarán de serlo a causa de ellos mismos. Time, de Pink Floyd, habla de una vida precaria en la que se siente perder el tiempo, asediado por la frustración: hay que hacer parte de lo que para el capitalismo es ‘útil’: la rentabilidad. Lo demás sobra, es inútil, como todas las personas que no son rentables, no producen ni, por ende, tributan…
El propio José, en La caza, dirá que los tres no son más que unos inútiles. Por eso, también, su máximo anhelo es que Paco le preste medio millón para poder decir como el cretino Franklin, ‘el tiempo es oro’, lo que en otras palabras entraña la muerte del ocio. O el padre de toda psicología, Nietzsche dixit, o de toda calma: ocio, que en griego es escuela. La que, por lo mismo, tanto odia EE.UU. La que por ello se busca extinguir, lo mismo que la cultura, voz que a su vez viene de ‘cultivo’ por agricultura o cultivo del agro. Y, por ello, para cerrar el círculo de la vida, merced a sus leoninos TLC, EE.UU acaba con el campesino y el campo. En La caza es notorio el vacío de Paco y José: sus vidas no salen del círculo de sangre, mierda, muerte: como en 120 días de Sodoma, de Pasolini, eso es la cacería y los sume en el vértigo de la velocidad y les hace olvidar por la violencia quiénes son, mientras refunden la lentitud. Para Fromm, el afán de lucro, fama y poder son las afugias dominantes de la vida.
Para Berardi, ya no hay tiempo para amor, ternura, Natura, placer ni compasión. La atención está cada vez más asediada y por tanto se dedica sólo a la carrera, la competencia, el vil metal. Cuando eso ocurre, como en La caza, el ser se supedita al deber ser y de contera surge el extravío, la alienación y el vacío, que lleva al abismo de vértigo y muerte como en On the Run, de Pink Floyd: así, los avisos de P. Virilio sobre los riesgos de acelerar derivan en realidades. Tema clave en El lado oscuro es Us and Them, así se nombre primero al burro y luego al que lo enjalma. En él, Waters/Wright retoman el conflicto sujeto/grupo social. Lo que genera enemigos, lo que jode en la terrible dicotomía ellos y nosotros es la patología del deseo por el dinero: por lo que se enfrentan Paco y José, de lo que por ahora se distancia Kike y por eso se da el lujo de mirar/se en la alegría/música y baile de Carmen, de por sí y por contraste sin ese lío; tema y filme permiten concluir: a toda guerra la impulsa el afán de lucro.
También, las ansias de poder y de dominación, así como el prurito de ejercer la dialéctica del amo y del esclavo, como para que los de abajo no olviden a los de arriba. Toda guerra es estupidez, como toda caza es locura, así se disimule. El paralelo música/filme cobra vigencia a medida que se deconstruye-describe y reconstruye-interpreta, para la mayor comprensión cabal posible. Suena la música yeyé. Un picado describe el toldo donde se reúnen a charlar, así el futuro, por contrafinalidad, depare otra cosa: una es la que se propone el hombre y otra la que resulta. José le ordena a Luis bajar del jeep: ‘No querrás estar ahí todo el día’, le dice con tono de dictador. ‘Para el buen cazador, la caza del conejo no tiene ningún interés’, dice Luis, mira a la cámara y rompe la cuarta pared, como hace Monika en Un verano con…, de Bergman. Para Paco, los débiles o los tarados nada tienen que hacer en la vida, como quien alude al Darwin de la sobrevivencia del más apto/fuerte. ‘Es ley de la Naturaleza…’, remata.
Según Luis, la mejor cacería es la del hombre: eso creían la dictadura y la censura franquista. Bien sorteadas por Saura y el vasco Querejeta. En tono marcial, Paco sentencia que la caza es como todo: el pez grande se come al chico. A veces es lo contrario: mira a las pirañas, dice José, Luis sabe de eso: ahora lee novelas de marcianos; quizás, porque no soporta lo real. Las pirañas son peces carnívoros que, al oler la sangre, atacan en masa y devoran lo que sea en un santiamén: sólo dejan los huesos. Como hizo Franco en España con cientos de miles de ciudadanos, incluidas las Brigadas Internacionales que lucharon junto al bando republicano, y, seguro, con los desaparecidos citados. Paco señala a la chica de revista, de la que dejaría comerse cual piraña. José, las prefiere de carne y hueso. En un espacio amplio, abierto, los tres adultos están, no obstante, en un medio cerrado, como se ve al cargar las escopetas. Kike coge el arma con mirilla de Luis, enfoca y ve a Juan, por fin, ya era hora, bajando la montaña.
