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Entrevista a Eugenio del Río sobre De la indignación de ayer a la de hoy (XXIII)

«Un antiliberalismo, en bloque y elemental, sigue teniendo peso en la izquierda»

Fuentes: Rebelión

Ex dirigente del Movimiento Comunista, fue su secretario general, Eugenio del Río es autor de numerosos libros y artículos sobre la izquierda revolucionaria europea de la segunda mitad del siglo XX y sobre temáticas afines. Nuestras conversaciones se centrarán en el ensayo que da título a estas entrevistas. *** Estábamos en el segundo apéndice del […]

Ex dirigente del Movimiento Comunista, fue su secretario general, Eugenio del Río es autor de numerosos libros y artículos sobre la izquierda revolucionaria europea de la segunda mitad del siglo XX y sobre temáticas afines. Nuestras conversaciones se centrarán en el ensayo que da título a estas entrevistas.

***

Estábamos en el segundo apéndice del libro: «Influencia de la revolución cultural china en la izquierda europea y latinoamericana». ¿Has estado en China alguna vez? ¿El MCC tuvo relaciones políticas de algún tipo con el Partido Comunista Chino?

No he estado nunca en China y el MC no tuvo ninguna relación ni con el Partido ni con el Gobierno chinos.

Señalas en este apéndice que los grupos maoístas de aquellos años se veían a sí mismos como organizaciones de combate y como partidos políticos. ¿Nos explicas esas dos variantes en uno?

Eran de hecho organizaciones que no tenían las características que habitualmente se tienen por distintivas de los partidos políticos, como es su función de mediación entre las instituciones políticas y la población. Obviamente, la clandestinidad y la falta de cauces democráticos hacían imposible que desempeñaran ese papel.

La cuestión tiene cierto interés porque, al designarse y al concebirse esas organizaciones como partidos, pasaron automáticamente a la nueva situación política, a partir de 1977, considerándose partidos políticos, como los demás, con ideas distintas, si se quiere, pero como los demás. Ahí sobrevino un desajuste del que no éramos conscientes. Llegamos a serlo años después, cuando, tras los fracasos electorales, pudimos comprobar que, salvo en algún territorio, carecíamos de una representatividad social suficiente. Quizá también, en muchos casos, tampoco teníamos la vocación, si puedo hablar así, política institucional al uso. Nuestro compromiso inicial no estaba orientado en esa dirección y a muchos nos atraía más una acción social o socio-cultural.

Afirmas que eran mundos colectivos en los que el individuo pesaba poco, en los que cuadraba mal la autonomía individual. ¿También en el caso del MC? Yo nunca me sentí atosigado o encerrado en una caja por ti dirigida. ¿Era inconsciente de mi situación?

  No puedo hablar por ti, pero sí hubo quienes eran conscientes de esa servidumbre o que lo fueron años después, al echar la vista atrás. Pero, incluso quienes se daban cuenta de que el clima colectivo tenía una desagradable faceta coercitiva, casi siempre la daban por buena, como un tributo necesario para mantener una fuerza cohesionada. En esos años, la autonomía individual no figuraba entre nuestros valores. En el MC, además, había una fuerte presión en favor de una unidad ideológica muy densa, tal vez mayor que en otras organizaciones. Lo digo como un agravante y sin ignorar la responsabilidad personal que me corresponde.

No acabo de ver que tu mirada, en este nudo, sea totalmente equilibrada pero no entre ello.

Hablas también de los defectos de nuestra cultura juvenil antifranquista. ¿Nos dices los principales defectos?

En una lucha intensa, como la que se libraba entonces, se producen relaciones en las que es difícil evitar defectos como un exceso de dureza en la composición de los personajes, una tendencia exagerada a la trascendencia, un dramatismo que no podía dejar de derivarse de una situación marcada por una forma de vida insegura, las detenciones, la tortura, la cárcel. Todo esto formaba parte de nuestro medio cultural.

Te refieres, entre otras cosas, al estrangulamiento de la mejor tradición liberal bajo el franquismo. De acuerdo desde luego. Pero, ¿a qué tradición haces referencia exactamente?

La historia del liberalismo español es muy variada. Abarca desde las versiones decimonónicas confesionales y monárquicas hasta las corrientes liberales democráticas con sus particularidades: el secularizador y antimonárquico de Gumersindo de Azcárate, el federalista de inspiración proudhoniana de Pi i Margall, el socialista de Álvaro de Albornoz. También el más cercano en el tiempo de Manuel Azaña, quien postuló un papel activo del Estado en la democratización, tendiendo un puente entre el jacobinismo francés y lo que luego sería el Estado del bienestar, que él no llegó a conocer y que creció, tras la II Guerra Mundial, a años luz de las ramas del liberalismo defensoras del Estado mínimo y del supuesto papel autorregulador del mercado, y contrarias a las regulaciones de la iniciativa económica privada. Azaña fue también un defensor de la descentralización y valedor de la autonomía catalana.

