Bolsonaro repuntó en las encuestas a pesar de las consecuencias brutales de la pandemia. Puede parecer una paradoja, pero algunos de los motivos que explican esta situación son claramente identificables.
La pandemia coloca a Brasil en el primer lugar del mundo en número de víctimas en proporción a su población. El desempleo se sitúa por encima del 20% mientras algunos grupos de extrema derecha organizan movilizaciones bizarras contra el derecho al aborto de una niña de diez años. Al mismo tiempo, se puso en marcha una ofensiva de la clase dominante. Buscan imponer una reforma de la Constitución que permita la reducción nominal de los salarios de la administración pública en casi un 25% de su valor, además de privatizaciones relámpago, que ya se aplicaron a los servicios sanitarios básicos. Ahora van por el correo y Electrobrás, la distribuidora de energía eléctrica.
En el gobierno se repite un patrón de corrupción crónica mientras las investigaciones se acercan peligrosamente a Jair Bolsonaro luego del encarcelamiento de Fabrício Queiroz, su histórico asesor.
Mientras tanto, la guerra abierta entre cárteles en los morros de Río de Janeiro se desarrolla en el marco de tiroteos que duran horas y que siguen cobrándose vidas inocentes, y los incendios en el Pantanal y en la frontera agrícola del Amazonas alcanzan dimensiones inéditas.
Este es el contexto de los últimos dos mes en un Brasil sombrío… y muy triste.
Marx dijo una vez que la historia podía ser estúpidamente lenta. Es bueno recordar que la dictadura militar tuvo mucho apoyo popular a inicios de los años setenta pero que, sin embargo, en 1984 más de cinco millones de personas salieron a las calles bajo la consigna «Directas Ya». Tuvieron que pasar veinte años. Es bueno recordar también que el gobierno de Sarney fue ultrapopular en la cima del Plan Cruzado en 1986, pero luego millones adhirieron a la huelga general en 1989 y Lula pasó a la segunda vuelta. El proceso fue más rápido. ¿Y el gobierno de Collor? Fue superpopular hasta que se disparó la inflación en 1991, y luego, otra vez, millones salieron a las calles para derribarlo. Pasaron apenas dos años. En 1994, el gobierno FHC era megapopular y fue reelecto en la primera vuelta en 1998. Pero en 1999 la campaña «Fuera FHC» movilizó a centenas de miles de personas y abrió el camino a la elección de Lula en 2002.
Bolsonaro no va a caer mañana, pero tampoco va a durar indefinidamente. La coyuntura actual expresa el desenlace parcial y temporal de una lucha política inconclusa. Se necesitará una lucha titánica, pero va a suceder, aunque no sabemos cuándo. A continuación, tendremos en consideración siete puntos para definir la situación y las perspectivas.
Tres interpretaciones en la izquierda
Las grandes batallas políticas de la última década fueron las jornadas de junio de 2013, el impeachment de Dilma Rousseff de 2016 y las elecciones de 2018. La relación que existe entre los tres procesos guarda la clave de la situación actual. A grandes rasgos, hay tres interpretaciones en la izquierda brasilera sobre el significado del gobierno de Bolsonaro. Son incompatibles entre sí. El debate entre las tres puede y debe ser intelectualmente honesto.
La primera posición defiende que las movilizaciones de junio de 2013 inauguraron una ola conservadora que abrió el camino para una ofensiva burguesa en 2015-2016 que derribó al gobierno de Dilma Rousseff, criminalizó y encarceló a Lula y culminó con una derrota histórica, la elección de Bolsonaro. Esta posición es mayoritaria al interior del campo petista-lulista. El gobierno de Bolsonaro sería el resultado de una reacción a las reformas progresivas de los gobiernos de coalición liderados por el PT, o sea, a sus aciertos. Contextualiza el giro de la burguesía hacia el impeachment bajo la presión de Washington, subraya el papel de las agencias de inteligencia y de los servicios secretos (según la fórmula de las “guerras híbridas”), advierte que el desplazamiento de la clase media sería el producto de un incontenible resentimiento social y explica la debilidad de la movilización popular contra el golpe por la restructuración productiva. La idea causa una buena impresión porque tiene un grado de verdad. Pero ningún gobierno es derrotado cuando acierta.
La segunda posición considera que junio de 2013 fue una movilización democrática progresiva en todo sentido, que las manifestaciones contra la corrupción estaban en disputa en 2015 y que la elección del gobierno de Bolsonaro fue el resultado, fundamentalmente, de los límites y de los errores de los gobiernos del PT. Esta posición es sostenida por una porción de la izquierda radical, minoritaria al interior del PSOL [Partido Socialismo y Libertad] y por fuera de él. Desprecia el peso acumulado de las derrotas en la conciencia de la clase trabajadora y sobrestima las tensiones existentes entre el gobierno de Bolsonaro y algunas fracciones de la clase dominante. Explica el gobierno de Bolsonaro como un accidente histórico.