La montaña, una entre tantas, de la deshonra, la muerte, el genocidio. Kike saca una Luger, sinónimo de calidad. Y emblema nazi y del nexo Hitler/Franco y Mussolini. Las piezas cobradas son los mejores recuerdos de una cacería, dice José respecto (no sólo) a conejos. Otra puya a Franco para poder escamotear a la censura. Al oír los disparos pensó que eran ellos, dice el campesino Juan, quien renguea y viene también armado: como en la Seguridad Democrática, de Varito, que ni una cosa ni otra. Juan cuida solo a los borregos: su hermano emigró a Alemania. Un perro murió en el invierno, ahora tiene otro para el rebaño. Hay conejos con peste. Una semana atrás cayó uno en un cepo. Como quienes caen en la guerra por las minas antipersona. Paco no soporta al tullido: prefiere morir a quedar cojo o manco. Además, ‘dan mala suerte’. El ruido que produce la perra Cuca hace que salga un conejo apestado. Mientras Juan arma un cigarrillo, su sobrina Carmen le dice que ya está todo listo.
José dicta por dónde van los cazadores: para Luis esa no es una operación militar. José piensa: si pudiera convencer a Paco. Le gusta la caza. ¿O dijo… la casa? El calor se hace insoportable. Si pudiera convencerlo, todo podría arreglarse aún. José solo piensa en sus intereses; lo de la cacería es sólo una carnada, para lo que viene. De la calma más chicha a la intolerancia menos tolerable. Luis silba una tonada de guerra, ve un insecto y lo aplasta. Kike espera que aparezcan los conejos. Cuca, nerviosa, husmea en las madrigueras. José descubre una trampa zoo/humana. No se aguanta y la activa mientras distraído dice no debo distraerme. El lío de siempre con los que creyendo ir tras de un objetivo van realmente en busca de otro. Seres confusos, potenciales criminales y/o asesinos. Si el cepo lo coge, le rompe el tobillo, piensa José. Cree que Juan come solo conejos apestados y por eso está cojo. El calor se hace aún más insoportable; la tensión del filme se cocina a fuego lento: como la mejor comida…
En este caso, como la peor: la de conejos apestados, así aquí los apestados sean humanos, no animales. Unas puras bestias que van al encuentro de la desdicha con los ojos abiertos. Paco se pregunta cómo le aceptó a José lo de la caza si es para pedirle dinero. Cuca corretea a un conejo. La fiesta privada de la muerte se activa. La desconfianza entre cazadores, también. Lo que parece un viaje en común, poco a poco se desvirtúa hasta que asoman las garras del interés personal: cada cual va por lo suyo. Incluso Enrique, en su desventaja etaria, pero de igual modo bélica. Al ver a Luis con la cantimplora, corre tras él acosado por la sed, pero en vez de agua hay licor. Cosas de la edad; de la Guerra Civil; o de vicios: secuelas, que llaman.
Estrés postraumático le dicen en EE.UU después de Vietnam. El sistema de salud da una bicoca de ayuda económica para daños físicos y/o psicológicos irreparables. El fuego lo inicia Enrique, quien no sabe dónde le dio al conejo. José, recibe el trofeo animal que le trae Cuca. Kike, con atuendo casi milico (y su Luger), parece otro de las juventudes hitlerianas, antes que de las franquistas. La caza es cada vez más intensa: el lío es empezar; luego, todo vendrá por añadidura, como en la caza de humanos. O en cualquier guerra y con inusitado frenesí. El sudor brota fácil de los cuatro. La sed de matar es imparable. Ojalá el hambre de vivir fuera parecida. Los PPP acentúan su superyó guerrero: parecen jugadores de rugby, pero bravos. Aun entre la hostilidad del clima ninguno cambiaría su estado: la muerte los atrae de modo febril, si no patológico. Tal vez, porque cargan un fardo histórico muy pesado. Es más, mientras no enmienden la tarea: siempre es más fácil bajar que subir. La cámara en mano aumenta dicho belicismo e intolerancia. Igual que en Los espíritus de la isla (2022), de M. McDonagh, en el que se libra la guerra civil irlandesa, 1923, al otro lado de la costa, sin que nada se vea o apenas se oigan balas: dos amigos chocan cuando uno quiebra la amistad. (8)
Así en La caza, los tres viejos viven un pasado que no olvidan, que les cae como balas, implacable. Los conejos ruedan por las laderas, pero cual humanos. Los que por montones cayeron entre 1936 y 75 en esos montes desérticos tan agobiantes en invierno o verano. Luis, con su arma casi de juguete, dispara y dispara y sonríe como un niño hasta que el conejo cae. Otro, huye, para caer más tarde. Los conejos representan cómo en las guerras se sacrifica la inocencia: en las que siempre caen niños, jóvenes, mujeres y viejos, y muere la verdad. Conejos a la cesta de la cintura, como seres humanos al ataúd o a las fosas comunes. Siempre al borde del vértigo, del abismo, de la muerte, como en Los reyes del mundo (2022), de Laura Mora. Filme que, con la mayor inocencia y no menor peso de la censura, pone en evidencia a los paracos con tan sólo nombrar a un cura que saluda a don Santiago, sin apellido, y ya se identifica a ‘Los Doce Apóstoles’, así no se cite a don San Guinario, quizás por Innombrable.
