Para el imperialismo gringo – enfrascado en un enfrentamiento no convencional con Rusia y China por conservar su hegemonía global – es vital que el conflicto desatado en Ucrania le permita reposicionarse como potencia única en un mundo unipolar. El hecho que, durante los últimos años, Rusia y China, además de otras naciones que exhiben un auge económico a gran escala, hayan desplazado a Estados Unidos, o amenacen sus intereses en los distintos escenarios del planeta, ha impulsado a su clase gobernante a fijar estrategias de todo tipo que le permitan mantener y ampliar su rol imperial. Esto es algo que no requiere de mucho análisis, puesto que esta es una meta fijada hace largo tiempo, enmarcada en lo que Estados Unidos se autoasignó como el destino manifiesto.
Con el apoyo militar, político y económico al régimen ucraniano, los gringos (junto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte) pretende minar la presencia e influencia rusa en Europa. Para lograrlo, ha echado mano a sus recursos ideológicos-propagandísticos, recurriendo a muchos elementos utilizados durante la época de la Guerra Fría, azuzando el miedo entre los países europeos, a pesar de las expresiones conciliatorias y afirmativas rusas en cuanto a no querer ninguna expansión territorial o de otra forma que atente contra sus soberanías. Ello explica el porqué los gobiernos de algunas naciones limítrofes con Rusia estén solicitando incorporarse a la OTAN en medio del contexto de guerra ruso-ucraniano en vez de esforzarse por alcanzar la paz en el continente. Por su parte, el imperialismo yanqui pone en acción una estrategia militar que le permite combatir a los rusos sin tener que comprometerse directamente, asesorando y apertrechando a las fuerzas ucranianas, en lo que sería una guerra de desgaste que terminaría por reducir las posibilidades de victoria, así como debilitar la economía, de Rusia. Quizá pensando que, de este modo, eventualmente, podría Estados Unidos enfrentar directamente en el terreno a su potencia enemiga.
Asimismo, no podría descartarse que la guerra en Ucrania tenga como otro objetivo explorar la posición de China ante las acciones guerreristas estadounidenses, dada la circunstancia que el coloso asiático no reconoce la independencia de la isla de Taiwan, cuyos gobiernos han sido, a su vez, respaldados ampliamente por Washington. A ello se suma el temor de Japón ante el avance geopolítico chino en el subconciente asiático, lo que recuerda lo acontecido antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial y el periodo de la guerra de Vietnam. Las miras del Pentágono apuntan, quizá con mayor interés, hacia China más que a Rusia, lo que aumentaría el riesgo de una nueva guerra mundial con consecuencias catastróficas para todos en vista de las alianzas y del avanzado arsenal del cual están dotados cada uno de los actores involucrados.
A pesar de lo peligroso que resulta para la paz mundial lo anteriormente señalado, la jerarquía política, económica y militar estadounidense sigue adelante con sus planes. Su objetivo de dominar el planeta le ha empujado a establecer tropas en diversas regiones, ricas en recursos naturales estratégicos, como el agua, o donde pueda existir un régimen considerado enemigo, como ocurre con Venezuela respecto a Colombia, país que es catalogado por el inquilino de la Casa Blanca como socio estratégico de la OTAN, lo que sienta un mal precedente para la paz en nuestra América. En todo momento, los intereses perseguidos por Estados Unidos no pueden considerarse universales, a pesar de la propaganda que se estila para que todas las personas lo crean así. Ejemplos sobran. Bastará nombrar algunas de sus intervenciones imperialistas para entenderlo: invasión de Panamá, Iraq, Libia, Siria y los clásicos golpes de Estado inducidos en nuestra América, teniendo a Venezuela entre éstos a comienzos del presente siglo.
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