La tercera posición, mayoritaria en el PSOL, sostiene que las jornadas de junio de 2013 estaban socialmente en disputa, pero que las movilizaciones de la clase media en 2015-2016 eran políticamente reaccionarias. Quienes sostienen esta interpretación se posicionaron frontalmente en contra del impeachment de Dilma Rousseff. Esta posición identifica, dialécticamente, las contradicciones sociales y políticas del proceso. Bolsonaro no fue un accidente, ni una derrota histórica. Si no fuese Bolsonaro, el proceso tendría otro liderazgo. El gobierno actual es incomprensible sin el Lava Jato, el encarcelamiento de Lula y la puñalada a Bolsonaro en Juiz de Fora, motivo por el cual tiene mucho de aleatorio, fortuito y contingente. No puede decirse lo mismo de la ruptura de la burguesía brasilera con el gobierno de Dilma Rousseff. Esta interpretación concluye que el gobierno de Bolsonaro solo fue posible en función de las derrotas acumuladas por los errores de la dirección del PT, pero su significado histórico reposa en una reacción burguesa, de escala continental, impulsada por el imperialismo.
Cambio en la relación política de fuerzas e inflexión en la coyuntura
Entre marzo y julio prevaleció una tendencia al debilitamiento del gobierno pero se confirmaron como exagerados los análisis que consideraban plausible –o hasta inminente– ya fuese un dislocamiento o un autogolpe de Bolsonaro. Hubo seis factores principales que incidieron en la inversión de la tendencia:
(a) El impacto de la distribución de cinco cuotas mensuales de asistencia de emergencia de R$600,00 (algo más de US$100,00) para 65 millones de desamparados, la política pública de asistencia más grande en la historia, que impidió que aumentara la miseria y favoreció un aumento en la tasa de aprobación del Bolsonaro en las encuestas de agosto, especialmente entre los beneficiarios.
(b) El retroceso en la estrategia de autogolpe de Bolsonaro, luego de la condena a su ayudante Fabrício Queiroz a tres décadas de prisión, y un reposicionamiento ante el STF [Supremo Tribunal Federal] por las investigaciones contra sus hijos, contra un diputado y otro senador. Es decir, el desplazamiento desde el “gabinete del odio”, las fakenews y la corrupción en rachadinha [se denomina de esta forma a la estructura de corrupción que involucra a la familia Bolsonaro y a Queiroz, NdelT], a una fase de “paz y amor”, o de menor conflicto con la prensa y la Justicia.
(c) La renegociación del marco de alianzas en el Congreso Nacional, incorporando a la mayoría del “Centrão” [la derecha tradicional, NdelT] en la base del gobierno, lo cual le garantizó un blindaje contra cuarenta pedidos de impeachment presentados al presidente de la Cámara de Diputados.
(d) El nuevo acuerdo con la burguesía para aprobar un presupuesto de emergencia en 2021 que mantenga el techo del gasto, imponga una reforma administrativa que introduzca el gatillo para reducir los salarios de la administración pública y una reforma tributaria que simplifique la recaudación sin aumentar la carga fiscal.
(e) La tendencia a la “naturalización” de la pandemia en la base social de Bolsonaro. Diferentes encuestas identificaron que hay una fuerte correlación entre quienes afirman no tener miedo a la pandemia y quienes afirman apoyar al gobierno.
(f) Por último, la imposibilidad de la izquierda de apoyarse en la movilización de masas callejera dadas las condiciones de la pandemia, a pesar de que haya habido algunas luchas defensivas como la huelga pionera de los repartidores de plataformas por mejores condiciones de trabajo, contra los despidos de Renault en Curitiba, en defensa de los derechos de los ferroviarios en San Pablo y la resistencia contra la vuelta a las aulas de profesores y estudiantes.
La pandemia continúa a la deriva
Entre todos los factores que incidieron en la inversión de la tendencia al desgaste de Bolsonaro, la que recibió menos atención es la banalización de la pandemia, especialmente entre quienes lo apoyan. Sucede que se trata, como mínimo, de un tercio de la población.
Bolsonaro tiene más apoyo entre los hombres que entre las mujeres, entre los más viejos que entre los más jóvenes, entre los menos escolarizados que entre los mejor calificados y más apoyo en el sur que en el nordeste.