En todo caso, el favor social ya está hecho. Entonces, en La caza el vértigo crece hasta el estartazo final, cuando caen las fichas de un dominó macabro que, por vía de tres viejos y un joven, escenifica la tragedia de un pueblo. Las presas aumentan, claro, de modo exponencial. A la vez, Cuca se vuelve loca con los excedentes, casi como sus homólogos de ocasión: aquí, los voluntarios, no mercenarios, perros de la guerra. Los mismos de los que habla F. Forsythe. Una guerra, se reitera, opresiva, aun en campo abierto, que muestra al hombre proclive más por tánatos que eros: al revés de la mujer, en mayor grado por la paz, la verdad, la vida. Como lo pone de presente Carmen, niña que en pleno desierto y tragedia de esos conejos/hombres, sonríe y baila para, al cabo, ofrecer el único faro del amor o al menos del romance en todo el filme, con la ayuda de Kike. Al concluir la faena, posan con los trofeos frente a la Yashica; más tarde, se ve a Juan y a la amable/graciosa Carmen despresar los animales para la paella.
Kike pasa y mira de soslayo. Luis duerme su borrachera, despierta y pregunta qué hará su mujer. Cuca no se molesta por su tufo, quizás porque el de ella es el de una perra bien sudada en tierra de conejos. Lo mejor, olvidarla, Lucía estará con cualquiera, nada remedia sus cagadas, fue un imbécil y ya es tarde para todo. Así, la ida al desierto no es sino la continuidad del fracaso por otros medios. Es un turista que se mueve, no un viajero que viaja ni cuyo viaje le lleva a cambiar. Y, ¿si todos tuviésemos la mixomatosis?, pregunta Luis sobre ese virus que afecta a conejos y liebre ibérica, por hinchazones en piel y mucosas, en especial cabeza y genitales. Evoluciona en conjuntivitis aguda y a veces en ceguera. Los conejos, como los humanos, parecen decir Saura y Querejeta, se tornan apáticos, pierden el apetito y se afiebran. Cuando unos u otros no resisten por incapacidad y/o impotencia, la muerte es cuestión de (13) días. Luis piensa que Paco y José están ya viejos, como si él fuera un joven.
Luego pregunta si él parece tan viejo como ellos. Paco intenta lo propio con José; no lo logra, quizás por la furia, sus fines deliberados. Los tres, c/u a su modo, intentan dar respuesta a la turbidez, descontrol e intolerancia de ayer y hoy. El lío es que han pasado de la guerra al conflicto personal. Conflictos no resueltos, incrementados por líos de pareja, inestabilidad de todo tipo, avatares de la Historia común y personal. Cazar no ha sido más que pretexto y poco menos que máscara para el festival de ocasión. Un viaje de la muerte macro a la micro, pero muerte al cabo. Luis lee El planeta negro (1954), obra de ciencia ficción, de D. Duncan, que narra las penurias de W. Osborn al descubrir el misterioso Magallanium, a la vez que ignora haber hecho lo propio con la materia súper densa de las estrellas enanas. Así como el material que permitía al hombre salir de la Tierra en las primeras naves cósmicas. Se sabe que vaticinó el empleo de energía atómica antes de 1939 y adaptó al cine La máquina del tiempo, de Wells.
