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Trumpismo y erdoganismo: ¿fascismo o una nueva extrema derecha?

Fuentes: Rebelión

Donald Trump y Recep Tayyip Erdoğan no son simplemente dos jefes de Estado o aliados circunstanciales; son figuras políticas que han impulsado transformaciones históricas en la consolidación de regímenes autoritarios y de extrema derecha en sus respectivos países y a escala global. Pese a sus tensiones ocasionales, su relación se recompone rápidamente, revelando no sólo afinidad personal sino también una convergencia ideológica.

En sus encuentros más recientes, las propuestas de Erdoğan para reducir aranceles a productos estadounidenses, comprar gas a precios elevados y firmar acuerdos sobre elementos raros reforzaron a la oligarquía financiera militarista de Estados Unidos; a cambio, Trump le ofreció apoyo político para fortalecer su legitimidad internacional.¹ Este apoyo mutuo ha profundizado las tendencias autoritarias en ambos países y ha contribuido a la institucionalización de una nueva extrema derecha global.

Dinámicas paralelas del autoritarismo

A pesar de sus diferencias históricas y económicas, el trumpismo y el erdoganismo comparten rasgos estructurales clave. Ambos atacan la democracia, la sociedad civil y el pluralismo cultural —no para abolirlos, sino para someterlos al control del Estado, colonizándolos.²

Por esta razón, definir estos fenómenos simplemente como “fascismo” resulta teóricamente problemático. Tal etiqueta constituye no sólo un error conceptual, sino también estratégico, al oscurecer las lógicas distintivas del autoritarismo del siglo XXI.³

¿Fascismo o neoautoritarismo?

En los últimos años, diversos autores —especialmente Wendy Brown, Corey Robin, Dylan Riley y Federico Finchelstein— han distinguido el trumpismo y el erdoganismo del fascismo clásico, conceptualizándolos más bien como regímenes neoautoritaristas o populistas iliberales.⁴

Históricamente, el fascismo emergió en sociedades civiles vibrantes y conflictivas, con el objetivo de suprimir su dinamismo.⁵ En cambio, Trump y Erdoğan actúan en contextos fragmentados y atomizados, caracterizados por la despolitización y la fatiga social. Su propósito no es abolir la democracia, sino vaciarla de contenido, transformando sus instituciones en instrumentos de poder personal.⁶

La colonización de la sociedad civil en Turquía

A diferencia de los golpes militares, el régimen de Erdoğan no suspendió la democracia; construyó una forma de “democracia controlada”. El Parlamento permanece abierto, pero carece de funciones reales; el sistema judicial, el proceso electoral y los medios de comunicación están subordinados al poder ejecutivo. Los derechos de las mujeres y la libertad de prensa no se prohíben formalmente, pero se restringen de manera sistemática. Se trata de una transición de la estrategia fascista clásica de prohibición a la estrategia autoritaria contemporánea de vaciamiento.⁷

Un proceso paralelo se ha desarrollado en Estados Unidos, donde Trump y los movimientos evangélicos impulsaron una contrarrevolución cultural para capturar la sociedad civil. El movimiento “Make America Great Again” (MAGA) no recurrió a la movilización callejera típica del fascismo, sino que consolidó su hegemonía en línea, convirtiendo las redes sociales en el principal terreno de organización ideológica.⁸

De Gramsci al presente: la lucha por la sociedad civil

La debilidad de la sociedad civil en Turquía no sólo se debe a la erosión islamista, sino también a la tendencia de los partidos opositores a tratar las organizaciones cívicas como extensiones partidarias. Como resultado, la sociedad civil no ha logrado convertirse en un auténtico “campo de lucha hegemónica”, en el sentido gramsciano.⁹

El fascismo histórico no se limitó a manipular multitudes desorganizadas; fascistizó las instituciones de la sociedad civil organizada —sindicatos, asociaciones y organismos culturales. En Estados Unidos y Turquía, un proceso de ese tipo aún no se ha materializado. Reconocer esta diferencia es esencial para formular estrategias políticas efectivas.¹⁰

De la democracia liberal a la democracia autoritaria

El trumpismo y el erdoganismo no eliminan los parlamentos; los neutralizan. Manipulan los procesos electorales, deslegitiman las victorias opositoras y judicializan a los adversarios políticos.