La banalización de la pandemia se traduce, a grandes rasgos, en la tendencia a quitar responsabilidad a los gobiernos por la calamidad sanitaria y descansa sobre muchos factores: (a) en Brasil, un tercio de la población mayor de 15 años, concentrado entre quienes tienen más de cincuenta años, es analfabeta, o semianalfabeta, carece de la capacidad para dar sentido a un texto escrito; en este sector hay mucha confusión acerca de qué es esta enfermedad y desconfianza frente a los datos científicos; (b) hay una sensación de que se trata de una fatalidad que castiga con la muerte a los más viejos y enfermos; (c) se responsabiliza a las propias víctimas, porque no habrían sido capaces de cuidarse; (d) hay presión para que se reactive la actividad económica, mucho más intensa entre los empresarios de los pequeños comercios y los trabajadores informales; (e) hay una gran fatiga producida por la cuarentena, después de cinco meses y mucha ansiedad por el retorno de la rutina normal; (e) hay una sensación de que el auge de la pandemia ya pasó y de que los riesgos son aceptables.
La consideración de estos y otros factores, como el crecimiento de la depresión, la apatía, la indiferencia y la insensibilidad en algunos sectores de la población frente a una tragedia humana tan devastadora como la pandemia, debería bastar para provocar alguna reacción. Después de todo, ¿por qué es así? La banalización de la muerte no es normal. Pero la verdad es que el embrutecimiento de la vida no es una sorpresa en Brasil. Es un hábito social y político. Reposa sobre la deshumanización de los más pobres, de los negros, de los desamparados, y tiene raíces profundas que distinguen a Brasil de otros países: la esclavitud y la desigualdad social y racial. Por lo tanto, se apoya en una ideología. Hay una visión del mundo que sustenta la banalización de la pandemia.
La situación económica se deteriora
Cuando la pandemia llegó al país, la mayor parte de la izquierda, la moderada y la radical, estimó que sería un desafío enorme y sin precedentes el impulso de una estrategia sanitaria y una política de reducción de daños en la escala necesaria para contener un deterioro acelerado.
La porción de la población económicamente activa que tiene contratos de trabajo se restringe a menos de la mitad: poco más de treinta millones en el sector privado y doce millones en la administración pública. Otros cuarenta millones no podrían sobrevivir sin apoyo del Estado. La construcción de una cuarentena rigurosa no era posible, entre otras razones, porque la mayor parte de la burguesía estaba en contra.
El análisis inicial fue que la combinación de una calamidad humanitaria y de una crisis económica dejaría al gobierno de Bolsonaro en una posición de fragilidad. Las centenas de miles de muertos, las decenas de millones de desempleados y la aguda crisis social generarían un desgaste acelerado y por lo tanto representarían una oportunidad. Esta previsión se confirmó durante los cuatro primeros meses.
Pero la aprobación de un presupuesto de emergencia, que autoriza a gastar más del 10% del PIB, de los cuales R$250 mil millones de reales están dirigidos a la asistencia de emergencia, elevando la deuda pública bruta de 75% a 90% del PIB, tuvo sus consecuencias. Al mismo tiempo, la profunda recesión redujo las expectativas de inflación por debajo de los objetivos y el Banco Central redujo la tasa básica de intereses al 2% anual, la menor de la historia.
En el mes de agosto la coyuntura cambió y Bolsonaro se recuperó. Hay buenas razones para pensar que se trata de una oscilación temporaria, efímera y transitoria. Hay tendencias y contratendencias. Algunos factores presionan en una dirección y otros los neutralizan parcialmente. La verdad es que todavía prevalece la incertidumbre.
Bolsonaro se fortalece
La asistencia de emergencia, el reposicionamiento del gobierno frente a las instituciones, la retaguardia de los militares, además de los planes del gobierno (el presupuesto de 2021, la reforma administrativa, la reforma tributaria, el tope del gasto público y las privatizaciones) ayudaron a mejorar la imagen de Bolsonaro. Sin embargo, la izquierda sigue siendo más fuerte entre los trabajadores con contrato, los “celetistas” del sector privado, los funcionarios públicos y la juventud. La oposición a Bolsonaro es mayoritaria entre las mujeres y los negros. Pero la confianza popular en la fuerza de la movilización sigue siendo baja. Estamos hace cinco años en una situación reaccionaria, y la oscilación de la coyuntura desde agosto es desfavorable.
La influencia de la corriente neofascista es mayoritaria entre los empresarios, si bien existen divisiones y diferencias internas; todavía mantiene la mayoría en las cámaras medias, a pesar de que sufrió algún desgaste; y avanza entre los trabajadores informales, aquellos que no tienen contrato de trabajo. El gobierno amplió también su apoyo entre los militares con más de cinco mil oficiales en cargos de gestión pública, además de contar con una enorme influencia en las policías de todas las esferas (nacional, estatal y municipal).