Kike le da una Polaroid a José y éste la rompe, mientras su neurosis culpable le lleva a decir que se las haga a su padre y lo deje en paz. Kike baja la mirada. José se cuestiona sobre si otras veces no lo nota; se cree un viejo que toma el sol en una esquina; debe andar con cuidado; es natural, tanto tiempo sin ejercicio; Paco, en cambio, sigue igual. En otras palabras, pese a todo en contra, José lo envidia y por eso solo le importa sacar la tajada más grande del ponqué/viaje a ninguna otra parte que al fondo de la noche de la conciencia, multiplicado por tres. Trío de veteranos de la GC a los que ahora pegan duro el fracaso personal, la rutina diaria, el extravío existencial. Juan reclama a ‘don José’ por el sitio donde está su madre: uno, inhóspito, en el que al llegar el invierno no se sabe… Por el frío, piensa que mejor un sanatorio. El picado muestra a dos hombres cual hormigas: José, en su soberbia; Juan, en su impotencia: económica, ante todo. Cree que, por sus amistades, podrá ayudarlo…
José lo consuela de momento, pero al pedirle un adelanto para llevar drogas a su madre y que lo descuente del sueldo, cambia: ‘Eso sí que es difícil’, ¿de dónde lo descontará? Juan piensa en 5.000 pesetas. José le tira un ¡imposible! y la perogrullesca retahíla ‘si lo hubieras pedido el invierno pasado, incluso este… lo siento, Juan’. Éste, a su vez, lo impreca: no le he pedido nada. ‘Ya sabré lo del hospital, sobre las drogas, ya veremos…’ dice el ciego por la soberbia ‘don José’. Luis lee un fragmento sobre el quinto planeta descubierto, a Paco, quien con DRAG en su mano le espeta: ‘Y a mí qué…’ Carmen ojea el porno, sin que su dueño lo note, absorto como está viendo a Marilyn: Kike les saca una foto. La chica sale a correr y le muestra la lengua, no retadora sino complaciente. José pregunta cómo andan de pan, hay dos barras, propone ir por más. Luis le pregunta si seguro es solo pan lo que falta, en desquite por la saña con él; y se va en el jeep; Kike le da una foto a Carmen en la que le dice que sale muy guapa.
José dice a Paco no estar ya para ‘estos trotes’. Bebe de su vaso. Paco le muestra una foto que le recuerda a Maribel y cree que fue el imbécil de Luis. Al notar que sí se parecen, José revira: ‘Sí, pero me gusta más ella’, la de carne y hueso, que para Paco ‘no está nada mal’. Luego, añade que con menos calor hubiera sido un día perfecto. Juan seca unas pieles. José le dice a Paco que así saca ‘unas perras’. Kike le cuenta a Luis que también lee ciencia ficción, así no cite autores. Luis recuerda que si se quita a Bradbury, Clarke, Asimov y algún otro el resto es pura basura. Luis conoció a Paco cuando conducía camión; todo se lo debe a José; él lo sacó del volante. Organizaron un negocio juntos y se juntaron los tres. Y Arturo… ¿fue el que murió?, pregunta Enrique y a Luis le parece una pesquisa. Aquél, se excusa. Luis se jacta de ser el único que conoce a Paco: le gusta el dinero y aprovecha toda ocasión. José le dice a Paco que las cosas no van bien, la separación le cuesta un dineral y el negocio ya no marcha.
Paco lo insta a ver su secreto. José abre una cueva, entran, ven una calavera. ¿De quién? Pregunta desde cuándo colecciona muertos y sale pitado e iracundo de allí. Kike y Luis llegan al pueblo, donde éste podría vivir de por vida. José le confiesa a Paco que como antes él lo hizo, ahora lo podría ayudar, que no le gusta abusar de la amistad, pero que le facilite dinero. Lo que antes le negó a Juan, ahora se devuelve contra él. Necesita medio millón. Luis le dice a Kike que siempre necesitamos ayuda pues no se puede ir solo por el mundo. ‘Todos dependemos de alguien: Luis depende de José. Tú dependerás de tu padre, Paco, tu hermana’. No dependo de nadie, dice tajante Kike. Serás el único caso. ¿Cuántas humillaciones has sufrido en tu vida?, pregunta Luis. José reitera ser amigo de Paco. Éste cree que el dinero es una cosa y la amistad otra. ‘No conviertas la amistad en mercancía’. Dinero no te puedo dar, si quieres trabajo, sí. El dicterio despierta la furia en José. ¡Qué trabajo me vas a dar tú a mí!
Desde que te vi, noté que no eras el mismo. Paco lo desarma: Es posible, José, todos hemos cambiado. Tú, ¿no? Me invitas a cazar, recuerdas nuestra amistad cada tanto, todo, ¿para qué? ¿Es tu sistema de sacar dinero? José cree que no le debe nada, que si lo ayudó fue porque a él le convenía. No consiente el insulto. Afloran la ingratitud de Paco y el oportunismo de José. Un plano/contraplano parece significar la antesala de un duelo en el Oeste. En Almería, así quede en el SE, donde se hizo tanto western y western spaghetti, por Leone y cía. Paco, en su soberbia, se da el lujo de bajar la guardia y dice a José que pelearon de forma tonta, no quiso insultarlo y pide perdón; José, dice que no pasa nada. Por ahora, el duelo aguarda. Jura no hablar más del caso. Luis y Kike llegan por el pan. Éste, reflexiona sobre las humillaciones sufridas en la vida, ninguna, y pregunta por su cuñado a Luis. Éste, le dice que Paco es listo y va a lo suyo. En lo que se parece a José, que tiene sus defectos, quién no, pero es generoso.
