Decenas de miles de estudiantes y profesores se manifestaron el pasado invierno contra los graves recortes en las universidades alemanas. El próximo mes de junio continuarán su protesta. Nicole Gohlke y Janine Wissler describen el telón de fondo en el que se fraguó la reforma y el proceso reconversión neoliberal de las universidades. «Los diez […]
Decenas de miles de estudiantes y profesores se manifestaron el pasado invierno contra los graves recortes en las universidades alemanas. El próximo mes de junio continuarán su protesta. Nicole Gohlke y Janine Wissler describen el telón de fondo en el que se fraguó la reforma y el proceso reconversión neoliberal de las universidades. «Los diez años de proceso Bolonia no son», escriben las autoras, «motivo de celebración, sino una ocasión para la protesta.»
Bajo una lluvia de flashes, los ministros de educación de 29 países europeos prometieron en 1999 una reforma de las universidades que habría de comportar su mejora. Con la así llamada Declaración de Bolonia, debería de desarrollarse un espacio universitario europeo único. El objetivo: hacer más comprensibles y equiparables los títulos universitarios, reducir el tiempo de los estudios, darles una orientación más práctica, aumentar la movilidad de los estudiantes e implementar un sistema de estudios escalonado en grado (Bachelor) y máster.
Un mundo (universitario) «feliz»
Una frustración por la reforma domina hoy las universidades, porque el nuevo mundo universitario y feliz ha resultado ser en realidad y cada vez más una fábrica para el aprendizaje. Los diez años de proceso Bolonia no son por eso mismo motivo de celebración, sino una ocasión para la protesta. La mayoría de estudiantes rechaza la reforma porque en todo este tiempo han empeorado sustancialmente las condiciones de estudio y de trabajo: aulas abarrotadas, menos profesores para impartir las clases y una presión mayor en el rendimiento a través de un exceso de exámenes, controles de asistencia obligatoria y tutorías son el pan de cada día.
Debido a la compresión de la materia de ocho semestres a seis semestres, los nuevos itinerarios de estudio están sobrecargados. El resultado es un aprendizaje bulímico: se memoriza toda la materia antes de los exámenes para después vomitarla en el examen. Muchos estudiantes tienen una semana de 40 a 50 horas lectivas, sin contar las horas de trabajo, por no hablar de los compromisos familiares y el activismo político y cultural. Se les prometió que podrían cambiar de universidad en el marco del espacio europeo sin problemas, pero ni un cambio de plaza de Berlín a Frankfurt puede funcionar, porque los nuevos itinerarios de grado a menudo están muy especializados. Los semestres en el extranjero ya no caben en los estrechos planes de estudios. Dos tercios de los estudiantes deben trabajar para poder costearse sus estudios, algo que entra en conflicto con los controles de asistencia a los seminarios y los inflexibles ritmos de exámenes. Cada vez son mayores las penas, mayor la presión de un estrés constante, se exige demasiado a los resultados. En muchas asignaturas se ha incrementado el número de abandonos, en algunas facultades sólo prosiguen sus estudios de una tercera parte a la mitad de los alumnos.
También para el personal universitario la reforma ha implicado más horas de trabajo, porque su sustitución por otro personal o por equipos académicos y financieros más bajos ha sido un éxito. En los últimos años se han extendido las prácticas de la precariedad en el empleo, la temporalidad de los contratos y la remuneración escandalosamente baja de los profesores. Las tareas científicas son asignadas cada vez más a una fuerza auxiliar compuesta de estudiantes. En los últimos 15 años se han desmantelado en Alemania 1.500 plazas de profesorado. Por eso se dice en las universidades: «El grado y el master: todo es un desastre.»
Con la reforma de Bolonia se han modificado las regulaciones para la admisión del alumnado en las universidades y creado nuevos mecanismos de selección. En cada vez más universidades se introducen entrevistas de selección y pruebas de admisión.
