Parafraseando a Marx y Engels, un fantasma recorre Europa. El fantasma del belicismo. Una vez más.
El bombardeo propagandístico desde los medios de masas (con misiles de largo alcance y gran capacidad de devastación) sigue impactando inmisericorde sobre todas nosotras. Gracias a ello, y a una sólida formación ideológica forjada en gran medida en el estudio de los duelos del Conquis, se ha conseguido el surgimiento de un dinámico movimiento de analistas de geopolítica que, si bien ayer no sabían ubicar Ucrania en un mapa y Donbass les sonaba a grupo de funky o regaetton, hoy nos hablan sobre los designios de Putin y el Nord Stream 2. Este fenómeno de masas suele acompañarse, además, de un vehemente veredicto de culpabilidad: Rusia y, más concretamente, Putin. Y también de una proclama, más o menos solapada, sobre la OTAN como ente protector de todos nosotros y de los cacareados valores democráticos y civilizatorios europeos (me consta que en los territorios de ultramar – algunos aún hoy colonizados- tienen otra opinión…). Un ente que nos protegerá frente a la amenaza externa y que, «desgraciadamente», no puede intervenir en Ucrania contra el Ejército ruso. Todo este armamento propagandístico, suministrado de forma ininterrumpida (minuto a minuto, como la actualidad desde Ucrania), se expande por milicias locales de voluntarios sin saberlo que, como si fueran bombas de racimo, expanden metralla ideológica a diminuta escala en su teatro de operaciones diario.
El fantasma del belicismo inunda desde los medios de masas los hogares, el puesto de trabajo, el bar, el transporte público… La situación tiene reminiscencias de la Primera Guerra Mundial, donde el patrioterismo (defensa inconsciente de los intereses de los capitalistas locales frente a soldados de origen humilde defensores a su vez de los intereses de sus respectivos capitalistas y oligarcas locales) rezumaba por todas las esferas de la vida pública y privada, acusando de traidor a quien no se sumase al grito de «Más madera, es la guerra». Patrioterismo que permeó incluso la izquierda europea, transmutada en dócil socialchovinismo al alinearse con las burguesías nacionales, como valientemente denunciara la Izquierda de Zimmerwald liderada por Lenin, Luxemburg, Liebknecht, Zetkin, Radek… Poco más de un siglo después, se vuelve a intensificar el aroma a pólvora en Europa occidental y gobiernos y «oposiciones» comparsas cierran filas en torno al imperialismo atlantista.
Pero, ¿qué puede hacer una simple ciudadana vasca ante las imágenes de destrucción en Ucrania? ¿qué puede hacer un vasco frente al éxodo de miles de ucranianas? (no vamos a hablar de la destrucción y éxodo en Luhansk y Donetsk, porque la presencia de periodistas ha sido menor que en la zona de exclusión de Chernobyl…).
Para responder a estas simples preguntas, y antes de salir a la calle a participar en una concentración promocionada desde los medios de masas y desde hilos en redes sociales de dudoso origen e intenciones, planteo un simple juego de rol. Pongámonos en el papel de un oligarca ruso («ruso» como adjetivo que viene de fábrica con la palabra «oligarca»; deben estar únicamente en Rusia, más ahora que no pueden venir de compras a la «democrática» Europa…). O en el de un miembro del Departamento de Estado de EEUU (el rol de miembro de un Consejo de Estado europeo que repite lo que dice el de EEUU es más aburrido…). O en algo más cercano: un «simple» empresario vasco, emprendedor (¡cómo no!), o un «simple» accionista con buena vista para mover capitales. Toda catástrofe (especialmente las guerras) son una oportunidad de negocio y, si no la aprovechas tú, la aprovechará otro. Así que dejemos a un lado los lastres éticos y compasivos (aunque las imágenes de niños llorando vendan muy bien) y centrémonos en lo realista e importante. Business is business.
Los cambios que van a sucederse en Europa y más allá (que se estaban sucediendo pero que la guerra por Ucrania catalizará) supondrán reajustes a prácticamente todos los niveles de la economía: fuentes y suministro de energía, materias primas, fertilizantes, alimentos, servicios, transporte, aviación… y, evidentemente, industria militar. El aumento de la inversión en «defensa» a nivel de toda Europa es algo sobre lo que caben pocas dudas. Los mercaderes de la guerra tienen una inmejorable perspectiva. Y los avispados accionistas, nuevas oportunidades de inversión. Nuestro empresario local, abnegado y astuto, también sabrá jugar sus cartas. Invertirá sus capitales, concebirá nuevos diseños, desarrollará nuevas aplicaciones, colocará sus mercancías en nuevos mercados, nos hará más competitivos y, con un poco de suerte, creará nuevos puestos de trabajo que aplaudirán los y las habitantes del oasis vasco, todo ello en medio de la ovación generalizada de las instituciones y los medios masivos que seguirán bombardeándonos (en esta ocasión, con misiles de corto alcance). El incremento en las cifras de muertos y refugiados en Ucrania, Donbass (al igual que en Yemen, Palestina, Siria o Colombia…) competirán con el precio de las acciones y los dividendos en bolsa de quienes tienen otra visión, menos sensiblera y más pragmática, de la guerra.
Toca salir del juego de rol y volver a nuestra irremediable situación de trabajadoras asalariadas (o sin salario) o desempleados (potenciales vendedores de fuerza de trabajo). Sí, aunque nos guste llamarnos (y que nos llamen) clase media, no dejamos de ser forzosos peones de la maquinaria capitalista, maquinaria de guerra solapada o abierta, según la correlación de fuerzas de los contendientes en este tablero mundial. Quienes deslizan sus fichas provocando devastación y tragedia no se retirarán del juego ante las consecuencias de sus movimientos de piezas (también de artillería). La Pantera negra Assata Shakur lo resumió en una frase: «Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha obtenido su libertad apelando al sentido moral de las personas que los oprimen. En la espiral belicista que se intensifica, es ingenuo y suicida pensar que será diferente».
Antes de acudir a la siguiente concentración o a formular con la vecina nuestro próximo análisis internacional, hagamos un saludable juego de rol poniéndonos en las posiciones de los actores involucrados, intentando entrever sus intereses y verdaderas intenciones. Preguntémonos a qué estrategias estamos dando cobertura social desde un estado emocional convenientemente teledirigido. Partiendo de que somos diminutas fichas que comparten su condición de ficha con las de otros colores, intentemos salir de su tablero y no amparar socialmente sus criminales apuestas. Ya lo dijo alguien que defendió la unión voluntaria de las naciones (incluida la ucraniana) a una federación de repúblicas socialistas soviéticas, el propio Lenin: «Los hombres y mujeres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase».
Iñaki Etaio, internacionalista.