Aunque, a veces… Y cree que se casó con la hermana de Luis, seguro por dinero. Paco es así, en un amigo ve lo que pueda sacar. Kike no lo veía así y Luis lo invita a acercarse, le conviene. Ha sido sólo un consejo y espera que Kike guarde el secreto. Regresan con el pan y un maniquí: éste, objeto/sucedáneo del sujeto pueblo que fue diezmado por Franco y sus esbirros/canallas. Kike recuerda la compra de Luis. Es para tiro al blanco. Los conejos le aburren. Paco dice a Kike que entre ellos no puede haber secretos y que siempre hace lo que más ‘nos conviene’. Luis averigua qué le dijo Paco a José; cree tener derecho a saber cómo va todo; aún es su socio. Carmen baila; Kike le pregunta por Arturo a Paco. Éste recuerda que eran socios, se separó, trabajó en una empresa y tras hacer un desfalco se suicidó al ser descubierto. Kike duda. Paco, exaltado, le advierte que se cuide de Luis porque le gusta liar las cosas. Lo que devuelve a la calavera de Arturo, la pista de tanta desconfianza entre ellos.
Kike y Carmen bailan. Juan interviene y disuelve, no sin celos, la alegría del cuerpo, el baile, antesala del erotismo, para que vuelva a lo doméstico. Carmen lleva las piedras para la paella que acaba de traer el rengo Juan, alegoría del pueblo maltratado/desfigurado e inválido. El mismo pueblo ficha, número, estadística de siempre. Mientras se disponen a comer, a Luis le parece un funeral y se dirige a José para saber si fue que le mostró el muerto a Paco. José se hace el loco y dice que los hurones son como los hombres, siempre requieren compañía. Luis observa que el secreto de José con Arturo lo saben por doquier: se lo enseña a todos. Un muerto de la guerra que oculta ahí dentro, señala Paco. Si hace menos sol, cazaremos con hurones, dice José. Para Luis, esos bichos, son como vampiros. Y pregunta si se han fijado en sus caras. No demora la sentencia machista/discriminatoria y sexista: ‘Parecen mujeres’. Un vicio muy español, hoy expandido al resto del orbe por el Sistema (in)Mundo patriarcal.
Las hembras de los hurones tienen cara de mujer, urde José. Los machos, de estar calientes, mueren sin hembras a su lado: como los hombres, apunta el neo/macho Kike, al que toda idea parece llegarle por ósmosis. José suelta la connotación sexual objeto de censura: ‘Se nota que has ido poco de conejos’. Se refiere al uso despectivo de los genitales vagina y vulva o a las partes bajo la cadera de la mujer. Por extensión, a la ingenua, ilusa y confiada de la que otros abusan. Por esos motivos el filme no pudo titularse La caza de conejos. Franco le hizo conejo a Saura, lo que en Colombia significa robar: hacer conejo. Es un error levantar rápido el arma para cazar un conejo, dice el ‘experto’ Paco. Kike ha cazado poco, pero dice que con la ayuda de los tres acabará aprendiendo. Luis sabe que conejos y ratas son los animales que más se reproducen: las hembras tienen dos matrices y están siempre listas. José: ‘El conejo es una cosa maravillosa, sobre todo si es joven y tierno’, y mueve los ojos en gesto de coquetería…
‘La piel suave… la viveza que tiene’, agrega, con lo que de paso cita un filme de Truffaut: La peau douce (1954). Según Paco, José sabe mucho de ‘conejos’ o mujeres jóvenes, de piel suave. Luis cree que llegará el día en que los conejos se coman al género humano. Formarán una nueva civilización y como son más pequeños que nosotros, habrá lugar para todos y la lucha de clases desaparecerá. Así, mandaría hoy al carajo la Agenda 2030, la tesis cabronazi de Bill Gates sobre eliminar la Humanidad hasta un 15 o 20%’; pero no la tesis de Marx sobre que si bien es el motor de la Historia la lucha de clases debe desaparecer: una prioridad sin lugar a excusas. Luis piensa que así se arreglará el mundo, pero antes habrá una gran guerra con las ratas. A Kike le asquea lo dicho por Luis. José recuerda que en la guerra mucha gente comía rata. Él no ha tenido que comer y no ha conocido a nadie que lo hiciera. Luis cree que como hay muchos bichos vampiros, con cara de mujer, los conejos la pasarán mal: lo callan.
