En este artículo el autor reflexiona sobre el futuro político de Bolsonaro y la izquierda brasileña de cara a las elecciones presidenciales de 2022.
Hace un año Trump era uno de los favoritos para ser reelegido presidente de Estados Unidos. Reinaba soberanamente en lo más alto de las encuestas, mientras sus oponentes luchaban por saber quién se enfrentaría a él, divididos y con porcentajes tan bajos que apenas podían desafiar al magnate.
Una situación similar a la que se vive ahora con Bolsonaro, quien habiendo liquidado a sus oponentes en el campo de la derecha, con golpes duros y rápidos, se quedó solo como posible candidato de los grandes empresarios, de los medios de comunicación y de los partidos de derecha.
Mientras, el poder judicial, brindando un servicio más a las oligarquías de Brasil, tarda en juzgar a Lula y en devolverle todos sus derechos, para que pueda ser el candidato a unificar la oposición contra Bolsonaro. Las encuestas señalan que Bolsonaro lidera con holgada mayoría, mientras una serie de candidatos de la oposición ven como se dividen entre ellos las preferencias, teniendo todos grandes dificultades para unificar y canalizar el gran potencial de rechazo a Bolsonaro.
Las encuestas, a menudo entrevistando a mil personas en Brasil, están obligando a la gente a ponerse en situaciones supuestamente inevitables. Nadie duda que si Lula fuese incluido en las encuestas, talvez reproduciría la situación de 2018, cuando todas las encuestas indicaban que él ganaría a todos los oponentes en la primera vuelta.
Tampoco tienen en cuenta que las encuestas, además de ser limitadas en el número de entrevistas, son telefónicas, en una situación muy fría y artificial, que además deja fuera de consulta a gran parte de la población más pobre. Pero, principalmente, no tiene en cuenta que la encuesta es una cosa y la campaña, otra. Ese es el principal activo de Lula, la actividad durante la campaña, debido a sus extraordinarias habilidades de comunicación, especialmente con las mayorías pobres del país, ya sea como candidato o apoyando a un candidato, lo que le faltó a Haddad en 2018.
Bolsonaro ni siquiera tuvo la luna de miel de Trump, con la economía estadounidense creciendo y generando empleos, lo que generalmente produce la reelección de un presidente en Estados Unidos. La pandemia puso patas arriba al país, empezando por la economía, que entró en recesión y generó desempleo. Al mismo tiempo, el discurso negativo relativo a la pandemia propició un clima muy desfavorable para la reelección.
Los demócratas, por su parte, se movilizaron en torno a un candidato moderado que supo, desde el principio, contar con sectores del propio Partido Republicano descontentos con las posiciones de Trump. Sobre todo, canalizaron todas las formas de rechazo a Trump, prometiendo reactivar la economía y luchar con firmeza contra la pandemia, oponiéndose fuertemente al escenario que representaba Trump.
Otro aspecto negativo de las encuestas sin Lula es que alimentan a los demás candidatos de la oposición a creer que pueden ser el candidato de la izquierda contra Bolsonaro. Está claro, en primer lugar, que la disputa será muy dura, no es cualquier candidato que pueda afrontarla. Segundo, Bolsonaro tendrá el apoyo de las elites del país, que debe ser contrarrestado por un fuerte apoyo popular, como siempre han tenido los candidatos del PT, arraigado en el nordeste del país, pero ahora también en las periferias de las grandes urbes del sureste y sur. Un desempeño del que sólo Lula, como candidato o como apoyador de una candidatura, puede tener.
También será indispensable, como se desprende de las experiencias boliviana y ecuatoriana, una victoria por amplio margen, para superar los procesos de judicialización que en marcha en esos países, como también en Brasil, y bajo los cuales se realizan las elecciones en esos países. La salida de este proceso requiere unidad de las fuerzas democráticas, fuerte apoyo popular y un gran liderazgo, que trasmita la seguridad de la capacidad de derrotar a Bolsonaro y gobernar con éxito, como logró hacer el PT.
Bolsonaro puede ser favorito, pero no será favorito si la izquierda se guía por el criterio de las experiencias de las recientes victorias electorales: Argentina, Estados Unidos y Bolivia. Bolsonaro, como Trump, tendrá que dejar de ser un francotirador, de atacar a la vieja política y a la corrupción como si él no las practicara descaradamente. Será víctima de su gobierno fallido. Está claro que en 2022 la economía estará aún en recesión y con alto desempleo. Los efectos de la pandemia se seguirán sintiendo, con el precario suministro de vacunas y aún con las víctimas actuales de la pandemia.
Un referendo que coloque al país ante la alternativa de Bolsonaro o el país de desarrollo económico con distribución de ingresos y empleo, con vacunas para todos y con democracia, será el escenario decisivo para la derrota de Bolsonaro y la victoria de las fuerzas democráticas.