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Un complot socialista

Fuentes: Sin Permiso

Supóngase por un momento que en la Heritage Foundation [una institución fundada en 1973 dedicada a promover intereses granempresariales y valores liberal-conservadores, como mercados sin trabas, Estado mínimo, defensa nacional fuerte, etc.; N.T.] lanzaran un comunicado de prensa atacando el punto de vista de la izquierda liberal, conforme al cual incluso los niños cuyos padres […]

Supóngase por un momento que en la Heritage Foundation [una institución fundada en 1973 dedicada a promover intereses granempresariales y valores liberal-conservadores, como mercados sin trabas, Estado mínimo, defensa nacional fuerte, etc.; N.T.] lanzaran un comunicado de prensa atacando el punto de vista de la izquierda liberal, conforme al cual incluso los niños cuyos padres pueden permitirse enviarlos a la escuela privada han de tener derecho a la educación pública.

Dispondrían de un argumento: muchas familias norteamericanas con ingresos de clase media envían a sus hijos a escuelas a cargo del erario público, de modo que contribuyentes sin hijos en edad escolar subsidian a familias que sí los tienen. Y el resultado es el desplazamiento del sector privado: si las escuelas públicas no estuvieran disponibles, muchas familias pagarían por llevar a sus hijos a la escuela privada.

Así que acabemos con este sistema antiamericano y convirtamos la educación en lo que tiene que ser: un asunto de responsabilidad individual y de libre empresa. ¡Ah! y nada de mandatarios públicos que obliguen a educar a los niños. Como diría un candidato republicano a la presidencia, el futuro del sistema americano de educación pasa por soluciones de libre mercado, no por modelos socialistas.

Está bien; en caso de que ustedes se estén preguntando si me he vuelto loco, les diré que no hago sino trazar una analogía. El reciente comunicado de prensa de la Heritage Foundation intitulado «The Middle-Class Welfare Kid Next Door» es un ataque a las propuestas de ampliación del Programa de los Estados Federados para Asegurar la Salud de los Niños. Esa ampliación, dice Heritage, «desplazará los seguros privados, que serán substituidos por la cobertura sanitaria patrocinada por el Estado».

Y el llamamiento de Rudy Giuliani a «soluciones de libre mercado, no a modelos socialistas» tenía que ver con cuidado sanitario, no con educación.

Pero pensar en nuestra propia reacción en el hipotético caso de que dijeran esas mismas cosas en materia de educación ayuda a despejar la confundente niebla de que se sirven los derechistas para obscurecer la verdadera naturaleza de su posición en punto a atención sanitaria infantil.

La verdad es que no hay ninguna diferencia de principio entre decir que cualquier niño norteamericano tiene derecho a la educación y decir que cualquier niño norteamericano tiene derecho a una atención sanitaria adecuada. No es sino mero accidente histórico el que tengamos el libre acceso público a la educación secundaria por un derecho básico, pero que consideremos una medida «bienestarista» el que el Estado cargue con las facturas médicas de los niños, con todas las connotaciones negativas que van con ello.

Y la oposición conservadora a dar a todos los niños de este país acceso a la atención sanitaria sí que es, en un sentido fundamental, antiamericana.

Quiero decir: la gran mayoría de norteamericanos creen que todos tienen derecho a la oportunidad de hacer lo máximo por sus vidas. Hasta los conservadores suelen proclamar esa creencia. Por ejemplo, N. Gregory Mankiw, el antiguo presidente del Consejo de Asesores de Bush, opone a los liberales de izquierda -que según él creen en la igualdad de resultados- la posición de los conservadores, quienes según él creen que el objetivo de las políticas debería ser «dar a cada uno el mismo punto de partida, sin sorprenderse ni preocuparse por el hecho de que los resultados sean salvajemente dispares».

Pero un niño que no reciba asistencia sanitaria adecuada, como un niño que no reciba una educación adecuada, no tiene el mismo punto de partida. El niño o la niña en cuestión no goza de las mismas oportunidades en la vida que los niños que reciben ambas cosas.

Y el seguro de cobertura es crucial para recibir una atención sanitaria adecuada. El presidente Bush puede pensar que la carencia de ese seguro no constituye problema alguno -«quiero decir, la gente tiene acceso al cuidado sanitario en América. Después de todo, ustedes van a una sala de urgencias»-, pero la realidad es que los 9 millones de niños norteamericanos sin seguro de cobertura sanitaria a menudo tienen necesidades médicas u odontológicas insatisfechas, no pueden acceder regularmente a la atención médica, y muchas veces tienen que aplazar la asistencia a causa de su coste.

Lo cierto es que, al contrario que Bush, la opinión pública comprende la importancia del seguro de cobertura sanitaria. De acuerdo con una reciente encuesta realizada por el New York Times y la cadena informativa CBS, un sorprendente 94% considera el hecho de que muchos niños carezcan en EEUU de seguro de cobertura médica un problema «grave» o «muy grave».

¿Cómo pueden entonces los conservadores defender lo indefendible, oponiéndose a dar a los niños la cobertura sanitaria que éstos necesitan? Tratando de incorporar a la vieja reina del Bienestar a su estrategia del Cadillac (aunque sin los guiños raciales que tan efectivos le resultaron a Reagan cuando se sirvió de ella). Es decir, para desviar la simpatía de la opinión pública respecto de la gentes que realmente precisan ayuda, tratan de cambiar de tema, desplazándolo a los receptores de una ayuda gubernamental supuestamente inmerecida. Y aquí todo el énfasis se pone en los males del «bienestar público ofrecido a la clase media».

Los propugnadores de una ampliación de la atención sanitaria infantil han replicado debidamente a esa estrategia con hechos y diagramas. La Agencia Presupuestaria del Congreso estima que una ampliación del SCHIP (State Children’s Health Insurance Program), de hecho, beneficiaría fundamentalmente a quienes más la necesitan: la gran mayoría de niños que recibirían cobertura en un programa ampliado habrían quedado, sin él, fuera de todo seguro de cobertura.

Pero la respuesta más básica debería ser ésta: ¿y qué?

Ofrecemos educación pública, y no nos preocupamos de las familias de clase media que sacan de ella beneficios que no necesitan, porque es la única manera de asegurar que todos y cada uno de los niños reciban educación: y dar a todos los niños oportunidades equitativas es la vía americana. Y deberíamos garantizar la asistencia sanitaria a todos y cada uno de los niños por la misma razón.

Paul Krugman es uno de los economistas más reconocidos académicamente del mundo, y uno de los más célebres gracias a su intensa actividad publicística y divulgativa desde las páginas del New York Times. Colaboró en su día con el grupo de asesores de economía del Presidente Clinton, pero la dinámica de la vida económica, social y política de los EEUU en el último lustro le ha llevado a diagnósticos tan drásticos como lúcidos del mundo contemporáneo.