‘Vaya día, parece que va a arder la Tierra’, en una alusión no sólo al ambiente, sino a la tragedia que entre ellos se avecina. ‘Y quedó abrasada la tercera parte de la Tierra, de los árboles y toda yerba verde’, dice Luis. Y a Kike que no diga nada a Paco sobre lo hablado en el pueblo. Ambos, inflan el colchón neumático. Luis practica tiro al blanco con su maniquí, sin cabeza y sin brazos, es decir, inútil. Un paneo describe las laderas del monte, la subida de Juan y Carmen, el toldo y el jeep de los cazadores que luego se cazarán entre sí. El sonido al inflar el colchón marca, por contraste, la agonía de quienes lo han usado. Paco tiene una pesadilla con una niña a la que devoran los perros, una mujer que reclama los hijos como suyos y que le exige que no la toque. Todo mostrado vía travelling y el sudor sobre la piel, la textura del cuerpo, las cartucheras con balas. José tiene otra pesadilla en la que reclama quemar esa cueva, una mujer que le recuerda haberse envenenado, tener la piel vieja y seca.
La mujer destaca las gotas de agua resbalando por su pecho y José observa que no puede moverse. Hasta que abre los ojos. Paco y José interiorizaron sus miedos antiguos y los del día y los han expresado en sus pesadillas, diría Freud. Con lo cual, de momento, se desmiente la trama de un filme en el que Nishi, decidido a vengar a su padre y suicida, por un caso de corrupción empresarial (como el de Arturo), enamora a la hija del dueño de la empresa y el día de la boda se alista para desenmascarar a los culpables: se habla de Kurosawa Akira y su obra Los canallas duermen en paz (1960). No, en La caza, al menos dos de los canallas duermen tensos y se preparan para la guerra, el exterminio mutuo, la lucha sin cuartel. A diferencia de Luis, quien tiene un bagaje literario, marxista e intelectual: sabe de hurones, de conejos, de mujeres, habla alemán, bebe sin culpa. Paco y José son reflejo de la trivialidad, lo banal, interesado, tienen el dinero como fin y no como medio, tal cual debe ser o pensarse.
Hecho que el filme remarca con las aficiones de c/u, sus gustos superfluos, lo que leen: como la revista DRAG, en la que figura por error Marilyn Monroe, una tigresa, pero no como la pintan; los temas que les atraen y su postura machista, su prurito de mandar y lucrarse, sin importar a quién pisan. Hecho innegable cuando ya se conoce la historia del malogrado Arturo, otro probable ‘suicidado’ por la dictadura franquista, hecho tan usual en la brasileña, ‘el día que duró 21 años’, lo cual de por sí muestra su tremenda y desgarrada/desgarradora vigencia. Todo ello, además, remarcado por la música cursi del filme, dejando aparte la electroacústica de Luis de Pablo. (9) Paco entra al agujero en que está el muerto. Kike se echa crema en los labios partidos por el sol. Otra vez la calma chicha, presagio de la tormenta de muerte que vendrá. Luis da vueltas al maniquí y provoca un incendio, mientras recita un texto en alemán sobre la moral y Dios: le faltó la tierra y la sangre del credo de Hitler en Mi lucha.
Lo que hoy marca los derroteros fascistas por el planeta. A los que hay que enfrentar y derrotar, si no se quiere llevar una vida como la de Paco, José y Luis, en la ‘Road Movie’ La caza. En ese lugar, donde se asesinó por montones y ahora sólo quedan los agujeros: ‘buen lugar para matar’, sentencia la ironía/guion de Carlos Saura y Angelino Fons. Como en el corto El pequeño río Manzanares, trasunto de La caza como sea que en ambos casos se trata de la construcción de unas obras que llevan, de modo inexorable, a la figura de la muerte anunciada: expresión, como se ve, no privativa de Gabo, en tanto precede a su Crónica de una muerte… En La caza se trata de tres muertes anunciadas y cuyo interés e intensidad se mantienen a lo largo del metraje. En el corto El pequeño río… la presencia de ese anuncio se da primero vía coche fúnebre que, como el tren de los Lumière que sale de la fábrica, irrumpe en pantalla; luego se va a hacer patente, en definitiva, con la escena de los cementerios. (10)
Sobre la tierra y la sangre, ya vendrán las referencias precisas en La caza por los tres que lucharon en el bando franquista. Enrique no es más que un comodín, el joker del paseo, el joven fotógrafo que ya sabrá sobre la caza de conejos, pero que cree saber hasta de lo que no ha leído a conciencia: se trata, en su caso, sólo de aparentar, fingir, jugar, bailar y sugerir que está vivo, aunque esté muerto. O ser el único que no muere, pero que no vive. La de la siesta, es una de las secuencias más sólidas no sólo del cine español sino contemporáneo (con razón a Sam Peckinpah, La caza le cambió la vida): (11) la cámara describe los cuerpos cansados o embriagados, en reposo, y convierte la piel y los rostros calcinados por el sol en paisajes escrutados de modo implacable: así queda claro que el paisaje es el hombre, sin él no existiría, no habría quién lo nombrara. ‘Todos hemos cambiado, pero Paco parece otra persona. Aún me acuerdo de él; hubiera hecho lo que fuera por dinero. Sabe que soy un inútil, como Luis’.
