En junio de 1924, ocurrió en Italia un crimen simbólico. El diputado socialistaGiácomo Matteotti, quien pronunciara días antes en su Cámara un violento discurso contra Benito Mussolini, fue secuestrado y luego asesinado por una Escuadra Fascista. Fue ése, un operativo que sirvió al régimen iniciado en octubre de 1922 con la complicidad del Rey Víctor […]
En junio de 1924, ocurrió en Italia un crimen simbólico. El diputado socialistaGiácomo Matteotti, quien pronunciara días antes en su Cámara un violento discurso contra Benito Mussolini, fue secuestrado y luego asesinado por una Escuadra Fascista.
Fue ése, un operativo que sirvió al régimen iniciado en octubre de 1922 con la complicidad del Rey Víctor Manuel, para iniciar una devastadora ofensiva que desencadenó una tormenta sobre la sociedad de la época. Antonio Gramsci, una de las victimas selectas de esa «política», sufrió diez años de carcelería en Regina Coeli y falleció en 1937
Cuando el parlamentario concluyó su intervención la noche del 30 de mayo, el Duce dijo que luego de ese discurso, Matteottí no podía seguir en libertad. Y uno de sus más inmediatos colaboradores, Cesarino Rossi aseguró que con adversarios como él «quienes tenían que decir la última palabra» eran las pistolas. Ellas hablaron.
Inicialmente, el gobierno fascista negó la autoría del hecho. Pero las evidencias fueron tan abrumadoras, que las autoridades no tuvieron más alternativa que capturar al ex «Ardito» Américo Dumini y por allí, desentrañar lo ocurrido.
Todo el país pudo darse cuenta, entonces, que se trataba de un crimen simbólico. Mussolini lo anunció con palabras casi proféticas: «Cada vez estoy más convencido de que por el bien de Italia, es necesario disparar por la espalda, sí, disparar, contra algunas docenas de diputados…», había dicho 9 años antes, en 1915, cuando revelaba su personalidad, violenta y sanguinaria.
Situado en el cenit de la tormenta que se alzó en Italia ante este suceso, el Jefe del Gobierno, inventó una expresión que se convirtió en regla para circunstancias similares: «fue hecho fundado en una razón de Estado».Era una manera de admitir su culpa
Este acontecimiento puede traerse a la memoria a la luz del asesinato reciente del parlamentario venezolano Robert Serra y su esposa MaríaHerrera.
La víctima de este homicidio era el más joven de los diputados del Partido Socialista Unido de Venezuela. Con 27 años de edad, tenía una ejecutoria significativa en la lucha por afirmar el proceso que iniciara en su país el Comandante Hugo Chávez Frías y que ha desatado la ira de los grupos reaccionarios, dentro y fuera de Venezuela.
Todo indica que este homicidio tiene el carácter de un crimen simbólico, sólo que esta vez no fue ejecutado desde el Poder, sino contra él. En la Patria de Bolívar, los fascistas no gobiernan. Están en la Oposición. Y han descargado desde hace varios meses una violenta ofensiva destinada a debilitar -y si fuera posible- derribar al gobierno, para restaurar el viejo dominio oligárquico.
Ellos, como todos saben, actúan a la sombra de los servicios secretos de los Estados Unidos y cuentan con ayuda efectiva que les permite preparar destacamento especiales que consuman actos en el marco de una ofensiva ascendente contra el régimen del Presidente Nicolás Maduro. Álvaro Uribe Vélez, el narco terrorista colombiano, no es ajeno a estos trajines.
Desde el inicio del proceso emancipador liderado por Chávez, estos grupos infectados por lo que un diplomático amigo llamó recientemente un «frenesí de tiburones» –por la sugerente mezcla de crueldad y sangre- han realizado acciones destinadas a desestabilizar la vida venezolana.
Diversos crímenes se cometieron incluso en el marco del frustrado «Golpe de Estado» del año 2003 y después. Más recientemente, como se recuerda, fue asesinada una bella joven –Mónica Spears– y su esposo. Luego, no hace mucho, un hecho similar le costó la vida a otro importante dirigente del PSUV, Eliezer Otayza.
