A las 11:59 de la noche del domingo se produjo en Caracas el cambiazo. RCTV transmitió el Himno Nacional Venezolano, cantado por caras tan pálidas como podría encontrarse en cualquier otro lugar que no fuera este país, compendio telúrico de América como lo llamó Alejo Carpentier. Un segundo después, apareció en la pantalla la señal […]
A las 11:59 de la noche del domingo se produjo en Caracas el cambiazo. RCTV transmitió el Himno Nacional Venezolano, cantado por caras tan pálidas como podría encontrarse en cualquier otro lugar que no fuera este país, compendio telúrico de América como lo llamó Alejo Carpentier. Un segundo después, apareció en la pantalla la señal de la Televisora Venezolana de Televisión (TVes), desde la calle se escuchaba una guaracha que recordaba «que todo tiene su final» y sobre el Ávila relampagueaban los fuegos artificiales. Venezuela ha vivido en los últimos días una suerte de esquizofrenia. Quien siguió la noticia del término de la concesión para RCTV a través de los principales espacios de los diarios y las televisoras -en manos de la oposición-, concluía inevitablemente que la Revolución bolivariana se había ido a bolina y que el país estaba al borde de la guerra civil, con las instituciones destrozadas. Insultos racistas, llamados mal disimulados a la violencia, llantos y gritos se sucedían de Globovisión a RCTV, de El Nacional a El Universal, televisoras y diarios que concentran las audiencias y los tirajes en el país.
Sin embargo, la calle se mantenía sin sobresaltos, tímidamente agitada en las tardes por la lluvia y el domingo en la noche por una fiesta de los chavistas en los predios del Teatro «Teresa Carreño», que no opacaron los botellazos, pedradas y hasta tiros contra la Policía Metropolitana que custodió una marcha opositora frente a la sede de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL). Cualquier estudiante de sociología habría advertido la enorme diferencia entre los rostros que fiestaban por el término de la concesión al canal y los que acusaban al estado venezolano en la última transmisión de RCTV: a un lado, la Caracas multicolor, y al otro, gente que parecía residir en Key Biscayne.
RCTV transmitió el domingo un maratón de 18 horas que alentaba la desconfianza en las autoridades y la sensación de vivir bajo amenaza, intentando intoxicar y derrumbar psicológicamente a la teleaudiencia y a decenas de personas que asistían a la emisión desde el estudio. Irresponsablemente, la seguía Globovisión, que de tanto en tanto se enlazaba a RCTV y daba tintes fúnebres a sus secciones noticiosas. Ambas televisoras privadas agitaban los ánimos, pedían a la gente que saliera a la calle a desafiar a la policía y mentían callando el apoyo popular a la decisión del gobierno, casi tanto como mentían diciendo que el 80 por ciento del país estaba en contra de no prorrogar la licencia a la televisora golpista.
Jesse Chacón, el ministro del Poder Popular para las Telecomunicaciones y la Informática, me comentaba la paradoja que sostiene esta esquizofrenia entre la realidad y su reflejo deformado en los medios de los emporios privados venezolanos. «Es insólito. Se quejan a gritos de la falta de libertad de expresión y lo hacen a través de los espacios públicos, a toda hora del día, sin que aparezcan otros puntos de vista y sin que puedan presentar un solo ejemplo de noticia u opinión que el gobierno les haya censurado.»
Si el gobierno bolivariano no fuera centro de atención desinformativa, el caso de RCTV no habría merecido atención. Ni es la primera vez que RCTV sale del espectro radioeléctrico nacional -fue cerrada en tres ocasiones, en gobiernos anteriores al de Chávez-, ni Venezuela es el primer país que decide mantener la soberanía de ese espacio. De hecho está siguiendo el modelo europeo de televisión, que se basa en formas de propiedad pública, como existe en Alemania, Dinamarca y los Países Bajos, por citar algunos ejemplos. Se distancia del modelo norteamericano de televisión comercial, para el que todo lo que vende es bueno y todo lo que no vende es malo.
En la Grecia Antigua, cuando ocurría un crimen, condenaban al cuchillo. Hoy sabemos que una cosa son los medios y otra los fines a los cuales sirven esos medios. En Venezuela esta distinción ha quedado perfectamente clara, como advierte Eleazar Díaz Rangel, el director del diario venezolano Últimas Noticias. A partir de ahora -afirmó en su columna dominical- «el poder que tuvieron los dueños de RCTV para informar y desinformar, según sus intereses políticos o empresariales, no podrán usarlo por el canal 2. En este sentido, les afecta la decisión, pero no les niega la posibilidad de hacerlo por otros medios, incluidos los televisivos, la radio y los impresos.»
En el juego de las manipulaciones, Marcel Granier, el dueño del canal, ha aparecido como un fuerte candidato a la canonización en los grandes medios internacionales, que lo presentan como víctima. Nadie se acuerda ahora de las llamadas suicidas de RCTV para que la población se involucrara en el golpe de abril de 2002. Ni de la negativa obstinada a ofrecer información de las movilizaciones populares que hicieron posible el regreso de Chávez a Miraflores. ¿Por qué entonces el diario español El País y otros que le ofrecen ahora amplios espacios en sus ediciones no vieron cómo Granier atropellaba la libertad de expresión en Venezuela? ¿Por qué ahora nadie se acuerda de estos hechos? ¿Amnesia accidental? ¿Es inocente el manoseo mediático de la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de concederle al estado venezolano el uso de antenas y transmisores de RCTV para la salida de TVes? ¿Por qué se ignora que disponer de estos equipos incluye negociar el pago a sus propietarios? La medida no solo es justa, sino harto generosa. Ultimas Noticias desenterraba del archivo una resolución del 16 de noviembre de 1973, del Ministerio de Agricultura y Cría, durante el primer gobierno de Rafael Caldera que establecía que «las instalaciones que requiera construir RCTV, el terreno, las torres y construcciones que se instalen a expensas de RCTV se entenderán propiedad exclusiva de la República.»
Termino estas líneas cuando en el canal 2 se escucha el Himno Nacional, otra vez, pero cantado en vivo ahora por la Orquesta Sinfónica Juvenil, desde el Teatro «Teresa Carreño». Son las 12:23 del lunes 28 de mayo. La cámara muestra a niños, mujeres y ancianos, blancos y negros y mestizos. El joven director de orquesta agita la batuta, salta sobre el estrado, gesticula, y cuando cierra el último compás, rueda la promoción de la nueva televisora: «TVes, como eres de verdad». Y así parece.