José agrega: ‘Como Juan. Nos estamos asando vivos, aquí encerrados [a campo abierto]. Y este dolor’. Una vez más, Luis y El planeta negro, suerte de alusión tácita al de la época. Saca un alfiler por un insecto. Kike ve con sus binóculos, los símbolos de la modernidad: siembras, torres de energía, cables de luz, viejas construcciones en vías de desaparecer por el desarrollismo, no por un supuesto progreso. En su giro circular, al fin se detiene por Carmen, quien se baña en un balde junto a la burra. Luis ensarta al cucarrón y le dispara con su arma de Nerd hasta hacerlo saltar. Mientras Kike corre asustado, Paco y José se alertan con los tiros, seguro del ‘imbécil’ de Luis. José lo tilda de borracho, no cree aguantárselo toda la vida y le siembra un puñetazo. Los reclamos de Paco a José son inútiles, como inútiles las acciones de cara a una posible convivencia: las cartas de la guerra están echadas. Aun así, parece interceder por Luis y pide dejarlo en paz. Kike se une a Paco y corren a socorrerlo…
La sangre asoma por su boca. José, por mero formalismo, se disculpa. Juan aparece con los hurones. Luis se asea. Kike quema la revista porno, ‘símbolo’ vacuo de liberación sexual. José sirve ron con C(a)ca-Cola, le da a Paco y lo abraza. Recuerda a Arturo y dice que sería bueno si estuviera allí. Paco no entiende por qué se suicidó. José cree difícil entenderlo: a veces uno nota que todo lo ha hecho mal, no tiene sentido, y entonces… pero, aun así, ‘el suicidio no es una solución’, como quien habla por la Iglesia. Paco, con ira: ‘La peor de las soluciones’. José dice que hay quien se equivoca, no lo reconoce, pero él sí… Si pudiera, volvería a empezar. Paco lo insulta: que cómo se queja, si todo le ha sido fácil, lo ha topado hecho y cuando tropezó alguien lo sacó del apuro. José se burla y dice: ‘Por nuestra amistad’. Luis reta a Kike a confesar sus pecadillos, tras haber hecho fuego porque se aburre; e ignora cómo ha soportado los golpes de José. Luis recoge su maniquí/emblema y lo arroja al fuego.
‘Así será el fin… Todos quemados por el fuego eterno’, dice cual cura que mitiga su propia ira. Kike se asusta por si se propaga el fuego. Sólo los conejos lo sentirán. Pero, les da igual: entre mixomatosis, hurones, alimañas y tiros, un poco más de calor. Paco ordena apagar. Kike tose acosado por el humo. ¿Una rama extingue el fuego? Todo se enrarece. La muerte manda sus señales por adelantado. La Naturaleza parece advertir que es inútil retarla, que de pronto se sacude, como en el cuento La ciudad, de Hesse. (12) La cámara en mano, el hurón en su celda, los gestos de los bomberos, todo evidencia el frenesí del miedo/odio humano. Kike cae al piso, Luis se tira al agua, Juan tose y cojea sin parar. El hurón se sacude y Juan le dice a José que es la mejor hora para cazar con esos bichos/mujeres. Juan pregunta si están listos para comer. El hurón en la cueva. José no está bien y culpa al sol. Si sale uno, que dispare Paco. ‘Le gusta atacar a traición’ e imagina que un gran bicho lo persigue por su casa.
