Si bien para el poder, este mes ha significado una dura derrota a su propuesta de política económica, centrada principalmente en la eliminación de subsidios a los combustibles, para el pueblo estas fechas serán recordadas como unas de las más bellas jornadas de solidaridad, de reencuentro con una ancestralidad viva, de reconocimientos entre iguales y […]
Si bien para el poder, este mes ha significado una dura derrota a su propuesta de política económica, centrada principalmente en la eliminación de subsidios a los combustibles, para el pueblo estas fechas serán recordadas como unas de las más bellas jornadas de solidaridad, de reencuentro con una ancestralidad viva, de reconocimientos entre iguales y de respeto a las diferencias.
Los indígenas inundaron las ciudades, sobre todo Quito. Pero no solamente ellos. La gente urbana se volcó a las calles, los jóvenes, los indígenas que habitan las zonas marginales, transformando la ciudad, a momentos en escenarios de confrontación y en otros en momentos de celebración. Rápidamente se organizaron espacios de alojamiento, se instalaron cocinas colectivas, se abrieron las puertas de las casas. Turnos para cocinar para las más de 40.000 personas que estaban en las calles. Turnos para limpiar los baños, mientras los indígenas deliberaban. En todos los centros había brigadas de médicos, caravanas entregando y retirando donaciones… Había tanta respuesta que los centros de acopio de víveres y vituallas, debieron dejar de recibir el apoyo. «No necesitamos más pan… no se requieren más alimentos».
Por supuesto hubo gente que vio el proceso desde las redes sociales, y que en ellas circularon mensajes racistas, convocatorias al miedo, o incluso invitaciones al odio y la violencia, pero eso no cambió el respeto y cariño que consiguieron los indígenas.
Este nuevo levantamiento indígena marcó un antes y un después. Habíamos pasado más de 10 años bajo un paquetazo cultural: el del «progreso». En sus imaginarios más tradicionales de carreteras, minería, mega infraestructura, transgénicos, todo acompañado con conservadurismo, autoritarismo y corrupción (la misma que caracteriza a las nuevas derechas del continente). Paquetazo que se impuso con hostigamientos, descalificaciones y persecución a las organizaciones.
Ese paquetazo fue especialmente virulento con la naturaleza, sus pueblos y los defensores y defensoras. Se expandió la frontera petrolera, incluso sobre el Parque Nacional Yasuní (a pesar de los discursos), se impuso con violencia la minería en los territorios indígenas y campesinos, se construyeron mega obras de infraestructura para favorecer al extractivismo y a la agroindustria, a costa de quitar inclusive el agua a los pueblos. En esos procesos de imposición y despojo, se criminalizó a centenares de personas, dirigentes y comunidades campesinas e indígenas, quienes son los que más apegados están a la tierra y al territorio.
Con el actual gobierno, las medidas neoliberales de ajuste impuestas por el FMI para otorgar créditos al Ecuador, tras su regreso al país, fueron materializadas con varios decretos y decisiones. El decreto 722 que retiró los impuestos a las mineras, el 724 que reformó los precios de algunos combustibles, un conjunto de acuerdos ministeriales con reformas laborales, la Ley de Fomento Productivo, el reglamento de Código Orgánico Ambiental y otras. Pero es el decreto 883, que retiraba el subsidio a los combustibles, que fue la gota que derramó el vaso y generó la explosión social liderada por el movimiento indígena.
El subsidio a los combustibles fue presentado por el gobierno como un apoyo a los más ricos y una forma de beneficiar a los contrabandistas. Esa fue la pedagogía del gobierno y sus élites. Sin embargo, el alza de combustibles fue evidenciada como un enorme impacto a los más empobrecidos. Y esa fue la pedagogía del movimiento indígena.
El movimiento indígena logró la derogatoria del Decreto 883, exigió que las diferentes reformas pasen por control de constitucionalidad, y dio una clase de democracia al tratar los acuerdos públicamente, con transmisión en vivo y en directo. En su agenda también están los presos, los heridos, las denuncias a dirigentes y plantean que debe haber condiciones para el diálogo.
En momentos de hacer balances, las derechas ecuatorianas, socialcristianos, conservadores o liberales, hicieron evidente su racismo. Aunque no respeten a los indígenas, les tienen miedo porque son conscientes de su fuerza. Para ellos era más sencillo poner las contradicciones solo como una agenda golpista del correísmo-madurista. En su balance demandan más represión militar pues sugieren la infiltración de la guerrilla y, con esto, preparan las condiciones de represión a futuro.
Para los correístas y algunos de sus aliados de la vieja izquierda que siempre maltrataron y consideraron a los indígenas como si fueran un resabio del pasado, la revuelta fue un fracaso, pues la salida de elecciones anticipadas y el regreso de Correa no cuajó; según ellos, todo por falta de «conducción del proceso».
Ni uno ni otro entendieron que el levantamiento estuvo motivado por un genuino deseo de suspender las medidas en favor de la mayoría de los ecuatorianos. Les cuesta asimilar que el movimiento indígena se re-posicionó como actor político y que tiene agendas políticas de justicia social, no solo para el presente, sino también de futuro.
Menos visible, pero no menos importante, ha sido el debate del Ecuador petrolero. Un debate no nuevo, pues tiene antecedentes y sustento en las luchas anti-extractivas del país, con críticas a los combustibles fósiles, las continuas denuncias de la contaminación y el reclamo por territorios libres de petróleo.
En el mundo entero -y el Ecuador no es la excepción- el petróleo es la fuente de energía más subsidiada, al punto que siendo la más costosa desde el punto de vista de los ciclos geo-bio-metabólicos del planeta, es la fuente más barata en el mercado. El Gobierno actual, en continuidad con el anterior, apuesta a ampliar las fronteras petroleras, mantener los subsidios a las empresas, incluso pagando abusivos arbitrajes, que ahora lo harán con los créditos del FMI (establecido en el acuerdo).
El mundo indígena no necesita probar que es crítico al petróleo, menos aún los ecologistas, pues sus luchas por un Ecuador post petrolero y por territorios libres de petróleo, minería y represas seguirán en los territorios. En las jornadas de octubre, se colocó a debate el último eslabón de los subsidios, aquel que demuestra la fatal dependencia de la sociedad a esta fuente de energía. Se demostró que el retiro de ese último eslabón de subsidios -sin resolver temas como el transporte y la soberanía energética y alimentaria-, trasladaba la crisis a los más empobrecidos. Ahora, nos queda aún por resolver los problemas ambientales relacionados con el uso de combustibles fósiles.
Fuente: http://www.accionecologica.org/editoriales/2421-balance