En ambos casos la «prensa grande», que allá como aquí responde a los intereses de la clase dominante, atribuyó el hecho a delincuentes comunes, y se valió de él para mostrar «el grado de violencia» al que se había arribado «por culpa de la política del gobierno bolivariano».
La intención resulta obvia: sembrar gérmenes de inseguridad ciudadana, alimentar el miedo en la población y crear un clima convulso en el que, el común de la gente pueda decir: «aquí, todo puede ocurrir».
En una situación como esa, en efecto, cualquier persona puede ser asesinada. Cualquier hecho de sangre puede acontecer. Nada debe sorprendernos, porque todo, es posible. Ese es, en el fondo, el mensaje subliminal que se envía a las personas cuando se genera un escenario de confrontación extrema en el que son las pistolas las que hablan.
Con el propósito de fortalecer esa idea, se especula, adicionalmente, con supuestos «antecedentes» de la víctima. En redes sociales y en cierta prensa comprometida, se parte de la juventud del ex líder estudiantil, para sostener que él «era violento», y que operaba con «grupos paramilitares», condición que se atribuye, alevosamente por cierto, al Frente Francisco de Miranda.
Como no hay puntada sin nudo, con esta sorprendente especulación se buscará luego acusar de «violentistas» a todos los colectivos sociales de diversos países que mantienen algún tipo de relación con Venezuela y ese Frente, al que le adjudicarán hechos y acciones de corte «terrorista».
En definitiva, la contra-revolución sabe que el Proceso Bolivariano de Venezuela marcha en firme y con clara perspectiva de victoria. Recurre, entonces, a la violencia para hacerle frente porque sabe que, por medios legales, no será capaz de ganar la conciencia de los venezolanos.
El Partido Socialista Unido de Venezuela y los que lo acompañan en el impulso al proceso -incluido el Partido Comunista de ese país- no han recurrido a procedimientos ilegales. Por el contrario, han desarrollado sus acciones en estricto acatamiento a los marcos constitucionales vigentes y en apego a la legislación imperante.
Han sido más bien los grupos opositores, los que han tomado en sus manos el uso de mecanismos de terror. Desde un inicio sembraron la violencia y el caos, promovieron incendios, saqueos y atentados. Y recurrieron al crimen porque fueron conscientes que por el camino de la legalidad, estaban irremediablemente vencidos.
Esta nueva acción terrorista constituye una provocación contra el pueblo de Venezuela. Pero no asoma como algo original. En todos los países en los que los pueblos han puesto realmente en peligro la estabilidad de la clase dominante y sus privilegios, han ocurrido hechos como estos.
En los primeros años de la Revolución Rusa, más precisamente en 1918, prominentes miembros del Comité Central del Partido Bolchevique, como Uriski y Volodarski, fueron asesinados por la contrarrevolución. El propio Lenin, estuvo a punto de perecer como consecuencia del atentado de la «eserista» Martha Kaplan.
El terror y el crimen, fueron el arma preferida usada en ese entonces por la caterva de opositores, que iba desde los llamados «socialistas revolucionarios», hasta herederos del zarismo.
Sin ir muy lejos, en nuestro propio continente, muchas veces – alrededor de 600 veces- han sido puestos en evidencia atentados frustrados contra Fidel Castro, el Comandante en Jefe del proceso cubano. Y otros, fueron bloqueados también cuando se urdieron contra Hugo Chávez.
Hoy actúan las mismas fuerzas que lo hicieron ayer. Y, en el caso concreto, procuran lo mismo: abatir y doblegar al Proceso Bolivariano.
No podrán tampoco por ese derrotero. La experiencia enseña. Y demuestra una verdad irrebatible: una Revolución, cuando es verdadera, encuentra la manera de proteger a sus dirigentes impidiendo que se consumen contra ellos acciones asesinas.
Este crimen simbólico, el del diputado Robert Serra, no quedará impune. Esta «macabra encomienda», como la denominara el Ministro del Interior de Venezuela Miguel Rodríguez Torres, será investigada y sancionada. Y la Patria del Libertador seguirá afirmando su derrotero de victoria (fin)
(*) Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera: http://nuestrabandera.lamula.
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