Lo saca a la puerta y le sueltan un cañonazo. Dice que se equivocó tanto, pero es tarde para arrepentirse. Si hubiera seguido con su mujer: a todos nos gustaría una chica encaprichada, dice. Para Paco, el cojo tiene cara de hurón. Éste, hace salir al conejo. José advierte que no disparen: está apestado. Pero, Kike lo mata. Aunque José le pide que no, Paco dispara y mata al hurón. Se disculpa con Juan, pero la mentira no cabe aquí. ‘El animalito cumplió con su obligación’, señala el siervo del Sistema. A Paco le pasó ya eso con una perra, a la que dejó seca y cayó como un plomo. Cuando brinda ‘por nosotros’, José le lanza un No. Le ofrece un trago a Kike. ‘Has jugado sucio, Paco, como siempre’, objeta José. La pelea está casada. ‘Déjame en paz’ y Paco carga su arma: nunca se sabe lo que pueda pasar. José se disculpa con Luis, pero el daño ya está hecho: ‘Lo siento, de verdad’. Pero, como Luis no lo escucha, lo grita. Luis advierte a Kike que José está muy nervioso. ‘Nadie me pegó hasta ahora’, suelta.
Luis no aguanta más a José y le pide trabajo a Paco: ¿de veras le va tan mal a José? ‘Peor, está alienado, no sabe qué quiere’. Paco invita a Luis a la fábrica, pero antes le pide un cambio de actitud. José lo ve, carga su arma, la tensión crece. Paco tomó mucho sol. Kike y su Luger; Luis bebe mientras maneja. Paco se moja la cabeza. Sale un conejo, Kike no acierta, José exprime el caos y mata a Paco. Luis lanza el jeep contra José: ambos, kaputt. En medio del drama, Kike, quien encarna la tradición no la disidencia, queda solo: él, primero que dispara, quiere ser como Paco y José, no como Luis que sí lee. El filme acaba con un plano congelado, similar al de Doinel en Los 400 golpes (13), mientras Kike huye de la carnicería, ya no de conejos sino de hombres. ¿Existe, acaso, un buen lugar para matar? ¿Es matar un acto de bondad? ¿El solo hecho de que haya tres muertes anunciadas no implica anular la bondad que es la vida, la que la muerte en acción niega? ¿Hay, en últimas, malos lugares para vivir?
A Marthica, gracias a cuya noblezamor, bondad e inteligencia, hallé un lugar en el mundo.
A María del Rosario, a quien por Santiago y Valentina le ruego que me excuse todas mis fallas.
A Carolina, en su cumpleaños. Y a Santiago en este tributo a Saura que también es para él, por tener ambos un magnífico ojo fotográfico y ser dueños de una sensibilidad de estilo y humanística a toda prueba.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) LEFERE, Robin (ed.). Carlos Saura: una trayectoria ejemplar. Visor, Madrid, s. f., PDF, 301 pp.: 14.
(2) https://www.youtube.com/watch?v=ehUWU7-SSOI
(3) Íbidem, cita 1, s. f., PDF: 21.
(4) https://rebelion.org/el-rostro-sin-alma-de-la-sociedad/
(5) https://elpais.com/politica/2013/10/09/actualidad/1381322308_843838.html
(6) https://rebelion.org/the-dark-side-of-the-moon-de-pink-floyd-cumple-50-anos/
(7) Íbidem, nota 6.
(9) https://rebelion.org/el-arte-contra-la-censura/
(10) Íbidem, notas 1 y 3, s. f., PDF: 15.
(11) COUSINS, Mark. Historia del Cine. Blume, Barcelona, 2014, 512 pp.: 293.
(12)https://www.museodelferrocarril.org/literaturaferroviaria/de/Textos/02-LaCiudad_HermannHesse.pdf
(13) https://rebelion.org/los-400-golpes-95-minutos-de-subversion-escolar/
FICHA TÉCNICA: Título original: La caza. País: España. Año: 1965/66. Dir.: Carlos Saura. Gén.: Drama / Road Movie / Western paella (así como hay Western spaghetti) / Minimalista. For.: 35 mm; b/n; 99 min. Guion: Carlos Saura y Angelino Fons. Prod.: Carlos Saura / Elías Querejeta / Antonio Saura P. Mús.: Luis de Pablo. Fot.: Luis Cuadrado. Mon.: Pablo González del Amo. Int.: José (Ismael Merlo); Paco (Alfredo Mayo); Luis (José María Prada); Enrique o Kike (Emilio Gutiérrez Caba); Juan (Fernando Sánchez Polack); Carmen (Violeta García); madre de Juan (María Sánchez Aroca). Prod.: Elías Querejeta Producciones. Estreno: en Barcelona, 9.nov.1966. Premios: Festival Int. de Cine de Berlín: Oso de Plata a la Mejor Dirección, para Carlos Saura. Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC): Mejor Película, Mejor Actor (Alfredo Mayo), Mejor Fotografía (Luis Cuadrado). Premio Antonio Barbero del CEC, para Emilio Gutiérrez Caba. Enlace del filme: https://ok.ru/video/2150210210421
Luis Carlos Muñoz Sarmiento, (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, desde 2012; columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata Olivella y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]
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