La paradoja es que la experiencia popular con el gobierno de extrema derecha, a pesar de estar en desarrollo, es lenta. Esta lentitud no debe ser exagerada, pero es real. Un buen momento para recordar la máxima de Spinoza: “ni reír, ni llorar, comprender”. No es un misterio. Los factores objetivos y subjetivos que explican estas fluctuaciones son múltiples y conocidos: el impacto de la inyección de R$250 mil millones para la asistencia de emergencia, el incremento del consumo, la adaptación fatalista a la larga duración de la pandemia, la reactivación parcial de la actividad económica, el aislamiento de la izquierda en las redes sociales, etc.
Pero el mantenimiento de la asistencia de emergencia no será sustentable en 2021. Y el fin de la asistencia debería producir un incremento en el malestar social. La psicología social de las masas populares responde con descontento a la pérdida de derechos. Bolsonaro defiende un incremento de la Bolsa Família, renombrada como Renda Brasil, un programa de transferencia focalizada de ingresos implementado durante el gobierno de Lula, que distribuye entre R$200,00 o US$40 a 13 millones de familias y R$300,00 a 20 millones.
La mayoría de la clase dominante ya se posicionó contra la extensión durante el año que viene del incumplimiento de la ley que congela el gasto público. Esta ley es una extravagancia brasilera, casi única en el mundo, y fue aprobada durante el mandato de Michel Temer. Impone una reducción del gasto público de acuerdo al nivel del PIB. La regla relaciona el crecimiento del gasto público a la variación de la inflación.
Una resistencia que persevera, a pesar de la situación reaccionaria
En los últimos dos meses, asistimos a audaces luchas defensivas. La huelga en la fábrica de Renault de Curitiba contra el despido de 700 empleados logró una victoria heroica. También lo hizo la huelga de los ferroviarios de San Pablo contra la pérdida de derechos. En ambos procesos la justicia falló a favor de los trabajadores. Una huelga de los trabajadores del correo a nivel nacional desafía la suspensión del contrato de trabajo.
En julio, los repartidores de las empresas de plataformas hicieron jornadas de lucha en muchas de las grandes ciudades. La revuelta de los profesores y estudiantes contra la vuelta a las aulas en diferentes Estados y en defensa del FUNDEB fueron igualmente victoriosas. Las manifestaciones de los movimientos feministas en defensa del derecho al aborto tuvieron gran repercusión.
También fue importante el impacto de Black Lives Matter (Las vidas negras importan), en el país que tiene más habitantes negros fuera de África.
Simultáneamente, por iniciativa del Frente Brasil Popular y del Frente Pueblo sin Miedo, se vienen construyendo dos campañas: (a) la solidaridad con las masas populares más desamparadas durante la pandemia, que incluye la distribución de alimentos y productos de primera necesidad; (b) las jornadas de lucha bajo la consigna Fuera Bolsonaro, con actos en las calles, que se ajustan a reglas de cuidado y distanciamiento para evitar el contagio, acompañados de actividades en las redes sociales.
Un lento y continuo proceso de reorganización en la izquierda
La cuestión central es que están en disputa distintos proyectos en relación con la dinámica de reorganización de la izquierda. El desafío estratégico es cómo abrir un camino para derrotar a Bolsonaro. Pero enfrenta disyuntivas tácticas.
Por un lado, la izquierda lucha por el liderazgo de la oposición a Bolsonaro contra la oposición liberal de derecha, que podría expresarse por medio de una candidatura de Sérgio Moro o del gobernador de San Pablo, Dória. Por otro lado, hay una disputa entre los mismos partidos de la izquierda.
Esta lucha de partidos se explica porque los proyectos son diferentes, aunque todavía la diferencia sea socialmente poco comprendida. Hay varios proyectos en la izquierda porque los programas son distintos. Simplificando de una forma un poco brutal, pueden contarse el proyecto de la mayoría del PT, el del PSOL y el del PCdB. Por último, aunque no por ello menos importante, debe considerarse a Lula, la esfinge.
La sentencia del Habeas Corpus de Lula en el segundo turno del STF debería realizarse en los próximos noventa días. En principio, hay dos desenlaces posibles. O Lula pierde el HC, y no puede ser candidato en 2022, o Lula recupera los derechos políticos y, si quisiera, podría ser precandidato. Si Bolsonaro no cae antes de ese momento, y Lula puede ser candidato, cabe esperar una segunda vuelta en la que podrían enfrentarse. Desde el punto de vista jurídico, el juicio consiste básicamente en una evaluación de los procedimientos de Sergio Moro y su relación con los procuradores de Curitiba. Pero lo que está en juego políticamente es el destino de Lula, y este es inseparable del futuro del Lava Jato. Si Lula gana, el Lava Jato sufre una derrota irreparable. Si Sérgio Moro gana, Lula quedará políticamente neutralizado.
