No son pocos los países donde el parlamento es controlado por una mayoría opositora al gobierno pero no recuerdo ninguno en que la búsqueda de ese hecho haya desatado una campaña de prensa global, movilizado al gobierno de EEUU y sus aliados, a líderes políticos y ex presidentes en la magnitud que hemos visto alrededor […]
No son pocos los países donde el parlamento es controlado por una mayoría opositora al gobierno pero no recuerdo ninguno en que la búsqueda de ese hecho haya desatado una campaña de prensa global, movilizado al gobierno de EEUU y sus aliados, a líderes políticos y ex presidentes en la magnitud que hemos visto alrededor de esa posibilidad en las recién concluidas elecciones para integrar la Asamblea Nacional venezolana.
Por eso hoy, cuando la opositora Mesa de la Unidad Democrática ha triunfado en las elecciones parlamentarias en Venezuela y tendrá mayoría en la Asamblea Nacional, diarios como el periódico madrileño El País proclaman que «Venezuela inicia una nueva era» a pesar de que no lo hicieron cuando el Partido Republicano obtuvo el control de las dos cámaras del Congreso sstadounidense frente al Presidente Barack Obama en el país más influyente del mundo; allí como en casi todo el planeta -lo acabamos de ver en Grecia- legisle quien legisle y gobierne quien gobierne, la era seguirá siendo la misma: la del 99% que controla en su beneficio la economía con el apoyo de los grandes medios de comunicación.
Por enésima ocasión el proceso de la Revolución Bolivariana se sometió a las urnas, creyendo que es posible que las personas se expresen democráticamente en una galaxia de dominaciones globales y locales de tipo económico y mediático, pero esta vez -sin el liderazgo de Hugo Chávez– el milagro no ha sido posible.
Cualquier analista honesto debe reconocer que el triunfo de la MUD no ha sido una victoria en solitario. Como en la Nicaragua de 1990, el voto contra el proceso revolucionario ha sido el resultado de una guerra sucia desatada desde la Casa Blanca con el chantaje de que continuará mientras el gobierno que desagrada a Washington siga en el poder. Esta vez no se ha votado con la esperanza de que cesen las muertes de jóvenes en las montañas sino de que disminuyan el desabastecimiento y la inflación provocados por una guerra económica que las transformaciones inacabadas del chavismo para convertir el modelo petrolero rentista heredado en una economía diversificada no han podido derrotar en una coyuntura impactada por el nada casual descenso de los precios de los hidrocarburos.
De ahora en adelante será más difícil. Una de las herramientas creadas por la Constitución chavista para servir a las clases populares está en poder de la oligarquía que siempre ha mirado al Norte. Como sucede en Brasil todos los días, veremos sumarse a las noticias de la guerra económica las de una maquinaria leguleya para impedir gobernar a un poder legítimamente electo y lograr con ello lo que golpes de estado, violencia callejera, campañas mediáticas y golpe petrolero no pudieron: regresar a la vieja era neoliberal y poner de nuevo los recursos del país al servicio del capital transnacional.
Pero el chavismo tiene el poder ejecutivo, el apoyo de la Fuerza Armada, un liderazgo valiente y una base popular organizada, no para votar un día sino para defender la Revolución bolivariana todos los días. De cómo utilice esos recursos, y no de los augurios entusiastas de la industria mediática global, dependerá si la nueva era iniciada con la llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 podrá ser revertida.