Así ocurre ya en la Universidad de Heidelberg. Allí la facultad de derecho selecciona «incondicionalmente no sólo a los inteligentes sino a quienes tienen las mejores características físicas para los estudios.» Así se desarrolla un perfil del «estudiante de derecho ideal», y un instituto psicológico, que se ocupa desde hace varios años de los procedimientos de selección de personal en otras empresas, desarrolla y vela por la instrucción de un examen de aptitud correspondiente. En la genética de los itinerarios de estudios se inscriben, como criterios de selección, las aficiones, las actividades extraescolares y el compromiso social del solicitante. Los nuevos procedimientos de admisión, especialmente las entrevistas de selección, no son transparentes, mucho menos comprensibles y además conllevan el peligro de ser arbitrarias (Willkür). Por no decir que comportan costes sustanciales tanto para las universidades como para los candidatos, que en el futuro deberán viajar por toda la república para someterse a los procesos de selección.
¿Ha fracaso la reforma de Bolonia?
¿Quién es el culpable de esta miseria? Los gobiernos federal y el de los estados federados tratan de desplazar la responsabilidad a las universidades, que son las responsables de la aplicación de la reforma. Pero la reforma está podrida hasta el tuétano. Como escribe la FAZ [Frankfurter Allgemeine Zeitung] del 24 de noviembre: «Diez años después de la introducción de la reforma Bolonia en las universidades, la más profunda reforma de la universidad alemana desde el siglo XIX puede tildarse de fracaso. Lo admiten incluso quienes entonces fueron sus responsables. Por eso preocuparon solamente las protestas de los estudiantes: ciertamente no fueron los mismos políticos y expertos con memoria a cuatro años los responsables de la reforma, y ahora amagan una nueva excusa: todo esto es solo un «problema de aplicación». No, no lo es. La reforma de Bolonia es un marco que debería conducir a reducir el tiempo de estudio y los abandonos. El discurso no fue vano desde el comienzo: desde el comienzo se insistió en el espacio económico europeo y el de las universidades. Y no es ninguna casualidad que el blasé hacia Bolonia venga tan pronto después del blasé hacia el mundo de las finanzas. En ambos sistemas los responsables han perdido su respectiva conexión con la realidad.»
¿Pero ha fracasado realmente la reforma? El objetivo de la reforma neoliberal de las universidades fue la «economización» de las universidades, esto es, su sumisión incondicional a los intereses capitalistas. El proceso de Bolonia no ha sido aplicado incorrectamente, como afirman la SPD y Los Verdes, sino que se alza sobre otros cimientos muy distintos. Se orienta hacia la llamada «estrategia de Lisboa». Ésta estipula que la Unión Europea debe convertirse gradualmente, hasta el 2010, en «el espacio económico más competitivo y dinámico basado en el conocimiento del mundo.» En la transformación de las universidades no sólo no se encuentran la accesibilidad y la democratización en primer plano sino la competitividad y la lógica cuartelera por la que la rebaja de la calidad de las universidades por una parte equivale a la la construcción de universidades elitistas por la otra.
Karl Marx señala en el primer volumen de El Capital esta contradicción fundamental. Habla de «el divorcio de las fuerzas espirituales respecto del los procesos de producción del trabajo manual y de la transformación del mismo en fuerza del capital sobre el trabajo». Con la reforma Bolonia se llamó sobre todo a la reducción del período de estudio y de los contenidos para una mayor competencia del mercado de trabajo a corto plazo. Los itinerarios se orientaron cada vez más a las necesidades económicas de las empresas. Los jóvenes debieron ponerse lo más rápido posible a disposición del mercado de trabajo, el tiempo académico fue reducido y los estudios encanijados a tres años. Los gobiernos han hecho con los intereses de las empresas el molde para la reforma universitaria. Licenciados cortados por un mismo patrón lanzados al mercado de trabajo: jóvenes, flexibles, maleables, tal y como los desean los jefes de personal. Con la limpieza de los contenidos lectivos el conocimiento crítico es el primero en irse a la papelera, ya que contradice los intereses capitalistas.