La transformación turca de la separación de poderes en una supuesta “armonía de poderes” guarda un paralelismo evidente con la doctrina estadounidense del ejecutivo unitario.¹¹ En ambos casos, la centralización del poder ejecutivo erosiona la autonomía institucional y refuerza el personalismo del líder.

Hegemonía reaccionaria en la cultura

A diferencia de Mussolini y Hitler, que fascistizaron directamente el espacio público entre guerras, los regímenes autoritarios contemporáneos operan en un campo cultural fragmentado. La proliferación de redes digitales les permite construir hegemonía mediante mecanismos indirectos: control de la coordinación y el financiamiento, manipulación del contenido y de la percepción pública, consolidación de leales a través de transferencias de capital cultural estatal, e incluso la conversión de premios prestigiosos —como el Nobel— en símbolos de fidelidad ideológica.¹²

De este modo, la hegemonía cultural da paso a una ingeniería cultural dirigida por el Estado, orientada a reproducir valores reaccionarios.

La sobre referencia del concepto de “fascismo”

Calificar a Trump y a Erdoğan de “fascistas” suele ser más una reacción retórica que un juicio analítico.¹³ Si bien el peligro que representan es innegable, la inflación conceptual diluye las distinciones estratégicas necesarias. El fascismo clásico surgió para aplastar a una clase obrera organizada y militante; el autoritarismo contemporáneo, en cambio, busca el control total de una sociedad civil ya debilitada.

La tarea del nuevo marxismo

El marxismo clásico, limitado por el economicismo, no logra explicar adecuadamente las dinámicas de la nueva ola autoritaria. Se requiere el enfoque “humanista” o “nuevo marxista” desarrollado por Gramsci y la Escuela de Frankfurt, que amplía el análisis marxista hacia la cultura, la educación, la religión y la familia.¹⁴

La tarea actual no es una “ofensiva revolucionaria”, sino —como escribió Gramsci— una larga guerra de posiciones: fortalecer las defensas culturales, ideológicas e institucionales de la sociedad civil. Defender este espacio frente a la colonización del trumpismo y el erdoganismo no es solo una estrategia de oposición, sino la tarea democrática central de nuestro tiempo.

El trumpismo y el erdoganismo comparten algunos rasgos formales con el fascismo clásico, pero difieren en sus bases sociales. Representan nuevas formas de autoritarismo que surgen de la desintegración —no de la vitalidad— de la sociedad civil. Por ello, el desafío político de nuestra época no es insurreccional, sino una lucha prolongada por la autonomía ideológica y cultural. Como previó Gramsci, la hegemonía ya no se produce únicamente en la economía, sino en todo el entramado de la sociedad civil.

Notas

1. On the transactional relationship between Trump and Erdoğan, see Woodward (2020) and Wolff (2021).

2. Dylan Riley, The Civic Foundations of Fascism in Europe (2019), p. 3.

3. Federico Finchelstein, From Fascism to Populism in History (2017).

4. Wendy Brown (2019), In the Ruins of Neoliberalism; Corey Robin (2018), The Enigma of Clarence Thomas; Dylan Riley (2021).

5. Nicos Poulantzas, Fascism and Dictatorship (1974).

6. Riley, 2019, ibid.

7. Cihan Tuğal, Passive Revolution: Absorbing the Islamic Challenge to Capitalism (2009).

8. Ruth Ben-Ghiat, Strongmen: Mussolini to the Present (2020).

9. Antonio Gramsci, Prison Notebooks (1971).

10. Perry Anderson, “The Antinomies of Antonio Gramsci,” New Left Review, No. 100 (1976).

11. Aziz Rana, “The Unitary Executive and American Authoritarianism,” Boston Review (2022).

12. Nancy Fraser, “Progressive Neoliberalism and Its Reactionary Counterpart,” in The Great Regression (2017).

13. Dylan Riley & Robert Brenner, “Seven Theses on American Politics,” New Left Review, No. 138 (2023).

14. Max Horkheimer, “Traditional and Critical Theory,” Zeitschrift für Sozialforschung (1937).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.