Bien es cierto que el liberalismo y buena parte de sus aspectos más valiosos quedaron aprisionado en medio de los dos bandos de la Guerra del 36. Después, la influencia soviética sobre la izquierda así como la inhibición de las democracias liberales ante el franquismo contribuyeron a debilitar la recepción entre las gentes de izquierda de los mejores legados del liberalismo. La derecha, por su parte, quedó demasiado marcada por su complicidad con el franquismo o por su ausencia en la resistencia antifranquista. No hubo mucho espacio para el mejor liberalismo. Con esos mimbres desembarcamos en 1977.

Se puede, se debe hablar tal como acabas de hacer. ¿Bandos de la guerra civil? ¿Fueron bandos realmente?

Bandos, campos, fuerzas contendientes… No quisiera que se entienda que estoy usando la palabra bando, aplicada a la parte republicana, en un sentido peyorativo.

Por otra parte, esa influencia soviética a la que haces referencia ¿no fue muy cuestionada por parte de algunas fuerzas, e incluso por el PCE? Pienso, por ejemplo, en los comentarios que se vertieron por parte de muchos colectivos sobre la invasión de Praga, por ejemplo.

Fue cuestionada en algunas ocasiones, aunque muy parcial y tardíamente, mientras se seguía compartiendo en buena medida la ideología soviética.

Por cierto, no citas a Juan Negrín. ¿Por qué?

Por nada especial. Citar a algunos es dejar de citar a otros, pero en este caso no responde a una subestimación. Tampoco he mencionado a Fernando de los Ríos, a Álvarez del Vayo y a otras figuras muy valiosas.

Por lo demás, si me permites la pregunta, ¿no estás mitificando la tradición liberal? Tiene también sus cosas como sabes bien.

Como la palabra liberalismo está tan manoseada y desprestigiada en ambientes de izquierda, suelo hablar de lo mejor del liberalismo, de la herencia imprescindible del liberalismo: las libertades y los derechos individuales, el Estado de Derecho y el garantismo. También, el principio de la igualdad ante la ley, tantas veces vulnerado, y la división de poderes, a menudo quebrantada o cumplida a medias.

En el lado opuesto, en el liberalismo radical, si podemos llamarlo así, hay piezas decididamente funestas como la defensa extrema de la propiedad privada, la reducción exagerada de las funciones sociales del Estado o la desregulación de la economía, que con frecuencia no es una falta de regulación sino una regulación particularmente favorable a la minoría más poderosa económicamente. Este liberalismo parte del mito de que la no intervención del Estado en la vida económica propicia una provechosa competencia entre las personas en igualdad de condiciones.

Entiendo que hay un problema cuando, invocando lo peor de las corrientes liberales, se ignora o se rechaza lo mejor, cosa tan frecuente en algunas tradiciones de izquierda, especialmente en las que tienen su origen en la Revolución rusa y en la III Internacional.

¿También ahora, por ejemplo, y en nuestro país? ¿Las fuerzas de izquierda, incluyo a Podemos, rechazan esos valores positivos a los que haces referencia?

Me llama la atención, por ejemplo, con qué alegría, superficialidad e ignorancia se emplea el vocablo liberalismo en un sentido exclusivamente negativo. Denota algo. Un antiliberalismo, en bloque y elemental, sigue teniendo peso en la izquierda.

Pero, suponiendo que tengas razón, ¿no puede pesar mucho también en la posición de las fuerzas de izquierda que gentes como la señora duquesa, como doña Esperanza Aguirre, se reclamen de la tradición del liberalismo? Si el liberalismo es eso, podría argumentarse, yo no tengo nada que ver con él.

Efectivamente, ese es el problema: se actúa reactivamente, sin independencia de criterio y sin examinar lo que ha sido realmente el liberalismo en la historia, con sus diferentes componentes. Como Esperanza Aguirre se declara liberal, respondemos declarándonos antiliberales. De manera que es Esperanza Aguirre la que decide por nosotros y le cedemos a ella el liberalismo, entero y sin reservas. Mal asunto.

¿No queríamos decir también, y eso no es insensato, que la democracia que sea digna del concepto exige determinadas condiciones sociales y económicas para ser llevada a término, que no basta con declarar legales ciertas formas de participación política?

De acuerdo. Por supuesto que la libertad debe asentarse sobre la igualdad, pero un problema grave que arrastramos es que una parte de la izquierda no solo ha criticado los límites de la democracia cuando convive con las desigualdades sociales y económicas, sino que ha ido más lejos y ha impugnado las democracias tildadas de formales o burguesas en nombre de una democracias pretendidamente reales que no es que sean unas democracias diferentes sino que no son democracias.

No te pregunto sobre Sendero Luminoso porque hablas de ello y me imagino la respuesta, pero ¿ves algún signo positivo en alguna otra experiencia maoísta en América Latina?

Hubo otros grupos pero que no tuvieron tanta relevancia. En todo caso fueron más inocuos.

Bueno, pensándolo bien, me atrevo con una pregunta. Escribes: «La violencia de Sendero no era un acto de fuerza defensa propia frente a una agresión, ni un medio para acabar con una tiranía, sino el procedimiento escogido deliberadamente para establecer un nuevo régimen político y social». ¿Fue así? En Perú no existía en aquel entonces un Régimen poco favorable a las clases más desfavorecidas?

