Trump, más allá de su discurso repugnante, quizás se pueda retirar con un récord absoluto: En por lo menos los ocho o diez últimos gobiernos, fue el único presidente en no iniciar una guerra.
Quienes tienen a cargo llevar las estadísticas de muertos por COVID-19, enfrentarán una seria encrucijada al momento de anotar en las planillas al presidente Donald Trump, porque si bien, todavía vive y aspira a resistir en la Casablanca, cual Hitler degradado en el decadente Führerbunker, de la Gertrud-Kolmar-Straße 14, de Berlín. No caben dudas que a Trump lo ha matado la pandemia, juntos otros casi 250 mil norteamericanos, por el desprejuicio con que el 45°presidente de los Estados Unidos, enfrentó la crisis sanitaria.
A partir del 20 de enero, Trump, no solo dejará de ser presidente, sino que también, como muchos analistas presumen, se convertirá en un candidato a fatigar escaleras y pasillos de los muchos tribunales que tienen algunas preguntas por hacerle.
Y quizás haya sido este, el temor que lo ha obligado denunciar fraude dos meses antes de tres de noviembre, y de saltar todas las normas éticas establecidas al nombrar a la ultra conservador Amy Coney Barrett, en remplazado de la prestigiosa y casi mítica Ruth Bader Ginsburg, fallecida a los 93 años el pasado septiembre, para la Corte Suprema. Nada más distantes una de la otra en la interpretación de las leyes y en especial el derecho de las minorías. Pero claro, con Barret el rubicundo empresario, encontrará una corte desbalanceada a su favor, cuando llegué el momento que revisará sus paseos tribunalicios.
Sin duda Trump marca un momento en la historia y no solo de los Estados Unidos, ya que se ha convertido en epitome del offsider devenido a político, que han hecho desastres en sus países, como lo han sido personajes inadjetivables como Silvio Berlusconi, Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Petró Poroshenko y otros, que con algo más de trayectoria política, merecerían estar en la tan nefanda lista como: Narendra Modi, Víctor Orbán, Mariano Rajoy, David Cameron o Nicolás Sarkozy entre otros… muchísimos.
Por otra parte, para aquellos que festejan el éxito de Joe Biden hay una mala noticia. A los que creen en el exvicepresidente de Barack Obama -que estuvo a lo largo de ocho años a cargo de la Casablanca- hay que informarles que estos últimos 77 años, el futuro inquilino de 1600 Pennsylvania Avenue NW, Washington, no anduvo por la Sierra Maestra tiroteándose con los malos, sino todo lo contrario.
Biden es un ejemplo consumado del establishment y de él no podrá esperarse otra cosa que respuestas del establishment, con la lógicas tonalidades entre demócratas y republicanos y de una administración a otra. Biden, corre con una sola ventaja, para los que no vivimos en los Estados Unidos, ser quien nos evitará el esperpéntico espectáculo de stand up de Trump, donde sea que su fláccida anatomía se presente. Quizás para los locales el nuevo presidente pueda reconstruir, particularmente desde lo social y lo sanitario, lo que su antecesor ha dejado derrumbar.
Trump, más allá de su discurso repugnante, quizás se pueda retirar con un récord absoluto: En por lo menos las ocho o diez administraciones anteriores, fue el único presidente en no iniciar una guerra. Quizás, tenido una buena razón, no justamente su concepción humanitaria de la vida, sino por la economía… estúpido.
Toda su política exterior se ha ido en amagues, que retira sus soldados de Siria y no lo hizo, que retiraba sus hombres de Afganistán y a pesar del acuerdo con el Talibán, que firmó en Doha el pasado 29 de febrero, la paz afgana está todavía muy lejos y cada vez más cerca de estallar. Lo mismo podríamos decir en el Sahel, en Somalia, incluso que ha dejado hacer en el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia todavía en pleno desarrollo. Reconozcamos que tuvo un intento de apaciguamiento con Corea del Norte, hacia donde viajó y encontró con el presidente Kim Jong-un, sacándose una foto de índole turística con Jong-un en la Zona Desmilitarizada (DMZ) y todo no pasó de allí, aunque quizás el gran logró de Trump quizás sea justamente ese. China, Rusia y Venezuela fueron sus blancos favoritos en su diatriba belicista, aunque ni Vladimir Putin, ni el presidente Xi Jinping, ni Nicolás Maduro se despeinaron un poco. Ni siquiera consiguió que Andrés Manuel López Obrador, le pague las tareas de albañilería, que tampoco terminó.