El proyecto de la mayoría del PT es, básicamente, la expresión de sus gobernadores, de la mayoría de los senadores y de gran parte del aparato sindical y electoral. Enfrentan una lucha interna permanente con su ala izquierda. Defienden la táctica del Frente Amplio para unir a la oposición y por eso apoyaron la elección del derechista Rodrigo Maia para la presidencia de la Cámara de diputados. Prefieren que la medición de fuerza con Bolsonaro solo se realice en las elecciones de 2022; si Lula no pudiera ser candidato, lo que es la hipótesis más probable, apoyarán a Haddad. Se inspiran en la victoria peronista en Argentina, porque defienden un programa de impulso al crecimiento económico y la extensión de las políticas públicas compensatorias. Quieren hacer por segunda vez el mismo camino que hicieron en 2018.
El proyecto de la izquierda del PT – que mantiene diálogo con el MST y con Consulta Popular, e influencia a casi un tercio del partido – es diferente. Defiende a ultranza al PT, apuesta todo a la capacidad de Lula de reinventarse con la campaña Fuera Bolsonaro y a tener protagonismo en la movilización social; está comprometida en la lucha contra Bolsonaro antes de 2022, e incluso mantiene la perspectiva de derribarlo; defiende la prioridad del Frente de Izquierda como táctica de oposición; y encuentra una referencia fuerte en la experiencia chavista de Venezuela, que combina la disputa electoral con la participación popular.
El proyecto del PSOL es ser un instrumento de lucha anticapitalista útil para construir, en las condiciones que plantea una situación reaccionaria, un Frente de Izquierda para resistir al gobierno, salir de la defensiva y derrotar a la corriente neofascista del bolsonarismo, apoyándose sobre la acción directa de las masas. El PSOL no lucha por el poder para el PSOL, lucha por un gobierno de izquierda que sea un gobierno de los trabajadores y de los oprimidos, que vaya más allá de los límites del actual régimen de dominación, del presidencialismo de coalición, y se apoye sobre la movilización y la organización popular. Porque el PSOL también quiere ir más allá de los límites de las experiencias de los gobiernos dialoguistas del PT, que estuvieron en el poder más de trece años y que, finalmente, resultaron en las derrotas que se acumulan desde 2016. La apuesta que une al PSOL en su diversidad es la conciencia de que sin disposición revolucionaria no es posible conquistar derechos sociales en Brasil. Aunque sea muy difícil llegar a la segunda vuelta, por primera vez el PSOL podría superar al PT en las elecciones municipales del centro decisivo del país, con Guilherme Boulos en San Pablo, con Áurea Carolina en Belo Horizonte y con Renata Sousa en Río de Janeiro.
El proyecto del PCdB fue presentado por Flávio Dino y es una apuesta a un Frente Amplio “amplísimo”, intentando reducir al máximo los daños durante el mandato de Bolsonaro y bloqueando los intentos de autogolpe, con el fin de garantizar la derrota de Bolsonaro en 2022. Eso solo sería posible con una candidatura de centroizquierda, como la de Ciro Gomes, la del propio Flávio Dino u otra figura similar. Ese Frente podría incluso asumir la forma orgánica de un nuevo partido legal, definido metafóricamente como un “MDB de izquierda”, que logre unir a sectores del PT que están insatisfechos con la insistencia en la candidatura de Haddad, a sectores del PSB, del PDT, tal vez de Rede y posiblemente otros, además del propio PCdB.
Pero todo es muy complejo porque los partidos no son homogéneos. En el PSOL, por ejemplo, hay quienes tienen un discurso similar al del PSTU, pero también hay quienes no están muy lejos de lo que defiende la izquierda del PT, e incluso hay quienes coquetean con las ideas del PCdB. En el PT hay mucha diversidad: además de su mayoría, está su ala izquierda, quienes apoyan al PSOL y quienes prefieren al PCdB. En el PCdB hay una apuesta principal, pero hay también quienes consideran la hipótesis que defiende la izquierda del PT.
Todo es muy incierto, no es simple, y lo que está en juego es muy importante. Así como se necesita la lucidez estratégica, también es indispensable la inteligencia táctica. Y un poco de suerte siempre es bienvenida.
Traducción: Valentín Huarte, para Jacobín.