Después del grado (Bachelor) aún se ha dispuesto un obstáculo más a la formación: el máster debe quedar reservado a una pequeña élite, mientras una amplia masa de alumnos recibe una formación de baja calidad porque los académicos de baja calidad son más baratos para el capital. A ojos de las empresas tiene sentido. En 1970 el 7% de todos los académicos dependía de las empresas. En el 2005 la cifra había aumentado al 21%. Terminar el grado supone la expropiación del conocimiento del alumno y significa una depreciación de una gran parte de los académicos, tanto en los salarios como en los convenios. Una investigación elitista para una minoría privilegiada mediante la pérdida de calificación de la inmensa mayoría: ésa es la dirección del proceso de Bolonia.
Los empresarios reciben a los licenciados, sí, pero no con los brazos abiertos. Eso depende del mercado de trabajo. Pero la crítica de los empleadores sigue siempre el mismo esquema: cuando no ofrecen ningún trabajo -debido a la crisis y al freno en la contratación- entonces acusan a los interesados, y si antes se quejaban de que los licenciados en Alemania eran demasiado mayores, ahora se quejan de que los alumnos salidos de los estudios de grado son demasiado jóvenes y no tienen experiencia. A los programas de formación de las empresas se va como a los hostales juveniles. En la lógica empresarial, si no encuentran una plaza de trabajo o de formación, son los jóvenes los que tienen la culpa.
La coincidencia de la aplicación de Bolonia con la crisis de la economía mundial en 2009 nos ha mostrado que en tiempos de crisis los empleadores también pueden comprar manos de obra cualificada, con tantos másters como se quiera, por salarios más bajos. Muchos licenciados de grado están amenazados por el desempleo. La reforma de Bolonia no debe contemplarse como un fracaso: ha más que cumplido su propósito, en detrimento de los estudiantes. Por eso deben cuestionarse desde las raíces.
¿Qué hacer?
Los primeros pasos para desactivar Bolonia serían reducir la carga lectiva y aumentar el tiempo de estudio reglamentario en los itinerarios de los programas de grado (Bachelor). Aprender exige tiempo y espacio. Ambos los estudiantes han intentado reclamarlos directamente a través de las ocupaciones de los campus. Los itinerarios deberían estar revisados por personas competentes en la materia y a todos los estudiantes debería concedérseles el derecho a estudiar a tiempo parcial. Ya sea mediante cuotas o notas, la admisión en los estudios de máster debería tener como única limitación a quienes tienen el grado. De igual modo, la accesibilidad debe ser el objetivo más elevado de la política universitaria y deben suprimirse las excesivas tasas estudiantiles.
A través de la presión ejercida por la huelga de las universidades el gobierno está preparado para hacer concesiones, pero sólo mientras éstas no cuesten nada. Las ahora anunciadas reformas afectan a la organización de los estudios, pero no a la situación financiera de las universidades. Más profesores, mejores instalaciones, nuevas plazas para los alumnos y la supresión de las tasas estudiantiles y las restricciones de entrada, son solamente realizables con dinero. El Sindicato de Educación y Ciencia (GEW, por sus siglas alemanas) estima como extremadamente urgente como mínimo la inversión de 40 mil millones de euros. El acuerdo universitario del gobierno es en comparación insuficiente. El porcentaje de inversiones en educación en el Producto Interior Bruto se ha reducido en el último año aún más, aunque la riqueza social ha continuado aumentando.
Para asegurar unas mejores condiciones en las universidades es necesario un movimiento estudiantil fuerte, porque sin una presión masiva no se puede esperar del gobierno federal y de los gobiernos de los estados federados más que paños calientes.
Nicole Gohlke es licenciada en comunicación audiovisual y diputada por el partido de La Izquierda en el Parlamento Federal, donde ejerce como portavoz de universidades. Janine Wissler es presidenta del grupo parlamentario de La Izquierda en Hesse.