Operación guirnalda
Quizás el único sitio en el mundo que Trump pueda ubicar en un mapa mudo, más allá de Manhattan y Mar-a-Lago, sea los difusos límites de Medio Oriente, hacia donde concentró toda su artillería diplomática y algo más. Y que más allá del repugnante resultado, convengamos que para los suyos ha sido extraordinaria. En este caso cuando hablamos de los “los suyos” no nos referimos a los estadounidenses, sino al enclave sionista que hace setenta años ha usurpado Palestina, masacrando industrialmente a miles y miles de personas cuyo único crimen había sido nacer allí.
Como en ese juego de tijeras y papel en el que se recorta y recorta hasta que se extiende y muestra una guirnalda compuesta por alguna figura, que se multiplica varias veces, así ha sido el accionar del delegado de Trump para “resolver” la larga disputa que ha dado como resultado, la creación de unos de los lugares de más tensión en el mundo, quizás tanto o más que la frontera entre Pakistán e India o la de las dos Coreas.
El multimillonario Jared Kushner, casado con Ivanka, la hija mayor de Trump, un muy fervoroso sionista, al punto que obligó a su mujer a convertirse al judaísmo, fue quien tuvo a cargó las negociaciones entre Palestina e Israel, que en apariencia terminó, solo para el curriculum del presidente, en “El Acuerdo del Siglo”. El que entre tantas “ventajas” para Palestina, se declaraba a al-Quds (Jerusalén) el tercer lugar sagrado del Islam en la capital indivisible de Israel y dejaba los asentamientos judíos en Palestina bajo control israelí, al igual que la policía sionista tenía absoluto control de la seguridad de los sectores palestinos.
Si bien ese acuerdo murió por absurdo, Kushner ha tenido grandes logros gracias al látigo de su suegro. Por ejemplo, que naciones de corte wahabitas, la versión más ultramontana del islam, como Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin hayan establecido relaciones diplomáticas, al tiempo que la primera de estas naciones, desde hace cinco años funge de secuas de Arabia Saudita en la guerra contra Yemen, donde se han masacrado a cientos de miles de musulmanes. Lo que tímidamente iniciaron los EAU, el pasado 31 de agosto, amaga con convertirse en una catarata que terminará ahogando cualquier esperanza Palestina, de recuperar lo que le pertenece desde el comienzo de los tiempos. El pasado 23 de octubre, un día viernes, día sagrado del islam, casualmente, Trump anunció que Sudán, otra nación musulmana, que también colaboró en la guerra contra Yemen y contra el Coronel Gadaffi, también establecía relaciones diplomáticas con Tel Aviv. Se conoce desde hace más de un año, que, a cambio de inversiones israelíes, Chad y Níger, estarían prontos a abrir embajadas ¿quizás también en al-Quds? A pesar de que India, no es un país musulmán, aunque son 200 millones de sus casi 1400 de habitantes pertenece a esa religión, también el famoso yerno, ha conseguido que Narendra Modi, el primer Ministro indio, fanático nacionalista e islamofóbico, ha cambiado la postura tradicional de India respecto al conflicto, que fue el apoyo a la causa palestina, tras las visitas reciprocas de Modi y Benjamín Netanyahu a sus respectivos países, estrechando una serie de acuerdos comerciales, particularmente en el campo armamentístico.
Una de las pocas promesas que electorales que cumplió Trump fue renunciar al acuerdo nuclear con Irán en 2018, que había firmado el presidente Obama en 2015, y que se conoció como el Plan Conjunto de Acción Comprehensiva (JCPOA, por sus siglas en inglés) también conocido como 5+1, en el que estaban involucrados Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania.
Ni es necesario explicar que Irán, es la única valla de contención a la prepotencia sionista en la región, por eso Teherán ha sido el centro de la diatriba y acciones belicistas de Donald Trump, entre ellas la operación con que la CIA asesinó en enero pasado al mítico general iraní Qasem Soleimani, por lo que considerar que considerar que estos último cuatro años el sionismo, como nunca antes estuvo instalado en la Casa Blanca, no es para nada exagerado.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.