Nada favorable; pero, a mi juicio, ese hecho no justifica la pretensión de Sendero Luminoso de instaurar una dictadura, algo que logró en cierta medida en sus territorios, ni la práctica de una violencia cruel y demencial para alcanzar sus objetivos, y no solo contra el Gobierno sino también contra quienes discrepaban de Sendero.

¿Existe maoísmo en algún lugar del mundo en la actualidad? ¿En India por ejemplo?

Actualmente no estoy siguiendo la pista a las organizaciones maoístas. Sé que el partido indio PCI (M-L) Naxalbari es de los más importantes; también el de Nepal; hay incluso una internacional de partidos maoístas, el Movimiento Revolucionario Internacionalista, pero, como digo, no soy la persona adecuada para hablar del maoísmo actual.

De nuevo, en este apartado, eres muy crítico del pasado, de la historia reciente de la izquierda. Déjeme insistir: ¿No eres demasiado crítico con la izquierda? ¿No exiges demasiado a un colectivo de personas que, como cualquier otro colectivo, no son dioses omniscientes e inmaculados?

Desde hace muchos años vengo echando en falta una mayor conciencia autocrítica en los distintos sectores de la izquierda, un inmovilismo malsano, una autocomplacencia incompatible con una mejora de las propias capacidades y de nuestra función social. Creo que no soy implacable con los errores. Cierto: no somos dioses y la perfección no existe. Trato de identificar los errores y de entender cómo se han producido, empezando por los míos propios, que no son pocos. El problema no está en haber cometido errores sino en acomodarse y no rectificar o hacerlo a medias, y con una lentitud a veces exasperante.

Bueno, todo toca a su fin; también estas conversaciones. Una lástima desde luego. ¿Me dejas que me vaya un poco del libro y te pregunte, aunque algo hemos dicho, sobre la actual situación política mundial, europea y española y también sobre la situación de la izquierda?

  Me halaga tu propuesta pero me temo que para las dos primeras no estoy preparado. Desde hace mucho mi seguimiento de la política internacional y de la europea es escaso. Quedaron atrás los tiempos en los que me dedicaba algo a los asuntos internacionales, en relación con nuestra actividad y nuestras relaciones, aunque fuera en nuestra modesta escala. Mis trabajos, por otro lado, como sabes, tampoco se han orientado en esas direcciones. Solo podría decirte cosas demasiado corrientes y serían decididamente insatisfactorias.

Hay gente que sabe de eso; yo sé que no sé. Estoy tratando de aplicar aquello de no hablar de los asuntos que conozco mal, por ejemplo, cuando me encargan una charla, cosa que no podía evitar del todo cuando hacía de «secretario general». Otra cuestión es la situación española, sobre la que trato de estar más al tanto, aunque me doy cuenta de que dispongo de una información que en muchos aspectos se queda corta.

Bien de acuerdo. Dedicamos al tema que apuntas la última conversación. En todo caso, ¿me permites una observación?

  Te permito, desde luego.

 

A eso que acabas de comentar yo le llamo voluntad de modestia. ¿Me permites que copie un texto de Sacristán de finales de los años setenta en el que hablaba de estas cosas?

Cómo no.

 

De una conversación suya con Jordi Guiu y Antoni Munné. Es Sacristán quien reflexiona. Cuando hace referencia a Rafael está hablando de Rafael Sánchez Ferlosio.

Así, pues, empecé a intentar entender lo que había quedado liquidado en la cuneta por la marcha histórica, como reacción a la bestial y siniestra idea ésa de los vertederos de la historia que se mantiene en la tradición del grueso del movimiento obrero como si lo que ha quedado en las cunetas fuera basura, siendo así que está claro que basura, en cierta medida, lo somos todos y, en cierto sentido, nadie, por lo menos dentro de los grupos dominados. Lo hice, de todas maneras, intentando no tener la debilidad, única que creía que podía no tener en comparación con una actitud como la de Rafael, que es reproducir de algún modo el esquema del intelectual tradicional; quiere decirse: ser cómodo para los dominadores, ser cómodo para los explotadores. Entonces me acerqué a la comprensión y al amor de esa gente que quedaba en la cuneta, intentado mantener la voluntad de racionalidad del movimiento obrero que es, en mi opinión, voluntad de modestia. Es decir, haciendo la radiografía moral de, por así decirlo, la cultura del movimiento obrero aunque eso de «cultura obrera» no sea tomado más que como idea reguladora. Resulta que la diferencia fundamental con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de la modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un topo que no se ha enterado de que uno muere e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar, esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

 

En cambio, concluye Sacristán, «en la cultura obrera está la modestia porque está el reconocimiento de la muerte. Y los héroes obreros son, en general, héroes anónimos, mientras que los héroes intelectuales tienen dieciocho apellidos, cuarenta antepasados, influencias de escuelas y todas estas leches de los intelectuales tradicionales».

Sea dicho por la modestia, por tu modestia.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes